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Lo profundo es sencillo
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Libro electrónico939 páginas13 horas

Lo profundo es sencillo

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Lo profundo es sencillo…
Ojalá nos enseñaran eso en la escuela. Ojalá nos dijeran que toda la diversidad de prácticas espirituales se basa en algo sencillo y al alcance de cualquiera. Ojalá nos enseñaran a respirar, a entender y expresar nuestras emociones, a conocer cómo funciona nuestra mente, a cómo relajarla, a cómo meditar, a entender nuestro cuerpo de manera holística.
Ojalá nos enseñaran que cada proceso interno tiene un sentido y que todos ellos pueden convivir en armonía, que nos hablaran del potencial que tenemos. Ojalá fuésemos conscientes de cómo afecta la espiritualidad a cómo nos relacionamos con otras personas y con el medio ambiente y a qué tipo de sociedades ayudamos a crear.
Sin embargo, nos enseñan que lo profundo es muy complicado, que está fuera del alcance de un sencillo mortal. Nos dicen que, con mucho esfuerzo y años de dedicación plena, quizás podamos arañar la superficie de lo que unos pocos elegidos han podido alcanzar.
Ya es hora de madurar en la espiritualidad. Dejemos de endiosar a los grandes sabios de los tiempos antiguos y cuestionémonos todo, desde la raíz. Es hora de que la espiritualidad, en su conjunto y diversidad, sea algo cotidiano y se viva con sencillez, ternura y alegría.
Para tal bello fin, aquí comienza un viaje para desaprender la espiritualidad.
IdiomaEspañol
EditorialLetrame Grupo Editorial
Fecha de lanzamiento9 ago 2024
ISBN9788410689527
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    Lo profundo es sencillo - Miki Decrece

    Imagen de portada

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-952-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    This work is licensed under CC BY-NC-SA 4.0

    INTENCIÓN DEL LIBRO

    Lo profundo es sencillo…

    Ojalá nos enseñaran eso en la escuela. Ojalá nos dijeran que toda la diversidad de prácticas espirituales se basa en algo sencillo y al alcance de cualquiera. Ojalá nos enseñaran a respirar, a entender y expresar nuestras emociones, a conocer cómo funciona nuestra mente, a cómo relajarla, a cómo meditar, a entender nuestro cuerpo de manera holística. Ojalá nos enseñaran que cada proceso interno tiene un sentido y que todos ellos pueden convivir en armonía, que nos hablaran del potencial que tenemos. Ojalá fuésemos conscientes de cómo afecta nuestro nivel de conexión a cómo nos relacionamos con otras personas y con el medio ambiente y a qué tipo de sociedades ayudamos a crear.

    Sin embargo, nos enseñan que lo profundo es muy complicado, que está fuera del alcance de un sencillo mortal, solo reservado a unos pocos elegidos (la mayoría hombres). Nos dicen que, con mucho esfuerzo y años de dedicación plena, quizás podamos arañar la superficie de lo que estos pocos elegidos han podido alcanzar. Así, la Iluminación, la Salvación, o el nombre que quiera dársele, se convierte en una utopía del camino espiritual que nunca vamos a alcanzar, como la zanahoria para el burro. Nos dicen que es un camino arduo y lleno de enemigos internos: la mente que nos engaña, los sentidos que generan lo ilusorio, los pensamientos que nos distraen, las emociones negativas que nos limitan y el ego que boicotea nuestra práctica espiritual y nuestras relaciones. Incluso nuestro cuerpo es impuro, pues es el hogar de los instintos y las bajas pasiones que debemos dominar. Así cualquiera tiene un mínimo de paz interior… ¡si parece que estamos en guerra permanente!

    Burro persiguiendo la Iluminación mientras carga con dogmas absurdos.

    Todo este discurso está muy extendido, pero desde el punto de vista biológico no tiene ningún sentido. ¿Cómo puede ser que unos procesos que se han formado durante cientos de millones de años en millones de especies hayan evolucionado para boicotear nuestro proceso espiritual, en vez de estar al servicio de nuestro bienestar para optimizar nuestras posibilidades de supervivencia, relación y reproducción?

    Esta visión de guerra permanente tampoco tiene sentido desde el punto de vista de la espiritualidad. Si yoga significa unión y la espiritualidad se basa en la integración de las partes y la armonía entre ellas para formar un todo equilibrado más grande, ¿qué sentido tiene tanta lucha constante contra cualquier expresión incomprendida de la vida?

    Precisamente por esto se escribió este libro, que contiene lo aprendido tras chocarme constantemente contra un muro que se hacía más duro cuanto más me esforzaba en arremeter contra él. Y, de repente, empecé a fluir, desde la suavidad, entendí, integré y volví a la sencillez que siempre había tenido y había olvidado. Este libro contiene todo lo que me hubiera gustado saber cuando empecé con esto de la espiritualidad, pues me hubiese ahorrado años de esfuerzo, de obedecer sin entender y considerarme tan pequeño comparado con esas grandes referencias de la espiritualidad universal que tampoco veía la sabiduría, el potencial y la inspiración que tantas personas cotidianas ofrecen, aun sin saberlo.

    Ya es hora de madurar en la espiritualidad, de dejar de endiosar a los grandes sabios de los tiempos antiguos y de empezar a identificar estos argumentos de autoridad para cuestionarnos, desde lo que sabemos, todo lo que se nos ofrece con voz calmada y serena como un conocimiento auténtico, absoluto, incuestionable y revelado. Es hora de salir de esa inmadurez autoimpuesta e impuesta socialmente. Es el momento de cuestionarnos todo, desde la raíz, rechazando cualquier expresión que no entendamos y buscando otras que tengan sentido a la luz de nuestra experiencia. Es hora de que la espiritualidad sea cosa de la gente, sin dogmas, y que incluso las experiencias, otrora reservadas a una pequeña élite espiritual, sean ahora de dominio público y se vivan con naturalidad. Es hora de que la espiritualidad, en su conjunto y diversidad, sea algo cotidiano y se viva con sencillez, ternura y alegría. Para tan bello fin, aquí comienza un viaje para desaprender la espiritualidad.

    Y ¿por qué un viaje? Porque en todo viaje puede pasar cualquier cosa y podemos acabar en cualquier sitio. Cuando nos marcan un camino establecido, hay ciertos pasos que tenemos que dar para llegar más adelante. Así, una autoridad externa nos impone el orden de ciertos elementos, así como lo que queda fuera del camino y lo que se incluye en el camino. No hay espacio para la diversidad ni para la libertad. Sin embargo, un viaje va transcurriendo a través de un paisaje donde todo está conectado. Por ello, en cada capítulo simularemos transitar un camino, pero nos iremos encontrando sorpresas maravillosas que van a ser muy útiles para nuestra vida cotidiana, encontrando auténticos tesoros en los lugares más inesperados.

    Con esto ya podemos ir entendiendo una paradoja bastante evidente nada más ver este libro: ¿por qué, si lo profundo es sencillo, este libro es tan grande? No, no es para hacer ejercicio ni para usarlo como apoyo en una clase de yoga o como cojín de meditación. Si es tan largo es porque, por un lado, hay mucho que desmontar o desaprender y se necesita una explicación que supla lo que hemos desaprendido. Por otro lado, es tan largo porque el cuerpo humano y la espiritualidad son fascinantes, apasionantes, ¡pura maravilla! Es un empezar y no parar. ¡Es tan interesante y está tan lleno de belleza! Y como todo esto hace a la gente más feliz, tampoco vamos a dejar fuera ninguna de estas joyitas.

    Por último, es un libro que contiene mucha sabiduría fácil de entender, al menos para las mentes de esta época. Y como todo libro de sabiduría, es posible leerlo al menos tres veces en la vida y seguir aprendiendo cosas nuevas con cada nueva lectura.

    Un libro de libros

    De hecho, este libro es tan grande que no es solo un libro: son varios.

    Cada libro trata temas que están íntimamente relacionados, pero que en esta sociedad se suelen tratar por separado. A veces son formas de mirar el mismo proceso con ojos distintos pero complementarios.

    En el índice del libro de libros, se pueden recomponer los distintos libros agrupándolos según los diversos iconos; es decir, si leemos todos los capítulos que tienen el mismo icono nos habremos leído un libro. Así, los capítulos se pueden leer por libros o incluso sueltos. Por ello, si se leen todos los libros seguidos puede que haya algunos conceptos que aparezcan varias veces. Estos conceptos son los más importantes, los que dan un contexto filosófico que es básico para entender que lo profundo es sencillo. Vamos, que no está de más volverlos a leer para que, incluso años después de haber leído estos libros, nos sigamos acordando de lo fundamental.

    Uno de estos libros es sobre espiritualidad en general, cuyo propósito es empezar con buen pie nuestro proceso de re-entender y re-vivir la espiritualidad, desde la sencillez y con una mirada crítica y compasiva, sin utilizar conceptos o términos que estén alejados de nuestra experiencia cotidiana. Porque si no somos capaces de expresar algo con palabras sencillas, es que no lo hemos entendido del todo. Y si no hemos sentido algo, tampoco va a tener un sentido pleno cuando lo leamos.

    Dentro de las prácticas espirituales, la meditación es una práctica sencilla y espectacular que, sin embargo, suele estar llena de dogmas, de falsas creencias y de un conocimiento muy superficial, todo ello repetido hasta la saciedad. Por ello, le hemos dedicado un libro entero. Así podremos entender qué es realmente la meditación, independientemente de la técnica que empleemos, o cuántos tipos de meditación existen. También nos vendrá muy bien para entender cómo funciona nuestra mente, cómo relajarla, cómo cultivar la atención, cómo prepararnos para disfrutar de la meditación y de lo que venga con ella. Por último, haremos un repaso de qué es la liberación, con ejemplos y experiencias personales, y cómo influye nuestra filosofía en cómo la vivimos. Y todo ello con rigor científico pero sin dogmas positivistas.

    Al final es inevitable hablar de otro tema fundamental: el cuerpo y su funcionamiento. Así que le hemos dedicado otro libro. Porque el proceso espiritual ocurre, en parte, en un cuerpo maravilloso y muy pobremente entendido. Por lo tanto, el propósito de este libro es favorecer nuestra práctica espiritual, el cuidado de nuestro ser y desarrollar una mirada más compasiva e integrativa hacia todos los procesos dinámicos que componen nuestra fisiología. Tras su lectura, probablemente sintamos una profunda gratitud por habitar este cuerpazo increíble.

    Por último, tenemos un libro sobre yoga, pero yoga en sentido amplio. ¿Por qué? Pues en parte porque su práctica está muy extendida y porque es un sistema de técnicas que tiene un sentido muy práctico y fácil de entender. Por ello, nos va a resultar compatible con cualquier sistema de creencias y nos va a permitir entenderlo desde el cuerpo, desde la práctica, sin dogmas. Además, mi experiencia personal me está llevando a un viaje fascinante por su práctica, su filosofía, su historia y su pedagogía, así como por ciertos mitos y malas prácticas, como, por ejemplo, su frivolización, su mercantilización, su uso como narcótico o como pretexto para abusar de otras personas. También pondremos a las asanas o posturas de yoga en su sitio, comprendiendo qué son, cómo han evolucionado y cuántos mitos arrastramos y seguimos reproduciendo. Vamos, que se hace muy necesario compartir unas cuantas claves para que quienes ya lo practican puedan distinguir entre lo que es yoga y lo que parece yoga. Y quienes no lo practican, se animen a integrar cualquiera de sus herramientas en su día a día, por ejemplo, una persona cristiana empleando unos minutos en practicar prāṇāyāma antes de orar porque siente que le ayuda.

    Con cualquiera de estos cuatro libros, la idea es abandonar las rigideces de la forma y empoderarnos desde la esencia, llegar a ese: ah, ¿es eso? Pero si eso ya lo hacía yo… Y sentirnos libres para vivir la espiritualidad como queramos y sintamos: ah, ¿es eso? Entonces también se puede hacer de esta otra manera.

    El cómo es parte del mensaje: la distribución

    El proceso importa, y mucho. Tanto que podríamos decir que el medio es el fin. La manera en la que hacemos las cosas dice mucho, tanto que el cómo es parte del mensaje. Y por si acaso parte de este mensaje pasa desapercibido, lo explicitamos ahora para que se entienda más conscientemente.

    Este libro de libros es tremendamente valioso, pues es el resultado de años de práctica, estudio, cursos, talleres y conversaciones o experiencias que vienen justo en el momento oportuno. Además, el conocimiento y la perspectiva integrativa nos van a ayudar a ser más felices y nos van a evitar alguna que otra enfermedad y mucho sufrimiento. Y la cantidad de técnicas y prácticas explicadas con su correspondiente base fisiológica equivale a varios talleres y cursos sobre meditación o yoga en general.

    ¿Cuánto vale todo esto? Bien, como valor y precio no son lo mismo y como las desigualdades económicas son tan grandes, no tiene sentido poner un precio único a este libro de libros. Incluso la palabra precio nos sugiere una forma de distribución que fomenta la individualidad: yo compro esto con mi dinero, para mí.

    ¿Cómo podríamos utilizar la distribución para fomentar la interconexión y un sentido de pertenencia a algo mayor?

    A través del regalo formamos parte de algo mayor.

    La clave está en pasar de consumir algo a contribuir a que algo sea posible. Por ello, si hemos tenido la suerte de coincidir, verás que este libro se regala. Y no es que una persona multimillonaria regale todos los libros, sino que muchas personas anónimas han contribuido para que este libro pueda llegar a otras personas. No se conocen entre sí, pero se desean lo mejor y ponen de su parte para materializar esa intención.

    Esta es una historia real. La primera edición del libro Activismo y espiritualidad se ofreció como un regalo. Y quienes quisieron contribuir hicieron posible la primera y la segunda edición. Y es que la generosidad funciona, no solamente por lo que mueve a nivel material, sino por todas las personas que abrieron su corazón al recibir el regalo y quienes, además, apostaron por el bien común. Como resultado, la segunda edición se volvió a ofrecer como un regalo, generando historias preciosas y financiando la primera edición del presente libro. Vamos, que este libro, además de ser muy valioso, se ofrece como un regalo entre personas que no se conocen pero sí se vinculan.

    Con esta intención de contribuir se ha pensado hasta el título. Así, quien encuentre este libro en casa de alguien y lea el título de pasada se encontrará con una idea-semilla que quizás algún día germine y dé frutos.

    Y con la intención de que llegue a más personas, también se puede encontrar en diversas librerías, con una distribución más convencional para plantar semillas allá donde no llegamos en persona y apoyar, además, a los canales de difusión de la cultura y el conocimiento que bien merecen nuestro apoyo.

    La autoría

    Muchos libros académicos están llenos de citas. Cada dato o comentario viene de una persona individual, con nombre y apellidos. Sin embargo, muchas veces se cita a una persona que se ha inspirado en otra, o incluso repite sus mismas palabras, y cuando la citan, olvidan o desconocen a la persona original. Por ejemplo, cuando se habla de la evolución biológica por selección natural, se cita a Charles Darwin. Sin embargo, raramente se incluye en la cita a Alfred Russel Wallace, que llegó a la misma idea de manera independiente. Cuando Wallace compartió su teoría con Darwin, este publicó su asombro ante tal coincidencia y animó a Wallace a publicar su propia teoría, pero Darwin era rico y Wallace más humilde, por lo que la historia ensalzó a uno e invisibilizó a otro.

    De hecho, si leemos la introducción del libro El origen de las especies de Darwin, él hace un repaso de todos los descubrimientos y teorías que le llevaron a formular la teoría de la evolución biológica por selección natural. Leyendo todo este sustrato intelectual previo, lo esperable era llegar a esas conclusiones. Era como si la evolución cultural nos hubiera llevado a un punto en el que esa teoría tenía que ser formulada. De hecho, si Darwin no la hubiese formulado, Wallace se habría llevado todo el mérito. Y si la comunidad científica hubiese ignorado a Wallace por ser más pobre, otra persona habría acabado enunciando esa misma teoría.

    Dicho de otro modo: en un mundo tan complejo e interrelacionado, hablar del mérito individual no tiene sentido. Y asociar una idea a una persona en particular es un tributo a la identidad individual. Las ideas no son de una persona en concreto, sino que la evolución cultural se expresa a través de individuos prescindibles.

    Además, la técnica de escritura utilizada para este libro de libros incrementa la sensibilidad a esta evolución cultural. Consiste en escribir en cuadernos de hojas lisas con letra pequeña y renglones rectos. Esto ayuda a calmar la mente y, en este estado, se establecen conexiones nuevas o nuevas formas de entender algo. Esto no ocurre a través del esfuerzo, sino que es el propio proceso de escritura el que nos va enseñando. Así, quien escribe también aprende, incluso más que lo que sabía al principio.

    Foto de dos de las cientos de páginas escritas a mano.

    Además de la forma de escritura, este libro se nutre de la experiencia generosamente compartida de múltiples profes de yoga a través de conversaciones deliciosas que diluyen aún más el sentido de autoría en un mar de transmisión horizontal del conocimiento. Y también hay que tener en cuenta a quienes, desde áreas como la nutrición, la neurobiología, la historia y filosofía del yoga… han revisado parcialmente este libro, como son, respectivamente, Rosa López Monís, José Alcamí, Andrea Motta o Matías Uribe.

    Por ello, en las siguientes páginas no habrá citas, salvo en casos puntuales donde quienes leen podrían querer buscar más información al respecto. E igualmente renuncio a la autoría de cualquier idea, aunque en paralelo asuma plenamente la responsabilidad de haberla escrito.

    Además, la licencia de estos contenidos refleja la naturaleza abierta de la evolución cultural. Nada de derechos de autor, nada de utilizar un nombre para lastrar la evolución cultural a cambio de un poco de lucro. La cultura nos viene como un regalo, un legado. Mantengamos su naturaleza altruista.

    Es precisamente ese flujo cambiante del mundo y la cultura lo que nos pide que nos replanteemos cómo nos relacionamos con el conocimiento. Hay quienes se identifican únicamente con quien sabe. Como no pueden no-saber, muchas veces acaban cayendo en el dogmatismo de una verdad incuestionable e inmutable. Detrás del dogmatismo y su correspondiente rigidez, se suele esconder una terrible fragilidad y una dependencia patológica de estas verdades absolutas.

    En el otro extremo encontramos a quienes se identifican con quien no sabe. Ello les lleva a una situación dramática de una búsqueda constante de una verdad que no se puede conocer, cuya imposibilidad se expresa con una belleza y un desgarro embriagador. Y es una pena, porque esta actitud suele mantener muchos mitos y no suelen profundizar en el entendimiento de conceptos vagos y laxos, con una filosofía que va un poco a la deriva. Y, como grandes personajes y varias escuelas están en esta situación, el drama de la búsqueda imposible de lo inefable e incognoscible, del Misterio per se, la cosa en sí, tiene una legitimidad incontestable.

    Entonces, ¿cómo podemos relacionarnos con el conocimiento? Pues moviéndonos entre los estados del saber y del no-saber, explorando verdades relativas y contextuales que nos ayuden a entender de manera transitoria hasta que descubramos algo mejor. Como decía Gandhi en su autobiografía: me disculpo porque quizás lo que acabas de leer no coincida con lo que pienso ahora. Es decir, el conocimiento es tan real como cambiante, al igual que lo es nuestra identidad individual.

    Lo que aquí se expresa está escrito con un lenguaje actual, que quizás no sea entendible para alguien de hace varios siglos y probablemente resulte anticuado para una persona que viva dentro de unos cuantos siglos, pero sí que refleja y transmite la esencia de los textos clásicos. ¡E incluso la mejora! O al menos la vuelve más útil. Porque ahora, por ejemplo, se sabe más sobre las emociones y las necesidades, sobre neurociencia y campos electromagnéticos. Y todo esto nos permite un enfoque mucho más integrativo.

    El género

    El libro está escrito con un lenguaje neutro al género, salvo que tengamos que hacer referencia al mismo. Cuando el género de las personas no es relevante, es interesante olvidarnos del mismo, pues eso nos ayuda a desactivar las estructuras bipolares (hombre/mujer) con las que vemos el mundo y nos impide aplicar los prejuicios que hemos asimilado, consciente o inconscientemente, durante nuestro proceso educativo. Es una manera de dejar de utilizar lo antiguo, de impedir que los estereotipos patriarcales de género sigan estructurando nuestra visión del mundo.

    Además, también tiene un sentido de inclusión. Tradicionalmente se ha utilizado el género masculino para definir a una colectividad, como muchos de nosotros sabemos. Además del género de las palabras, se utilizan también conceptos masculinos para la Humanidad o para grupos mixtos, como el hombre es un ser social o vámonos, chicos. Sin embargo, el espíritu de la inclusión, de la confluencia, de la unión… que está marcando esta nueva forma de entender y de hacer, requiere también sanar viejas heridas. Emplear palabras o expresiones neutras al género ayuda a todas las personas a sanar las heridas de la separación, a sentirse incluidas en los procesos de cambio, agentes que cuentan, que pueden aportar y aportan mucho. Cada palabra es un pequeño grano de arena. Y la constancia de la cotidianidad puede ser altamente transformadora.

    Desde lo sutil se crean nuevas realidades, y el lenguaje inclusivo es una de esas herramientas, pues viene de un corazón inclusivo y, a su vez, lo fomenta.

    Si bien algunas veces el género es irrelevante, otras veces supone un eje central de nuestro pensamiento porque hay realidades que están profundamente influidas por el género. En esos casos, sale de manera natural emplear las palabras que hacen referencia al género, como hombres o mujeres, siendo conscientes de que ambas son construcciones sociales y que, a la masculinidad y feminidad marcadamente patriarcales, les acompañan también otras formas de ser y de estar en el mundo, cambiantes y flexibles, nuevas masculinidades y feminidades, e incluso un infinito abanico de géneros. Pero explicitar lo viejo nos ayuda a ser más conscientes de ello y poder así crear lo nuevo.

    En cuanto al género de las palabras que en sánscrito son neutras, como āsana, se ha optado por seguir los usos y costumbres populares en vez de la norma rígida de la Real Academia de la Lengua Española que da preferencia al masculino, ya que la lengua es de quienes la utilizamos. Dicho esto, y como aclaración de āsana, la primera /a/ es larga, por lo que hay personas que la escriben o la pronuncian como esdrújula. Léase como más guste: āsana, ásana o asana, que la lengua también es de quien la lee. Y si quien sabe sánscrito encuentra una mezcolanza de sistemas de transliteración o algún error en la escritura de algún término, con antelación aclaro que no es un libro de sánscrito. Tómese todo con su correspondiente cautela.

    Consejos prácticos

    Aunque pretenda ser accesible y ameno, este libro no es una novela. Por lo tanto, el modo de leerlo ha de ser diferente. A veces quizás necesitemos leer algo dos veces, no porque sea algo que no se entienda la primera vez, sino porque una segunda lectura de algún párrafo aporte algo realmente valioso y transformador.

    La forma de procesamiento mental es rápida y puede ser bastante superficial. Sin embargo, cuando un conocimiento baja al cuerpo y es asimilado, podemos aprender mucho más y podemos integrarlo de manera más holística. Y si mientras leemos estamos escuchando las reacciones del cuerpo, podremos acceder a una sabiduría más profunda de la que se expresa en este libro. Es como si fuera una forma de meditar. Por ello, puede ser aconsejable leerlo un poco más despacio de lo que normalmente leemos. Es la diferencia entre leer un camino para desaprender la espiritualidad y transitar dicho camino.

    En el libro hay formas de entender el cuerpo, la mente, las emociones… tan diferentes de lo que nos han enseñado en la escuela que es esperable, y hasta sano y necesario, que la atención se nos vaya, una y otra vez, a experiencias pasadas. Esto no significa que tengamos poca capacidad para mantener la atención o que la mente nos esté saboteando nuestro camino espiritual, o nuestra lectura. Significa más bien que tenemos un valioso espíritu crítico y estamos reinterpretando nuestras experiencias según un nuevo conocimiento o una nueva perspectiva con la intención de ver si tiene sentido o incluso para integrar esas experiencias y desarrollar una mirada más compasiva. Así, nuestro camino no lo marca el libro, sino nuestra sabiduría interna. El libro, si acaso, nos da un buen empuje para reconciliarnos, integrarnos y entendernos, pero no marca la dirección.

    Aun así, si leemos este libro una segunda vez, sí que percibiremos una intención de favorecer un aprendizaje gradual, pues a los primeros capítulos se les podría sacar más chicha, pero para ello haría falta haber integrado conocimientos que hasta entonces no se han tratado. Así que no es de extrañar que quienes ya los tengan antes de leer el libro, lleguen a conclusiones u ofrezcan explicaciones que no están incluidas en los primeros capítulos. Y quienes los lean por segunda vez probablemente los disfruten mucho más que la primera. Además, al leerlo por segunda o tercera vez, integraremos conocimientos que en una lectura anterior pasaron desapercibidos. En cualquier caso es un libro para ser leído varias veces en la vida.

    En este proceso de relectura nos daremos cuenta de que el libro tiene un enfoque concreto, muy cercano al tantra integral. Por lo que, al leer los primeros capítulos, reconoceremos que se establecen ciertas generalizaciones con un punto de vista sesgado. Más adelante se incluirán otros puntos de vista para favorecer un empoderamiento crítico de quien lee estas páginas, pero aun así, este libro no contiene una verdad absoluta. De hecho, ninguno lo contiene. Todos los libros sobre yoga o espiritualidad tienen un enfoque concreto, lo cual es tremendamente entendible e inevitable. Lo importante es reconocerlo y no confundir nuestra visión de la espiritualidad con LA ESPIRITUALIDAD MILENARIA, como si acaso hubiese alguna. El enfoque filosófico que se expone en este libro es personal y no aspira a convertirse en una verdad fundamental sino en una herramienta para que cada persona enriquezca aún más su propia visión del mundo. Y también pretende ser una contribución más a la evolución colectiva del yoga y de la espiritualidad.

    En el libro también encontraremos muchas prácticas descritas. Al igual que se invita a leer despacio y sintiendo el cuerpo para in-corporar lo que leemos, también es muy interesante aprovechar todas las oportunidades de llevar a la práctica todo lo que encontremos en este libro. Y es importante que lo hagamos como un juego, atreviéndonos a experimentar todo aquello que no hayamos experimentado antes, incluso aunque sea diferente de lo que se propone aquí, para así entender todo desde la experiencia, sin dogmas.

    Y, como buena investigación, se enriquece enormemente si contrastamos nuestras experiencias con las de otras personas, siendo conscientes de que la mente y el organismo son procesos complejos y que los efectos de una misma práctica no tienen por qué ser los mismos en dos personas distintas.

    Toda esta colaboración va a generar un conocimiento que puede ayudar mucho a otras personas, como una comunidad científica que se enriquece porque comparte. Así, sería todo un regalo si compartimos estos conocimientos y experiencias con otras personas e incluso las ponemos a disposición de una segunda edición o una segunda parte de Lo profundo es sencillo en el correo miki0413@hotmail.com o en el perfil de IG @lo.profundo.es.sencillo.

    Con la colaboración de toda la comunidad investigadora, podemos llegar a la esencia de todas las tradiciones y prácticas espirituales, compartirlas sin dogmas y permitir que ese mundo que intuimos que es posible emerja, florezca y dé unos frutos que posibiliten que las generaciones venideras sigan el curso de la historia hacia una sociedad que conviva plenamente en armonía.

    Para que nuestro proceso espiritual dé frutos hay dos claves: persistir y soltar el control.

    En la espiritualidad, quien camina a hombros

    de gigantes acaba con las piernas atrofiadas.

    Desarrollemos un espíritu crítico, una intuición,

    naveguemos, equivoquémonos y sigamos aprendiendo.

    No nos dejemos impresionar por dogmas, argumentos de autoridad o palabras que no entendamos. Nos merecemos entender, podemos entender.

    La espiritualidad no es para unos pocos elegidos.

    Es para ti, es para mí, es para disfrutarla.

    ¿QUÉ ES LA ECONOMÍA DE LA GENEROSIDAD?

    Quizás sorprenda comenzar un libro sobre espiritualidad hablando sobre economía, pero poco a poco iremos entendiendo que todo está íntimamente relacionado, que ciertas estructuras mentales generan ciertos patrones de comportamiento y que, al cambiar estos patrones de comportamiento, podemos cambiar nuestras estructuras mentales. Así que empecemos…

    La economía de la generosidad se puede traducir como economía del don, economía del regalo o economía de la confianza, por dibujarlo a pinceladas.

    Es el resultado de olvidar la pregunta ¿en qué me puedo beneficiar de una relación? y centrarnos en la pregunta ¿qué puedo aportar a una relación?

    Así surge una actitud que genera este tipo de economía, pero que también construye relaciones basadas en el amor y la generosidad.

    Hay una gran diferencia entre gratuidad y gratitud.

    La gratuidad es la cualidad de las cosas que son gratis, es decir, que se dan sin posibilidad de poder contribuir o, por el contrario, con el deseo de que consumamos algo en el futuro, como la publicidad.

    La gratitud es el sentimiento que nos lleva a sentir agradecimiento y es la que activa nuestra generosidad: cuando nos sentimos en plenitud, que no nos hace falta nada más, damos de corazón, la generosidad brota de manera espontánea. La gratitud, además, es incompatible con el sufrimiento.

    Así de poderosas son las relaciones que se establecen en la economía de la generosidad: es un proceso de transformación interior que da lugar a y se alimenta de una transformación de la economía.

    Si quieres cambiar una pequeña parte del mundo, puedes empezar ya.

    EL CAPITAL ESPIRITUAL

    ¿Por qué tendría que pagar a mi profesor de yoga, taichí o meditación si no produce nada?

    Es una pregunta entendible en una sociedad donde la mayor parte de la gente tiene una vida bastante dura y unas condiciones muy precarias en empleos donde les pagan por producir, vender… en definitiva: a la mayor parte de la gente le pagan por hacer algo que la economía valora.

    Entonces, ¿tiene sentido pagar a alguien para que practique silencio, contemplación, lea sobre filosofía o practique yoga o taichí por su cuenta?

    En muchas otras sociedades siempre ha habido o hay una parte de la población que se dedica a estas prácticas contemplativas y, o bien reciben subvenciones del gobierno, o bien reciben contribuciones de personas o bien las dos. En nuestra sociedad, la principal referencia de esto es la Iglesia católica, que muchas personas perciben como poco espiritual, muy conservadora y que responde a intereses creados que son, en realidad, muy poco cristianos.

    Así que la mayoría nos hemos quedado sin referencias para percibir la importancia del papel contemplativo en la sociedad. Por lo tanto, a veces nos cuesta entender que una persona pueda dedicarse a enseñar meditación. Quizás la práctica de asanas de yoga sea más asumible, por aquello de que requiere fuerza física ¡donde incluso puedes llegar a sudar! Pero si vamos a una práctica muy suave de posturas pueden saltar otra vez las alarmas de ¿por qué iba a tener que pagar por esto si no ha habido esfuerzo físico?

    Nos han educado para ver la riqueza como dinero. Así, una persona rica es una persona que tiene mucho dinero. Quizás, si le damos una vuelta más, podemos ver que nuestro trabajo también es una forma de riqueza, ¡que para eso nos pagan! O incluso podemos ver riqueza en la Naturaleza: recursos naturales. Pero hay una forma de capital que no aparece en los manuales de economía: el capital espiritual.

    Sí, son estas personas que acumulan en su haber horas de silencio, presencia, estudio y dedicación devocional. Son estas personas las que nos aportan perspectiva, las que desarrollan una amabilidad mucho más honda y auténtica, las que mejor escuchan, las que mejor abrazan, las que, con unas sencillas palabras, nos permiten entender algo que nos llevaría horas de estudio y práctica… Son personas cuya presencia transmite paz. Y, aún más, son capaces de enseñarnos a producir ese capital espiritual en nuestra propia vida.

    En un momento histórico donde nos desconectamos de nuestro cuerpo, donde ya no saludamos a la gente por la calle ni tenemos la confianza de dejar a nuestras hijas e hijos con nuestras vecinas, donde hay cada vez menos lugares de encuentro en las plazas que no sean de pago, donde cada vez tenemos menos contacto con la Naturaleza… es en este momento de gran desconexión donde el capital espiritual se vuelve más valioso, pues nos ayuda a reconectar.

    Se dice que la industria del yoga mueve solo en EE. UU. unos 10 000 millones de dólares al año. Esta industria incluye unas prácticas que se disfrazan de espiritualidad pero fomentan la competición y la autosuperación por encima de la escucha al cuerpo y la interiorización, pero también incluye un yoga que nos conecta y nos aporta salud, una meditación que nos aporta un sentido de profundidad y serenidad en nuestra vida cotidiana, unas prácticas que nos vuelven seres más compasivos, cariñosos y conscientes. Es esa espiritualidad la que es valiosísima, la que nos enriquece con ese capital espiritual, independientemente del capital financiero que mueva al año.

    ¿Significa eso que quienes ofrecemos una sesión de posturas o un espacio de meditación hemos de cobrar dinero porque si no, no le estamos dando valor? No. Significa que es legítimo recibir dinero por ello. También significa que, si alguien nos ofrece una práctica espiritual como un regalo, nos está regalando algo valioso (a veces mucho más que el dinero) y, por lo tanto, podemos sentir la misma gratitud o más que si alguien por la calle nos da dinero porque sí o nos encontramos con que alguien que no conocemos nos ha dejado pagada una comida en un restaurante. Hablamos de ese tipo de gratitud.

    Podemos pagar para que una persona siga cultivando silencio, tan valioso en la era del ruido, o podemos aceptar su ofrecimiento como un regalo. Pero, en cualquier caso, lo que recibimos tiene un valor incalculable. Muchas veces no se puede expresar en dinero, al igual que pasa con el capital natural u otras formas de capital. ¿Cuánto cuesta la extinción de una especie? ¿Cuánto dinero perdemos cuando una lengua deja de hablarse o el conocimiento sobre cómo usar ciertas hierbas medicinales se pierde? ¿Cuánto podríamos pagar por ese abrazo en ese momento tan oportuno, ese momento donde nos han escuchado sin juzgarnos o ese momento de acompañamiento que nos ha permitido volver a sentir esa conexión con el resto de la realidad? ¿Cuánto dinero merece una persona que nos da unos consejos sobre meditación que nos cambian nuestra práctica y nuestra vida? ¿Tendríamos que pagar más a una persona con familiares a su cargo que a alguien que lleva una vida muy sencilla y no mantiene a nadie más?

    Termino con preguntas porque, como en la espiritualidad, lo que más sabiduría nos aporta son las preguntas. Porque una pregunta, cuando está bien planteada, viene cargada de sabiduría.

    Por cierto, ¿cuánto te ha aportado leer esto?

    ¿QUÉ ES LA ESPIRITUALIDAD?

    Si bien hay muchas formas de definir la espiritualidad, exploraremos aquí una definición que va más allá de la forma que tome y se centra en los efectos que produce. Será una definición útil e inclusiva, y nunca un nuevo dogma. Empecemos.

    Hay muchas formas de habitar este mundo. Y todas se mueven entre la separación y la unión total.

    Nuestro cerebro integra los pensamientos, las sensaciones, las emociones… para construir una ilusión de un yo separado del resto del Universo. Esto nos permite sobrevivir en ciertas situaciones y protegernos de amenazas demasiado intensas. Es decir, la separación también cumple un papel en nuestra vida. Y es necesario reconocerlo y agradecerlo.

    Ahora bien, todo es cuestión de equilibrio. Si las estructuras que generan esta ilusión de separación están muy activas, la persona habita en la dualidad y se vuelve egoísta, autorreferencial, desconectada de su cuerpo, de sus emociones, de las emociones de otras personas, individualista e incapaz de vivir un sentido de pertenencia a una comunidad, a la Naturaleza, a la Humanidad… Y nuestra vida se vuelve miserable.

    La espiritualidad es toda aquella práctica que tiende a reducir la actividad de estas estructuras cerebrales y nos vuelve menos duales y autorreferenciales, promoviendo la generosidad y conectándonos con nuestro cuerpo, con nuestras emociones, con las emociones de otras personas, permitiéndonos experimentar ese profundo sentimiento de pertenencia a algo superior: una comunidad, el valle, la Humanidad, la Naturaleza, el Universo… Y, en su justa medida, nuestra vida se vuelve maravillosa.

    Una persona totalmente autorreferencial diremos que tiene una identidad totalmente individual, donde lo individual excluye a todo lo que le rodea. En cambio, una persona que está en plena comunión con el Universo, en plena experiencia mística, diremos que tiene una identidad totalmente relacional: se siente parte de un todo mucho más grande. Esto no significa que una persona con una identidad relacional pierda el sentido de individualidad, al contrario: tiene una individualidad bien equilibrada y cada uno de sus elementos está en perfecto equilibrio con su entorno.

    Entre estos dos estados nos movemos durante toda nuestra vida. Quizás una experiencia traumática o la percepción de una amenaza vuelvan nuestra identidad un poco más individual. Así nos protegemos, que es necesario a veces. Sin embargo, alguna práctica espiritual, un regalo hecho de corazón, unos cuidados hechos o recibidos con amor, un paseo consciente por el bosque o bañarnos en un río puede que nos abra a sentir una conexión más o menos profunda con nuestro cuerpo, con alguna persona o ser, con una comunidad, con la Naturaleza o con el Universo entero, por ejemplo. Entonces nuestra identidad será un poco más relacional. Seremos junto con aquello a lo que nos hemos vinculado.

    En la actualidad, entre vivir una vida llena de sufrimiento o de plenitud, lo primero es más común. Por eso es tan necesario fomentar las prácticas y las experiencias espirituales, para generar cohesión, vínculo, generosidad, escucha, altruismo, conexión, sentimiento de pertenencia…

    Además de influir en cómo nos sentimos, nuestra identidad, ya sea más individual o más relacional, influye en cómo nos comportamos, qué tipo de relaciones establecemos y cómo vivimos en el mundo. Por ello, es tan necesario fomentar las prácticas y las experiencias espirituales, para disfrutar y ser capaces de trabajar en equipo, en comunidad, para que nuestras acciones beneficien a cuantas más partes mejor, para llegar a acuerdos, para tener en cuenta a las generaciones venideras, para vivir en un mundo más armonioso, más justo y más bello… y muchas potencialidades más que podemos desarrollar.

    Empecemos este camino de reconciliación y abrazo de todo lo que somos…

    LOS FALSOS ENEMIGOS DEL SER

    Hoy siento rabia, mucha rabia, así que he decidido escribir esto con rabia, aceptando mi rabia y poniéndola al servicio de quien lea estas páginas.

    En la Edad Media europea eran comunes los sortilegios, conjuros y amuletos para espantar a los demonios. La vida se dividía entre las fuerzas de la luz y las fuerzas de la oscuridad, siempre en lucha, y por el poder de Cristo Redentor, la gente expulsaba fuera de sus vidas lo que no quería.

    Por suerte, en el mundo moderno hemos avanzado mucho y ya no creemos en esas cosas. ¿O quizás sí, pero ahora hagamos lo mismo con otro nombre?

    En la espiritualidad mucha gente habla de la no-dualidad, de un mundo coherente, integrado y unificado. Sin embargo, tendemos a crearnos enemigos: la mente, el ego, ciertas emociones que juzgamos como negativas y escondemos en nuestras sombras (de ahí viene nuestro lado oscuro), o ciertas personas que juzgamos como de baja vibración, o comportamientos negativos o malos… Y eso es más dualidad, más represión emocional, más violencia en forma de juicios, más sufrimiento en una lucha atroz e interminable contra un enemigo que está dentro: es tu mente la que dice eso, es el ego el que habla por ti… ¡No! ¡Basta! Dejemos de crear tanto sufrimiento…

    Cada emoción es una respuesta de la inteligencia corporal, que es muy superior a la racional. Cada emoción nos informa de cómo están de satisfechas nuestras necesidades y, por ello, de cómo estamos. Escuchar es una forma de amor. Así que la espiritualidad nos lleva a escuchar y abrazar todas nuestras emociones.

    Si juzgamos nuestras emociones como algo negativo no nos estamos permitiendo sentirlas, quizás por miedo a no alcanzar la iluminación o por miedo a tener una vibración baja. Esto es lo que conforma la mayor represión emocional de la pseudo-espiritualidad. Nuevamente supone separarnos de nuestras emociones, crear separación, dualidad.

    Y digo pseudo-espiritualidad porque la represión emocional es una forma de escapar de nuestras emociones, de liberarnos de ellas. Es lo que se conoce como baipás espiritual, y es una huida del dolor del individuo, que quiere trascender dando un salto, fusionándose directamente con el universo o con la consciencia universal, escapando del dolor acumulado. Si somos un Ser Superior que está más allá de todo eso, hay un Ser Inferior que no queremos ser, donde ocurre todo aquello que no queremos sentir. Y así tenemos perlas como que la iluminación consiste en trascender, trascender incluso el amor, liberarnos de él, no sentir absolutamente nada, estar más allá de las emociones.

    Venga, tomemos ese dolor del que queremos escapar, abracémoslo y desarrollemos una mirada compasiva hacia todos los seres. Después de todo, no siempre tenemos fuerzas para enfrentarnos a nuestros miedos, dudas, sufrimiento, heridas… no siempre está el horno para bollos… Y darnos cuenta de esto y desarrollar una mirada compasiva nos puede hacer conscientes de por qué hacemos lo que hacemos y de qué queremos hacer. Es decir, cada comportamiento es una estrategia más o menos acertada para satisfacer una necesidad nuestra o de algún ser al que queremos.

    Entonces, ¿por qué hay personas que utilizan más el conflicto, la oposición, la dualidad… y otras más el amor, la colaboración, el bien común?

    Esto se debe a que algunas personas tienen una identidad más individual, es decir, son más autorreferenciales, más tu beneficio es mi perjuicio y viceversa, más yo, mí, mío, más propiedad privada, más competencia… y más desconexión con sus emociones, con las emociones de otras personas, con sus comunidades, con la Naturaleza… Otras personas, sin embargo, tienen una identidad más relacional: aceptan y utilizan sus emociones y sus pensamientos, se conectan con sus necesidades y las de otras personas, tienen más compasión, más conexión, trascienden más la ilusión de individualidad y se enfocan más en la relación.

    ¡Caíste otra vez! Ya has establecido otra dualidad: identidad individual vs. identidad relacional, mal vs. bien, ego vs. no-ego, mente vs. no-mente… No, no son opuestas, sino que son un continuo. Puesto en porcentaje de conexión, la identidad individual total sería el 0 %: habitar en la crueldad absoluta, la indiferencia, la paranoia, lo blanco o negro. Y la experiencia mística sería el 100 %: habitar en el amor absoluto, la armonía, lo unificado, ver los opuestos como complementarios. Normalmente hay personas que están, pongamos, entre el 30 y 40 %, hay momentos y momentos y días y días… y gracias a su práctica espiritual pueden pasar a estar entre el 55 y el 64 %. ¡Pues qué guay! ¡Eso que ganan! Ya son un poco más compasivas y tienden más a la colaboración y al bien común… ¡Yuhu!

    Así que la próxima vez que escuchemos decir la mente siempre intenta engañarte, eso lo dice el ego, las emociones negativas no son espirituales y bajan tu vibración, recordemos que es una huida totalmente legítima que proviene de no querer lidiar con tanto dolor. Esa compasión que emerja de sentir nuestro propio dolor, o el dolor de otras personas, nos hará capaces de empezar a disolver esos falsos enemigos del ser y a darnos cuenta de que somos lo que andábamos buscando.

    Si dejamos de huir y de buscar, que al fin y al cabo es lo mismo, encontraremos, seremos.

    ¿SOMOS NUESTRAS EMOCIONES?

    Si crees que la respuesta es sí o es no, te invito a seguir leyendo. Creo que este texto te aportará una nueva perspectiva reconciliadora y útil.

    Muchas veces se dice que no somos nuestras emociones y que tenemos que observarlas y dejarlas pasar. Pero, ¿es cierto?

    Pues no es cierto para luego serlo, en parte. Realmente depende del estadio en el que nos encontremos dentro de nuestro camino espiritual.

    Cuando la respuesta es «sí»

    Y es que solo cuando hayamos sanado muchas de nuestras heridas e integrado nuestras distintas partes, podremos conectar con estados de consciencia que trascienden las emociones tal y como las conocemos, así como el espacio, el tiempo y lo que queramos. Solo cuando estemos en paz con nuestra individualidad podremos trascenderla y volver nuestra identidad más relacional.

    Si intentamos acceder a ese estado trascendente sin escuchar nuestras emociones ocurrirán dos cosas. La primera es que perderemos algo valioso. No escuchar nuestras emociones es una opción muy poco inteligente porque las emociones nos proporcionan información a tiempo real y muy precisa sobre el estado de satisfacción de nuestras necesidades. La segunda es que estaremos cayendo en el baipás espiritual: una práctica antiespiritual que nos desconecta de nuestro sufrimiento y convierte nuestra práctica espiritual en una práctica narcotizante y escapista.

    Por lo tanto, primero hemos de establecer una conexión profunda con nuestras emociones. Y para ello hemos de entenderlas con mucha mayor profundidad y empezar a utilizar un nuevo vocabulario. El vocabulario es importante, porque nombrar algo puede ser útil para hacernos conscientes de ello. Incluso, se podría decir que nombrar algo genera nuevas realidades, pues las personas se comportarán de manera diferente si son conscientes de algo nuevo.

    Cuando hablamos de controlar las emociones, suena demasiado a represión emocional. Y además implica una separación. Podemos controlar un robot, una máquina o a una persona, pero sería raro controlar nuestra mano izquierda, salvo que nos sintiésemos como un pequeño marcianito dentro del cráneo que mueve unas palancas que controlan el cuerpo. Entonces, al igual que no decimos que controlamos la mano izquierda sino que la movemos porque es una parte de nuestro ser, tampoco podemos hablar del control emocional si queremos entender las emociones en un nivel más profundo. Nuevas relaciones necesitan nuevas expresiones.

    La expresión gestionar las emociones puede ser un poco más suave, pero tiene el mismo inconveniente: gestionamos cosas, empresas, nuestras cuentas, nuestra casa o el tiempo, pero no gestionamos nuestro riñón derecho.

    Para unirnos con nuestras emociones nos vendrá bien el amor. Y cuando alguien nos habla, demostramos nuestro amor escuchando. Así, cuando nuestras emociones nos hablan y nos cuentan cositas sobre nuestras necesidades, escucharlas es una forma de amor, una forma de integrar la información que nos traen dentro del funcionamiento de nuestro cuerpo, como si fuesen una piececita más dentro del engranaje biológico que es nuestro cuerpo. Pongamos esta expresión a prueba: ¿podemos escuchar nuestro corazón, nuestra intuición, nuestro cuerpo? Sí, porque son parte de nuestro ser. También podemos escuchar a una persona, que a priori sería algo distinto, pero ocurre una cosa curiosa: cuando escuchamos a otra persona estamos siendo la relación que establecemos con ella. De hecho, dependiendo de lo profunda que sea la escucha, podemos llegar a in-corporar a la otra persona hasta el punto de sentir lo que siente. Por lo tanto, escuchar nuestras emociones es una expresión que nos acerca a ellas.

    Al escuchar nuestras emociones llevamos nuestra atención a ellas, las atendemos, les damos atención y nos unimos a ellas al igual que una atención sostenida en un objeto nos funde con él. Es decir, llevar la atención a nuestras emociones también nos acerca a ellas.

    Hay otra expresión que puede gustarnos más o menos y es la de ser conscientes de nuestras emociones. Y digo más o menos porque se puede malinterpretar. En mindfulness a veces cuentan la técnica de hacernos conscientes de las emociones, nombrarlas y dejarlas pasar. Sería equivalente a ver a una persona sufriendo, entender qué le hace sufrir y qué necesita, mirarla a los ojos y pasar de largo. ¡Qué crueldad y falta de respeto! Si no actuamos así, entonces la expresión puede ser interesante.

    La expresión conectar las emociones con la consciencia me gusta especialmente porque reconoce que tenemos una parte consciente y otra inconsciente, aunque la frontera entre una y otra sea bastante gradual y cambiante. Digo gradual porque hay cosas sutiles que sospechamos que existen o cosas de las que somos un poco conscientes. Y digo cambiante porque podemos hacernos conscientes de la respiración o de una mala postura y, al rato, nos volvemos a olvidar.

    Además, conectar las emociones con la consciencia implica que las emociones son parte de nuestro ser y que hay otra parte que no es emoción. Esto es muy importante porque hay personas que se identifican totalmente con la emoción. Para estas personas la emoción no es solo una parte de su ser, sino que son totalmente la emoción, por ejemplo, quienes dicen que son personas ansiosas o tristes. Realmente no son la emoción, sino que tienen un patrón emocional concreto, es decir, tienden a responder con esa emoción. Y claro, esas emociones acaban magnificadas, estancadas, sacadas de contexto y desbordando a la persona. Como en este caso las emociones no están en equilibrio con el resto del cuerpo, entonces acaban afectando a nuestros órganos y desequilibrando al organismo entero. Para evitar situaciones como esta o como la del secuestro emocional, acabamos reprimiendo, dominando, controlando, gestionando o pensando que no somos nuestras emociones para insensibilizarnos un poco y tener algo de paz interior…

    Y es que identificarnos con algo implica que yo = eso, es decir, que soy solo eso y nada más que eso. Pero lo contrario, yo ≠ eso, no es necesariamente un yo no soy eso, sino que puede ser un yo soy eso y además soy más cosas, es decir, yo > eso.

    Por lo tanto, al ser las emociones tan solo una parte, la consciencia permanece clara y serena. Al conectar las emociones y la consciencia, las integramos y nos volvemos más coherentes, es decir, funcionamos de manera más armónica: cada parte cumpliendo una función y relacionándose en armonía. Esta coherencia interna hace que los efectos de las emociones en los órganos sean transitorios y adaptativos, nunca patológicos. Por ello, es importante distinguir entre emociones y patrones emocionales. Y es que las emociones, cuando están en equilibrio, nos ayudan a vivir mejor. Por lo que no tiene ningún sentido evitarlas.

    Después de todo, las emociones son parte del Universo. Y si queremos ser uno con el Universo, no podemos separarnos de una parte y pretender fusionarnos con el resto. La espiritualidad, el proceso de conexión, pasa por ser uno con nuestras emociones, integrarlas en nuestro ser como expresión de la sabiduría del cuerpo.

    Veamos un ejemplo sobre la diferencia entre, por un lado, controlar o gestionar y, por otro, escuchar o conectar la consciencia con las emociones. Imaginemos que vamos a coger un avión y el tren que nos lleva al aeropuerto se cancela. De repente una emoción emerge. Pongamos que es la ansiedad.

    Controlar la ansiedad sería dejar que no nos sobrepase, incluso aunque tengamos que echar mano de la represión emocional, desconectarnos de la ansiedad o hacernos insensibles a ella, quizás distrayéndonos con algo como el móvil o la respiración.

    Gestionar la ansiedad podría implicar aplacar sus síntomas, quizás respirando hondo, o convencernos de que no hay razón para sentir ansiedad y así calmarnos, aunque quizás sí que haya motivos para sentir lo que sentimos y exista el riesgo de perder el avión.

    Sin embargo, escuchar las emociones o conectar la consciencia con las emociones implica dos cosas:

    Por un lado, nos ayuda a entender por qué está apareciendo esa emoción: tenemos miedo de perder el avión y tener que comprar otro billete o llegar tarde a algo importante.

    Por otro, implica el poder aprovechar las emociones. En este caso, la ansiedad nos mantiene alerta y nos aporta un estrés positivo que podemos utilizar para resolver la situación.

    Tanto entender la emoción como aprovecharla, se juntan cuando empezamos a sopesar el tiempo que tenemos hasta que salga el avión, las posibles alternativas para llegar al aeropuerto y el tiempo que nos toman. Entonces, la emoción nos impulsa a actuar para resolver una situación que ponía en peligro una necesidad.

    Finalmente, si sabemos el papel de la ansiedad (darnos un plus de energía para no perder el avión) podemos regular esa energía. Por ejemplo, nos podemos activar cuando estemos mirando otras alternativas, para luego tranquilizarnos y confiar cuando hayamos tomado una decisión y estemos de camino al aeropuerto… para volvernos a activar cuando lleguemos al aeropuerto y agradecer a la ansiedad cuando hayamos cogido el vuelo.

    Escuchar nuestras emociones y utilizarlas para nuestro beneficio es, sin duda, lo más inteligente. Además de volvernos un ser más armónico, podemos realizar una práctica espiritual en cualquier estado emocional porque, recordemos, no hay emociones positivas ni negativas.

    Cuando la respuesta empieza a dejar de ser «sí» y es un «sí y no solo»

    Conforme vamos conectando con nuestras distintas partes, abrazándolas de manera compasiva e incondicional, nuestra identidad se va volviendo menos individual y más relacional. Poco a poco vamos sintiendo más allá de nuestra referencia individual y nos abrimos a procesos más globales. Conforme vamos siendo capaces de conectar de manera más profunda con otras personas empezamos a ser más capaces de ponernos en su lugar y de intuir lo que sienten. Incluso, cuando la conexión interpersonal es muy clara, podemos sentir lo que la otra persona está sintiendo de manera simultánea, sim-pática, casi como si fuésemos un espejo.

    Esto, aunque parezca raro, puede ocurrir cuando la persona no está presente. Se han realizado experimentos de mascotas que saben cuándo vuelven a casa las personas que los cuidan o de madres que saben si su bebé tiene hambre porque sienten un picor en los pezones o de personas que pueden averiguar quién les llama antes de coger el teléfono. Estos procesos son más claros cuanto más cercano es el vínculo entre los seres.

    También hay ocasiones en las que podemos sentir un dolor que no es nuestro propiamente dicho, pero sí en parte. Por ejemplo, podemos sentir (no digo imaginar, sino sentir) el dolor de un pueblo azotado por la guerra, o el dolor de las mujeres que sufren la violencia del patriarcado o el dolor de las víctimas de una dictadura o de un genocidio a gran escala. Podemos sentir dolores colectivos e incluso dolores históricos.

    Cuando estamos en un grupo, podemos acabar manifestando algo que el grupo necesita expresar, no porque sea una emoción nuestra, sino porque flota en la red de relaciones del grupo. Esto puede servir para sanar heridas colectivas o satisfacer necesidades grupales. Sea como sea, lo que está claro es que es una experiencia poco cotidiana pero bastante común.

    También podemos trascender las barreras de nuestra especie y sentir el dolor de la Naturaleza, tan castigada por una especie que se siente separada de ella. Entonces quizás sintamos el dolor de individuos de una especie en extinción que no encuentran con quién reproducirse o dónde poner su descendencia.

    Más allá del dolor, también se puede sentir todo el amor que la Naturaleza nos tiene, a pesar de… O toda la compasión que ha habido en procesos de reconciliación, o en campañas no-violentas a lo largo de la historia.

    Conforme nos vamos abriendo a las relaciones que somos y de las que formamos parte, nuestras emociones también se van modificando. Seguimos pudiendo sentir las emociones individuales, que nos hablan de necesidades individuales, ya sean propias o de alguien con quien tenemos una buena relación. Y además empezamos a sentir emociones colectivas, que nos hablan de necesidades colectivas. Abrirse a ello es maravilloso, aunque no siempre agradable. Es una experiencia de lo más espiritual y un resultado de nuestro camino de conexión.

    Cuando la respuesta es «no» sin que eso contradiga lo anterior

    Conforme vamos profundizando en nuestro proceso espiritual vamos pasando de una lógica de blanco o negro donde esto es cierto y esto otro es falso, a una lógica más cercana a la realidad paradójica en la que vivimos, donde esto es cierto y esto otro también. Puede ser un poco desconcertante si no lo hemos experimentado, pero cuando nos damos cuenta de ello nos parece algo tan natural y aplastante como ilógico, según la lógica de blanco y negro.

    Es cierto que en algunos estados meditativos profundos podemos sentir una gran paz interior que todo lo inunda y desborda. Durante unos instantes en los que el tiempo parece desvanecerse, el cuerpo se acalla, las emociones se calman y la mente parece desaparecer. Es como un estanque en el que la superficie está totalmente en calma.

    Podemos confundir el estanque con un espejo o con parte de un paisaje, donde parece que el estanque no existe, sino que es un pedacito de cielo en la tierra. Sin embargo, existe, está ahí. Simplemente su superficie no se mueve y, como no tenemos costumbre de experimentar ese estado de quietud, nos cuesta reconocer la superficie como superficie y el estanque como estanque.

    Las personas que han tenido esa experiencia de quietud pueden confundirlo con un estado donde no hay emociones, ni cuerpo, ni mente y, por lo tanto, cuando están en ese estado pueden creer que no son ni emociones, ni cuerpo, ni mente, sino que son un ser de luz separado de todo eso. Como la mirada del Tiranosaurus Rex, que no ve las presas que no se mueven, nuestra mirada nos lleva a creer que, al no moverse, las emociones, el cuerpo y la mente han desaparecido.

    Y al poco salimos de ese estado de quietud donde nos hemos sentido tan bien… y el cuerpo, las emociones y la mente se vuelven a mover, y las volvemos a reconocer en su estado cotidiano. Quienes caen en la tentación de pensar que la experiencia de quietud es más verdadera que la experiencia cotidiana, empiezan a considerar a esta última una ilusión, por lo que niegan las emociones, dejan de escucharlas y se desconectan de ellas. Y como encima hay toda una filosofía muy extendida que afirma precisamente eso, que son una ilusión, pensamos que hemos accedido a un conocimiento muy profundo y que el mundo verdaderamente es una ilusión, por lo que queremos huir de él para encontrar la verdad última y acabamos en el baipás espiritual.

    Cualquier filosofía en el yoga está hecha para ayudarnos a calmar la mente. Durante la meditación nos puede ayudar todo lo que genere una tendencia de la atención a permanecer estable. Así, si pensamos que las emociones, los pensamientos y las sensaciones no son nuestra esencia, ni son lo que estamos buscando, entonces la atención tenderá a ignorarlas y a centrarse en nuestro objeto de atención. Y eso nos ayudará a conectar existencialmente con ese objeto, a fundirnos con él. Pero todo acaba ahí. Llevarlo fuera de la meditación sería negar el mundo, desentendernos de él y acabar en el mencionado baipás espiritual, desconectando.

    Para mí la guía fundamental es el amor, la conexión. Todo lo que nos separe y desconecte sistemáticamente, estorba. Todo lo que nos ayude a unir, integrar y reconciliar es una herramienta espiritual.

    Teniendo esto claro, podemos transitar nuestro camino espiritual sin miedo a perdernos ni necesitar de guías externas.

    El taller emocional

    Las emociones son herramientas que nos ayudan a estar mejor.

    Si no atendemos a nuestras emociones, se quedarán guardadas durante el tiempo que sea necesario. Las emociones no atendidas se encajan en nuestro cuerpo y nuestra mente. De hecho, con terapias corporales de sanación es posible que alguien de sesenta y tres años llore como un bebé

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