La musa en el laboratorio: Invención y creatividad para guionistas y narradores
Por Daniel Tubau
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Daniel Tubau
Gran parte de la vida de Daniel Tubau gira en torno a la narrativa audiovisual en su triple faceta de guionista, director y profesor. Tras más de veinte años trabajando en productoras, actualmente es freelance. Anualmente, imparte cursos de guión en la Universidad Carlos II, la Universidad Juan Carlos I o la Escuela de Cine de Madrid (ECAM); su interés por las nuevas tecnologías y el mundo digital se refleja en sus talleres de creación de series web. Entre otros muchos libros de ensayo y ficción, es autor de El guión del siglo XXI (2011), El espectador es el protagonista (2015) y La musa en el laboratorio (2022), todos ellos dedicados a la escritura de guión y publicados en esta colección.
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La musa en el laboratorio - Daniel Tubau
Índice
Cubierta
Portada
Dedicatoria
Primera parte
Cómo recibir la visita de las musas
Las nueve musas
El secreto de la invención
¿Se puede enseñar la creatividad?
Instruir deleitando
¿Miel sin abejas?
Lewis Carroll y cómo pasar del amor al odio
Misterios cotidianos
Brevísima historia de la creatividad
El origen de la creatividad
Arte y técnica entre los griegos
Musas en China y en la India
La expulsión de los poetas
El Hacedor de Borges, entre Dios y los poetas
Crear y hacer en el cristianismo
Creación a partir de la nada y a partir del caos
Creación en nombre de Mahoma
La creación en China
El regreso de las nueve hermanas
Nace la teoría del «genio»
Shelley defiende a los poetas
Un cumpleaños muy creativo
Henri Poincaré y el matemático artista
Las distracciones creativas
Estimulantes de la creatividad
Un método creativo que Dalí copió a Edison
Entre el método y la inspiración
El diablillo subliminal
Ataques desde el territorio de las musas
Graham Wallas y el estudio de la creatividad
Alquilar un cerebro humano por 152.000 euros por hora
La ciencia de las musas
El arte del pensamiento
Fases del proceso creativo según Graham Wallas
Gillette: inventor vocacional
Segunda parte
Las musas en el laboratorio
El proceso creativo para guionistas y narradores
Fases del proceso creativo para escritores y guionistas
El ambiente creativo (fase cero de la creatividad)
Algunos ejercicios para entrenar la musculatura mental
Tres dilemas creativos
El dilema de los nueve puntos
El ojo
El tubo de acero
¿Qué nos enseña el ejercicio de los nueve puntos?
Solución al dilema de los 9 puntos
Krazy Kat se salta todos los límites
Cualquier solución excepto la más evidente
La solución al dilema del ojo
¿Qué es una herramienta?
Solución al dilema del tubo de acero
Zhuangzi y la calabaza gigante
La fuerza de los prejuicios
El principio es la mitad de todo (fase 1: planteamiento y preparación)
Hay que caminar, aunque no se sepa hacia dónde
Los comienzos siempre son difíciles
Si nos planteamos un problema, ya lo estamos resolviendo
Cuéntatelo bien
¿De dónde sacar ideas?
Para resolver un problema, primero hay que entenderlo
Hay un tiempo para pensar y un tiempo para hacer
Busca y encontrarás (fase 2: documentación e investigación)
Investigación relacionada y planificada
El scouting no es irse al monte de excursión
La escucha despistada y la documentación caótica
¿Dónde buscas las llaves?
Ceguera por falta de atención
Lo miras, pero no lo ves
La barbarie del especialismo
Darwin y la pérdida de sensibilidad artística
La importancia de la observación
El juego de Carrière y Buñuel
¡Empieza el juego! (fase 3: los métodos creativos)
El trabajo intelectual
Seis consejos creativos de Jean Guitton
«Una frase pésima vale más que un papel en blanco»
«Trabajar cinco o diez minutos de vez en cuando puede ser tan útil como trabajar durante seis horas seguidas»
«Copiar puede ser útil en los momentos de debilidad»
Copiar para crear
El menardismo: no hay dos obras iguales
El Aleph engordado
Cómo habría corregido Borges El Aleph engordado
Hay que probarlo todo
El brainstorming
Las reglas del brainstorming
Reglas para saltarnos las reglas
Cuando el brainstorming no da resultado
¿Qué se esconde tras las puertas?
Cuando menos es más
Los campos semánticos de Ignacio Salas
Cien mejor que uno, uno mejor que cien
La sabiduría de las multitudes
La sabiduría de la multitud interior
¿Qué pasaría si...?
Algunos cambios creativos
La bisociación de Koestler
El poder creativo de la paradoja
El método paranoico-crítico de Dalí
Analogías creativas
Cómo encontrar lo que no buscas
El número pi (π)
Multitarea y azar creativo
Combinar lecturas
La reacción intuitiva de Walter Murch
Cómo convertirse en un escritor original en tres días
Creatividad en el Media Lab
El método de la ausencia
Libertad creativa
Cuando los límites nos ayudan
La censura creativa
¿Puede ser creativo pensar dentro de la caja?
Las cinco transformaciones
Empezar por el final
Imagina cómo acaba, imagina cómo empieza
La inspiración domesticada
Cómo hacerlo mal (fase 4: borradores y pruebas)
Más allá hay dragones
El error creativo de Matson
Fracaso 101
De fracaso en fracaso hasta la victoria final
Los chistoides de John Vorhaus
La regla del 9 de John Vorhaus y el error de Calistofel Doyle
Cómo tener buenas ideas entendiendo mal las cosas
Ilustres precursores en el arte de hacer las cosas mal
Creatividad y grietas en la pared
Aprende de tu biblioteca: el orden creativo
Nexos y carambolas
Mejor escribir sin pensar que pensar sin escribir
La creación del monstruo (fase 5: el primer manuscrito)
El método del patatín y patatán
Una metedura de pata muy creativa
Cómo tomar notas
Llegar hasta el final, sea como sea
El grosero esquema de Darwin
Esquemas y más esquemas
Un esquema de principio a fin
El esquema mental de Rafael Azcona
Esquemas prefabricados
Sinopsis breve y brevísima de Aronson
Carreteras o lagunas: Stendhal y los pasajes inductores
Del amor y la creatividad
El merecido descanso (fase 6: incubación y descanso)
El descanso
Acuérdate de olvidarte
Procastinación a go-go
Encarga trabajo a tu cerebro y échate a dormir
Dormir, soñar, tal vez crear
Trabajo en paralelo
¿Es posible la multitarea?
La imposible traducción simultánea
¡Eureka! (fase 7: iluminación o revelación)
El momento ¡Eureka!
El ¡ajá! de Martin Gardner
El profesor Horacio Verbatim (Dr. Wally O Wordly)
«No estoy dentro»
Epiménides el mentiroso
El momento mágico en el que las musas nos visitan
El baño de Arquímedes y la ducha de Woody Allen
Serendipia
¿Por qué nos visitan las musas cuando ya no las esperamos?
(Algunos obstáculos en el camino) Un paréntesis antes del final
¿Musas o sirenas?
Piensa despacio, dice Kahneman
La intuición de Monty Hall
Un, dos, tres... creatividad de ida y vuelta
Pregunte a Marilyn
El problema de Monty Hall
Y Marilyn vos Savant respondió...
Tú eres la cabra
El número de Erdös, los marcianos y el número de Kevin Bacon
¿Por qué deberíamos cambiar de puerta?
La intuición, amiga y enemiga
La Tierra y la Luna
La inspiración puesta a prueba
Es fácil demostrar aquello en lo que creemos
El remedio contra los tigres y las siete películas de Truffaut
Inspiración, ¿sí o no?
La iluminación mística y la creatividad
La inspiración y la intuición entran en el laboratorio
Un mecanismo mágico
Cristalización (fase 8: la [re] escritura)
Segundas versiones (casi) siempre son mejores
El verdadero comienzo
Una crisis es una oportunidad, aunque no lo digan los chinos
La depuración hipertextual
El guión en el alambique
La infidelidad creativa
Cuando todas las piezas encajan
El problema
La inspiración: la conexión entre dos planos
La solución
El encaje
El juicio final (fase 9: la puesta a prueba)
El crítico artista
El protagonista sube al escenario
El espectador es el (verdadero) protagonista
Cuéntaselo a alguien
El análisis premortem de Gary Klein
Viaja al futuro si quieres ver el presente
Únete al baile de las musas
Listas de cosas interesantes
Enseña lo que haces
Ponte a prueba constantemente
Un sketch nada divertido
Desaprender para aprender mejor
La mirada ingenua
Desconfía del pensamiento intuitivo
Luchar contra los instintos
Todo vale en algún momento
Mantén siempre abierta la posibilidad creativa
Sherlock Holmes, experto en creatividad
Tiempo y voluntad
Cómo crear genios
Lo que nos enseñan los antiguos escépticos
Epílogo para lectores atentos
El laboratorio de las musas Recursos para la creatividad
Preparación, planteamiento y generación de ideas
Lecturas recomendadas
Documentación, observación e investigación
Entrenamiento creativo y mental
De dónde sacar ideas, argumentos o historias
Notas al libro
Índice analítico
Créditos
Sobre ALBA
Este libro está dedicado a todos mis alumnos de la Escuela de Cine de Madrid (ECAM), de los que he aprendido tantas cosas a lo largo de los años y que me hicieron visitar a las musas curso tras curso para tener algo nuevo que contarles
Primera parte
Cómo recibir la visita de las musas
Envueltas en densa niebla marchan al abrigo de la noche, lanzando al viento su maravillosa voz.
HESÍODO, Teogonía
Se cuenta que hace mucho tiempo un joven pastor estaba apacentando sus ovejas en el monte Helicón cuando aparecieron nueve hermosas mujeres que empezaron a burlarse: «Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan solo».
El muchacho se quedó asombrado, pero enseguida comprendió que se encontraba ante las célebres musas. Lo que no podía entender era por qué las nueve hijas de Zeus habían decidido visitar el modesto monte Helicón de Beocia para insultar a los pastores. Todo cambió cuando las musas arrancaron una rama de laurel y, tras arreglarla hasta convertirla en un hermoso cetro, se la entregaron. En ese preciso instante, el pastor descubrió que podía hablar con «una voz divina con la que celebrar el futuro y el pasado». Se había convertido en un elegido de las musas. En un poeta. Su misión a partir de ahora sería cantar himnos a los dioses inmortales y recordar las hazañas de los héroes. Lo único que tenía que hacer para que todas aquellas historias maravillosas fluyeran desde su boca era invocar a las musas al comenzar y al terminar cada uno de sus relatos.
Aquel joven pastor beocio se llamaba Hesíodo y todavía conservamos muchas de las historias que le trasmitieron las musas, como la Teogonía, donde se desvela la genealogía de los dioses desde el caos inicial; el Escudo, en el que describe el escudo de Heracles; Los trabajos y los días, donde intenta resolver el inquietante problema de por qué sufren los seres humanos, y muchos fragmentos de su fascinante Catálogo de mujeres. Pero sabemos que recitó o escribió otras muchas obras. Lo pudo hacer gracias a la inspiración que derramaron sobre él aquellas nueve mujeres.
LAS NUEVE MUSAS¹
Homero invoca a las musas al comienzo de la Ilíada y la Odisea y dice que son nueve, pero es Hesíodo quien menciona sus nombres por primera vez.
Calíope, la de bella voz. Inspiradora de la elocuencia, la poesía épica y la belleza.
Clío, la que ofrece gloria. Inspira a los historiadores.
Erató, la amorosa. Inspira la poesía lírica y amatoria.
Euterpe, la muy placentera. Inspira a los músicos.
Melpómene, la melodiosa. Inspira a los tragediógrafos.
Polimnia, la de muchos himnos. Inspira los cantos sagrados y la poesía religiosa.
Talía, inspira la comedia y la poesía bucólica o pastoril. Preside los banquetes o simposios.
Urania, la celestial. Inspiradora de los astrónomos, la poesía didáctica y las ciencias.
Se sabe que en algunos lugares se adoraba a un número diferente de musas, incluso con distintos nombres, como: Meletea («meditación»), Mnemea («memoria») y Aedea o Aoide («canto»); o Polimatía («saber múltiple»); o Nete, Hípate y Mese; o Cefiso, Apolonis y Boristenis; o Telxínoe («deleite del corazón»), Aedea, Arque («comienzo») y Meletea; o incluso: Nelio, Tritone, Asopo, Heptapora, Achelois, Tipoplo y Rodia.
En cuanto a sus padres, se las ha hecho hijas de Zeus, de Apolo, de Píero, e incluso de dioses primordiales como Urano o Éter. Suele considerarse de manera unánime a Mnemósine («memoria») como madre de las musas, aunque también se menciona a Plusia, Moneta, Antíope o Gaia (Gea).
Su origen se suele situar en Tracia o en Beocia y se dice que residían en el monte Olimpo, en el Helicón de Beocia o, cuando se trasladan a Delfos, en el Parnaso, cuando se las asoció al dios Apolo, al que se llamaba «musageta», es decir, jefe del coro de las musas.
Se cuenta que las musas se enfrentaron en concursos de canto con otras mujeres semejantes, las piérides, a las que vencieron y convirtieron en aves. También vencieron a las sirenas, a las que, como ya eran aves, arrebataron las plumas, que emplearon para hacer las coronas de la victoria con las que se las representa.
Una muestra de su influencia es que hoy en día llamamos «museo» al lugar que alberga el arte, y que la música también les debe su nombre.
Como se puede observar, las nueve musas inspiran las artes relacionadas de una u otra manera con la palabra, ya sea hablada o escrita, pues incluso la astronomía o las ciencias precisan de la escritura para dejar registro de sus datos. Además, tienen una relación muy estrecha con la memoria y con conservar de alguna manera los recuerdos, ya sea mediante tradición oral o escrita.
La idea de que un grupo de diosas se encargue de inspirar a los poetas y transmitirles las andanzas de los dioses ha llamado la atención de los historiadores por su singularidad: «Las musas siguen siendo uno de los inventos más enigmáticos y exclusivos de la cultura griega», nos dice Pietro Pucci, y Martin West añade:
La idea de que una deidad ponga una canción en la mente del cantante no es desconocida en la tradición oriental, pero no hay ninguna deidad especializada en esta función, y no se solicita tal bendición. Las Musas son, hasta donde sabemos, criaturas puramente griegas, y no tienen contraparte en Oriente.²
Con «Oriente», West se refiere a los vecinos asiáticos de los griegos, porque, si viajamos más hacia el este, descubrimos esa misma idea en la India y en China, como veremos más adelante. Pero sí que tienen razón Pucci y West cuando dicen que se han descubierto muchos mitemas o temas mitológicos semejantes a los de los griegos entre los asirios, los babilonios, los hurritas de Mitanni, los egipcios o incluso entre los hititas, pero no se ha encontrado un equivalente claro de las musas, de esas bibliotecarias virtuales que administran un inmenso archivo mitológico y dictan sus historias a los poetas.
En el encuentro de Hesíodo con las musas en el monte Helicón hay un pasaje que resulta especialmente intrigante, pues las diosas le dicen:
Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad.
Esto significa que no nos podemos fiar de lo que nos digan las musas, puesto que sus verdades y sus mentiras pueden ser indistinguibles para los mortales. Pero también hay que recordar que el monte Helicón está en Beocia, la tierra de los mentirosos, o al menos eso decían sus vecinos, los atenienses: «Mientes como un beocio». Lo que quizá no sea un grave defecto para un narrador, porque el propio Hesíodo, que era beocio, es quien nos dice que las musas nos inspiran pero que quizá no siempre dicen la verdad. Volveré a tratar este asunto de la mentira, para descubrir cómo afecta a la narrativa.³
Desde el comienzo de los tiempos, las musas han sido perseguidas y buscadas, a veces con verdadera desesperación, no solo por los poetas, sino también por pintores, músicos, escultores, inventores, arquitectos, investigadores, diseñadores e incluso políticos, ingenieros y economistas, pero siempre eran ellas las que decidían a quién alegrar con su visita y cuándo hacerlo. Se trataba de un regalo inesperado e incontrolable, destinado a unos pocos elegidos: los favoritos de las esquivas diosas.
Mi intención en este libro es mostrar que las cosas han cambiado y que hemos descubierto cómo lograr que las esquivas musas nos visiten, del mismo modo que visitaron a Hesíodo, pero sin necesidad de viajar al monte Olimpo o al Helicón, sino trayéndolas hasta nosotros.
El secreto de la invención
¿Se puede enseñar la creatividad?
De todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación. Cada vez que surge algo que antes no había existido nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana, divina.
STEFAN ZWEIG
Es una opinión común y todavía muy difundida que se puede enseñar a escribir, pero no a tener ideas brillantes; que se puede explicar el formato de un guión, cuántos actos y cuántos puntos de giro debe tener, pero que no se puede enseñar a escribir buenos guiones. En definitiva, que es posible enseñar técnicas, herramientas y métodos, pero no la creatividad, la originalidad o la inspiración.
Quienes aseguran que no se puede enseñar la creatividad envuelven esta cualidad humana en un aura de misterio o magia que la hace inaccesible a la razón, para situarla en un territorio inalcanzable, quizá en el monte Helicón, donde Hesíodo se encontró a las musas, o en el monte Olimpo, donde pasaban la mayor parte del tiempo junto a su padre Zeus, o bailando con el bello Apolo.
La buena noticia es que nuestro cerebro, a pesar de lo que digan los agoreros y los creyentes en el genio innato o el destino, puede aprender casi cualquier cosa. Y en especial, puede aprender a ser creativo, entre otras cosas porque ya lo es desde que nacemos. No tenemos que hacer nada para ser creativos, tan solo vivir. Basta con observar cómo los niños aprenden idiomas –al menos un idioma–, o cómo combinan palabras y crean frases inéditas, que nadie les ha enseñado. A todos los padres y madres les encanta contar las asombrosas hazañas de sus vástagos, que casi siempre consisten en la combinación inesperada de dos ideas sin conexión aparente, o en ciertas preguntas que los tiernos infantes formulan y que, bajo su apariencia ingenua, esconden un gran ingenio. Eso es creatividad.
La mala noticia es que nuestra creatividad y capacidad de aprendizaje se pueden estancar si no seguimos estimulándolas, y que llega un momento, al parecer en torno a los veinticinco años, en el que nuestro cerebro empieza a retroceder en vez de seguir avanzando. La selección natural, eso que antiguamente se llamaba simplemente «la naturaleza», nos ha regalado un arma poderosísima para que seamos capaces de adaptarnos y sobrevivir, pero una vez que lo hemos logrado y ya sabemos caminar, hablar y vivir en sociedad, depende de nosotros sentirnos satisfechos o buscar algo más. Si queremos que nuestro cerebro sea incluso más creativo de lo que ya es, necesitaremos estimularlo y alimentarlo de la manera adecuada. El legendario entrenador de baloncesto Phil Jackson, el hombre que más anillos ha ganado en la NBA, decía que somos lo que hacemos: lo aprendió leyendo a Aristóteles. Se puede añadir que somos también lo que comemos, tanto cuando alimentamos nuestro cuerpo como cuando alimentamos nuestra mente.
Uno de los primeros obstáculos para que se desarrolle una manera de pensar creativa es que cuando somos niños se nos reprime la inventiva. Muchos de nosotros estamos convencidos de que nunca podremos cantar bien porque alguien nos dijo durante la infancia que desafinábamos de manera espantosa; otro día en que pintarrajeamos con toda la alegría de un joven Picasso una pared, nos echaron una bronca monumental; cuando escribimos nuestro primer cuento, durante la adolescencia, un lector implacable nos señaló diez o doce faltas de ortografía, o se burló de nuestro pobre vocabulario. Mi padre me dijo en la adolescencia que escribía como un escritor romántico del siglo XIX en una mala traducción española. Después de eso es difícil seguir pensando en dedicarse a la literatura. Cada uno de nosotros se va haciendo una imagen de sí mismo que es en gran medida el reflejo de lo que los demás le han dicho. Y cuando ese retrato ha quedado bien definido, resulta muy difícil modificarlo. Como dice Luis Bassat:
Los famosos versos cantados por Serrat, «niño, eso no se mira, eso no se hace, eso no se toca», pueden acabar cercenando la inteligencia creativa de ese niño. Y ese niño puede acabar convirtiéndose en un conformista, un apático, un necio y un ignorante.
Conviene desdibujar los trazos de ese autorretrato, volver a tomarnos las cosas a la ligera, escribir como si fuera un juego, desvariar un poco, equivocarnos mucho, alejarnos de nuestras certezas, perder el miedo que sentimos de nosotros mismos y no valorar tanto el criterio ajeno. En definitiva, como decía el gran físico Richard Feynman: ¿qué te importa lo que piensen los demás? Eso sí, que nos tomemos todo como un juego no significa que nada tenga importancia, porque como decía el siempre ingenioso Chesterton: «Divertido no es lo contrario de serio: es lo contrario de aburrido».
Instruir deleitando
Se ha llevado todo el voto el que mezcló a lo agradable lo útil, deleitando al lector e instruyéndolo a un tiempo.
HORACIO, Arte poética
Un ensayo, como su nombre indica, al menos desde que Montaigne le dio su forma moderna, es un intento, una prueba. Todos hemos oído hablar del método de «ensayo y error», que consiste en intentar hacer algo, fracasar y volver a intentarlo. Parece una tontería, un juego de niños torpes, pero casi todo lo que conocemos y admiramos, desde los aviones a los libros, desde los trasatlánticos a los computadores, ha nacido de esta manera. Porque ese es quizá no el único método, pero si uno de los más empleados por la ciencia moderna: se hace, se pone a prueba, se ve qué ha fallado y se intenta de nuevo de otra manera. El método se resume en la célebre anécdota atribuida a Edison:
–Señor Edison, ¿no le atormenta haber fracasado ya cien veces en su intento de hacer una bombilla?
–No he fracasado cien veces, joven: he descubierto cien maneras de no hacer una bombilla.
Así que esto que ahora lees no es un tratado académico acerca de la creatividad, sino un ensayo, una tentativa y, por lo tanto, no posee el mismo rigor, disciplina, aridez y frialdad de una investigación científica o académica. En realidad, los tratados tampoco tienen por qué ser áridos y asépticos, salvo en algunos casos en los que lo único que se pretende es clasificar datos útiles para otros investigadores. No es culpa mía que muchos científicos y ensayistas hayan llegado a la conclusión de que una de sus mejores cualidades consiste en lograr aburrir al lector. No siempre ha sido así, porque cuando examinamos la historia de la ciencia descubrimos que muchos grandes científicos han sido, además de rigurosos, entretenidos. El origen de las especies de Darwin es uno de los libros que cambiaron la historia de la humanidad y quizá el que más ha influido en la sociedad, la religión y la política, pero también es un libro ameno y entretenido, a ratos delicioso, en el que Darwin mezcla reflexiones personales con hipótesis científicas. Galileo Galilei escribió una defensa del sistema heliocéntrico de Copérnico en forma de conversación que todavía hoy se lee con verdadero deleite: Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. Más recientemente, Endymion Wilkinson demostró que se podía escribir un impresionante y exhaustivo compendio de toda la bibliografía relacionada con la cultura china, con miles de referencias que cubren más de tres mil años de filosofía, literatura, ciencia, poesía o arte, y que, al mismo tiempo, la lectura (y no solo la consulta) fuera un verdadero placer.
Por otra parte, estoy de acuerdo con la búsqueda de lo personal y de lo entretenido en cualquier investigación, por complejo que sea el objeto de estudio, así que en este libro contaré algunas de mis andanzas en el mundo de la invención y la creatividad, y en ocasiones explicaré por qué considero que una teoría es más válida que otra, basándome tanto en mis propias experiencias como en las de mis alumnos y, por supuesto, en todo lo que he podido observar a lo largo de mi vida como profesor, escritor, guionista y director. Recordaré anécdotas dignas de ser elevadas al rango de categoría, pero también convertiré algunas categorías en anécdotas; es decir, intentaré dar a los conceptos abstractos y académicos esa vida de la que carecen y que sí tienen los ejemplos cotidianos, las curiosidades históricas o las experiencias personales. En definitiva, emplearé todos los recursos a mi alcance, no solo para hacerme entender, sino también para seducir, entretener y divertir al lector. Seguiré, en este sentido, una antigua regla que cuenta Platón en su diálogo Las leyes, donde explica la diferencia entre médicos «de esclavos», que se limitan a aplicar el tratamiento, y los «médicos de libres», que además de aplicarlo lo explican. Un buen médico, nos dice Platón, lo es no solo por su ciencia sino también por ser capaz de explicarla, algo que parecen haber olvidado hoy en día muchos médicos, dejando el campo libre a todo tipo de farsantes con menos ciencia pero más paciencia. Lo mismo ha sucedido en el terreno de la ética práctica, que ha cedido su lugar a los llamados libros de autoayuda, que ofrecen un conocimiento, no ya sencillo o simple, sino simplista, dirigido a personas que buscan respuestas rápidas y fáciles. Ese tipo de libros se escriben casi siempre con la intención de confirmar los prejuicios de los lectores, diciéndoles lo que quieren escuchar, o bien adaptando estupendas ideas de otros autores en un lenguaje intenso y de aires místicos. He intentado no hacer lo mismo en La musa en el laboratorio y ofrecer una lectura entretenida y muy personal, pero al mismo tiempo rigurosa.
¿Miel sin abejas?
Querido lector o lectora, enseguida descubrirás que este libro está lleno de preguntas, dilemas y acertijos. Es muy importante que intentes resolver esos desafíos antes de seguir leyendo. ¿Por qué? Porque una de las características de las personas creativas es que se toman la molestia de intentar resolver los enigmas que la vida les va presentando. Y además no se limitan a enfrentarse a los enigmas evidentes, esos que aparecen entre signos de interrogación, o esos otros que nos proponen los concursos televisivos o los crucigramas de los periódicos. Los mejores enigmas no se anuncian: hay que buscarlos. Tenemos que preguntarnos, casi como si fuera un instinto, acerca de cualquier cosa que veamos a nuestro alrededor. Voy a intentar mostrarlo con un ejemplo improvisado, aquí en la playa de Vilanova i la Geltrú, donde estoy pasando unos días de verano con mi madre.
Miro a mi alrededor y veo varias cosas: una botella de agua, varios sobres de azúcar, un café con hielo, sillas de madera y tela con una estrella dorada, y un bote de crema para el sol. El bote está escrito en francés, pero con algunas palabras en inglés, como «sun», en vez de «soleil». Cosas de la globalización, que no precisan de más investigación. La marca es Nivea. Me viene el recuerdo de lo que decía mi amigo Lennard a modo de lema paródico para aludir a lo espesa que es la crema: «Nivea se queda, la piel se va». Y eso me recuerda que Nivea es una marca alemana. Todos estos conocimientos son más o menos obvios o dependen de que alguien te los haya contado. ¿Queda algún verdadero enigma en el bote de Nivea? Sí, queda uno: ¿por qué se llama Nivea?
No conozco la respuesta exacta, quizá me equivoque y, por supuesto, tampoco voy a usar Google, al menos no hasta intentar resolverlo por mi cuenta. Inténtalo tú también, y solo después sigue leyendo.
¿Ya lo has pensado? Estupendo.
Seguramente llegaste a la misma conclusión que yo: que se llama Nivea porque es una crema blanca, es decir, «nívea». Ahora bien, ya sabemos que Nivea es una marca alemana, así que parece un poco raro que tenga un nombre español (y además sin la tilde en la «í»). A no ser que...
Piénsalo primero y después sigue leyendo.
A no ser que los alemanes no eligieran una palabra española, sino latina. El prestigio del latín clásico para una crema de belleza. Parece una explicación razonable, aunque existen otras posibilidades:
–Que «nivea» también sea una palabra alemana.
–Que el fundador de Nivea fuera de un país en el que se hablara español (España, México, Argentina, Perú...).
–Alguna variante de la posibilidad anterior: su madre era española o un gran amigo suyo era ecuatoriano...
Yo me inclino por lo de la palabra latina. ¿Y tú?
Ahora sí podemos acudir a Google.
La respuesta nos la proporciona la propia página de Nivea, en la que nos cuentan que Nivea es una palabra latina: nix, nivis, que significa «nieve». Literalmente, nos dicen, significa «blanca nieve».
Interesante, ¿verdad? Ya hemos descifrado un misterio cotidiano relacionado con un objeto que hasta ahora apenas había llamado nuestra atención: esa es la mirada creativa, la que se hace preguntas, no la que espera a que se las hagan. Sigamos.
En cuanto al sobrecito de azúcar también descubro un detalle interesante, que hasta ahora no me había llamado la atención: se indica que contiene «azúcar, sucre, sugar». Seguramente a nadie le cabe ninguna duda de que se trata de la misma palabra escrita en español, francés e inglés. También parece evidente que las tres palabras están relacionadas, puesto que no es difícil pasar de azúcar a sugar:
azúcar-asucar-asugar-sugar
Y tampoco es difícil convertir sucre en sugar, aunque hay que reordenar vocales y consonantes:
sucre-sucer-suger-sugar
De nuevo, como con el bote de Nivea, parece que nos encontramos con el latín, aunque el inglés no es una lengua latina, sino germana. Ahora bien, quizá has advertido que hay muchas palabras en inglés de origen latino, incluso una palabra «tan inglesa» como super, por el latín super, superior. Quizá incluso sabes que el inglés es una lengua germana, pero que hasta un 40% de su vocabulario es latino, pues llegó allí a través del francés durante los siglos en los que los normandos dominaron la isla. Los nobles, que comían platos muy sabrosos, hablaban francés, mientras que el pueblo, que no comía tan sabroso (pero quizá sí más sano) hablaba anglosajón. Por eso los nombres de los animales en libertad son anglosajones, pero los de los animales en el plato son franceses: pig/pork (cerdo), cow/beef (vaca), sheep/mutton (oveja), calves/veal (ternera), deer/venison (ciervo)⁴.
Así que la explicación más plausible es que la palabra sugar proceda del francés. Y resulta que así es, que su origen es precisamente la segunda palabra del sobrecito: sucre, que primero se convirtió en sugre, antes de evolucionar a sugar.
La historia no acaba aquí, porque azúcar es una palabra de etimología fascinante. Se supone que pasó al francés desde el latín medieval (succarum), y que llegó allí desde el árabe sukkar, y al árabe desde el persa shakar, y al persa desde el sanscrito sharkara. Su origen es, por lo tanto, la India, como parece revelarnos el hecho de que cuando Alejandro Magno llegó allí, los griegos se quedaron asombrados al degustar esa «miel sin abejas». No pienses que toda esta etimología ya la conocía antes de mirar el sobrecito, por supuesto que no, pero sí es verdad que observar una curiosidad en un sobrecito de azúcar, y la hipótesis de un origen común y latino, me ha llevado a interesantes descubrimientos. Más adelante veremos que la documentación y la investigación son dos herramientas fundamentales en el proceso creativo. Por cierto, la «a» de nuestro azúcar (que no tienen sucre o sugar) es un resto del artículo árabe.
LEWIS CARROLL Y CÓMO PASAR DEL AMOR AL ODIO
La distracción que nos proporciona un bote de crema solar o un sobrecito de azúcar con palabras en tres idiomas me recuerda un juego que practicaba con mi hermana y que descubrimos en un libro de Lewis Carroll. Se trata de un juego que inventó el imaginativo autor de Alicia en el País de las Maravillas y que él mismo llamó doublets (dobletes) o metagramas. Consiste en convertir una palabra en otra mediante pequeños pasos sucesivos. En cada etapa se debe cambiar una única letra y, lo que es más importante, la palabra resultante debe existir. Un ejemplo fácil sería este:
AMOR
AMAR
ARAR
ORAR
ORAN
ORIN
ODÍN (por el dios supremo escandinavo)
ODIO
Naturalmente, se trata de conseguirlo con los menos pasos posibles, y tal vez tú puedas pasar del AMOR al ODIO en siete pasos en vez de ocho. Inténtalo.
!Intenta también pasar de la NADA al TODO.
Se puede hacer en cuatro pasos, contando NADA como paso final, o incluso en tres, puesto que hay que cambiar las tres letras diferentes. Inténtalo antes de mirar la solución en la nota al final.⁵
Misterios cotidianos
Se cuenta que un boxeador muy torpe, al verse casi noqueado por su rival, invocó a Zeus para que le ayudara. Y entonces se oyó la voz del dios, que dijo: «Yo te ayudaré, pero tú levanta los brazos».
Anécdota griega
Permíteme insistir, ahora que ya empezamos a conocernos, en que las personas creativas miran con atención a su alrededor y se preguntan por todo o casi todo lo que las rodea. Y, por lo tanto, también intentan resolver enigmas como los que iré planteando a lo largo de este libro.
Comprendo a los lectores que no se detienen en un enigma y que continúan leyendo, porque hay algunas razones que pueden explicar este comportamiento. La primera es la pereza de pensar. Si debemos creer a Henry Ford, pensar es el trabajo más difícil que existe y «quizá sea esta la razón por la que hay tan pocas personas que lo practican». Antes que pensar, preferimos quedarnos con la primera respuesta que nos viene a la cabeza, la más intuitiva, instintiva o impulsiva. Nos resulta difícil detenernos un instante y cuestionar esas rápidas certezas, analizar a fondo una cuestión, examinarla desde diferentes puntos de