El género y la lengua
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El "lenguaje inclusivo" ha adquirido relevancia entre las reivindicaciones feministas. Hay general acuerdo en que urge mostrar la participación de la mujer en todos los ámbitos, pero el disenso aparece cuando se hace uso del género gramatical masculino ‒o "no marcado", como lo llaman los expertos‒ para referirse globalmente a hombres y mujeres. Hay quienes consideran que para lograr una sociedad más justa deben emplearse las formas todos y todas, todos/as, tod@s, todxs o todes, mientras que para otros esto supone un mero contorsionismo lingüístico.
Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la Real Academia Española, aborda el empleo de esos recursos. Los cambios lingüísticos nunca ocurren por decreto, sino mediante acuerdo de la mayoría de los hablantes. Este breve ensayo analiza las tensiones que el género gramatical está planteando en la actualidad.
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El género y la lengua - Pedro Álvarez de Miranda
Uno de mis cursos en la universidad está formado por quince chicos y quince chicas. Si alguien me pregunta cuántos alumnos tengo contesto que tengo treinta. Y si alguien me pregunta cuántas alumnas tengo contesto que tengo quince. Si este hecho incuestionable se comprende, y se acepta y se asume como algo natural, se está comprendiendo qué se quiere decir cuando se afirma que el masculino es en nuestra lengua –como en muchas otras– el género «no marcado». Además de ayudar a comprenderlo, aceptarlo y asumirlo, estas páginas aspiran a que, si fuere necesario (y parece que lo es), se lo «desdramatice». De lo contrario estaremos enfilando un callejón sin salida.
Mostremos, sin embargo, otra cara de la cuestión: en el periódico de hoy mismo veo una fotografía cuyo pie dice así: «Pedro Sánchez (centro) y sus ministros y ministras, ayer en la finca toledana de Quintos de Mora». Toda vez que en el gobierno en cuestión, formado por diecisiete personas (sin contar al presidente), hay once mujeres –y aunque fueran menos…–, sería francamente chocante (por decirlo con un adjetivo suave) que bajo la foto se hubiera leído: «Pedro Sánchez y sus ministros, ayer en la finca…».
Estos dos ejemplos nos muestran que el «desdoblamiento» de los (dos) géneros gramaticales, es decir, la mención expresa de ambos y por separado, el empleo de «los alumnos y las alumnas», «los ministros y las ministras», etcétera, ni tiene por qué estar vedado ni tiene por qué ser sistemático.
Naturalmente, la condición de «no marcado» la tiene el masculino no solo en los ejemplos dados, en los que aparece en plural, sino también cuando se enuncia en singular. Las aficionadas al cine saben que pueden disfrutar igual que los varones las ventajas del «Día del espectador». Y las peatonas saben que un letrero que diga: «Peatón, en carretera circule por la izquierda» también está dirigido a ellas.
Para entender lo que, desde el estructuralismo, significa la expresión adjetiva no marcado resulta útil aproximarla e incluso equipararla a una locución adverbial que puede ser también adjetiva: por defecto.
Al abrir un programa de tratamiento de textos y ponerse el usuario, sin más, a escribir algo, el sistema tiene inmediatamente que decidir en qué tipo de letra irán esas palabras, y si no se le ha dado orden en contrario las pondrá en redonda. Es que sin seleccionar algún tipo concreto de letra no puede trabajar, y alguien lo ha programado para que en esos casos el elegido sea el llamado «normal» (o letra «redonda»). La letra redonda es, frente a la cursiva o la negrita, la letra que actúa o interviene por defecto. También podemos decir de ella que es, frente a aquellas dos, la letra no marcada.
Cuando construyo una frase en que un adjetivo debe concordar con dos sustantivos, y resulta que uno de ellos es masculino y el otro femenino, necesito que aquel adjetivo (si presenta variación de género; muchos no lo hacen) vaya en uno de los dos géneros. Uno cualquiera, en principio… Lo que no puede es no ir en ninguno, porque el «sistema», para funcionar –lo mismo que pasaba con el programa de textos–, necesita que uno de ellos se imponga por defecto. Tampoco puede ir en los dos, porque su presencia simultánea es incompatible en una sola forma, del mismo modo que una misma palabra no puede estar escrita al mismo tiempo en redonda y en cursiva. Sí podría duplicarse el adjetivo, pero no es recomendable, porque ello atentaría contra un principio fundamental en las lenguas que es el de la economía, al que también podríamos llamar «ley del mínimo esfuerzo». Así, no nos queda más remedio, en nuestra lengua, que decir los árboles y las plantas están secos, con el adjetivo en masculino. ¿Por qué? Porque el masculino es el género por defecto; es, frente al femenino, el género no marcado. Curiosamente, ni el más ahincado defensor de los desdoblamientos de género o el más aguerrido de los cruzados de la causa contra el llamado «sexismo lingüístico» le han puesto nunca ninguna pega, ni presumiblemente se la pondrán, a una frase como esa, los árboles y las plantas están secos. Y, sin embargo, el hecho gramatical que en ella se produce es exactamente el mismo que tanto los encocora en otros enunciados y que con tanto denuedo combaten o tratan de burlar mediante los desdoblamientos (recurso que en este caso debería llevarlos a decir los árboles y las plantas están secos y secas). ¿Por qué esa frase no los irrita, por qué no la alteran, por qué ni siquiera reparan en ella? Pues porque en ese caso solo está implicado el género (gramatical), y no el sexo (el sexo, sí, no le tengamos miedo a la palabra: eso que ahora, para que la cuestión resulte estar un poco más enredada, recibe el nombre de… género; volveremos sobre ello).
Del mismo modo, si una persona tiene tres hijos y dos hijas (o dos hijos y tres hijas, da igual), dirá, interrogado acerca de su prole, que tiene cinco hijos. No dirá que tiene cinco hijos o hijas, ni cinco hijos e hijas, ni cinco hijos / hijas (léase «cinco hijos barra hijas»), ni cinco hijos / as (léase «cinco hijos barra as»).
Al introducir en esos paréntesis la indicación de que el signo / solo cabe verbalizarlo oralmente enunciando la palabra «barra» estamos apuntando a un hecho esencial: el de que al menos esta, una de las presuntas alternativas que se han venido ideando para evitar el uso del masculino como género no marcado –las otras dos ya se ve que incumplen, como hemos dicho, el principio de economía–, no es sino, exactamente, eso: presunta; y es por tanto una falsa alternativa.
El mismo inconveniente, la dificultad de la lectura, o, peor aún y más exactamente, su completa imposibilidad, tienen otras «soluciones» que se han «ideado». Una de ellas, como es bien sabido, es el uso del signo que se denomina arroba (@), que, además, consiste más o menos en una letra