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Teorías de lo ilegible: Arte e ilusión de presencia en la literatura
Teorías de lo ilegible: Arte e ilusión de presencia en la literatura
Teorías de lo ilegible: Arte e ilusión de presencia en la literatura
Libro electrónico300 páginas4 horas

Teorías de lo ilegible: Arte e ilusión de presencia en la literatura

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Teorías de lo ilegible: Arte e ilusión de presencia en la literatura aborda las apropiaciones de la obra literaria por parte de las artes visuales y de las artes visuales por parte de la literatura. A través de la consideración de ejemplos de diferentes géneros literarios y artísticos, el libro indaga por las nuevas perspectivas de sentido que se abren con el diálogo entre lo visual y lo verbal, en particular a partir de casos en los que este vínculo produce extrañamiento e innovación estética.
Entre otros, se estudian fenómenos como la profanación de la imagen sagrada y la relación entre vanguardia y estética de la crueldad; se analizan obras literarias que funcionan como museos, falsas historias del arte y alegorías del montaje artístico, y se discute la imagen pornográfica asociada a la sumisión femenina en el arte y la cultura popular. Autores como José Saramago, Roberto Bolaño, Orhan Pamuk, Álvaro Mutis, Ricardo Cano Gaviria, Octavio Paz, y Borges y Bioy Casares dan pie para las consideraciones.

La escritura ensayística de los textos contenidos en este libro permite una aproximación al tema que no precisa de conocimientos especializados, sin dejar de hacer aportes a la crítica y a la teoría.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ago 2023
ISBN9789585011793
Teorías de lo ilegible: Arte e ilusión de presencia en la literatura

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    Teorías de lo ilegible - Efrén Giraldo

    Teor_as_de_lo_ilegible_X_1500PX.jpg

    Efrén Giraldo

    Teorías de lo ilegible

    Arte e ilusión de presencia en la literatura

    Estética
    Editorial Universidad de Antioquia®

    Colección Estética

    Editorial Universidad de Antioquia®

    © Efrén Giraldo

    © Editorial Universidad de Antioquia®

    ISBN: 978-958-501-173-1

    ISBNe: 978-958-501-179-3

    Primera edición: julio del 2023

    Motivo de cubierta: Guerrilla Girls, Do women have to be naked to get into the Met. Museum, © Guerrilla Girls, cortesía, guerrillagirls.com

    Hecho en Colombia / Made in Colombia

    Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia®

    Editorial Universidad de Antioquia®

    (57) 604 219 50 10

    editorial@udea.edu.co

    http://editorial.udea.edu.co

    Apartado 1226. Medellín, Colombia

    Imprenta Universidad de Antioquia

    (57) 604 219 53 30

    imprenta@udea.edu.co

    Las imágenes incluidas en esta obra se reproducen con fines educativos y académicos, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 31-43 del capítulo III de la Ley 23 de 1982 sobre derechos de autor

    Imágenes: Carlos Uribe, Horizontes 1999, © Carlos Uribe; Débora Arango, Friné o trata de blancas, © Colección Museo de Arte Moderno de Medellín, fotografía de Carlos Tobón; Guerrilla Girls, Do women have to be naked to get into the Met. Museum, © Guerrilla Girls, cortesía, guerrillagirls.com; Orlan, La reencarnación de Santa Orlan, ©

    orlan

    Las cosas son estudiadas y amadas en el escenario que comparten, es decir, en el único teatro de su destino

    Walter Benjamin, Libro de los pasajes

    Introducción

    Este libro se dedica a dos intereses principales: la literatura y las artes visuales. Su título recoge una dualidad ya advertida en la historia de las ideas estéticas: la que se da entre la creación con palabras y la creación con cosas. La teoría nos recuerda que, en el primer grupo, están aquellos artefactos a los que hemos dado el nombre de literatura, mientras que en el segundo se reúnen cuadros, pinturas, grabados, dibujos, instalaciones, acciones corporales y todo lo que, bajo formas impensadas, nos ha dado el universo, y que por comodidad —y tal vez por una especie de homenaje al origen de las técnicas— hemos llamado arte.

    Esta dualidad reposa sobre la certeza de que los universos visual y verbal tienen vías de comunicación harto problemáticas o, más bien, sobre la convicción de que es imposible reducir uno de los dos al otro, pese a que el universo verbal haya afirmado su primacía bajo la idea de que el lenguaje es el sistema que explica a los demás. Como han mostrado más de tres siglos de teoría, ese carácter irreductible es el que define la riqueza de los problemas que involucra la relación que pactan ambos universos. Por eso, este libro pretende recuperar la negatividad que ronda la presencia de una imagen en un texto, más allá de la ilusión de presencia que subyace a las representaciones verbales. Cada obra creativa formula, a su modo, una teoría sobre lo ilegible, allí donde la zona del silencio reclama sus derechos.

    Ahora bien, existen diálogos, incorporaciones y yuxtaposiciones que tienen validez en una doble vía. Primero, en una dirección creativa —o productiva—, ya que simplemente es poco posible que exista algo así como la pureza de medios o que renunciemos a las posibilidades temáticas que un universo semiótico le ofrece al otro. Las formas extremas de esa incorporación o apropiación son, como se sabe, dos procedimientos antónimos: la ilustración, cuando vamos de la palabra a la imagen, y la descripción —o écfrasis—, cuando el recorrido es el inverso. Algunos textos de este libro dan cuenta de ambos grupos de fenómenos. La otra vía es la crítica, si partimos del conjunto de opciones recreativas que ha animado el largo debate propiciado por la aparición y el desarrollo de métodos, hipótesis, teorías, filosofías, estéticas y poéticas.

    Obvia decir que esas formas de aproximarse a la inquietud por la literatura en el arte y por el arte en la literatura son las que dan marco a los asuntos abordados en este libro. Aunque es evidente que estamos dando prelación a los procesos de simbolización que tienen lugar en poemas, narraciones o ensayos, la inclusión en el subtítulo de este libro de la preposición en pretende dar cuenta de un proceso que no es, de ningún modo, unidireccional.

    La referencia a las artes plásticas y visuales en la novela, el cuento o la poesía puede darse de las más diversas maneras, dependiendo de si las obras literarias se centran en el artista, el público, la obra o el museo. Todas esas instancias aparecen en los ensayos incluidos, cuando no es que la presencia se da de manera mucho más cooperativa, y nos situamos ante la incorporación material de la imagen o del objeto artístico en el caso de las soluciones experimentales o de borde. Por ejemplo, el hecho de que una novela sea a la vez el boleto de ingreso a un museo —como ocurre con la obra de Orhan Pamuk— o el resultado de una residencia artística —como sucede con la de Enrique Vila-Matas— obliga a tener en cuenta procesos que van más allá de la alusión.

    Ahora bien, optar por la literatura como objeto principal de reflexión no excluye el examen del camino inverso, esto es, el que nos ofrecen las alusiones del arte a la literatura. En este caso se trata de una vinculación entre dos universos que debe vencer el lastre de subordinación que persigue lo que es demasiado ilustrativo. José Saramago, Álvaro Mutis, Octavio Paz, Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas, Orhan Pamuk, Jorge Luis Borges, Eduardo Berti y Ricardo Cano Gaviria son algunos de los escritores que aparecen en este libro, dejando testimonio de su aproximación a una imagen que es cualquier cosa menos dócil. Mientras que, desde la otra orilla, la de la imagen, Saul Steinberg, Marcel Duchamp, Édouard Manet, Caravaggio, Vik Muniz, Raúl Zurita o Sofonisba Anguissola nos revelan la manera en que las obras de arte pueden vivir de forma problemática entre palabras.

    A lo largo de las referencias a obras concretas de los anteriores escritores y artistas, se podrá advertir la aparición de unos temas recurrentes: el borramiento y la mudez, la lectura de la imagen como ensayo, la historia del arte como género ficcional, la novela como museo, la posibilidad de un razonamiento visual, la sensación de que hay algo incomunicable acechando cuando callamos ante una imagen. Creo no exagerar si digo que todos estos tópicos se subordinan, cuando de arte y literatura hablamos, a la existencia de una fe débil en la capacidad de traducir la imagen en palabras. Este intersticio es, finalmente, el espacio donde se dan las que he llamado teorías de lo ilegible, ofrecidas por las ficciones al arte.

    Los textos que componen este libro tienen propósitos diversos, que hasta donde creo entender responden al arco completo de opciones de los géneros ensayísticos: desde las ideas más impresionistas, articuladas alrededor de uno o varios motivos, hasta los argumentos un poco más rigurosamente desplegados, que dialogan con las tradiciones no literarias, o por lo menos no ensayísticas, y que provienen de las ciencias sociales, la política, la crítica o la hermenéutica de la cultura popular. Esta tensión entre textos que buscan una afiliación teórica y analítica más directa y textos que persiguen un propósito ensayístico puro se ha dirimido dando a la presentación un tono uniforme, a medio camino entre la exposición de tesis más bien literarias y el desarrollo de razonamientos controlados por la historia de un problema en el marco de la investigación. Soy consciente de que incluir en un mismo volumen ideas que tienen tratamiento por dos caminos —el ensayo literario y el ensayo académico— puede ser un inconveniente si se concibe un libro como totalidad orgánica. Sin embargo, creo que esta oscilación entre la palabra sinuosa del ensayo y las líneas secantes del artículo arma un camino posible para la exploración de un problema tan difícil como el que estatuye la reelaboración literaria de la imagen del arte.

    Debo aclarar que, al completar este libro, me persigue una inquietud: la ficcionalidad misma de la crítica y la teoría y, por ende, la dimensión imaginaria de la figura del ensayista. Este espacio, que permitiría unir la literatura con las ideas que sobre ella existen, es el que he pretendido explorar mediante las guías del ensayo, esta vez bajo la excusa de examinar dos dominios que se atraen y se repelen. En este movimiento, un más acá y un más allá del texto, se define el balance que la argumentación y el razonamiento nos dispensan cuando lidiamos con el misterio de la creación.

    El texto ‘Una epifanía de la locura’. La vanguardia fascista en el artista infame de Roberto Bolaño se publicó en el número 2 de la revista Cuadernos de Música, Artes Escénicas y Visuales de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (2013). Ilusión de presencia y mirada en Álvaro Mutis apareció en el número 46 de la revista Anales de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid (2017). Los textos Un libro en el museo de lo obsoleto. Eduardo Berti y los inventos inventados, Orhan Pamuk y la novela-colección y La ilusión de lo visible. Octavio Paz, lector de Marcel Duchamp aparecieron respectivamente en los números 334 (octubre-diciembre del 2018), 320 (abril-junio del 2015) y 316 (abril-junio del 2014) de la Revista Universidad de Antioquia, Medellín. Saul Steinberg, la línea y la imaginación argumental se publicó con un título diferente en el número 332 (abril-junio del 2016) de la misma revista. Los ensayos "Los pasajes de Ricardo Cano Gaviria. Poética y montaje en El pasajero Walter Benjamin y Arte sobre arte. Las paradojas del marco" fueron originalmente conferencias; la primera se pronunció en 2015 en la Universidad Eafit y la segunda en 2007 en la Universidad de Antioquia, y ambas tienen sustanciales variaciones con respecto a las versiones leídas ante el público. El segundo de estos textos se publicó en las memorias del evento (El museo y la validación del arte, Diego León Arango, Javier Domínguez y Carlos Arturo Fernández, editores, Medellín, La Carreta, 2008).

    Se incluyen en este libro reproducciones de las obras de arte e imágenes a las que se hace referencia en él de acuerdo con su posibilidad de uso, bien porque son de libre difusión o bien porque se cuenta con la autorización para publicarlas. En el resto de casos, las imágenes pueden ser consultadas por el lector en la web.

    Medellín-México-Lisboa

    2021

    I

    Saramago, lector de Alberto Durero. Una crucifixión en El evangelio según Jesucristo

    La imagen y la ambientación profana

    La novela de José Saramago que nos ocupa empieza con la descripción de una imagen, La crucifixión (véase figura 1.1), una xilografía atribuida a Alberto Durero, y probablemente realizada en 1550. La imagen tiene un alto poder de síntesis, pues a diferencia de otras con el mismo tema logra mostrar en un espacio coherente y ordenado a todos los participantes del drama cristiano, dado a conocer por los textos evangélicos y popularizado gracias a la iconografía que se extendió por toda Europa a través de diferentes soportes gráficos.

    Figura 1.1 Alberto Durero, La crucifixión, ca. 1495-1498

    Se conocen por lo menos dos grabados más de la crucifixión de Cristo hechos por Durero, pertenecientes a las series conocidas como Pasión grande y Pasión pequeña. Una comparación de las tres versiones muestra las evidentes diferencias, lo que, de alguna manera, hace pensar en que las razones de elección de esta xilografía y no otra para el incipit de la novela provienen de características específicas. En particular, llaman la atención el grado de expresividad, los gestos y la cantidad de detalles secundarios en la versión del Museo Británico, aspectos que facilitan la interpretación narrativa y argumentativa en que se apoya El evangelio según Jesucristo. Fue esta imagen la elegida por Saramago y no una distinta. Tal detalle, como se verá, resulta relevante a la hora de entender que cualquier camino tomado por la representación proviene de la decisión de un autor humano. Un principio de selección antecede, entonces, al uso de la imagen y nos pone frente al rechazo del origen divino, maquinal o extraterrestre.

    La écfrasis ocupa las primeras páginas del libro, a continuación de los dos epígrafes, extractados del Evangelio según san Lucas. El primero de estos proviene del pasaje en el que el evangelista cuenta los motivos que tuvo para escribir la historia de Jesús. El segundo es el que atribuye a Poncio Pilatos la frase Quod scripsi, scripsi, alusiva a la dimensión plural, contingente e imperfecta de la escritura de la historia, que sostiene en buena medida las bases ideológicas de la écfrasis de Saramago —y quizás, como han recordado numerosos teóricos, todas las descripciones literarias de obras de arte—. Esta insinuación, que supone una obligatoria condición de entrada para una lectura en clave secular como la que busca el texto literario del novelista portugués, se ambienta también, a renglón seguido, con la orientación autorreferencial de la descripción del objeto visual. Es como si la novela nos expulsara de la imagen, pero, inmediatamente, nos devolviera a sus dominios. Tal asunto es uno de los que se pueden examinar a través de la reflexión en torno a los mecanismos que rigen la fijación del sentido de una obra gráfica en una obra literaria. Se trata de dos tipos de obra que, como ha recapitulado Joaquín Parra Bañón, tienen la proximidad que les da haber sido consideradas en la antigüedad como consignaciones de tinta sobre papel: son antigrafías (2000, 62).

    Una fijación de este tipo equivale, ni más ni menos, a la trasposición de unos signos visuales en unos verbales, fenómeno que desde mediados del siglo xx conocemos como traducción intersemiótica (Jakobson, 1959), y que ha dado lugar a un amplio campo de trabajo, donde se juntan la retórica y la semiótica, la narratología y los estudios visuales.

    Podemos partir de la hipótesis de Michael Riffaterre según la cual la descripción de la obra de arte hace visible una interpretación dictada menos por el objeto real o ficticio que por su función en un contexto literario (2000, 160). Prevalece la afirmación de lo verbal, código en el que la imagen es traducida, y no tanto los resultados de la transcripción de la percepción visual. Se interponen una serie de fórmulas y conceptos, saberes y elaboraciones que circulan en la cultura. Como dice el crítico francés, la écfrasis literaria se basa en una idea del cuadro, en una imagen del artista, en lugares comunes a propósito del arte (2000, 162). Ambas sugerencias dan punto de partida a este ensayo y se convierten en un mapa que dirige el análisis de los indicios metalingüísticos ubicados en la novela para mostrar cómo ocurre la sustitución del discurso descriptivo por un discurso hermenéutico (Riffaterre, 2000, 163), tan característica de las descripciones literarias, recreativas.

    Transcribimos la descripción del grabado atribuido a Durero, tal como aparece en la traducción castellana del libro de Saramago, con el fin de poder observar los diferentes fenómenos asociados con el proceso de ambientación ideológica que propicia el inicio de la novela:

    El sol se muestra en uno de los ángulos superiores del rectángulo, el que está a la izquierda de quien mira, representando el astro rey una cabeza de hombre de la que surgen rayos de aguda luz y sinuosas llamaradas, como una rosa de los vientos indecisa sobre la dirección de los lugares hacia los que quiere apuntar, y esa cabeza tiene un rostro que llora, crispado en un dolor que no cesa, lanzando por la boca abierta un grito que no podemos oír, pues ninguna de estas cosas es real, lo que tenemos ante nosotros es papel y tinta, nada más. Bajo el sol vemos un hombre desnudo atado a un tronco de árbol, ceñidos los flancos por un paño que le cubre las partes llamadas pudendas o vergonzosas, y los pies los tiene asentados en lo que queda de una rama lateral cortada. Sin embargo, y para mayor firmeza, para que no se deslicen de ese soporte natural, dos clavos los mantienen, profundamente clavados. Por la expresión del rostro, que es de inspirado sufrimiento, y por la dirección de la mirada, erguida hacia lo alto, debe de ser el Buen Ladrón. El pelo, ensortijado, es otro indicio que no engaña, sabiendo como sabemos que los ángeles y los arcángeles así lo llevan, y el criminal arrepentido está, por lo ya visto, camino de ascender al mundo de las celestiales creaturas. No será posible averiguar si ese tronco es aún un árbol, solamente adaptado, por mutilación selectiva, a instrumento de suplicio, pero que sigue alimentándose de la tierra por las raíces, puesto que toda la parte inferior de ese árbol está tapada por un hombre de larga barba, vestido con ricas, holgadas y abundantes ropas, que, aunque ha levantado la cabeza, no es al cielo adonde mira. Esta postura solemne, este triste semblante, solo pueden ser los de José de Arimatea, dado que Simón de Cirene, sin duda otra hipótesis posible, tras el trabajo al que le habían forzado, ayudando al condenado en el transporte del patíbulo, conforme al protocolo de estas ejecuciones, volvió a su vida normal, mucho más preocupado por las consecuencias que el retraso tendría para un negocio que había aplazado que con las mortales aflicciones del infeliz a quien iban a crucificar. No obstante, este José de Arimatea es aquel bondadoso y acaudalado personaje que ofreció la ayuda de una tumba suya para que en ella fuera depositado aquel cuerpo principal, pero esta generosidad no va a servirle de mucho a la hora de las canonizaciones, ni siquiera de las beatificaciones, pues nada envuelve su cabeza, salvo el turbante con el que todos los días sale a la calle, a diferencia de esta mujer que aquí vemos en un plano próximo, de cabello suelto sobre la espalda curva y doblada, pero tocada con la gloria suprema de una aureola, en su caso recortada como si fuera un bordado doméstico. Sin duda la mujer arrodillada se llama María, pues de antemano sabíamos que todas cuantas aquí vinieron a juntarse llevan ese nombre, aunque una de ellas, por ser además Magdalena, se distingue onomásticamente de las otras, aunque cualquier observador, por poco conocedor que sea de los hechos elementales de la vida, jurará, a primera vista, que la mencionada Magdalena es precisamente esta, pues solo una persona como ella, de disoluto pasado, se habría atrevido a presentarse en esta hora trágica con un escote tan abierto, y un corpiño tan ajustado que hace subir y realzar la redondez de los senos, razón por la que, inevitablemente, en este momento atrae y retiene las miradas ávidas de los hombres que pasan, con gran daño de las almas, así arrastradas a la perdición por el infame cuerpo. Es, con todo, de compungida tristeza su expresión, y el abandono del cuerpo no expresa sino el dolor de un alma, ciertamente oculta en carnes tentadoras, pero que es nuestro deber tener en cuenta, hablamos del alma, claro, que esta mujer podría estar enteramente desnuda, si en tal disposición hubieran decidido representarla, y aun así deberíamos mostrarle respeto y homenaje. María Magdalena, si ella es, ampara, y parece que va a besar, con un gesto de compasión intraducible en palabras, la mano de otra mujer, esta sí, caída en tierra, como desamparada de fuerzas o herida de muerte. Su nombre es también María, segunda en el orden de presentación, pero, sin duda, primerísima en importancia, si algo significa el lugar central que ocupa en la región inferior de la composición. Fuera del rostro lacrimoso y de las manos desfallecidas, nada se alcanza a ver de su cuerpo, cubierto por los pliegues múltiples del manto y de la túnica, ceñida a la cintura por un cordón cuya aspereza se adivina. Es de más edad que la otra María, y es esta una buena razón, probablemente, aunque no la única, para que su aureola tenga un dibujo más complejo, así, al menos, se hallaría autorizado a pensar quien no disponiendo de informaciones precisas acerca de las precedencias, patentes y jerarquías en vigor en este mundo, se viera obligado a formular una opinión. No obstante, y teniendo en cuenta el grado de divulgación, operada por artes mayores y menores, de estas iconografías, solo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez, o incluso estrenado, este drama, solo ese ser, en verdad inimaginable, ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas, aunque solo uno de ellos, por imperativos del destino o de quien lo gobierna, haya llegado a prosperar, en vida de manera mediocre, rotundamente después de la muerte. Reclinada sobre su lado izquierdo, María, madre de Jesús, ese mismo a quien acabamos de aludir, apoya el antebrazo en el muslo de otra mujer, también arrodillada, también María de nombre, y en definitiva, pese a que no podamos ver ni imaginar su escote, tal vez la verdadera Magdalena. Al igual que la primera de esta trinidad de mujeres, muestra la larga cabellera suelta, caída por la espalda, pero estos cabellos tienen todo el aire de ser rubios, si no fue pura casualidad la diferencia de trazo, más leve en este caso y dejando espacios vacíos entre los mechones, cosa que, obviamente, sirvió al grabador para

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