La Navidad para un niño en Gales
Por Dylan Thomas y Pep Montserrat
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Las excelentes ilustraciones de Pep Montserrat recibieron el Premio Junceda 2008. Además, presentamos el libro en edición bilingüe, de manera que es una ocasión única para acercarse a este clásico para todas las edades disfrutando también del texto original en inglés.
Dylan Thomas
Dylan Thomas, born in 1914, began his career as a journalist in his native Swansea, Wales. He then moved to London where he worked in broadcasting and wrote film scripts, prose and drama to earn enough money to enable him to write what he most wanted to—poetry. He lived colorfully, even recklessly, until his untimely death in New York City in 1953. One of the 20th century’s most treasured writers, Dylan Thomas was a master craftsman of poetic complexity and richly obscure imagery. Thomas’s genius is made clear in this landmark recording through the everlasting gift he has given the word—his voice.
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La Navidad para un niño en Gales - Dylan Thomas
Dylan Thomas
LA NAVIDAD PARA
UN NIÑO EN GALES
Ilustraciones de
Pep Montserrat
Traducción de
María José Chuliá García
EDICIÓN BILINGÜE
019imagenPOR aquellos años, las Navidades se parecían tanto unas a otras en aquel remoto pueblo pesquero, Navidades carentes de todo sonido excepto del murmullo de voces distantes que sigo oyendo algunas veces antes de dormir, que nunca consigo recordar si estuvo nevando durante seis días con sus noches cuando yo tenía doce años, o si nevó durante doce noches y doce días cuando tenía seis.
Las Navidades fluyen como una luna fría e inquietante que avanzara por el cielo que aboveda nuestra calle de camino al traicionero mar; y se detienen en el borde de las olas de aristas glaciales —verdaderos congeladores de peces—, y yo hundo las manos en la nieve y desentierro cualquier cosa que pueda encontrar. Me veo sepultando la mano en ese festivo montón, blanco como la lana y con forma de campana con lengua, que descansa al borde de un mar que entona villancicos, y me vienen a la mente la Sra. Prothero y los bomberos.
Todo sucedió una tarde de Nochebuena; me encontraba en el jardín de la Sra. Prothero con su hijo Jim esperando a que aparecieran los gatos. Estaba nevando. Siempre nevaba en Navidad. Diciembre, en mis recuerdos, era blanco como Laponia aunque sin renos. Pero sí había gatos. Con las manos envueltas en calcetines, pacientes, heladas y encallecidas, esperábamos a los felinos para tirarles bolas de nieve. Lustrosos y grandes como jaguares, con unos bigotes horribles, salivando y gruñendo, se deslizarían sobre los blancos muros del jardín trasero avanzando furtivamente, mientras Jim y yo, cazadores de ojos de lince, tramperos vestidos con gorro de piel y zapatos mocasines procedentes de la bahía del Hudson, allende Mumbles Road, apuntaríamos al verde de sus ojos y les tiraríamos las bolas.
Los gatos eran muy listos y no aparecían nunca. Nosotros, cual tiradores árticos calzados como esquimales, estábamos tan quietos en el silencio amortiguado de las nieves eternas —eternas del miércoles anterior— que ni siquiera oímos el primer grito de la Sra. Prothero, que surgió de su iglú al fondo del jardín. O, si