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Emprender en los años veinte: José Hernández Guerra. Hacienda Coronado, San Luis Potosí, México, siglo XX
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Libro electrónico385 páginas6 horas

Emprender en los años veinte: José Hernández Guerra. Hacienda Coronado, San Luis Potosí, México, siglo XX

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El presente libro expone y documenta la actividad empresarial de José Hernández Guerra, originario del estado de San Luis Potosí, México, quien fundó en el siglo xx la empresa Productos Leche Coronado, S.A. El empresario nació en 1899, por tanto le correspondió vivir durante su adolescencia y juventud el movimiento revolucionario que inició en Méxi
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 jun 2022
ISBN9786078794058
Emprender en los años veinte: José Hernández Guerra. Hacienda Coronado, San Luis Potosí, México, siglo XX

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    Emprender en los años veinte - Patricia Luna Sánchez

    INTRODUCCIÓN

    En el presente trabajo se analiza la actividad empresarial de José Hernández Guerra, originario del estado de San Luis Potosí, México, quien fundó la empresa Productos de Leche Coronado, S.A., en la primera mitad del siglo XX. El empresario nació en 1899; por tanto, le correspondió vivir su adolescencia y juventud durante el movimiento revolucionario iniciado en 1910. Su padre, Juan Hernández Ceballos, había adquirido y gestionado varias haciendas en el estado potosino en la transición del siglo XIX al XX, unidades productivas que eran su principal fuente de ingreso. La familia Hernández radicaba en la ciudad de San Luis Potosí, capital del estado del mismo nombre, ya que era el núcleo comercial, financiero y político de la entidad. Sin embargo, frente a los disturbios e inseguridad provocada por diversos grupos revolucionarios, la familia tuvo que emigrar por una larga temporada y radicar en la ciudad de Puebla, y después en la de México. En 1919, José Hernández Guerra regresó a vivir al estado potosino para emprender, en la década de los años veinte, un nuevo negocio en la hacienda de Coronado: la producción de cajeta. Hernández Guerra resulta ser el sexto empresario del que he conseguido información para analizar su desempeño como propietario en la gestión de haciendas potosinas durante y después del movimiento armado que se inició en 1910, así como registrar su actuar empresarial frente al reparto agrario llevado a cabo por los gobiernos mexicanos posrevolucionarios, proceso que tuvo un especial impacto en el estado de San Luis Potosí.

    El estudio de la actividad empresarial de José Hernández Guerra, junto con otras investigaciones que he realizado respecto a Pedro Barrenechea López, Francisco Sánchez Barrenechea, Ricardo Muriedas Manrique de Lara, Leopoldo Sainz de la Maza1 y Ricardo D. Meade Lewis (Ricardo Gómez Meade y Carmen Valle de Gómez);2 todos propietarios que gestionaron haciendas en la región del Altiplano potosino en la primera mitad del siglo XX, me ha permitido conformar una muestra significativa de empresarios potosinos para comprender las situaciones por las que transitaron, así como evaluar las decisiones y acciones tomadas respecto al destino de los negocios generados en sus haciendas, en especial en época de crisis y transformación. Y en el caso que nos ocupa, Juan Hernández Ceballos y José Hernández Guerra, lograr los objetivos de identificar, analizar y evaluar el emprendimiento que llevó a consolidar en el mercado la marca Coronado, el nombre de la hacienda en que inició la elaboración y comercialización del dulce de leche de cabra denominado en México cajeta, producto que resultó clave para el arranque de la empresa familiar. De esa manera, avanzar en el proyecto de analizar las marcas comerciales como símbolos de identidad de productos originados en las que fueron haciendas potosinas y que actualmente conservan los nombres que tenían esas unidades productivas. Marcas que están bien posicionadas en el mercado local y regional, como el caso de Carranco,3 o nacional, como Coronado. Así, pues, se valorará cómo parte del capital intelectual estructural que se gestó en las haciendas potosinas se manifiesta actualmente, entre otras maneras, mediante el uso de marcas que conservan sus nombres como activos simbólicos que fortalecen una imagen corporativa histórica de manera positiva.

    La historiografía sobre la actividad empresarial en el México independiente es muy nutrida. Empresarios mexicanos y extranjeros que trabajaron en variadas actividades productivas en el territorio nacional han sido analizados en diversas publicaciones, en las que se observan aspectos como el origen de las casas mercantiles, las políticas de fomento industrial, las compañías agrícolas y las industrias diversas, así como estudios de casos de un significativo número de empresarios,4 en especial, los españoles que estuvieron activos en diferentes regiones del país.5 Asimismo, encontramos obras sobre la conformación del sector empresarial en la región norte centro-oriental del país6 que, de acuerdo con Mario Cerutti, incluye el estado de San Luis Potosí.

    Sin embargo, la revisión historiográfica para el presente texto se concentró en actividades de empresarios propietarios de haciendas potosinas, enfocada en el análisis del capital físico, monetario y humano, ya que se interesa en aspectos como la tenencia y explotación de los recursos naturales, los espacios funcionales y arquitectónicos, el tipo de producción, los mercados, el ejercicio contable, las relaciones laborales, los conflictos sociales, la vida cotidiana, etcétera.7 Lo anterior, en tanto que mis objetivos se han encaminado, en los últimos trabajos, a identificar y analizar el capital intelectual estructural generado mediante las responsabilidades de estos propietarios en la organización y gestión de sus negocios, en especial, las haciendas, así como registrar los trámites diarios y las prácticas o procedimientos innovadores, sobre todo en situaciones críticas, y las relaciones construidas por los hacendados mediante el intercambio de productos con los clientes y proveedores, además de mostrar las actividades ligadas a la incipiente mercadotecnia con atención en la promoción y publicidad realizadas por los propietarios para crear notoriedad en el mercado de los productos elaborados en las haciendas del Altiplano potosino.

    Por tanto, el sustento teórico idóneo continúa estando en al ámbito de la administración de empresas o negocios, en especial, el valor que se le otorga al capital intelectual estructural. En la literatura especializada en dirección de empresas o negocios, ha cobrado interés la teoría de los recursos, capacidades y conocimientos, la cual centra su atención en el análisis de los recursos que poseen las empresas y su importancia. Los criterios de clasificación de los recursos de una empresa varían; básicamente, son bienes tangibles o financieros, además de los intangibles o intelectuales. Los primeros tienen un soporte físico o material, mientras que los segundos se basan en la información y el conocimiento, por lo que resulta más difícil su identificación y cuantificación. Entre los intangibles se encuentra el capital humano, que se refiere al conocimiento útil para la empresa que poseen las personas y su capacidad para aprender, es decir, aptitudes y actitudes de todos los trabajadores de manera individual. En tanto, el capital estructural organizativo se refiere a conocimientos que corresponden a la empresa, como la cultura organizativa, la tecnología, la propiedad intelectual y los procesos de innovación; y hacia el exterior de la empresa, el capital relacional, las interrelaciones con los clientes, proveedores y otros agentes, además de la notoriedad de la marca, el logotipo y las patentes, susceptibles de ser registrados y, por tanto, protegidos, sin olvidar las actividades de promoción y publicidad que lleva a cabo la empresa (Navas, 2002: 163-170).

    Se considera que cualquier actividad realizada dentro de la empresa es un trámite que contribuye a la formación de capital intelectual estructural. El capital simbólico se inserta en el capital organizativo y se entiende como una combinación de reconocimiento e historia utilizados para influir en la percepción de otros agentes sociales, mientras que la innovación es la capacidad de construir sobre el conocimiento previo y de generar nuevo conocimiento e incrementarlo. Parte importante del capital intelectual estructural de la empresa es la propiedad intelectual mediante, por ejemplo, patentes, marcas y diseños registrados, mientras que, como se mencionó, el capital relacional tiene que ver con las relaciones de la empresa con agentes internos y externos para consolidar el intercambio de información, productos y servicios (Roos et al., 2001: 72-87). Estas relaciones externas también se pueden integrar con otros agentes sociales, como la administración pública, los medios de comunicación, las organizaciones protectoras del medio ambiente, etcétera.

    En cuanto a la importancia de la marca, en su origen era un distintivo para identificar, después pasó a ser un factor de diferenciación con la competencia y, finalmente, se ha convertido en un elemento de identidad del producto o servicio, lo que crea un puente de emociones con el consumidor. En esta fase es cuando la marca se considera un activo para las compañías. Por tanto, las marcas desempeñan una función simbólica en relación con lo que representan en la mente del consumidor (Sierra, 2017). En México, la autoridad capacitada en materia de propiedad industrial es el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, el cual ejerce las facultades de tramitar y, en su caso, otorgar títulos de propiedad industrial; aplicar medidas provisionales; y resolver y sancionar procedimientos de nulidad, caducidad, cancelación e infracción referentes a los derechos de propiedad industrial (Magaña, 2011: 11). La ley de propiedad industrial vigente abarca invenciones, modelos de utilidad, diseños industriales, patentes, marcas, marcas colectivas y de certificación, marcas notoriamente conocidas o famosas, avisos comerciales, nombres comerciales, registro de marcas, denominación de origen y circuitos integrales (Diario Oficial de la Federación, 2018).

    Se planteó, entonces, la hipótesis de que algunos empresarios propietarios de haciendas ubicadas en el Altiplano potosino sobrepasaron la afectación de sus negocios, tanto por el movimiento revolucionario como por el reparto agrario, al concentrar su actividad en productos derivados del sector pecuario, en especial, los lácteos, además de conservar el capital organizativo relacional y utilizar en su marca el nombre de sus haciendas, lo que posibilitó, al menos regionalmente, aprovechar el capital simbólico.

    El procedimiento metodológico consistió en un análisis de caso, para lo cual se procedió a localizar, ordenar, clasificar e interpretar fuentes documentales inéditas, consultar diversa bibliografía, así como realizar entrevistas para alcanzar los objetivos planteados. En cuanto a la búsqueda de fuentes, debo destacar que se me permitió consultar el archivo particular de Juan Hernández Ceballos, dueño de la hacienda Coronado en las primeras décadas del siglo XX, y de su hijo José Hernández Guerra, quien fundó la empresa productora de la cajeta Coronado.8 Este acervo cuenta con más de mil documentos, en los que predominan las misivas entre particulares, aunque también existen recibos, inventarios, estados de cuentas, borradores de contratos y notas breves de 1912 a 1919, así como algunas fotografías, etiquetas, tarjetas de presentación, artículos de periódicos, etcétera. Todos estos materiales resultaron muy enriquecedores para reconstruir los tiempos turbulentos que les tocó vivir durante la Revolución mexicana y años subsecuentes, como preámbulo al emprendimiento que iniciaría José Hernández Guerra con la producción y comercio de cajeta Coronado en los años veinte. Los documentos del archivo particular se encuentran ordenados en su origen por asuntos, como la mayoría de los archivos empresariales, por lo que tomé la decisión de fotografiarlos e imprimirlos para organizar las copias cronológicamente y así tener una mejor comprensión de los individuos y el contenido. La referencia que consideré para citarlos es el nombre que asigné al archivo (Archivo Particular Alejandro Hernández de la Rosa, APAHDR) y las fechas de los documentos. Además, se realizaron entrevistas con el Ing. Alejandro Hernández de la Rosa y la Sra. Dolores Álvarez Septién, cuyos testimonios fueron muy enriquecedores para la elaboración del texto. Asimismo, se consultó el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (AHSLP) para hacer el seguimiento de los propietarios de la hacienda Coronado; el archivo del Registro Agrario Nacional de San Luis Potosí (RANSLP) para obtener algunos documentos referentes a la expropiación de tierras de la hacienda Coronado; y el Archivo Histórico del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), en la Ciudad de México, para localizar el expediente del registro de la marca Coronado.

    Respecto al contenido del presente texto, en el capítulo 1 se expone una síntesis cronológica de la correspondencia particular de Juan Hernández Ceballos y algunas de su hijo José Hernández Guerra con diversos actores, entre ellos, su yerno Celedonio Álvarez, fechadas entre 1912 e inicios de 1916, para entender la situación de las haciendas de su propiedad en medio del movimiento revolucionario iniciado en 1910, así como el desplazamiento que realizó la familia a la ciudad de Puebla en 1913. El capítulo 2 abarca las misivas de los años 1916 a 1918, cuando la familia Hernández se fue a radicar a la Ciudad de México. En ese entonces, al ser el hijo varón mayor de edad, José Hernández Guerra tomó a su cargo la gestión de los negocios paternos bajo la asesoría de su padre, e incursionó en la venta de autos usados y de transporte público, así como de dólares y otras mercancías, como telas, sin descuidar la gestión de las haciendas potosinas. Y, a la vez, realizaban la permuta de la venta de la hacienda El Custodio por la de Pozo de Acuña. El contenido del capítulo 3 corresponde al año 1919, cuyo análisis permite entender los esfuerzos que realizaban y las decisiones que tomaban respecto a la gestión a distancia de sus haciendas. En especial, buscaban reactivar la actividad productiva de la hacienda de Coronado y su anexo San Judas mediante el arrendamiento de tierras, y de la mezcalera por parte de un tercero. Asimismo, proyectaban las actividades que realizarían en cada hacienda. En el capítulo 4, a manera de epílogo, se expone la situación económica mexicana en la década de los años veinte, para proceder a reseñar el emprendimiento de José Hernández Guerra en la hacienda Coronado, una vez que regresó a radicar al estado de San Luis Potosí, así como el consecuente desarrollo y consolidación de la empresa familiar, que dio origen al producto más reconocido en el mercado, la cajeta Coronado, además de la diversificación con otros productos alimenticios a cargo de la segunda generación, para terminar con la venta de la empresa familiar, Productos de Leche Coronado, S.A., en la década de los noventa. Por último, unas reflexiones personales respecto al emprendimiento y el valor de la marca analizada. Se anexan algunos documentos transcritos a la letra, por considerarlos significativos para la comprensión de la gestión empresarial de las haciendas potosinas en las primeras décadas del siglo XX.

    NOTAS

    1 Véase Luna ( 2015 ).

    2 Véase Lun a ( 2016 ).

    3 Id .

    4 Véase Soberanis ( 1988 ); Trujillo ( 2000 ); Herrero ( 2001 ); Trujillo y Contreras ( 2003 ); Lierhr ( 2006 ); Romero, Contreras y Méndez ( 2006 ); Cerutti ( 2009 a); Ludlow ( 2010 ); Cerutti, Hernández y Marichal ( 2010 ); Palacios ( 2015 ).

    5 Véase Saldaña y Cerutti ( 1999 ); Garritz ( 1996 - 1999 ); Herrero ( 2004 ); Ruiz ( 2008 ).

    6 Véase Cerutti ( 2009 b); Cerutti ( 2000 ); Solís, Ávila y Serna ( 2015 ); López ( 2015 ); Cañedo ( 20 15 ).

    7 Véase Cabrera y Cabrera ( 1958 ); Pozo ( 1970 ); Cabrera y Cabrera ( 1978 ); Cabrera ( 1979 ); Bazant ( 1980 ); Lerner ( 1986 a; 1986 b); Salazar G. ( 2000 ); López Palau ( 2003 ); Espinosa ( 1994 ); Penyak ( 2007 ); Escobar ( 2009 a; 2009 b); Rangel ( 2011 ); Escobar y Rangel ( 2011 ); Franco y Gutiérrez ( 20 13 ); Garay ( 2010 ).

    8 Agradezco al Ing. Alejandro Hernández de la Rosa haberme permitido consultar el archivo.

    CAPÍTULO 1

    LOS NEGOCIOS FAMILIARES EN LOS PRIMEROS AÑOS DE LA REVOLUCIÓN, 1912-1915

    En este apartado se mencionarán algunas de las propiedades rurales (haciendas y ranchos) de las que fueron dueños, a finales del siglo XIX e inicios del XX, los descendientes de la extensa familia Hernández P. Soto en el estado de San Luis Potosí. Después, se expondrá, en secuencia cronológica, una síntesis del contenido de los documentos existentes en el archivo familiar, de 1912 a 1915 y algunos de inicios de 1916, con la referencia de la fecha y el lugar de origen del destinatario y remitente para ubicarnos en el tiempo y espacio, y así comprender la movilidad de los involucrados. Se observarán las afectaciones que tuvieron las haciendas de Juan Hernández Ceballos en los primeros años de la Revolución, y el traslado de la familia a vivir a la ciudad de Puebla. Se incluirá la correspondencia con Celedonio Álvarez, yerno de Juan Hernández, por cuestiones laborales.

    LAS PROPIEDADES RURALES DE LOS HERNÁNDEZ A INICIOS DEL SIGLO XX

    A manera de antecedentes, señalaremos que, para finales del siglo XVIII, la hacienda de Guanamé pertenecía al marqués de Rivas Cacho; y para mediados del siglo XIX, a los condes de Pérez Gálvez (Garay, 2010: 179); posteriormente, esta hacienda fue adquirida por Atanasio Hernández Soberón y Francisco Hernández Ceballos a la intestamentaría de Manuel Escandón, de acuerdo con la escritura del 18 de febrero de 1868 en la Ciudad de México, y a cada uno le correspondió la mitad de la propiedad. A la muerte de Atanasio Hernández Soberón, en 1889, su parte recayó en sus tres hijos: María de la Luz, Atanasio y Luisa Hernández Travanco. En tanto, Francisco Hernández Ceballos compartió su parte con su hermano Mariano Hernández Ceballos; ambos, hijos de Joaquín Hernández P. Soto. Los nuevos propietarios de Guanamé conformaron, en marzo de 1890, una sociedad agrícola cuyo capital social, incluidos los ranchos anexos, ascendía a $325 000.00. El objeto de la sociedad sería la explotación de la finca por una duración de diez años. La razón social era Hernández y Compañía, y el uso de la firma la tendría Mariano Hernández Ceballos como gerente de la sociedad. La sociedad se ubicaría en la capital del estado de San Luis Potosí, para resolver los asuntos del negocio (AHESLP, Calvillo, 20 de marzo de 1890). Cuatro décadas después, el propietario de la hacienda Guanamé era José Hernández Barrenechea por herencia de su padre, Mariano Hernández Ceballos, casado con Josefa Barrenechea Arbide.

    La hacienda de Guanamé fue propiedad de la familia Hernández a finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, así como otras haciendas de la región semidesértica del Altiplano potosino. Se trataba de una extensa familia cuya genealogía se puede consultar en el libro La familia Hernández Soto de San Luis Potosí (Cabrera, 1966), a la cual nos referiremos en el presente trabajo por relacionarse con la hacienda de Coronado, objeto de nuestro estudio. Asimismo, en el último tercio del siglo XIX, la hacienda de Cruces, con tierras en los actuales municipios de Moctezuma, Salinas, Villa de Ramos y Santo Domingo, era propiedad de Antonio Hernández Pérez Soto, y junto con la hacienda de Guanamé, propiedad en parte de su hermano Joaquín Hernández Pérez Soto, se consolidaron como un importante negocio ganadero. De acuerdo con un plano topográfico realizado en 1890 por Francisco Gándara para los propietarios Matías y Antonio Hernández Soberón, la hacienda de Cruces abarcaba un territorio de 373 890 hectáreas. Para entonces, ya se mostraba en el plano la división de la hacienda en dos propiedades; la del norte sería la hacienda de Illescas; y la del sur, Cruces: 186 967 hectáreas para Cruces y 186 923 hectáreas para Illescas (Franco y Gutiérrez, 2013: 12).

    También, la hacienda conocida como Solís, cuyos terrenos llegaron a abarcar dos terceras partes del hoy municipio de Villa de Guadalupe, colindante por el suroeste con el municipio de Venado, era en 1858 propiedad de Joaquín Hernández P. Soto, quien se apoyaba para la administración de esa hacienda en algunos de sus hijos, como Rafael y Joaquín Hernández Ceballos (Monroy, 2013: 12). Asimismo, Joaquín Hernández P. Soto fue dueño de la hacienda de Vallejo. La hacienda de Peotillos, con 197 000 hectáreas, en el municipio de Villa Hidalgo, en el último tercio del siglo XIX era propiedad de Manuela Soberón Sagredo, viuda en primeras nupcias de Matías Hernández P. Soto, y con un segundo matrimonio con Ignacio Muriel, por lo que los herederos de esa hacienda fueron sus hijos de apellidos Hernández Soberón y Muriel Soberón (Garay, 2010: 209). Esta breve relación de haciendas propiedad de las familias Hernández nos conduce a hablar de los inmigrantes de origen español, nacidos en Villoslada de Cameros, provincia de Logroño: Antonio, Matías y Joaquín Hernández Pérez de Soto (Cabrera, 1966), quienes fueron los pioneros de esa familia Hernández en establecerse en territorio potosino en la segunda década del siglo XIX.

    Los hermanos Hernández Soto (se omitió el uso de su apellido Pérez) y sus descendientes tuvieron en propiedad, durante el último cuarto del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, haciendas importantes en la región del Altiplano potosino, en un territorio ubicado, a grandes rasgos, entre el norte de la ciudad de San Luis Potosí y el sur del centro minero de Real de Catorce y la ciudad de Matehuala. Como se mencionó, poseían y gestionaban importantes haciendas, como Illescas, Cruces, Guanamé, Solís, Vallejo y Peotillos. Ahora bien, para centrarnos en el caso de estudio, hablaremos en particular de la rama de Joaquín Hernández Soto, quien contrajo nupcias cuatro veces. En la segunda ocasión, se casó con la potosina Luisa Ceballos Sánchez, con quien procreó catorce hijos; uno de los menores fue Juan Hernández Ceballos, quien nació en San Luis Potosí en 1856 y contrajo matrimonio en 1888 con Refugio Guerra Fonseca, originaria de Lagos de Jalisco. El matrimonio Hernández Guerra tuvo trece hijos; el de interés para el presente estudio es José María Martiniano Hernández Guerra. En los años del estudio, era el hijo varón mayor, pues habían muerto antes dos hombres cuando eran pequeños (Cabrera, 1966: 177). En la documentación del archivo de Juan Hernández Ceballos y José Hernández Guerra lo nombran siempre como José.

    DIAGRAMA 1

    GENEALOGÍA DE JUAN HERNÁNDEZ CEBALLOS Y JOSÉ HERNÁNDEZ GUERRA

    Elaboración propia con base en Cabrera (1966).

    Así, existe constancia en el archivo familiar de que, para las primeras décadas del siglo XX, las haciendas y ranchos de Juan Hernández Ceballos ubicados en la región del Altiplano potosino eran Coronado, El Carmen, Santa Rita, San Judas y Santa Isabel, situadas en los municipios de Venado, Charcas y Villa de Guadalupe. En tanto, en la región Media tenía en propiedad la hacienda Pozo de Acuña y sus ranchos, Agua del Toro y su anexo Ángeles, en los municipios de Guadalcázar y Cerritos; y la hacienda El Custodio, en el municipio de Ciudad del Maíz.

    AFECTACIÓN A LAS HACIENDAS POR EL MOVIMIENTO ARMADO

    La situación política, económica y social del país se complicaba desde 1910. A principios de 1914 los rebeldes dominaban el norte del país, y ya desde finales de 1913 había movimientos antihuertistas en San Luis Potosí y otros estados. El avance de los ejércitos del norte motivó alzamientos en los estados centrales del país. Carranza decidió que los ejércitos de González y Obregón tomaran la capital del país; González, por Monterrey, Tampico, San Luis Potosí y Querétaro (Garciadiego, 2016: 240-242). La inseguridad privaba en el estado de San Luis Potosí y en su ciudad capital, por lo que se inició el desplazamiento de muchas familias potosinas; varias huyeron a la Ciudad de México, otras fuera del país, principalmente a Estados Unidos y Cuba. Así, Juan Hernández Ceballos y su familia se fueron a vivir desde finales de 1913 a la ciudad de Puebla, donde su hija mayor, Dolores, se casaría en 1914 con Celedonio Álvarez, de origen español. Tres años después, los Hernández se trasladarían a radicar a la capital del país. A partir de 1915, los empresarios Hernández centraron sus esfuerzos en trabajar las haciendas del noroeste del estado potosino: Coronado y San Judas; y la fábrica de mezcal de Santa Isabel. Mientras tanto, promovieron la venta de las haciendas y ranchos de la región Media, que eran Pozo de Acuña y el rancho anexo El Quelital; Agua del Toro y su rancho Ángeles, así como El Custodio.

    Buena parte de la documentación inicial del archivo particular la constituyen las cartas que le escribía el empleado Francisco Iturriaga a Juan Hernández Ceballos (padre de José Hernández Guerra) respecto a la gestión y situación de las haciendas potosinas de su propiedad. Al parecer, Iturriaga era entonces el encargado de las propiedades rurales de Hernández Ceballos. La mayoría de los reportes iniciales, de 1912-1915, corresponden a las haciendas El Custodio, Pozo de Acuña y Agua del Toro, con su anexo Ángeles, fincas ubicadas en la región Media del estado potosino. La primera misiva del archivo familiar consultado (APAHDR) tiene como fecha el 23 de mayo de 1912; en ella le informaban a Juan Hernández, quien todavía residía en San Luis, capital, que el día anterior habían llegado a la hacienda El Pozo alrededor de 300 hombres al mando de Alberto Carrera Torres, hermano de Francisco Carrera, quienes se marcharon la madrugada del día siguiente. Afirmaba el encargado que, durante su permanencia en la finca, los intrusos no la habían quemado ni saqueado, como lo habían hecho en otros lugares, pero sí habían exigido armas y dinero, y él les había explicado que no había en la hacienda, por lo que Carrera y sus hombres procedieron a revisar todos los cuartos de la casa; y al comprobar lo que les habían dicho, habían exigido seis caballos y cuatro mulas, que se le entregaron, incluida la mula que movía la noria, además de pastura y maíz. También le comunicaba el encargado a Hernández que en la zona se sabía que esa partida, en combinación con la de Cedillo (no da el nombre propio), quería atacar la población de Cerritos, por lo que muchas familias ya se habían marchado. Explicaba Iturriaga que antes Carrera y su gente habían tomado Guadalcázar, donde quemaron algunas casas y comercios. En cuanto a la actividad en las haciendas, le reportaba a Hernández que en El Pozo había llovido un poco, por lo que se habían podido regar algunas parcelas, en tanto que en El Custodio esa semana debía de haber cerrado la siembra, pues era la finca en la que más había llovido, en tanto que la talla de fibra en Agua del Toro había bajado mucho por la escasez de mano de obra. Respecto a la fábrica de vino mezcal, sin especificar de qué hacienda se trataba, reportaba que, después de la interrupción que se había dado por la rotura del alambique y la reparación correspondiente con un fondo nuevo, había vuelto a trabajar, pero apuntaba que era imposible mandar el vino mezcal que había en existencia a Tula, Tamaulipas, por la inseguridad que imperaba en los caminos, al igual que el ixtle, que no podía embarcar por ferrocarril a Tampico. Terminaba la carta expresándole a Juan Hernández Ceballos que lamentaba mucho las malas noticias que le daba, pero que si las cosas continuaban así, un día no muy lejano ya no se podrá hacer absolutamente nada (APAHDR, 23 de mayo de 1912).

    El otro documento en el archivo particular, correspondiente a 1912, se refiere a la visita de inspección reglamentaria que realizó el inspector de la Renta del Timbre al despacho de la hacienda El Custodio, el cual había sido recibido por David Guerra, entonces administrador de la finca (cuñado de Juan Hernández), y quien se había encargado de presentar los libros de contabilidad, el talonario de facturas, el certificado de registro para vender tabacos labrados, los comprobantes de caja de junio de ese año, así como los contratos de aparcería. El resultado de la inspección señalaba que todo se había cumplido de acuerdo con los requisitos de ley (APAHDR, 2 de agosto de 1912). Este tipo de información será la tendencia en la correspondencia de esos primeros años: el robo de mercancías de todo tipo y las presiones para entregar préstamos forzosos por parte de los bandoleros, revoltosos o revolucionarios, como los denominaba el encargado. También era importante reportar las condiciones del clima, en particular las lluvias, para explicar el estado de las cosechas, así como las referencias a la producción de fibras vegetales, como el ixtle de palma, la lechuguilla y el zamandoque, además de la producción de mezcal y el estado de los animales. Por otro lado, le informaban sobre los diversos trámites y pagos de contribuciones que se hacían a las diferentes instancias de gobierno.

    FIGURA 1

    RETRATO DE JUAN HERNÁNDEZ CEBALLOS

    Fuente: archivo del Ing. Alejandro Hernández de la Rosa.

    A inicios de 1913, el encargado Francisco Iturriaga escribía a su patrón, Juan Hernández Ceballos, a la ciudad de San Luis Potosí, para comunicarle que había en existencia en la hacienda Pozo de Acuña 296 pacas de ixtle de palma, 53 pacas de lechuguilla y 93 pacas de zamandoque. Todas, fibras naturales extraídas de plantas nativas de la región. Además, confirmaba haber recibido la ropa y los abarrotes que le habían enviado; al parecer, mercancías para la tienda de la finca. En marzo, la correspondencia reportaba que no había llegado todavía el frijol a la población de Cerritos, pero que tan pronto llegara lo mediría y le avisaría a Juan Hernández para que él le fijara el precio. En relación con el rancho Agua del Toro y el rancho Ángeles, señalaba que no había personal para tallar la planta conocida como espadín, al parecer porque no les era redituable por el bajo precio. A manera de posdata, le comentaba a Hernández que ojalá no tardara el envío de ropa y abarrotes para que la gente pudiera usar sus boletas que les habían dado en la raya. En otro documento se plasmaba la relación de la cosecha en Pozo de Acuña del año anterior, 1912, en la que se señalaba el número de tinacos (medida de capacidad) por fracción de terreno con la cantidad de hectolitros por cada una. La suma totalizaba 3 043 hectolitros 37 litros, sin mencionarse el tipo de cultivo (APAHDR, 6 de febrero, 31 de marzo, 14 de abril de 1913).

    TRASLADO DE LA FAMILIA A LA CIUDAD DE PUEBLA

    El 25 de abril de 1913, Iturriaga decía en su carta estar enterado de que su patrón Juan Hernández Ceballos partiría en unos días a la ciudad de Puebla para encontrarse con su familia. Como ya se comentó, su hija mayor Dolores, y su yerno, de origen asturiano, Celedonio Álvarez, se casarían en la capital poblana a principios de 1914. Hay que apuntar que Juan Hernández y su esposa le otorgaron un poder a Celedonio para que manejara sus negocios. En la carta del 26, Iturriaga reportaba la producción de granos de cebada y los riegos a la caña de azúcar con la poca agua que había en la presa. Afirmaba estar al tanto de la instrucción de que a partir de esa fecha las facturas de las pacas de ixtle se le mandarían a José María V. Guerra (pariente político de Juan Hernández) a la ciudad de San Luis Potosí. En otros asuntos, mencionaban que las condiciones propuestas a los medieros de la hacienda Agua del Toro las habían rechazado; comentaba también las áreas que se habían regado con la lluvia, entre ellas las de caña, y hacía hincapié en la muy poca agua que se había podido captar en la presa de esa finca. Se despedía de Hernández deseándole un feliz viaje. Así, a inicios de mayo, la carta que escribía Iturriaga a su patrón ya iba dirigida a la ciudad de Puebla. Ese mismo mes, Ignacio Jaime, al parecer otro empleado, le escribía a Juan Hernández para avisarle que ya había remitido a la hacienda Pozo de Acuña las dos prensas

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