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Hora de cuento
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Libro electrónico339 páginas4 horas

Hora de cuento

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Este libro reúne, en un solo volumen, la vasta experiencia de la autora en relación con esta maravillosa actividad, a través de su trabajo como profesora de literatura en colegios, bibliotecas y centros culturales de Santiago y provincias. Está destinado no sólo a maestros, sino también a todos aquellos padres que deseen entablar diálogos enriquecedores con sus hijos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 jul 2022
ISBN9789561127210
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    Hora de cuento - Angélica Edwards Valdés

    P

    RIMERA

    P

    ARTE

    Hora del cuento

    Modo de educar deleitando

    HORA DEL CUENTO

    Has de poner los ojos en quien eres,

    procurando conocerte a ti mismo,

    que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.

    Del conocerte saldrá el no hincharte

    como la rana que quiso igualarse con el buey.

    Palabras de don Quijote a Sancho

    Hace ya más de veinticinco años, cuando trabajaba como profesora de castellano en los cursos superiores de un colegio particular de niñas, en Santiago, tuve la ocasión de leer –o más bien el privilegio de captar en su profundidad–, los artículos de Gabriela Mistral sobre educación, recopilados por don Roque Esteban Scarpa en el libro Magisterio y Niño. Desde entonces, esta obra me acompaña como uno de los más excelentes manuales de pedagogía, al que permanentemente recurro. Entre sus artículos se halla la descripción de la llamada Hora del cuento por la escritora, cuyo nombre hemos adoptado:

    Entre las iniciativas ingeniosas para crear en los chiquitos la apetencia de leer, están la Hora del cuento en la escuela o la lectura por el bibliotecario en la misma sala de libros"¹.

    Con un grupo de alumnas de los últimos años de Enseñanza Media formamos entonces un pequeño equipo de maestros-lectores, quienes, siguiendo el pensamiento de Gabriela, instituimos en la biblioteca la Hora del cuento, invitando una vez por semana algún curso de niñas de Enseñanza Básica, desde primero a cuarto año, e incluso, a veces, a las chiquitas de Jardín Infantil. El resultado de esta actividad sobrepasó en mucho las expectativas que imaginé alcanzaríamos, tanto en provecho de las pequeñas que escuchaban, como de las grandes que leíamos y estudiábamos la literatura infantil y ensayábamos modos de narrar los cuentos para que estos fuesen mejor recibidos por nuestro auditorio. Hoy en día, son muchas las actividades de este tipo que han aparecido en escuelas, bibliotecas o salas de actividad cultural, y que se desarrollan de muy diversos modos.

    Esta actividad, que comenzó para mí como oficio lateral a la enseñanza de lengua y literatura castellanas entregada a alumnos y alumnas universitarios y de últimos años de enseñanza media, se me ha ido transformando, a través de la práctica y de la investigación, en oficio vertical, hondo, en parte esencial de mi quehacer profesional. La hora del cuento me ha llevado a reflexionar sobre la importancia de la narración oral, del buen contar, no solamente dirigidos a los pequeños sino también a los grandes.

    Este quehacer que he llamado hora del cuento, siguiendo el pensamiento de la Mistral, culmina para mí en la conversación con niños y adultos en torno al cuento escuchado, práctica pedagógica que cultivo desde hace muchísimos años y que creo es el único modo eficiente de crear el gusto por el aprender y la curiosidad que se halla en la base de la búsqueda personal del conocimiento.

    DOBLE FUNCIÓN DE LA HORA DEL CUENTO

    La primera función de esta actividad que, en nuestra experiencia, se completa en su segunda fase, la conversación, es la de crear en el niño la apetencia del libro. Si los adultos sólo consiguiéramos esto, ya podríamos dar por excelente nuestra labor. Inquieta ver la falta de interés de nuestros jóvenes adolescentes por la lectura, aunque debemos reconocer, y con profunda alegría, una preocupación que se ha acentuado considerablemente estos últimos años, y que ha sido expresada a través de foros y conferencias: la preocupación por crear conciencia frente al problema del desinterés de nuestras generaciones jóvenes por la lectura.

    Pero, ¿por qué la importancia del leer? ¿Por qué esta preocupación por volver la lectura cotidianidad, en el lenguaje de la Mistral? Recogemos las palabras de Gabriela, tan escuetas y a la vez tan ricas en significado, para responder a esta inquietud:

    "Pasión de leer, linda calentura que casi alcanza a la del amor, a la de la amistad, a la de los campeonatos. (...)

    Pasión de leer, seguro contra la soledad muerta de los hueros de vida interna, o sea de los más. Sirviese la lectura solamente para colmar este hondón del fastidio, y ya habría cumplido su encargo.

    Pasión preciosa de fojear el mundo por mano más hábil que la propia; pasión de recorrer lo no recorrido en sentimiento o acción; (...). Y pasión del idioma, hablado por uno más donoso, o más ágil, o más rico que nosotros².

    El desinterés de nuestros jóvenes frente a la lectura no solamente se expresa en falta de curiosidad hacia los valores culturales sino que, a veces, puede incidir en la formación de espíritus mezquinos, empequeñecidos, incapaces de comprender y de sentir el mundo que va más allá de nuestras pequeñas preocupaciones cotidianas. Asimismo la lectura, además de ampliar nuestro mundo espiritual, alienta nuestra imaginación, la cual, alerta, nos servirá de remedio frente a las dificultades cotidianas; ella enriquecerá la vida, acompañando nuestro quehacer permanente de un sentido lúdico que, sin quitar seriedad a nuestras responsabilidades, aligera las aristas duras de nuestra tarea de vivir, hermosa tarea, pero no siempre fácil.

    Contar es encantar, nos dice bellamente Gabriela Mistral. La experiencia nos ha demostrado la profunda verdad de estas palabras. El cuento bien narrado, o bien leído, pareciera detener el tiempo de tal manera que niños y adultos, o más bien personas de más o menos años, nos sentimos trasladados a un mundo mágico, aparentemente desconectado de la realidad cotidiana. Este momento de encantamiento, de gran encuentro entre personas de diversas edades, de profunda unión entre el que narra el cuento y los que escuchan, nos permite entrar en la segunda fase de la llamada hora del cuento: la del diálogo con los niños en una relación de igualdad donde han desaparecido diferencias de edad, de jerarquías, de roles. En nuestro modo de comprender esta actividad, pensamos que acá la hora del cuento cumple su función más profunda: la de aprovechar el encantamiento que la narración oral produce en el niño, para luego conversar con él en torno a los temas que el cuento nos entrega. Más aún, además de conversar en torno a los temas del cuento, nuestra idea es la de poder encauzar la conversación de tal manera que ella responda a las inquietudes primordiales del niño: sus alegrías, sus celos, sus temores, sus angustias, sus inquietudes, su curiosidad.

    Muy a menudo, los adultos pensamos que los niños no se cuestionan sobre temas fundamentales de la vida, que lo que hablan son cosas de poca o ninguna importancia, que sus intereses o preocupaciones son secundarios con respecto a nuestros intereses. Y esta forma de pensar se halla tan fuertemente arraigada en nosotros que llegamos a convencer a los propios interesados, a los niños, de su veracidad. A raíz de esto, recojo entre mis notas una anécdota relacionada con una de nuestras conversaciones en torno al cuento de Andersen, El traje del emperador. Durante la conversación, el asombro y el silencio de los niños siguió a una pregunta mía sobre el cuento: ¿Por qué será que en la historia escuchada, fue un niño el que dijo que el emperador iba desnudo?. No obtuve respuesta, y por lo mismo, cambié el modo de formular la pregunta: ¿Cómo hablan los niños?. Entonces, las respuestas se atropellaron³:

    A1 Los niños hablan puras tonterías.

    A2 Los niños no saben lo que dicen.

    A3 Los niños hablan por puro hablar.

    Y en este tenor continuaban las observaciones. Ante todas estas respuestas que descalificaban las posibles opiniones y modos de hablar de los menores, conversamos en forma liviana y juguetona sobre si todos los que allí nos hallábamos éramos grandes, o si quizás algunos eran más grandes y otros, menos. La sola constatación de las diferentes estaturas –nos hallábamos allí unas diez personas mayores–, fue definitiva para que los alumnos de básica se clasificaran como menores con respecto a nosotros y, por lo tanto, posiblemente niños. (Es curioso, pero he podido constatar que pocas personas menores se califican como niños). Entonces, y de modo muy serio, comencé a interrogar a diferentes alumnos, en la forma más respetuosa posible y más directa y personal a la vez, recibiendo de cada uno respuestas de una seriedad fundamental:

    P. ¿Tú sabes lo que dices cuando hablas?

    A. Sí.

    P. ¿Y tú?

    A. Sí.

    P. ¿Y tú?

    A. Claro.

    P. ¿Tú dices cualquier cosa?

    A. No.

    P. ¿Y tú?

    A. No

    P. ¿Tú hablas tonterías?

    A. No.

    P. ¿Y tú?

    A. No.

    Rompimos la tensión del diálogo observando que quizás no era verdad aquello de que los menores dicen tonterías, o hablan por puro hablar; nadie se identificaba con aquellos niños que dicen leseras o que no saben lo que dicen.

    HORA DEL CUENTO: MODO NUEVO DE APRENDER

    La biblioteca, concebida en la hora del cuento como salón de libros y lugar de encuentro, es el espacio que mejor se adecúa para una actividad que busca estimular el amor al libro y crear cultura en una acción recíproca entre pequeños y grandes. Allí se rompe el sentido de tiempo útil y lugar propio de aprendizaje que se da en la sala de clases, y se da paso al tiempo y espacio detenidos del mundo que se nos muestra en el cuento y de una conversación abierta que nos distancia, aparentemente, del quehacer cotidiano. Pero, las bibliotecas para niños deben responder a sus necesidades.

    En cuanto a este tema, me viene a la memoria una de las dificultades con que he topado en el uso de las bibliotecas. Hace algunos años, fui llamada a un colegio de renombre y con bastantes recursos para tener biblioteca para niños, para hacer dos veces por semana la hora del cuento, en la biblioteca, con los chicos. Ya en nuestra segunda sesión, personas encargadas de la biblioteca nos dieron a entender, de modo explícito, su preocupación pues los niños hacían mucho ruido y no permitían trabajar en silencio a los grandes. Me surge inmediatamente la pregunta: ¿a quiénes sirven las bibliotecas en los establecimientos escolares?, ¿a los niños?, ¿a los alumnos mayores, cuyo comportamiento se adecúa mejor a lo que es el modo ideal de una persona adulta que se sirve de las bibliotecas?, ¿o a todos los alumnos de un establecimiento educacional?

    Los chicos, al igual que jóvenes de cultura menor, necesitan de una educación previa, y larga, para alcanzar un comportamiento que se avenga a una biblioteca ideal para adultos lectores; no podemos pedirles, de buenas a primeras, que no hagan ruido, o que permanezcan sentados derechitos en duras sillas, pues eso no los educa para el goce de la biblioteca ni el amor al libro; más bien, se logrará el efecto contrario.

    La actividad de la Hora del cuento en los establecimientos educacionales, llevada a cabo en la biblioteca –esto no descarta la hora del cuento en espacios familiares u otros– está concebida como actividad paralela al aprendizaje formal de la sala de clases, pero no por informal menos importante. Se trata de una situación de aprendizaje que puede ser medular en la educación del niño, pues de ella podrían irradiar intereses susceptibles de ser recogidos por profesores de la básica, en la medida en que éstos se involucren en la conversación motivada por el relato de un cuento y aprovechen cualquier tema nacido en ella que pueda desencadenar curiosidad, preguntas, deseos de saber de los chicos. A raíz de la hora del cuento, la imaginación vivaz, despierta, alerta del niño puede recrearse y expresarse en la pintura, el dibujo –con sus posibles proyecciones tales como la edición de pequeños libros–, la música, el teatro; pero, puede también expresarse en otras actividades que no pertenecen en forma tan particular al campo del arte, sino al mundo intelectual, cognitivo –aunque no menos creativo–, pues en las conversaciones surgen múltiples y variadas reflexiones que son de interés fundamental para el conocimiento de la condición humana, y el autoconocimiento de la persona que, como dice don Quijote a Sancho cuando éste es enviado a gobernar la ínsula, es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.

    He tenido ocasión de conversar con profesores que piensan que dialogar, luego de escuchar un cuento, es quebrar en el niño el encantamiento, la magia que el cuento es susceptible de producir en él. La experiencia me ha demostrado lo contrario, lo cual ha sido corroborado por el pensamiento de algunos autores con quienes siento gran afinidad; entre éstos, destaco de modo muy especial a Bruno Bettelheim. He usado en este trabajo varios aspectos de su pensamiento, valiosísimos para el estudio de la Hora del cuento. La mayor parte de las citas de Bettelheim, que me han sido de especial importancia, han sido recogidas en su obra titulada originalmente The uses of enchantement.

    Al escuchar un cuento, el niño acumula energías –sentimientos, percepciones, pensamientos–, al igual como nos sucede a todos ya sea con la literatura, con una buena película o con un simple programa de televisión, por no seguir enumerando casos. ¿Quién de nosotros, cuando de algún modo nos sentimos transportados por uno de estos medios culturales, no deseamos compartir con un buen amigo, con alguien que nos estimule, nuestras impresiones, nuestras observaciones? Al igual le sucede al niño. La buena literatura no tiene como función única –aunque ésta sea primordial–, el hacernos palpar la belleza de la expresión oral o escrita, o bien, el entretenernos. Puede también llevarnos a nuevos modos de conocimiento, a vislumbrar nuevos mundos que nos asombran e inquietan. Ante el dicho tan usual, tan frecuentemente oído, de que la lectura distrae, o de que únicamente aporta placer, nos dice Gabriela Mistral:

    No siempre nos distrae, es decir, nos aparta y nos pone a la deriva, porque muchas veces nos hinca mejor en lo nuestro. Da el regusto de lo vivido y es rumia de lo personal que hacemos sobre la pieza ajena; egoístas no dejamos de ser nunca, y en la novela rebosamos percance o bienaventuranza propios⁴.

    El cuento, además de deleitar, puede ser un medio para aprender a pensar, a reflexionar, a expresarse; a conversar en grupo, entregando nuestras opiniones, oyendo y aprendiendo a respetar las opiniones de otros. Las conversaciones en torno al cuento bien pueden servir de medio para despertar al niño al mundo de la cultura viva, del conocimiento que transforma, por oposición a aquella pseudo-cultura que no es otra cosa que fría acumulación de datos que sirven de adorno para una conversación de salón, o quizás para escalar algunos puestos útiles. De igual manera, la conversación que sigue a la narración del cuento nos ha dado una mayor conciencia de lo importante que es, en el campo de la educación, la polémica, la crítica, modo de entregar el santo apetito de la cultura, en palabras de Gabriela Mistral pues, como dice ella, pretender dar una cultura es vanidad.

    A lo anterior, quisiéramos agregar algo importante: la hora del cuento, llevada a cabo con seriedad y mucha atención de parte de la persona que la va conduciendo, puede ser motivo de lazos afectivos muy estrechos entre adultos y niños, además de un excelente medio para educar e instruir deleitando.

    EL SENTIDO DE LA VIDA EN LA EDUCACIÓN

    El mundo de lo maravilloso entregado por la literatura no necesariamente significa entretenimiento puro; puede también servir como herramienta para vivir. En su hermoso estudio al que arriba aludimos, "T

    H E USES OF ENCH ANTEMENT

    . The meaning and importance of fairy tales" (título original de la obra), Bruno Bettelheim centra su análisis de los cuentos clásicos para niños en la importancia psicológica que tiene el cuento tradicional, muchas veces folklórico y transmitido por la tradición oral, en la educación del niño y en la superación de sus crisis de crecimiento.

    En la introducción de su obra, Bettelheim comienza por referirse a la importancia que tiene el hecho de que los seres humanos seamos conscientes de nuestra existencia, por oposición a un vivir al día, despreocupadamente, sin darle un sentido a la vida en cada momento de nuestra cotidianidad. Añade que la madurez psicológica se va adquiriendo a medida que comprendemos lo que puede ser y lo que debe ser el sentido de la vida. Y este pensamiento, dice Bettelheim, debe hallarse en la base de la tarea del educador:

    ...la tarea más importante, y a la vez la más difícil, de la educación, es la de ayudar al niño a darle un sentido a su vida. Para que él logre esto, debe pasar por numerosas crisis de crecimiento. A medida que crece debe aprender a comprenderse mejor; de esta manera se hallará más capacitado para comprender a los otros y, finalmente, podrá establecer con los otros relaciones recíprocamente satisfactorias y definitivas. (...) Para no hallarse a merced de los cambios del azar, debe desarrollar sus recursos interiores de manera que sus sentimientos, imaginación e intelecto se enriquezcan recíprocamente⁵.

    Y Bettelheim, como educador y psiquiatra profesional, ha estudiado los tipos de experiencias que, en la vida del niño, son las más adecuadas para ayudarlo a descubrir sus razones de vivir. Entre estas experiencias, Bettelheim descubre cómo los tradicionalmente llamados cuentos de hadas –cuentos dejados de lado durante años y reemplazados por historias más reales, más inmediatamente ligadas a una realidad cotidiana, y también más suaves y dulces, menos violentas–, contienen un profundo material imaginativo que nos ayuda a desarrollar la inteligencia y a comprender nuestras emociones, a la vez que nos permite superar angustias y sugiere soluciones a problemas que nos afectan.

    El cuento de hadas, o cuento folklórico, dice Bettelheim, se repite de generación en generación, porque concierne en forma imaginativa los problemas humanos esenciales. El niño, al escuchar, o leer, todas aquellas historias de niños abandonados en los bosques –como Hansel y Gretel, por dar un ejemplo–, madrastras maldadosas, brujas con capacidad de adormecer o encantar a las personas, gigantes malos, lobos o peces que devoran a los seres humanos, quienes logran salvarse gracias a la intervención de algún personaje maravilloso, va adquiriendo a través de la imaginación toda una amplia comprensión de fenómenos que ocurren en su vida diaria de alguna u otra manera. Este conocimiento, logrado a través de imágenes que hablan a su yo más oscuro y profundo, lo va fortaleciendo y lo ayuda a reaccionar de manera positiva en las situaciones concretas que se presentan minuto a minuto en su vida cotidiana, o en casos que podrían anularlo debido a todas sus dificultades producidas por temores, angustias, sentimientos de desamparo o desamor, inseguridades. Todas estas dificultades, dice Bettelheim, pueden ser manejadas y superadas por el niño que, al verse enfrentado a ellas, las identifica de alguna manera con hechos semejantes que él ha conocido en los cuentos de hadas, cuyo material le permite llevar a cabo cambios de identificación entre los problemas reales de su vida, y los problemas vividos, a través de la imaginación, en la lectura o relato oral de los cuentos.

    ACERCA DE EL EDUCAR Y EL APRENDER

    Hemos dicho que la hora del cuento es un modo nuevo de educar y, por consiguiente, de aprender, pero, ¿qué entendemos por educar?, ¿qué esperamos de la persona cuando hablamos de aprender?

    Frecuentemente, al hablar de la educación, los profesores usamos un lenguaje pseudopedagógico como si ésta perteneciese al campo de lo utilitario, de la economía: un dar y un recibir. Al saber se le llama materia que el profesor entrega al niño y cuyo aprendizaje se evalúa con una nota. La calificación óptima la obtendrá aquel que repita con mayor exactitud lo que el profesor ha pasado. Así, los programas se confeccionan en base a enorme cantidad de datos que los alumnos tragan sin alcanzar a saborear, para luego repetir en la prueba y, finalmente, olvidar. Hemos llegado hasta el lamentable lenguaje de términos tales como eficiencia del profesor, eficacia de la enseñanza. ¿De qué eficacia podemos hablar al referirnos a un campo tan imprevisible como es el de la educación, donde muy frecuentemente un buen profesor no verá los frutos que la educación puede entregar? En esta pseudoeducación de corte economicista, tan en boga en los tiempos que corren, podríamos hacernos la misma pregunta que años atrás se hizo Kafka en cartas donde trató el tema de la educación del niño en la familia:

    ¿Se encuentra allí el menor rasgo de la verdadera educación, aquella que consiste en desarrollar para la bondad, la paz y el amor desinteresados, las facultades de un ser en su período de formación?

    Refiriéndonos a la escuela, podemos agregar, sin contradecir en absoluto el pensamiento de Kafka: ¿se encuentra allí el menor rasgo de aquella educación que desarrolla facultades indispensables en el campo del saber, tales como curiosidad, amor desinteresado, asombro, deseo, necesidad de aprender?

    En su sentido etimológico, educar es sinónimo de desarrollar o perfeccionar facultades, potencialidades del individuo; en otros términos, ayudar a sacar afuera lo que se halla en germen en los individuos. Ernesto Sábato, en un interesante artículo titulado Sobre algunos males de la educación, sostiene que educar es sacar afuera lo que se halla en potencia en aquel ser que vive su etapa de mayor formación; así, refiriéndose a la labor del profesor, labor de partero, nos dice:

    Esta labor de partero del maestro muy raramente se lleva a cabo, y tal vez es el centro de todos los males de cualquier sistema educativo⁷.

    Concordamos plenamente con ambos autores citados y creemos que únicamente el profesor que educa en este sentido ayuda al niño a desarrollar una personalidad auténtica, propia, autónoma, a la vez que socializada; es decir: forma individuos que, enriquecidos por el desarrollo de sus potencialidades, se hallan capacitados para ocupar un lugar y enriquecer la sociedad a la cual pertenecen.

    EL ASOMBRO

    Decíamos más arriba que la hora del cuento, a través de la narración oral y la conversación que de ella nace, es susceptible de crear en los niños preguntas, curiosidad, deseos de saber, asombro. Sábato, en su obra citada, nos dice de Platón que éste destaca el asombro como fuente de filosofía, es decir, del conocimiento. Por lo tanto debería ser la base de toda la educación.

    Uno de los rasgos que frecuentemente observamos en nuestros estudiantes, sobre todo de secundaria, es la falta de asombro, la falta de curiosidad por conocer el mundo que nos rodea y por conocer la condición humana, o sea, el conocimiento de nosotros mismos. Los jóvenes estudian en forma mecánica,

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