Contaminados: Una inmersión en la mugre del Riachuelo
Por Marina Aizen
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las voces de todos sus protagonistas: industriales inescrupulosos,
habitantes de las villas, agentes del Estado (Justicia, Policía,
Acumar), ONGs. La contaminación del medio ambiente como cuestión
histórica, política, económica, social y cultural.
Contaminados es una crónica profunda sobre la sociedad, la roña y los
mecanismos que la generan, basada en un recorrido intrépido y reflexivo
por la cuenca del río Matanza-Riachuelo. Sin rastro de corrección
política alguna, y con un lenguaje tan descarnado como la realidad que
recorre, Marina Aizen narra la complejidad del territorio a través de
las voces de todos sus protagonistas: los industriales inescrupulosos,
los habitantes de las villas, los agentes del Estado (la Justicia, la
Policía, Acumar), las ONGs.
¿Es posible recomponer el ambiente, como lo ordenó la Corte Suprema en
2008? La respuesta de este libro no se basa en un análisis moral; surge,
en cambio, de una mirada sobre el desarrollo histórico de la ciudad de
Buenos Aires y del gran cordón que la rodea. También se mete con las
contradicciones más sutiles del presente, aquellas en las que habita la
resistencia a cualquier cambio. Este libro descarga una buena dosis de
humor, mucho de basura (humana y de la otra) y una vívida proliferación
de sensaciones desagradables: las que provienen de la miseria misma.
Marina Aizen
Marina Aizen, periodista todoterreno, aunque con una pasión absoluta por los enormes desafíos contemporáneos del medio ambiente, fue corresponsal en Naciones Unidas para el servicio español de la agencia Inter Press Service entre 1992 y 1994 y corresponsal de Clarín en Nueva York hasta 2003. En los Estados Unidos cubrió infinidad de temas, desde los atentados del 9/11 -como testigo directo- hasta la guerra en Kosovo y desde noticias de espectáculos hasta la actualidad de Wall Street, pasando por las convenciones Demócrata y Republicana de 1996, las campañas electorales de 1996 y 2000, juicios de pena de muerte y los avatares de las mutantes relaciones bilaterales con la Argentina. En 2003 regresó a Buenos Aires y trabajó en la sección País de Clarín hasta 2006. Desde entonces escribe para la revista Viva. Ha sido galardonada con premios nacionales e internacionales por sus artículos sobre ecología.
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Contaminados - Marina Aizen
José Natanson
El milagro brasileño
¿Cómo hizo Brasil para convertirse en potencia mundial?
Debate
A mi mujer, Marcela Rosas,
por todo lo que viene,
por la paciencia y por el amor.
Cubierta
Portada
Dedicatoria
Introducción
1. Las condiciones del despegue: democracia y moneda
La transición a la democracia
Paréntesis: breve visita a Brasilia
La transición económica: el Plan Real
Paréntesis: el neoliberalismo brasilero según Cardoso
Éxitos y límites del Real
2. El milagro económico (y su parte no tan milagrosa)
La dura estabilidad
Dos instrumentos clave: el BNDES y Petrobrás
Paréntesis: así funciona una plataforma de Petrobrás
Brasil, potencia petrolera
Paréntesis: el país del futuro
Girar a tiempo: la inflexión desarrollista
Paréntesis: dos ruedas
El lado oscuro: primarización y bajo crecimiento
3. Otro Brasil: la transformación social y política
El plan Bolsa Familia
Paréntesis: Sampa
¿Y los resultados? Pobreza y desigualdad
Paréntesis: comparaciones odiosas
El lulismo
Paréntesis: el hijo de Brasil
El lado oscuro: la desigualdad que persiste y el racismo que apenas se reconoce
Lo más oscuro de todo: la violencia social
Paréntesis: Tropa de elite
4. Hasta el infinito y más allá: Brasil como actor internacional
De Argentina al Mercosur
Paréntesis: ¿quién tiene el copyright de la región?
Brasil en Sudamérica
La nueva infraestructura sudamericana
El lado oscuro: imperialismo a la brasilera en Paraguay
Paréntesis: Brasil según JFK
En el mundo
Paréntesis: la atracción de Brasil
Lo nuevo y lo permanente
Afligido epílogo con tango: Brasil y Argentina
El origen
La mujer deseada: Brasil y Argentina
El boom agroexportador: el momento de gloria argentino
El populismo y el desarrollismo: Brasil toma la delantera
Paréntesis: pasado y presente
El neoliberalismo
Paréntesis final: brasileros y argentinos según Guillermo O’Donnell
Agradecimientos
Créditos
Introducción
El viernes 9 de octubre de 2013, a las diez de la noche, Brasil se paralizó. A una hora en la que la gente sale a pasear o cenar, hace deporte o vuelve a su casa después del trabajo, las grandes ciudades lucían desiertas. Como ante la inminente llegada de una invasión de zombis tropicales, prácticamente no se veía a nadie caminando por las veredas ni autos circulando por las calles, y las pocas personas que andaban lo hacían con el paso nervioso de los que saben que el tiempo apremia. Salvo los bares y restaurantes con pantalla gigante, muchos de los cuales ofrecían un menú especial para el evento, los negocios estaban vacíos o directamente cerrados. Y era fácil ver, desde las veredas, el brillo titilante y como nervioso de las pantallas encendidas en los departamentos, las casas, las casillas de las favelas o cualquier otro lugar en donde hubiera un televisor. La previsión de las autoridades ante un fenómeno que se venía anunciando desde hacía tiempo llevó a reforzar la distribución de energía y logró evitar los cortes frente a una demanda eléctrica que, poco antes de la hora señalada, pasó de 65 mil a 69 mil MW, una diferencia equivalente al doble de la generación de las dos usinas nucleares de Angra Do Reis.
Era, claro, el capítulo 179, el final, de Avenida Brasil, que midió 49 puntos de rating, es decir unos 80 millones de personas, y terminó de convertir a la telenovela en la más vista de un país que bate récords en materia de culebrones, con derechos vendidos a 124 naciones y traducciones a 18 lenguas. Producida por la Red Globo, Avenida Brasil cuenta la historia de una niña huérfana, Rita, que es abandonada en un basural por la despiadada Carminha y que trece años después, tras ser criada en Argentina, vuelve, irreconocible en su elegante belleza, buscando venganza. Como corresponde, Rita se enamora y descubre que el niño abandonado en el basural que fue el amor de su infancia, es en realidad el hijo de la mujer a la que quiere destruir…
Con una impecable factura técnica, actuaciones excelentes y una delicada combinación de drama, suspenso y humor, los héroes y villanos de Avenida Brasil son pobres y ricos, pobres que se vuelven ricos y ricos que se hacen pobres. El título, de hecho, refiere a los casi 60 kilómetros de la avenida que recorre Río de Janeiro de Norte a Sur y que atraviesa tantos barrios como realidades sociales: la arteria emblemática de la ciudad emblemática es, como Brasil, expresión del más crudo policlasismo. Avenida Brasil habla de las ambiciones de los trabajadores y del esfuerzo como método para el ascenso social, y en este sentido no puede sino defender una visión individualista del progreso, casi una exigencia de un género cuyo éxito radica en la identificación del público con el personaje. Sin embargo, la clave del suceso, lo que explica los récords de audiencia y la pasión realmente multitudinaria con la que la novela fue vista, discutida y vista otra vez en las cientos de miles de copias piratas que circularon, es que, a diferencia de otras producciones de la Red Globo, ambientadas en los barrios más lujosos de Río o San Pablo, donde las periferias urbanas se muestran como un ambiente dominado por la pobreza y la violencia, y marcando también un contraste con éxitos cinematográficos como Ciudad de Dios, Carandiru y Tropa de Elite, Avenida Brasil ofrece una mirada piadosa y comprensiva, casi empática, de los suburbios y sus habitantes. Rita se mueve con comodidad por todo el espectro de clases sociales, desde los palacios de Copacabana a las favelas, que ya no son descriptas como un territorio del cual sólo cabe huir y que se muestran capaces también de albergar la alegría, la ambición y el placer de la vida cotidiana, a tal punto que personajes como Tufao, pese a sus éxitos como jugador del Flamengo y su fortuna acumulada, elige seguir viviendo en el barrio popular que lo vio crecer.
Con los tics propios del género, Avenida Brasil proyecta una mirada totalmente novedosa sobre lo que los sociólogos, con una sensibilidad poética menos desarrollada que los libretistas de telenovelas, llaman clase C
. Integrada por aquellas personas con ingresos de entre 1126 y 4854 reales, se trata de una suerte de nueva clase media
o, según algunos análisis, de una clase media emergente
. Un sector que ha crecido hasta convertirse en el más ancho de la compleja, desigual y muy dinámica estructura de clases del Brasil actual. Y que es uno de los resultados más notables de la intensa transformación social que vive el país, que Avenida Brasil ha logrado reflejar como nadie y que también puede comprobarse en la plebeyización de ámbitos que hasta hace pocos años estaban reservados a las elites, en general universitarias, casi siempre del centro y sur y siempre, indefectiblemente, blancas. Un impulso democratizador que abarca universidades, restaurantes, espectáculos y playas, y que no deja afuera ni siquiera al transporte aéreo: según datos oficiales, el 11 por ciento de los brasileros adultos que subió a un avión en 2012 lo hizo por primera vez en su vida¹. Y en todo caso, alcanza con darse una vuelta por los aeropuertos brasileros para comprobar que la piel de los pasajeros se ha oscurecido y que es cada vez más habitual, por ejemplo, que los migrantes internos instalados en las ciudades ricas del sur elijan el avión, en lugar de los dos días de exasperante viaje en ómnibus, para pasar el clásico feriado de Navidad en sus pueblos del nordeste.
El asombro ante este tipo de novedades es el origen de este libro, un intento por describir, explicar y analizar el proceso de transformación que experimenta Brasil y que ha llevado a buena parte de la prensa internacional a hablar de un nuevo milagro, a la altura del que experimentó el país en los 60, y que ha creado la sensación de que por fin Brasil está logrando resolver problemas que parecían imposibles². Un milagro que es efectivamente milagroso en muchos aspectos, pero que también tiene sus lados oscuros, sus tragedias y sus sombras.
Y como siempre conviene comenzar por el principio, el primer capítulo, de base histórica, está enfocado en lo que podríamos considerar las dos condiciones que han hecho posible el despegue brasilero: la normalización institucional reflejada en la Constitución ciudadana
de 1988 y la estabilidad económica alcanzada a partir del Plan Real de 1994. Aunque, sobre todo por motivos académicos, la mayoría de los análisis suelen considerarlas por separado, se trata de dos instituciones —democracia y moneda— que, cuando funcionan, tienden a fortalecerse mutuamente. Sin ellas, los progresos sociales recientes hubieran sido mucho más dificultosos o más lentos o imposibles.
El segundo y el tercer capítulo son el corazón de este trabajo y son, en realidad, uno solo. Sin embargo, como hasta los libros, en donde el autor se mueve con una libertad de la que carece cuando escribe una nota periodística o un artículo académico, tienen ciertas reglas, fue necesario dividir el tema en dos para ordenar mejor las ideas.
La economía brasilera, de la que me ocupo primero, equivale a la mitad de la sudamericana, es tres veces la argentina y ochenta veces la boliviana. En 2011 el PBI de Brasil superó por primera vez al del Reino Unido y se convirtió en el sexto más grande del mundo, y se estima que en los próximos años sobrepasará a los de Francia y Alemania y se ubicará sólo por debajo de Estados Unidos, China y Japón. Más importante aún, Brasil es el tercer receptor de inversión extranjera directa del planeta (y el segundo del mundo en desarrollo después de China) y la única potencia emergente, salvo Rusia, capaz de garantizar su soberanía energética y alimentaria, crucial en un mundo cuyos conflictos giran cada vez más alrededor de las fuentes de energía y las materias primas. Todo esto en el marco de una notable estabilidad económica. En efecto, parado en el piso sólido del Plan Real, el gobierno de Lula logró, tras una primera etapa tormentosa, controlar las principales variables: superávit fiscal, baja inflación y el dudoso récord de la tasa de interés más alta del mundo le permitieron a la economía brasilera consolidar una estabilidad que luego, a partir de la inflexión desarrollista introducida en 2006, sumó crecimiento y bienestar. En el juego de rol latinoamericano, Brasil ha reemplazado a Chile como el alumno modelo.
Y junto al despegue económico, la transformación social y política, el otro costado del ascenso, cuyo rasgo más significativo es una reducción sostenida de la pobreza. Según datos de la Cepal, la pobreza pasó del 36,4 por ciento en 2005 al 18,6 en 2013. En número absolutos, 35 millones de personas superaron la condición de pobres desde la llegada al poder del PT. Sin embargo, lo más importante es que la pobreza cayó todos los años, incluso en los momentos de crisis económica, lo que confirma que no se trata de una mejora circunstancial sino de un cambio profundo: la vieja Belindia se está convirtiendo en un país de clase media, aunque sea la clase C que vive y sufre en Avenida Brasil. Si esto fue consecuencia de la baja inflación y la reducción del desempleo o de las políticas sociales es todavía objeto de discusión, pero de lo que no hay dudas es de que el Estado brasilero viene desplegando una serie de iniciativas de inclusión inéditas, que van desde la suba continua del salario mínimo a un conjunto de programas entre los que brilla el Bolsa Familia, que con 46 millones de beneficiarios es el plan social más masivo de la historia del mundo, pero que no se acaban ahí: el Plan Brasil Sonriente, por citar uno específico pero muy querido, provee asistencia odontológica gratuita en un país que, en el momento de ser lanzado, tenía 30 millones de desdentados.
La consecuencia electoral de este movimiento tectónico de la estructura social brasilera es el surgimiento de un nuevo sujeto político, el lulismo, basado en una transformación del electorado del PT, que originalmente se apoyaba en los trabajadores sindicalizados y las clases medias urbanas progresistas y que, desde la asunción de Lula en 2003, se fue desplazando hasta quedar conformado, cada vez más, por los sectores más empobrecidos de la sociedad, un cambio de base social que llegó junto con un modificación geográfica de sus votantes, del centro y sur del país al nordeste. Igual que la transformación social, y en buena medida porque es su consecuencia, el realineamiento político no es episódico sino permanente: el lulismo, que no es otra cosa que el encuentro entre la izquierda partidaria y las masas empobrecidas, se ha convertido en el sujeto hegemónico de la política brasilera. Y en este sentido, aunque el eje de este libro está puesto en los grandes procesos, sus explicaciones y sus consecuencias, el gran protagonista es, sin dudas, Lula, el ex obrero metalúrgico con primaria incompleta que lideró la transformación más importante, y en muchos sentidos más positiva, del Brasil moderno.
El cuarto capítulo analiza el nuevo protagonismo internacional de Brasil y su ambición de convertirse en un actor global. Las condiciones están dadas: Brasil es, junto a China y Estados Unidos, el único país que se sitúa entre los diez más grandes, más poblados y económicamente más poderosos del mundo, es la única potencia emergente con excedentes de energía y una matriz relativamente limpia y la única con sus fronteras consolidadas. Brasil es el primer exportador mundial de hierro, carne, café y azúcar, el segundo de soja, maíz y naranjas, cuenta con la tercera fábrica de aviones más importante del planeta (Embraer), la segunda petrolera más valiosa (Petrobrás) y el banco de desarrollo con más préstamos (BNDES). En camino a transformarse en un hegemón regional, Brasil tiene superávit comercial con todos los países sudamericanos salvo Bolivia, equivale en territorio, población y PBI a la mitad de todos ellos sumados, limita con todos menos dos e incluso comparte 673 kilómetros de frontera con... Francia (la Guayana es un territorio de ultramar de la República de Francia).
Sus empresas se despliegan por todo el mundo, pero sobre todo, por los países vecinos, donde, como en Bolivia o Paraguay, controlan porcentajes importantes del PBI. Sin embargo, incluso en naciones económicamente más diversificadas la presencia empresarial brasilera es abrumadora, como demuestra este caso: un argentino que se levanta temprano un sábado a la mañana para hacer algunos arreglos hogareños con cemento producido en Loma Negra y clavos fabricados en Acindar, calzado con zapatillas Topper y vestido con un uniforme de trabajo Pampero, y que al mediodía, cuando termina, cansado y sucio, se humecta las manos ásperas con crema Natura, come una hamburguesa Swift con una cerveza Quilmes y luego, como se quedó con hambre, otra hamburguesa, pero Paty, para más tarde sentarse a ver en su televisión Sony un programa cuyo rating es medido por Ibope, hasta que se aburre, porque los sábados no dan nada, y sale en su Peugeot 207, pasa por un peaje de las Autopistas del Oeste que paga con una tarjeta del Banco Patagonia, carga nafta en una estación de servicio de Petrobrás, llega a la canchita de fútbol y se calza sus botines Olimpikus para jugar un partido con sus amigos, que prefieren los botines Penalty, y que cuando terminan se toman dos cervezas Brahma, para después, ya de noche, volver a su casa, calentar en el horno una pizza Sibarita y tirarse a dormir con su vieja y querida remera Hering… De principio a fin, todo fabricado y provisto por empresas brasileras³.
No obstante, no nos desviemos. La idea de este libro, decíamos, es analizar los aspectos más importantes del salto hacia delante de Brasil, pero también ponerlos en cuestión, matizarlos y complejizarlos. Por ejemplo, su protagonismo internacional es tan evidente como sus problemas de seguridad en el Amazonas, la dificultad para construir procesos de integración sólidos con sus vecinos y la creciente sensación, sobre todo en los países más pequeños, de que hay un no sé qué imperialista en sus renovadas ambiciones de liderazgo. Desde el punto de vista económico, el evidente despegue no ha logrado superar el problema de un crecimiento mediocre, que, en promedio, se sitúa por debajo del latinoamericano y que en la última década fue apenas la mitad que el argentino, junto a una preocupante primarización productiva: hoy Brasil depende de la agricultura y la minería más que en cualquier otro momento desde el inicio del proceso de industrialización. Del mismo modo, la reducción de la pobreza es mucho más importante que la de la desigualdad, que disminuye pero más lentamente y todavía sitúa al país en los primeros lugares del ranking mundial de inequidad. En cuanto a la celebrada nueva clase media,
