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El Cisne del Avón
El Cisne del Avón
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Libro electrónico279 páginas3 horas

El Cisne del Avón

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Información de este libro electrónico

Admiración y locura provocadas por el más grande dramaturgo de todos los tiempos.

Una joven escritora busca en su admiración por Shakespeare el secreto para encontrar su talento dentro de la literatura, sin embargo, cuando comienza a sumergirse en una oscuridad incontrolable, no solo será inspiración lo que encontrará en el dramaturgo inglés, sino una lucha interminable por mantener a flote su cordura.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 dic 2020
ISBN9788418500718
El Cisne del Avón
Autor

Dani Arce

Dani Arce nació en Toluca (México) el 7 de mayo de 1994. Estudió leyes y tiene una maestría en administración pública. Proveniente de una familia de escritores y lectores. Desde pequeña, su madre y su abuela le inculcaron el gusto por la poesía y literatura, comenzando por los clásicos a muy corta edad, donde nació su profunda admiración por Shakespeare. En su etapa escolar destacó en muchos concursos de declamación y creación poética, culminando con su primera novela a los quince años. Escribe con música clásica de fondo; Beethoven y Paganini son sus favoritos.

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    El Cisne del Avón - Dani Arce

    El Cisne

    del Avón

    Dani Arce

    El Cisne del Avón

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418500206

    ISBN eBook: 9788418500718

    © del texto:

    Dani Arce

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2020

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Agradecimientos

    Este libro resulta muy especial para mí, puesto que es el primero que publicaré y con ello adquiero una responsabilidad inmensa para con mi familia, mis amigos y, por supuesto, mis futuros lectores.

    Así que, como es costumbre, quiero agradecer a mi familia, especialmente a mi madre, por guiarme en cada momento de mi vida hasta el día de hoy, enseñarme lo esencial acerca de todo y hacer de mí una mujer fuerte; siempre será mi mayor ejemplo de vida, admiro su valor y entereza para afrontar cada circunstancia. Te amo, mamá.

    A mi esposo e hijas por ser mi soporte en los últimos años, haberme brindado la felicidad que necesitaba para emprender mi sueño y las largas horas de espera y ausencia que me requirieron todo esto. Los amo infinitamente.

    A las personas que estuvieron en mi vida en el momento en que escribí este libro, por allá del 2011, porque de alguna forma, gracias a ustedes, esta historia cobró vida y hoy se encuentra en manos de alguien más. Con el tiempo he aprendido que cada persona o circunstancia que aparece en tu camino es para dejar algo de sí; de ustedes tomé lo mejor, y este es el resultado. Gracias.

    A mis lectores. Gracias por creer en mí y darme la oportunidad de contarte esta historia. Espero poder transmitir tan solo una parte del cúmulo de emociones que yo sentí al escribirla. Creo fervientemente que cada libro que leemos nos hace mejor persona. Espero de corazón contribuir con algo bueno en tu vida, gracias por tenerme en tus manos.

    Dani Arce

    Mensaje al lector

    Esta es la primera vez que hago esto, así que habrás de disculparme si encuentras una o una infinidad de fallas en este texto. Como lo dije en los agradecimientos, este libro constituye mi sueño más grande hasta ahora y, por ende, me siento total y completamente frenética al escribir este mensaje; quizás debas de saber que lo hago a solo dos días de entregárselo a mi editor, y esta presión, que se ha convertido en un cosquilleo en las muñecas, es lo que espero que me una más a ti.

    Empecé a escribir a los catorce años, y a los quince ya tenía mi primera novela terminada; pero no hablaremos de ella, porque no es la que tienes hoy en tus manos. De hecho, esta es la tercera. La escribí cuando tenía apenas diecisiete. La guardé en un cajón por casi diez años y decidí esperar el momento adecuado. ¿Por qué te cuento esto? Porque quiero decirte que a los veinticinco años decidí que ya era el momento; comprendí que no hay una edad ideal para empezar a buscar nuestros sueños, tampoco existe un momento completamente perfecto para ello. Siempre habrá complicaciones, siempre habrá obstáculos, pero, si crees que es posible, entonces todo conspirará a tu favor y te hará materializarlo.

    Durante mi adolescencia tuve muchas dudas acerca de quién era y para qué escribía, si poseía o no el talento, o si algún día tendría la suerte de encontrar alguna editorial interesada en mí. Ahora sé que el allegarte de las herramientas para hacer realidad un sueño que por un momento pareciera inalcanzable no te demerita ante aquellos que han tenido la fortuna de recibirlo hasta su puerta. A muchos nos toca picar piedra, como dicen en mi país; a muchos de nosotros nos toca construir las escaleras para llegar a nuestra cima; así que, si eres de los míos, te invito a no rendirte, a no tirar el martillo, por duro que parezca. Cuando crees en ti, los demás también lo hacen y, cuando creas que tienes el talento y la suerte para triunfar, entonces los tendrás.

    Con amor y agradecimiento.

    Tu amiga,

    la autora

    Prólogo

    Si alguien me dijera: «Por favor, describe a Daniela como persona y sé lo más breve que puedas», yo respondería que es valiente y segura de sí misma. Y así debe ser. Una persona cobarde no puede ni debe escribir. Ahora bien, si ese alguien me pidiera que describa a Daniela como escritora, le diría que es una novelista con alma de poeta.

    Hace tiempo escribí un cuento en el que aparecen un chico y una chica que basan su amistad en el amor que sienten por la literatura, y en ese cuento hay un párrafo que dice:

    A veces, mientras los demás bebían y charlaban de otras cosas, ella y yo hablábamos de libros. Un día le confesé que yo escribo y Sofía me confesó que ella escribe también. Pero Sofía aspiraba a lo divino, así que escribía poemas. Yo era más terrenal y sólo escribía cuentos. A veces nos mostrábamos nuestro trabajo, y ella juzgaba mis cuentos y yo sus poemas. Pero a mí me resultaba difícil hacerlo porque escribir un poema decente es más complicado que escribir un buen cuento. Así que a veces, más que juzgarla, me limitaba a admirarla.

    Y aunque escribí ese párrafo pensando en la amistad que ella y yo tenemos, a diferencia de la Sofía del cuento, Dani también ha escrito novelas. Esto es lo que más admiro de ella y aclararé por qué.

    Para convertirse en escritor, uno debe atravesar varios filtros. El primero es muy obvio y a primera vista parece fácil superarlo, pero en realidad no lo es tanto. Estoy hablando de escribir.

    Desde mi adolescencia conocí a tantas personas que querían hacerlo… Hablaban de ello todo el tiempo; juraban que su sueño era escribir novelas. Pero los años pasaron y siempre encontraron la forma de posponer el momento de sentarse frente a la hoja en blanco y comenzar «la lucha con el ángel». Así que, a mi pesar, descubrí que hay una gran diferencia entre el número de personas que desean escribir y el número de personas que, de hecho, se sientan y empiezan a hacerlo. 

    Sin embargo, Daniela superó ese filtro siendo una adolescente. Surgió en ella el deseo —quizá incluso la necesidad— de empezar a escribir una historia, y lo hizo.

    Al escribir la primera línea, comenzó la batalla por superar el segundo filtro. Ese filtro es despiadado, sobre todo al compararlo con el primero porque, para quedarse atrapado en ese primer filtro, basta con no hacer nada. Sin embargo, cuando se trata de superar el segundo, uno puede partirse el alma durante años y darlo todo de sí y, aun así, quedarse en el intento. Cuando hablo de superar ese segundo filtro, me refiero a terminar la novela. 

    Brandon Sanderson dijo que, cuando un escritor termina su primera novela, pasa a formar parte de un grupo muy selecto, aunque muchas veces ese escritor ni siquiera se da cuenta. 

    Cualquiera que haya escrito una novela, sabe que al comenzarla se emprende un viaje emocionante, aunque a menudo largo e incierto. Alguien dijo una vez que escribir una novela es como cruzar el océano a solas en una balsa. Ninguna otra metáfora me ha parecido tan acertada. Infinidad de escritores han zarpado en su pequeña balsa con la esperanza de completar el viaje, solo para naufragar y perderse en el océano. Muy pocos llegan a la orilla, pero aquellos que lo hacen traen consigo una novela bajo el brazo.

    La primera vez que Daniela intentó cruzar ese océano tenía quince años. Al pensarlo, imagino a una chica obstinada, atrevida, decidida a no rendirse. Solo ella sabe si hubo más tempestades o momentos de calma durante aquel viaje. Como sea que haya sido, a los dieciséis años llegó a la orilla triunfante. Desde entonces se ha lanzado a la aventura en repetidas ocasiones y cuatro veces ha logrado completarla.

    Ahora, a sus veintiséis años, Daniela ha decidido librar el filtro que le faltaba y publicar una de sus novelas. Conociéndola, no me sorprende que haya elegido esta. 

    Tuve la oportunidad de leerla por primera vez hace cinco años y, con cada año que pasa, aumenta la estima que le tengo. Siempre he creído que, si una novela te gusta y luego descubres que, pese al paso del tiempo, los personajes y su historia siguen en tu memoria, entonces el autor hizo un buen trabajo porque de alguna forma ha conseguido tocarte. Eso me sucedió con El Cisne del Avon y confío en que, como a mí, esta historia logrará tocarte también.

    Esteban E. A. F.

    I.

    La elección

    Anoche tuve un sueño. Estaba en un teatro, del lado opuesto al escenario; con una extraña y solitaria luz marcando un frente, un frente que no podía alcanzar, que veía lejano y vacío, una luz que sería alcanzada por alguien, por una brillante estrella con la cual no podría competir jamás.

    Cuando decidí dejar de mirar la luz con anhelo y retirarme, lo oí. Fue su voz clara y sin titubeos quien pronunció mi nombre:

    —¡Sara!

    Volteé, y fue su sabia e insinuadora mirada la que me persuadió de que subiera al estrado. Extendió su brazo hacia mí con absoluta elegancia y paciencia. Era imposible creer que él me estuviera invitando a que compartiéramos un escenario, pero así era. Tomé su mano imitando su elegancia, subí lentamente cada uno de los escalones hasta llegar al último. Él tocó mi barbilla para levantar mi rostro, después puso en mis manos una pluma dorada. A pesar de que no hablaba, sentí que quería decirme muchas cosas. La luz deslumbró mis ojos y, cuando volví a abrirlos, él se había ido; pero había dejado su regalo en mis manos.

    —Vaya, ¡qué profundo! —comentó Erika sarcástica—. Entonces, ¿estás decidida? ¿Esa carrera es lo que quieres?

    —Así es, prima, ya lo he decidido y, quieran o no, mis padres tendrán que apoyarme.

    —Pues si es así, ¿qué quieres que te diga? ¡Vamos, inscríbete ya! Después de todo, solo una vez te graduarás en bachillerato y solo una vez en tu vida podrás escoger la carrera que te guste.

    Entré a la página de la universidad con nerviosismo. Sé que la gente no se deja guiar por sus sueños para elegir carreras, pero, si no eran los sueños, ¿quién más podrían guiarte hacia el camino correcto?

    Literatura Dramática y Teatro. Llené la solicitud vía internet como parte de los requisitos para la inscripción. El examen de admisión sería en un mes y medio, así que empezaría a prepararme.

    —¡Sara! ¡Erika! —gritaba mi madre como todas las mañanas antes de ir a la escuela.

    —Ya vamos, mamá —respondía de la misma forma que ayer.

    —Erika, no dejaré que duermas más aquí si no se levantan temprano. Déjame adivinar, se desvelaron en el internet —comentó sonriente mi madre al entrar en la habitación.

    —Esta vez te equivocas, tía —contestó mi prima orgullosa—. Esta noche nos desvelamos porque Sara ya eligió la carrera. Se acaba de preinscribir, ¿verdad, prima?

    —Erika, siempre tan discreta —comenté entre dientes—. Así es, mamá, ya estoy en la lista, ahora tengo que ir a dejar mis documentos a cotejo. Estoy nerviosa.

    —No tienes por qué estarlo, mi amor —repuso mamá con su dulce voz—, todos sabemos que estás hecha para esa carrera. ¡Vamos! Desde la primaria declamas, estás en obras de teatro, lees y escribes. Serás una gran dramaturga.

    —Sí, quiero ser la mejor que el mundo haya conocido —pensé en voz alta.

    Risas.

    —Solo hay lugar en el mundo para un Shakespeare —comentó mi prima frunciendo el ceño.

    —Bueno, bueno, niñas, ya es tarde, váyanse a la escuela. Que les vaya bien, las quiero.

    Erika y yo salimos de mi casa. Eran raras las veces que dormía conmigo, pero admito que era bastante divertido. Nuestras madres eran hermanas y, a falta de una en mi caso, ella era la sustituta perfecta. Nos habíamos criado juntas y compartíamos muchos secretos, solo que ella era un año menor y estaba inclinada hacia las ciencias de la salud.

    Llegamos a la prepa como otra mañana común de lunes, subiendo cada una a su piso; sexto semestre. El entrar y toparme con la enorme y aburrida gaceta con todas las noticias de los preparativos para la graduación alteraba aún más mis nervios.

    —¿Quién inventó la universidad? ¿Por qué no podemos seguir vagando en este reconfortante barco del bachillerato? Después de todo, ¿quién rayos quiere crecer y trabajar? No quiero que mis clases duren ¡dos horas! ¿Te imaginas? Dos horas sentado escuchando la misma patraña de un adulto amargado —comentó mi mejor amigo, Paco, con quien había compartido lugar en ese reconfortante barco.

    —Hola, Paco.

    —Hola, Sara —dijo con la enorme sonrisa que lo caracterizaba en sus labios—. ¿Es en serio? —continuó—. Sé que tú tampoco quieres crecer. ¿Por qué no reprobamos todas las materias y nos quedamos en este lugar?

    —Sí, claro, y en diez años estaremos como él. —Señalando al viejo y gruñón conserje.

    —Ah, está bien, no quiero verme como él —reconoció Paco.

    —¿Cómo es posible que aún no tengas idea de lo que vas a estudiar? Yo ya me preinscribí por internet.

    —¿En serio? ¡Vaya! —comentó asombrado—. ¿Artes teatrales?

    —¡Sí! Estoy tan emocionada y nerviosa, claro, pero sé que nací para eso, el teatro. Amo escribir.

    —Eres la mejor escritora.

    En ocasiones, cuando Paco me miraba así, se convertía en un momento incómodo, de esos que uno no quiere tener que explicar.

    Risas.

    —No, no lo soy, pero lo seré algún día.

    —Pero yo no me quedo atrás, ¡eh! También seré el mejor ingeniero.

    —Bueno, todas tus optativas son matemáticas y física, no sé por qué sigues pensando y no te inscribes ya en alguna ingeniería.

    —No, no, pequeña, no solo es así, tengo que pensar cuidadosamente la carrera a la que me dedicaré toda mi vida.

    Risas.

    —Sí, claro.

    Ese había sido nuestro principal tema de conversación desde hacía meses, cuando caminábamos por los pasillos antes de llegar a nuestros salones. Estábamos en febrero, quedaban pocos días para que se cerraran las preinscripciones.

    —Adiós, suerte con los temas selectos de física —le dije sarcástica.

    —¡Ja! Igual tú, suerte con etimologías. —Paco daba la media vuelta y se dirigía al salón al final del pasillo.

    Sí, no sé por qué tomaba etimologías grecolatinas, pero, bueno, me gustaban las palabras, así que creí conveniente conocer también su origen.

    Escuchaba la clase como todos los días. Veía al frente a mi profesor, con esa gran barba y esos lentes redondos, el mismo libro verde de todos los semestres, explicando y traduciendo; sin dejarnos hablar ni mirar por la ventana, solo él quería llenar cada partícula de nuestro cerebro con sus términos de hace cien años. Y solo yo, Sara, la típica pelirroja nerd que se sentaba al frente, ponía atención y respondía sus preguntas.

    II.

    El primer encuentro

    Yo no era muy sociable, tal vez por mi timidez o mi físico. Mi padre era inglés y mi madre mexicana, así que heredé la estatura de 1,60 de mi madre, el cabello rojizo de mi padre y sus horrorosas pecas; usaba anteojos y no vestía a la moda, no me maquillaba y leía como loca todo el día, así que mis amigos se reducían a mi prima, a Paco y doña Lili, la bibliotecaria, una señora de edad que jamás se había casado y que vivía sola, con quien había comenzado una estrecha relación de amistad al ser yo quien conociera incluso mejor que ella la localización de cada libro en los viejos estantes. Cada tarde al terminar las clases, especialmente los martes y viernes, cuando Paco tenía laboratorio, compraba decenas de chocolates e iba a verla para platicar de novelas o ver las películas que tenían ahí. Era una mujer sabia y me apreciaba, compartíamos ideas e intereses y nos divertíamos mucho.

    Por otro lado, mi padre no tenía hermanos tampoco, y había llegado a México por cuestiones de trabajo hacía mucho tiempo. Mis abuelos habían muerto y solo tenía un tío abuelo en Londres, quien no se había casado ni tenía hijos; lo había visto una vez en mi niñez, y su rostro en mi mente se parecía a un borroso retrato en blanco y negro, parecido a la foto que teníamos de él en la sala.

    Mi madre sí tenía una hermana, la mamá de Erika, con la que mantenía una relación estrecha. Mis abuelos por igual habían fallecido, así que al no tener abuelos vivos doña Lili llenaba a la perfección ese estante vacío.

    Había participado en varios concursos de declamación y oratoria, casi siempre con los primeros lugares. Asistía a talleres de poesía con un editor importante, que a su vez era director de un museo en el centro de la ciudad, y en estos momentos aspiraba a ser la adaptadora del guion de una puesta en escena del taller de teatro más importante de la ciudad. Había visto la convocatoria y había preparado por semanas lo que presentaría. Los nervios me mataban, solo faltaba un día y solo escuchaba comentarios de lo estricto que era el director. Representaban Romeo y Julieta, una de mis obras favoritas.

    Al llegar a casa leí una nota de mi madre diciendo que llegaría más tarde. Comí y subí a preparar el guion para la adaptación. Había mezclado Bodas de sangre, de Federico García Lorca, con el clásico de William Shakespeare. El resultado me intrigaba, había agregado personajes a la tragedia, como la mendiga, que simbolizaba la muerte; el prólogo sería fúnebre y oscuro, los protagonistas se verían envueltos en los mantos de la muerte todo el tiempo. Era como trasladarme al renacimiento inglés o al vanguardismo español. Escribí con tanto fervor el guion esperando que al director le gustara…

    No pude dormir esa noche, aquel sueño me perseguía. Abrí los ojos en un movimiento invisible, con el pulso acelerado y la voz cortada. La luz de la luna entraba por mis blancas cortinas alumbrando de una manera especial el retrato en mi escritorio de William Shakespeare. Miré su rostro y, por un momento, pareciome que aquella pintura inexacta me respondía la mirada. Cerré los ojos de golpe, pero fue inútil. Me levanté rápido de la cama y tomé la adaptación. La leí unas ocho veces e hice de nuevo todas las correcciones que creí que debía hacer, pero nunca era suficiente. Lo volvía a leer y no me satisfacía. Procuraba escribir a mano, porque sentía una mayor conexión con mis relatos, pero esta vez había roto ya varios tantos de la obra, las arrugaba y lanzaba por toda mi habitación, sin hacer ruido, pero con una gran desesperación. Miraba de nuevo el retrato y parecía que se burlaba nuevamente, eso aumentaba mi angustia y, al leer en voz alta lo que hacía, el dramaturgo me daba negativas a todo. Mi coraje fue tanto que el bolígrafo que sostenía en la palma de mi mano se hizo añicos clavando agresivamente los filosos pedazos de plástico. La sangre se escurrió por mi antebrazo sin siquiera captar un poco de mi atención, yo seguía enfurecida mirando al engreído que reprobaba mi esfuerzo.

    —¡Maldición! —me repetía—. Te odio, ¡no te parece nada! ¡No puedo ser tú! ¡Maldición! —Esta vez sí había hecho ruido.

    —Hija, ¿estás bien? —preguntó preocupada mi mamá—. Amor, son las 03:00.

    —Sí, mamá, estoy

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