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Estaré esperando
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Libro electrónico32 páginas35 minutos

Estaré esperando

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Historia breve, típico exponente del clásico género negro cultivado por Raymond Chandler. Ésta vez, policías corruptos, una banda de mafiosos y una pelirroja fatal se reúnen en el hotel Windermere para poner en jaque al protagonista: Tony Reseck. ¿Logrará Tony salvar a la mujer que todos desean?
IdiomaEspañol
EditorialMB Cooltura
Fecha de lanzamiento26 ago 2019
ISBN9789877443639
Estaré esperando
Autor

Raymond Chandler

Raymond Chandler (1888-1959) was best known as the creator of fictional detective Philip Marlowe. One of the most influential American authors of crime novels and stories, his books were considered classics of the genre, and many of them were turned into enormously popular Hollywood films, including The Big Sleep and The Long Goodbye.

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    Estaré esperando - Raymond Chandler

    Era la una de la madrugada cuando Carl, el portero nocturno, apagó la última de las tres lámparas del vestíbulo principal del hotel Windermere. La alfombra azul se oscureció un par de tonos y las paredes retrocedieron hasta hacerse lejanas. Las sillas se llenaron de sombras perezosas. Los recuerdos colgaban como telarañas en los rincones.

    Tony Reseck bostezó. Torció la cabeza y escuchó la frágil, nerviosa, música que provenía de la sala de radio situada detrás de la arcada donde terminaba el vestíbulo. Frunció la frente. Aquella debería ser su sala de radio a partir de la una de la madrugada. Nadie debería estar allí. Esa pelirroja arruinaba sus noches.

    Aflojó el ceño y una sonrisa en miniatura se le dibujó en las comisuras de los labios. Relajó los músculos. Era un hombre maduro, bajito, pálido, barrigón, de largos y delicados dedos aferrados ahora al diente de alce de la cadena de su reloj; dedos largos y delicados, de ilusionista, dedos con uñas brillantes, muy cuidadas, dedos de afiladas falanges inferiores, con extremos un tanto espatulados. Dedos hermosos. Tony Reseck se frotó las manos con dulzura. Había paz en sus tranquilos ojos grisáceos.

    Frunció el ceño nuevamente. La música lo perturbaba. Se levantó con singular agilidad de un solo movimiento, sin apartar las manos de la cadena del reloj. Sentado inmóvil en determinado momento, al siguiente ya estaba erguido, de pie sobre sus pies completamente vertical, tanto, que el movimiento parecía una acción imperfectamente percibida, algo así como un error visual.

    Caminó pisando delicadamente la alfombra azul con sus zapatos pequeños y brillantes y cruzó la arcada. La música había aumentado de volumen. Contenía el ruido ardiente y corrosivo, las carreras frenéticas y nerviosas de una competencia, de la música improvisada. Sonaba demasiado alta. La

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