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Volar alto: Lecciones de emprendimiento del fundador de AeroRepública y de EasyFly
Volar alto: Lecciones de emprendimiento del fundador de AeroRepública y de EasyFly
Volar alto: Lecciones de emprendimiento del fundador de AeroRepública y de EasyFly
Libro electrónico177 páginas1 hora

Volar alto: Lecciones de emprendimiento del fundador de AeroRepública y de EasyFly

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Este libro es mi historia, un legado que con humildad quiero dejar a las generaciones actuales que ven en el emprendimiento el camino de su desarrollo profesional y personal. Es mi testimonio de que es posible aprender a emprender, desatar lo establecido y volar alto, mucho más alto de lo que imaginan.
Es también la respuesta a un grupo de líderes de la vida nacional, directores de medios de comunicación, rectores de universidades y colegas del sector de la aviación, quienes generosamente consideran que la creación de dos aerolíneas comerciales en Colombia es un logro extraordinario y me animaron a compartir estas experiencias".
Así resume Alfonso Ávila Velandia el espíritu de este libro, que sintetiza sus ideas sobre qué significa emprender y aporta valiosas lecciones para quienes quieran hacerlo. Este testimonio empresarial aporta una visión única sobre el emprendimiento a partir de la experiencia de su protagonista demostrando que las oportunidades están donde muchos solo ven obstáculos y que el éxito empresarial es cuestión de método, estudio y perseverancia.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones de la U
Fecha de lanzamiento30 ago 2024
ISBN9789587927191
Volar alto: Lecciones de emprendimiento del fundador de AeroRepública y de EasyFly

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    Volar alto - Alfonso Ávila

    CAPÍTULO 1

    EL EMPRENDEDOR NACE

    Quizás el primer emprendedor con quien tuve contacto en mi vida —o en quien vi varias de las cualidades que para mí definen a un emprendedor— fue mi padre, Roberto Ávila. La Violencia bipartidista que se vivía en Colombia en los años cuarenta del siglo XX nos había obligado a salir de Chitaraque, Boyacá, de donde él era oriundo y donde habíamos nacido mis dos primeros hermanos y yo. Dejó atrás las propiedades familiares, tierras que él había trabajado durante años, y tomamos rumbo a Barranquilla, donde un tío mío que era sacerdote, Ciro Ávila, lo acogió y lo ayudó a instalarse con nosotros y mi mamá, Isabel Velandia.

    Hasta entonces, mi padre había sido un hombre dedicado a las faenas del campo como agricultor y pequeño ganadero. Ese cambio brusco lo obligó a plantearse otra manera de ganarse la vida en un medio extraño y despertó en él la iniciativa de probar en el desconocido mundo del comercio urbano, pues, aunque carecía de práctica en ese tipo de actividad, tenía el empeño, la disciplina y una formidable capacidad de trabajo para compensar su inexperiencia.

    Tuvo, por lo menos, diez negocios distintos en Barranquilla, algunos de ellos de manera simultánea. Uno de los primeros fue su participación en el Café Roma, en compañía de un socio español, Benigno Armesto, con quien se turnaban para atender a la clientela. Ese negocio, situado en el Paseo Bolívar con calles 43 y 44, fue uno de los sitios de tertulia de Gabriel García Márquez —entonces joven columnista del periódico El Heraldo— y de sus amigos de La Cueva, Álvaro Cepeda Zamudio, Alfonso Fuenmayor y Luis Vinyes, entre otros, a comienzos de la década de los años cincuenta.

    Mi padre siempre nos inculcó que ayudáramos en los negocios familiares, en especial durante las temporadas de vacaciones. Una de las principales actividades que desarrolló y, de hecho, una a las que dedicó más tiempo, fue la fabricación y venta de maletas en un local de la calle 40, bautizado Industrias El Viajero, en el que incluía la oferta de diversas mercancías. Él era un emprendedor en el sentido de estar buscando oportunidades permanentemente, abriendo negocios nuevos, con una energía y una vitalidad sobresalientes. Todo lo que mi padre hacía nos permitió a mi madre, a mis hermanos y a mí contar con lo necesario para vivir, estudiar, viajar y progresar. Fue la semilla que quedó sembrada en mí como un ejemplo motivador y que me dejó la convicción de que la vida nos fue dada para crear, crecer y hacer lo que deseemos. Considero que Dios nos dio la imaginación, el tesoro más preciado de la naturaleza humana, para que, bien utilizada, nos lleve a grandes logros y contribuciones para nuestra especie.

    En otra de sus facetas, mi padre fundó una empresa de taxis llamada R. Ávila, una de las pocas que existían en la ciudad en esa época. Fue un negocio al cual se dedicó durante quince años; también fundó un taller de mecánica automotriz. De la actividad del transporte derivaría más tarde un convenio con una de las entidades del municipio que lo contrató como perito para el avalúo de sus vehículos. Fueron muchas las tareas comerciales y de negocios que desempeñó con disciplina, sin haber recibido ninguna formación académica, solo guiado por su intuición y experiencia, creatividad, fuerza de espíritu, consagración al trabajo y amor por nosotros. Sin ser impositivo, con las buenas maneras y su forma de ser tranquila, sin necesidad de castigos o de regaños fuertes, logró que cada uno de nosotros descubriera lo mejor para sí mismo.

    Los Ávila Velandia éramos una familia numerosa, unida y disciplinada. No fuimos los alumnos más destacados del colegio, pero para nosotros había un requisito sagrado: no perder ningún año académico y así lo hicimos cabalmente y todos terminamos el bachillerato a tiempo. Siempre me ha gustado aprender, entonces para mí no era un problema ir al colegio y cumplir con todo. No era un estudiante sobresaliente en ninguna materia, ni me esmeraba mucho en serlo. Estudié en el Colegio San José de Barranquilla, sobre el cual corría el rumor de que estaba construido sobre un viejo cementerio porque se hallaron restos óseos humanos en las zonas de recreo, e incluso recuerdo que una vez jugamos con alguno que encontramos. Mi rendimiento escolar era bueno y estaba dentro del promedio. En más de una ocasión, antes de presentar las pruebas finales del año, me tocaba recuperar el tiempo perdido, entender los temas no repasados en su momento, cubrir los vacíos que habían quedado por no atender alguna lección y reunirme a estudiar la noche antes de los exámenes trimestrales con compañeros que iban igual de colgados que yo. Nos encontrábamos en el parque del Sagrado Corazón, también llamado parque del Santo Cachón, para repasar apuntes y lecciones. Muchas veces, me pasaba esto por distraerme en clase y dejarme llevar por la imaginación porque, eso sí, siempre me ha gustado pensar en cosas

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