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Cuidado: Matrimonio En Zona De Peligro: Consejeria Matrimonial
Cuidado: Matrimonio En Zona De Peligro: Consejeria Matrimonial
Cuidado: Matrimonio En Zona De Peligro: Consejeria Matrimonial
Libro electrónico355 páginas10 horas

Cuidado: Matrimonio En Zona De Peligro: Consejeria Matrimonial

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CUIDADO, MATRIMONIO EN ZONA DE PELIGRO Confronta y advierte en cuanto a los muchos peligros que estn expuestas las parejas que se unen en santo matrimonio. El libro ofrece directriz, orientacin, y exhorta, a la pareja, como a consejeros cristianos, a seguir el modelo bblico al lidiar con las diferentes facetas matrimoniales. A su vez afirma que las parejas que ms gozan de su unin conyugal, son aquellas que a travs de una progresiva relacin trilateral, entre ellos y Dios, llegan a desarrollar una fusin matrimonial, al aplicar los 5 factores del buen matrimonio: Asimilacin, Comprensin, Comunin, Satisfaccin y Contentamiento.
IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento5 ene 2010
ISBN9781441579706
Cuidado: Matrimonio En Zona De Peligro: Consejeria Matrimonial
Autor

Dr. Leo E. Guerrero, PhD

El Dr. LEO E. GUERRERO Nació en Santiago de Chile. Casado con Lorena; y padre de Priscilla, Jessica y Lucas. El autor es graduado de A. B. S., Estudios Bíblicos, por Moody Bible Institute, recibió su Licenciatura en Comunicaciones Interpersonales, por Trinity International University, recibió su Maestría y posteriormente su Grado de Doctorado de Filosofía en Consejería Cristiana, a través de Faith Theological Seminary. Actualmente es pastor de la Iglesia Bautista Nueva Vida, en North Carolina, y es Profesor a nivel de certificado ministerial en Campbell University Divinity School, y El Shadai Christian University.

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    Cuidado - Dr. Leo E. Guerrero, PhD

    CUIDADO

    Matrimonio

    en Zona

    de Peligro

    Descubre como gozar de un matrimonio feliz,

    próspero y duradero, reconociendo los avisos de Matrimonio en Zona de Peligro

    CONSEJERIA MATRIMONIAL

    Dr. Leo E. Guerrero, Ph.D.

    Copyright © 2010 by Dr. Leo E. Guerrero, Ph.D.

    All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system, without permission in writing from the copyright owner.

    Xlibris Corporation

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    Las parejas que más gozan de su unión conyugal, son aquellas que a través de su relación interpersonal han desarrollado una fusión matrimonial al aplicar los 5 factores del buen matrimonio.

    Asimilación, Comprensión, Comunión, Satisfacción y Contentamiento.

    DEDICACIÓN Y RECONOCIMIENTOS

    • A Dios, soberano del cielo y de la tierra, quien en su perfecto designio estableció el matrimonio entre un hombre y una mujer, como primera institución en la tierra.

    • A mis padres, Don Ramón Guerrero y Doña Iris Guerrero, quienes supieron guiarme y nos mostraron un matrimonio digno de reconocer y de imitar.

    • A mis suegros, Don Andrés Barría y Doña Margarita Barría, quienes demostraron solides matrimonial y establecieron las pautas de un buen matrimonio a sus hijas.

    • A mi amada esposa, Lorena Lisbet Guerrero, quien ha servido como ayuda idónea, con paciencia, dedicación y sabiduría, ante un menos que ideal esposo como yo.

    • A mis amados hijo e hijas, Priscilla, Jessica y Lucas, quienes son el tesoro que Dios me dio, he de amarlos, cuidarlos y enseñarlos en el santo caminar de Cristo.

    • A todas aquellas parejas que sinceramente buscan establecer una relación matrimonial con el divino propósito de permanecer juntos hasta que la muerte los separe.

    • A todas aquellas parejas que enfrentan vicisitudes en sus matrimonios, pero que por sobre todas las barreras continúan luchando juntos y venciendo juntos por el amor que han formado.

    • A todas aquellas parejas que después de muchos años de casados y entre recuerdos de alegrías y tristezas siguen unidos, y son de ejemplo para muchos matrimonios jóvenes.

    Preámbulo

    Aunque la terapia para parejas es más común entre personas casadas, también se aplica a parejas de novios o enamorados que estén en planes de casamiento, y a parejas que lleven largos años de casados, y que se encuentren en su segunda etapa del matrimonio. Es así que este trabajo literario se dispondrá a lidiar con asuntos pertinentes a las parejas en general, sean enamorados contemplando casamiento, parejas casadas en sus primeros años de matrimonio, o matrimonios adultos atravesando su segunda etapa matrimonial.

    Este trabajo se ha escrito para presentar directrices y dar orientación, particularmente a las parejas, en cualquier etapa mencionada, sea prematrimonial, o matrimonial, pero también ofrece importantes detalles que todo consejero Cristiano debe saber al lidiar con las diferentes facetas matrimoniales. Vale decir que la mayor concentración de páginas, en cuanto a número se refiere, la encontraras en el capítulo que habla de la fusión matrimonial, pues esa es la idea central de este libro.

    Periodos postmatrimoniales, el cual ocupan etapas tales como el divorcio, serán levemente mencionados, ya que no, necesariamente, ocupan un lugar en la práctica y activa relación de la pareja. Por esta razón y fundamentalmente, este trabajo, tiene como propósito ayudar la activa y en vida relación interpersonal e interaccional entre hombres y mujeres en uniones heterosexuales. En términos más laicos hablo de la relación saludable y constructiva que toda pareja debe vivir para ser feliz. Y, al referirme a parejas heterosexuales, excluyo radicalmente la supuesta unión matrimonial entre homosexuales o lesbianas. Sin embargo se tocará este tema de forma breve y sencilla solo para afianzar puntos importantes en la relación entre esposo esposa.

    Entre otras cosas encontraras testimonios de parejas que a través de sus experiencias y vivencias, han aprendido a vivir juntos en alegrías y tristezas, pero han sabido salir a flote. No obstante la principal razón de poner estas experiencias de matrimonios es para que a través de sus vivencias, tú puedas juzgar y definir tus propias incertidumbres en cuanto a las fortalezas y debilidades de tu propio matrimonio. También encontrarás algunas anécdotas de mi propia vida personal, y de otras personas, que creo te ayudaran ver experiencias matrimoniales de una forma más cercana. Además encontrarás frases célebres, o quizás no muy célebres, pero de celebridades, y otras de personas simples, pero que han aportado sabios refranes en cuanto a las relaciones matrimoniales se refiere.

    Por último, si lees con una mente abierta, y sin prejuicios, absorbiendo las palabras y consejos de alerta, podrás asimilar las zonas de peligro que pudieran ser fatales para la vida de tu matrimonio. Es pues la esperanza y confianza del autor, que seas motivado/a e instruido/a, a través de estos escritos, a manejar tu matrimonio lo más lejos posible de esas zonas peligrosas. Y, a su vez, que implementes el desarrollo de la asimilación, la comprensión, la comunión, la satisfacción y el contentamiento, lo cual son los cinco factores que conforman la fusión matrimonial. El éxito o fracaso de tu matrimonio se encuentra, fundamentalmente, en tu forma de relacionarte con Dios y tu cónyuge.

    Introducción

    Cada persona es un "mundo" diferente; un mundo que conlleva sus propios ideales, metas y propósitos en la vida. Un mundo que tiene sus formas de pensar . . . o que no las tiene. Un mundo que tiene sus formas de actuar y sus costumbres . . . o que no las tiene. Un mundo que tiene sus formas de expresarse, sean aceptadas por otros o rechazadas. Un mundo que se deja conocer levemente, solo en su superficie, porque la confianza no es asunto de primera vista, sino que se gana con el tiempo, y en base a la actitud, respuestas y reacciones de las gentes. Por eso es que no existe el amor a primera vista, lo que existe es el desear a primera vista. Pues el amor existe sobre la base de la relación, y la relación interpersonal amorosa no se edifica en solo un momento; por lo contrario, toma tiempo y esfuerzo.

    Sí, cada persona es un mundo. Un mundo que cobija sus más preciadas alegrías, que añora revivir sus más gratos recuerdos, que recuerda sus más dulces momentos del pasado. Pero, como que vivimos en un escenario imperfecto, también arrastra recuerdos amargos, sinsabores y temores no solo de su pasado, sino de su presente y de su futuro. Un mundo que es perseguido por sus propios fantasmas, unos tristes, otros quizás violentos y otros hasta vergonzosos. Y esos fantasmas no se los cuentan a nadie porque son muy íntimos y personales. Están ahí haciendo daño, martillando la mente, y clavados en lo más profundo de su ser. Quizás, algún día, alguien los escuchará, alguien entenderá. Alguien con quien haya establecido una firme relación, alguien que le haya dado la plena confianza y que no le desilusionará.

    Eso es la gente. Como guerras civiles ambulantes, luchando consigo mismos, peleando una batalla contra sus propias emociones, y esto es a diario, lidiando con sus insaciables deseos. Deseos e intenciones, pero sin saber que elegir. Eso es la gente, mundos que giran descontroladamente al compás de un ritmo cambiante de la vida humana. Eso es la gente, sin saber, claramente, de donde vienen, o que deben hacer mientras están aquí. Y la intriga y enigma más grande para todos aquellos que no conocen al Salvador Eterno es: A donde van, por que se van, como se van y cuando será ese día. Eso es la gente cargada de interrogantes, buscando las respuestas.

    Cuando dos de estos mundos se encuentran, esto es: cuando dos personas, es decir un hombre y una mujer, deciden unirse en matrimonio, enlazar sus vidas con sus historias, mezclar sus humanidades, comienza, lentamente, un proceso de fusión dolorosa, pero también agradable entre estos dos mundos. Este proceso de fusión se desarrolla plenamente y en consecuencia a la aceptación mutua o al rechazo mutuo, o a la aceptación del uno y al rechazo del otro. Pero, tiene directa relación con la total e individual aceptación del uno para con el otro.

    Es así, que las parejas que más gozan de su matrimonio, son aquellas que a través del desarrollo de esa fusión matrimonial, han encontrado asimilación para con sus inquietudes, comprensión en la elaboración de sus propuestas, comunión en sus uniones desiguales, satisfacción al edificar conjuntamente, y contentamiento del uno para con el otro. Por lo contrario, si aquel, y aquella, no han sabido asimilarse, no han sabido comprenderse, no han sabido vivir en comunión, no han sabido satisfacerse y no han sabido contentarse con lo que tiene como pareja en su matrimonio, lejos de conocer una fusión, han de sufrir una colisión mortal para su matrimonio, revelada a través de la separación, y culminada a través de un divorcio.

    El propósito de toda pareja que llega al altar es prometerse ante Dios, unión hasta que la muerte los separe. Pero, en la mayoría de los casos no es la muerte quien los separa, sino es una decisión que ellos toman, sin Dios, pero ante un abogado. El propósito de toda pareja que llega a un altar es prometerse ser felices en su matrimonio, pero la felicidad requiere fidelidad, pues si no hay fidelidad habrá más tristeza que felicidad. El propósito de toda pareja que llega al altar es prometerse amor eterno, pero si no aprenden que el amor no es un sentimiento, sino una acción de obediencia, dejarán de amarse cuando no sientan nada el uno por el otro. El propósito . . . el propósito . . . NO Hay propósito que valga, si no se proponen cumplir lo que se prometen.

    Dr. Leo Guerrero

    CAPITULO 1

    Una Breve Historia de mi Vida

    Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartara de él. (Proverbios 22:6)

    El éxito de mi matrimonio es haber tenido un fundamento bíblico en mi niñez.

    Fui el tercero de seis hermanos. Cuando nací, mi madre ya era cristiana evangélica, ella había aceptado a Cristo poco después de haberse casado con mi padre. Entre los recuerdos de mi niñez, hay tres cosas que se me han quedado en la memoria de forma imborrable; primero, es que siempre veía a mi madre orar. Para ella buscar de Dios en oración era algo primordial. Todos los días, a cierta hora, ella iba a su cuarto y oraba por nosotros, por papa, y por la familia en general. Lo segundo que recuerdo es que mi madre era muy fiel a la iglesia donde asistía. Se veía muy alegre cada vez que íbamos y regresábamos de algún servicio en la iglesia. Y lo tercero que me ha quedado en la memoria es que no recuerdo que haya habido peleas entre mis padres; siempre los vi muy unidos. Su relación matrimonial es algo que hasta el día de hoy me sorprende. Por cierto, ya cumplieron sus bodas de oro, es decir cincuenta años de casados, y cada vez los veo más enamorados y más unidos que nunca, en su tercera edad.

    Recuerdo que mi madre asistía a una iglesia donde me llevó—a mí y a mis hermanos—desde pequeños. Recuerdo los fríos intensos en Chile, las neblinas, las lluvias invernales que se convertían en hielo y escarcha. Mi madre nos cubría bien abrigados; algunas veces caminando, otras esperábamos el bus, pero no faltábamos a la iglesia, especialmente a la escuela dominical. Para mis hermanas, y definitivamente para mi, ir a la iglesia caminando era más que un paseo alegre, era una aventura.

    Allí, en esa iglesia, de esa comuna llamada Maipú, en la ciudad de Santiago de Chile, crecí, acepté a Cristo a los 12 años y me fundamenté como cristiano evangélico. Recuerdo que acompañaba a mi madre a la iglesia y comencé, aun de niño, a predicar en las calles—por cierto, cosa muy normal y practicada ampliamente en Chile. La gente parecía amable con nosotros—los evangélicos. Desde pequeño, aprendí de memoria versículos bíblicos el cual, durante las predicaciones al aire libre, gritaba por las calles mientras íbamos caminando rumbo a la iglesia. Creo que no tuve, necesariamente, una vida sin conocer a Cristo.

    Mi padre no pasaba mucho en casa, trabajaba como chofer de autobuses para la municipalidad de Maipú, y se levantaba muy de madrugada para irse a trabajar, luego llegaba tarde, frecuentemente solo a comer y descansar. De vez en cuando traía la micro a la casa, así le llamábamos al microbús. Me subía en ella y corría por el pasillo jugando a ser un pasajero o un chofer. Me alegraba cuando mi padre nos llevaba—en el micro—a pasear. En sus días libres hacía arreglos en casa y yo, de alguna forma, me las arreglaba para ayudarle—o molestarle. Aunque mi padre dedicaba algún tiempo a nosotros, yo, hubiera querido que él también hubiera ido con nosotros a la iglesia. Porque, realmente, no vi a mi padre asistir a la iglesia, creo que si fue una o dos veces es mucho; siempre pensé que no iba porque no tenía el tiempo.

    Crecí viendo a mi madre atender, con mucha dedicación y ternura, a mi padre. Siempre, cuando mi padre llegaba del trabajo, ella le preparaba un lavatorio; era una fuente redonda, hecha de un metal enlozado blanco, donde ponía agua tibia, y arrodillándose le quitaba sus zapatos y le lavaba sus pies. A veces, después de darnos de comer, nos advertía que la comida que quedaba era de papá. Así se aseguraba que mi padre tuviera un plato de comida para cuando llegara del trabajo.

    Sinceramente, nunca los escuché discutir. Jamás los vi enojados el uno al otro. Jamás escuché, miré o supe que alguna vez se hayan levantado la mano en alguna acción de violencia domestica. Por lo contrario, siempre los miré amables el uno para con el otro. Me acostumbré a escuchar entre ellos palabras de cariño y a ver gestos de caricias, a menudo. La actitud de mi padre era muy amigable y jovial, siempre juguetoneando conmigo y mis hermanos. Cuando fui un jovencito nunca dudé que mi matrimonio sería igual al de mis padres. Incluso, en mi corta edad y experiencia en la vida, pensaba que todas las familias del mundo eran como la mía.

    Mi primer encuentro con una familia disfuncional

    Algo había de diferente en la familia de mi mejor amigo, Eugenio, le llamábamos Keno por cariño. Él vivía enfrente de mi casa, prácticamente crecimos juntos, peleando y jugando a las canicas, ojitos de gato, o bolitas de vidrio. Aunque nos divertíamos jugando en las polvorientas calles y aceras adyacentes a nuestras casas, había algo en Keno que me intrigaba. No sabía lo que era, pero tenía que ver con su familia. Yo no entendía por qué él vivía con su abuelita y no con sus padres. No entendía por qué su mamá y su papá no vivían juntos, incluso su mamá vivía lejos en otra parte de la ciudad.

    En una de esas andanzas que hacía con Keno, decidimos ir a visitar a su mamá, vivía en una muy humilde casita, creo que con su esposo y su pequeña hija. Al entrar, mire a la pequeña al momento en que Keno me la presentaba, me dijo que ella era su hermanastra, noté que la quería mucho. Por cierto, él no tenía hermanos, más que aquella hermanastra, hija de su mamá, pero no de su papá. Creo que Keno hubiera deseado tener hermanas y hermanos como los tenía yo, pues siempre nos miraba juguetear y corretearnos por el patio de nuestra casa. Su papá venia a verlo o a visitarlo más o menos una vez cada tres meses, y Keno se alegraba mucho cuando veía venir a su papá. Mas de alguna vez pensé que yo era muy dichoso al poder ver y saludar a mi papá todos los días.

    Tendríamos unos once o doce años, recuerdo que ese día jugábamos a los ojitos de gato,—así le llamábamos a las bolitas de vidrio—cuando de repente observe que Keno se puso algo triste, casi sin darnos cuenta dejamos de jugar y nos sentamos en la acera de la calle a conversar. Al preguntarle que le ocurría, solamente sollozó y lagrimas comenzaron a correr por sus mejillas. No entendía lo que le pasaba, solo recuerdo como sus lágrimas surcaban el polvo de su carita. Quería saber que le pasaba y le pregunté porque estaba triste. Después de algunos minutos de me dijo que hubiera querido haber tenido un hermanito como yo, pero que sus padres estaban separados. Los dos nos amábamos como verdaderos hermanos, y ese día decidimos hacer un pacto de hermano, para mitigar su dolor.

    Tomamos dos ojitos de gato, los mejores de nuestra colección, cada uno de ellos representaba uno de nosotros, dijimos aunque somos de distintas familias; ¡somos hermanos! Aunque tus padres se hayan separado; ¡Nosotros nunca nos separaremos! Luego nos subimos a la muralla de mi casa, y echamos los dos ojitos de gato dentro de un tubo que sostenía el portón de la muralla. Nadie podría separar esos ojitos de gato.

    Ese día logré entender muchas cosas, logré ver las lágrimas de sufrimiento de mi amigo Keno. Ahora sabía por qué muchas veces lo veía pensativo, o triste. La falta de un padre cerca de él. La falta de una madre cerca de él. La falta de amor en el corazón de un niño, dejan marcas imposibles de borrar. Las cicatrices que dejan los divorcios en los corazones de los hijos, solo la conocen ellos, los niños. Un par de años más tarde, mi familia se mudó a los Estados Unidos, nunca más vi a mi amigo Keno.

    Encontrando a mi amada

    Cuando vinimos a los Estados Unidos yo tenía 14 años. Nos hicimos miembros de la iglesia Metodista Libre, en la ciudad de Hialeah. Aprendí a ser fiel al Señor ofreciendo mi juventud y mi tiempo al servicio del Señor. Aprendí a tocar guitarra y me integré al grupo de alabanza. Entre un pianista, un bajista, un trompetista y yo—el guitarrista—, comenzamos a recorrer iglesias ministrando a través de la música.

    Creo que nunca—gracias a Dios—me aparté de los caminos del Señor. Sin embargo, la etapa más difícil fue mi juventud porque "no conociendo el mundo", de vez en cuando, sentía la presión y la intención de experimentar o aventurar lo prohibido. Claro, nunca pasó de una simple investigación de curiosidad juvenil.

    Recuerdo cuando tenía diecinueve años de edad, le pedí a Dios en oración que me diera una joven para que sea mi esposa. No tenía intenciones de casarme todavía, pero creí conveniente poner esta petición a Dios de forma anticipada. Incluso, recuerdo que se la pedí a mi gusto. Le di a Dios detalles de cómo me gustaría que fuera, la que iba a ser mi esposa. Cumpliendo 20 años, fui invitado a una pequeña iglesia donde aparentemente necesitaban un músico, yo queriendo ayudar con mi guitarra, comencé a asistir, y no pasaron muchos servicios cuando hice amistad con una educada y hermosa joven chilena que asistía ahí. Ella era hija de un plantador de iglesias que habían venido hacían unos dos años del Brasil.

    Una cosa noté, y me llamó la atención, habían otras jóvenes que se me acercaban a conversar o a "coquetear", pero no aquella joven chilena. Aunque nos mirábamos de reojo, o de paso al saludarnos, su seriedad y compostura hacía que más me llamara su atención. No pasó mucho tiempo cuando me había conseguido su teléfono y me puse en contacto con ella. Entre estudiar, trabajar e ir a la iglesia, me quedaba poco tiempo, a si es que conversaba por teléfono con ella frecuentemente y por largas horas. Recuerdo una noche después de haber salido del culto de los miércoles, la llamé por teléfono a las 10:00 de la noche, solo recuerdo que ya la oreja se me estaba durmiendo de tanto aplastar el auricular contra ella. No recuerdo de todo lo que hablamos, pero estábamos tan interesados en nuestra conversación que no queríamos terminar. A eso de las 5:30 de la mañana estábamos colgando el teléfono solo porque dentro de una hora yo tenía que irme a trabajar. A través de esas horas de conversaciones nos íbamos conociendo y haciéndonos amigos.

    Afortunadamente, teníamos los mismos intereses, los dos queríamos servir a Dios y regirnos por sus principios Bíblicos. Nos acoplábamos bien en nuestros ideales y metas. Valores morales y fundamentos familiares los intentábamos mantener a toda costa. El respeto hacia nuestros padres, hacia nuestros hogares y hacia nosotros mismos estaba en alta estima. Ni ella, ni yo, nos sobrepasábamos en nuestros gestos y expresiones de amor, aunque hubiéramos querido propasarnos. Así pasamos nuestro noviazgo. Cantábamos a dúo en la iglesia y también en otras iglesias, cuando nos invitaban. Comenzamos a ministrar a prisioneros en las cárceles. Estuvimos predicando, por un tiempo, a los mexicanos que migraban a trabajar en los sembrados, en la ciudad de Homestead. Hasta a los Judíos Americanos, en Miami Beach, entreteníamos con nuestras canciones cristianas, sin que ellos supieran (excepto algunos) lo que estábamos cantando. Recuerdo que entre las canciones cristianas, infiltramos una secular, solo para despistar, y como se alegraban, mientras Lorena y Yo entusiasmadamente, con nuestra guitarra, les cantábamos la canción que ellos nos habían pedido, se llamaba Bésame Mucho.

    Un año después de habernos conocido, Lorena y Yo nos casamos. Esa misma tarde nos fuimos manejando nuestro Pontiac 74,

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