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Leyendas del Rey Arturo
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Libro electrónico351 páginas6 horas

Leyendas del Rey Arturo

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¿Alguna vez has pensado en tu vida como si fuera una película, una aventura interior cuyo protagonista eres tú? Pues esa reflexión surgió a partir de leyendas como las que se incluyen en este libro, escritas en diferentes momentos y por distintas personas, aunque todas ellas referidas a la figura del rey Arturo y a los caballeros de la Tabla Redonda. En estas aventuras, los personajes se enfrentan a sí mismos en un viaje que les hace crecer y transformarse. Todos nosotros somos sus descendientes legítimos, pues hemos heredado el romanticismo, la necesidad incansable de buscar un sentido a la vida y esa sed interior que nos lleva, de experiencia en experiencia, a perseguir siempre un inalcanzable grial.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 abr 2021
ISBN9780190544393
Leyendas del Rey Arturo
Autor

Varios Autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</p> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>.</p> <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <em>La estrella roja</em> (1910) y <em>El ingeniero Menni</em> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    Leyendas del Rey Arturo - Varios Autores

    Cubierta.jpg

    Crees que el amor romántico ha existido siempre? No es así. El amor ha existido en todas las culturas, por supuesto; pero ese amor que se convierte en la máxima aspiración de la exis­tencia, en una aventura espiritual que marca para siempre nuestras vidas, es un invento de la Edad Media, un invento literario… que terminó transformando la realidad.

    Las leyendas que vas a leer en este libro tuvieron mucho que ver con esa invención. Fueron escritas en diferentes momentos y países por distintos autores, pero todas ellas giran en torno a la figura del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. A medida que avances en la lectura, te darás cuenta de cómo cambia el tono de unas a otras: las primeras muestran a Arturo como un héroe de guerra, pero poco a poco las leyendas van centrándose más en temas amorosos y espirituales.

    El momento de máximo esplendor de la literatura artúrica se vivió en las cortes francesas e inglesas de los siglos xii y xiii. Eran historias pensadas para agradar tanto a hombres como a mujeres, y, quizá por eso, la mujer desempeña en ellas un papel mucho más importante que en las grandes epopeyas de Grecia y Roma. Incluso es posible que te sorprenda la ­visión tan moderna de las rela­ciones amorosas que presentan algunas leyendas de este libro. En ellas las mujeres tienen un papel activo, deciden cuándo quieren empezar y terminar una relación, y aparecen junto a los héroes masculinos de las historias en un plano de igualdad.

    Este es, en realidad, un libro de aventuras; pero de aventuras muy especiales, porque, aunque en ellas ocurren acontecimientos má­gicos y maravillosos, lo más fascinante sucede siempre dentro de la mente de sus protagonistas. Cada leyenda es un viaje interior durante el cual el personaje se enfrenta a sí mismo, a sus limitaciones y oscuridades; un viaje de autodescubrimiento en el que el héroe crece y se transforma.

    El amor es una parte de esa aventura, pero no la única. Los héroes artúricos nunca se acomodan, siempre están buscando algo, aunque a veces ni siquiera saben qué es. Es frecuente verlos perder el rumbo, vagar sin descanso de un lugar a otro, enloquecer por un tiempo, olvidar sus promesas o traicionar sus principios... Pero ellos nunca se rinden; una y otra vez logran levantarse de sus ceni­zas, recuperar la dignidad y salir reforzados de las pruebas más difíciles.

    Si hay algo que desprecian Arturo y sus caballeros es la comodidad: en muchas leyendas, Arturo se niega a comer en una celebración hasta que ocurra algo maravilloso o hasta que la aventura llame a su puerta. Ser un caballero significa enfrentarse constantemente a toda clase de peligros: no solo a los que amenazan la vida, sino también a los que amenazan nuestra identidad, nuestro concepto de nosotros mismos.

    La vida en las cortes aristocráticas donde se recitaban y contaban estas historias no tenía mucho que ver con lo narrado en las leyendas artúricas. Sin embargo, poco a poco, el ideal caballeresco fue calando en la mentalidad de aquellos hombres y mujeres, y la ficción comenzó a impregnar la realidad, a transformarla. El amor considerado como el sentimiento más elevado en la vida de una persona se volvió cada vez más frecuente. Todo el mundo quería experimentar aquellas grandes historias que te transformaban por dentro. El amor romántico se convirtió así en una aspiración legí­tima de los jóvenes de cualquier edad y condición. Hoy nos parece que es una aspiración natural en todos los seres humanos.

    Y no ocurre solo con el amor. ¿Alguna vez piensas en tu vida como en una película, como en una aventura interior en la que tú eres el protagonista? Pues esa forma de pensar en nosotros mismos también es algo que surgió a partir de la literatura, de historias como las de Gawain y Lancelot, Yvain, Lanval y los otros caballeros.

    Por eso, los hombres y mujeres del siglo xxi podemos considerarnos descendientes legítimos de los personajes artúricos: hemos heredado su romanticismo, su necesidad incansable de buscarle un sentido a la vida, y esa sed interior que no se extingue nunca, que nos lleva de experiencia en experiencia y de aventura en aventura, persiguiendo siempre un inalcanzable grial.

    LEYENDAS DEL REY ARTURO

    Los dos dragones

    El rey Vortigern había llegado al poder usando la traición. Primero traicionó al monarca Constantino¹, que había ayudado a su pueblo a derrotar a los pictos². Después, con engaños, hizo caer también a Constancio, su sucesor, y se las arregló para ocupar su lugar y usurpar la corona.

    Había conseguido lo que siempre había anhe­lado. Sin embargo, Vortigern sabía que sus súbditos no lo amaban, así que pidió a un pueblo extranjero que acudiese en su ayuda y ocupase sus tierras. De esa forma esperaba mantenerse en el poder.

    Fue así como los sajones³ llegaron a Britania⁴. Al principio se mantuvieron leales a Vortigern, pero cuando comprobaron su debilidad no vieron motivos para mantenerlo en el trono y decidieron ir contra él.

    Al darse cuenta de su error, Vortigern trató de contenerlos, pero los sajones eran tan numerosos que no tardaron en derrotarlo. Obtuvieron así una gran victoria sobre los britanos⁵. Vortigern logró salir con vida, aunque los vencedores lo apresaron y amenazaron con matarlo si no les entregaba todas sus ciudades y fortalezas. Él, para salvarse, no les negó nada. Los sajones le hicieron prestar juramento para garantizar las concesiones y después lo liberaron de la prisión y marcharon hacia Londres. Tomaron la ciudad, ocuparon York, Lincoln y Winchester, y asolaron todas las tierras por donde pasaron, matando a la gente como los lobos matan a las ovejas que se quedan sin pastor.

    Cuando Vortigern vio la desolación que habían sembrado, se retiró a Cambria⁶. No sabía qué hacer contra un pueblo tan bárbaro, así que se reunió con sus magos, y ellos le aconsejaron que construyera una torre muy poderosa para defenderse, ya que había perdido todas sus plazas fortificadas. Siguiendo sus indicaciones, viajó por todo el país en busca de un lugar adecuado, y al final se decidió por el monte Erir. Allí reunió a canteros y trabajadores de todas las regiones y les ordenó que construyeran la torre.

    Los trabajadores empezaron a poner los cimientos; pero lo que levantaban un día se lo tragaba la tierra al día siguiente, destruyendo todo el trabajo.

    Cuando informaron a Vortigern de lo que ocurría, él volvió a reunir a los magos para preguntarles la causa. Ellos le dijeron que debía encontrar a un muchacho que nunca hubiese tenido padre, matarlo y regar las piedras y el cemento con su sangre. De ese modo conseguiría unos cimientos firmes.

    El rey envió mensajeros a todas sus provincias para que buscasen a un muchacho como el que necesitaban. En uno de sus viajes, los mensajeros llegaron a una ciudad que más tarde se llamaría Kaermerdin, donde vieron a dos jovenzuelos jugando ante las puertas. Como estaban cansados de su largo viaje, se sentaron junto a la muralla, con la esperanza de que alguien les diese noticias que los ayudasen a encontrar lo que estaban buscando.

    Hacia el atardecer, entre los muchachos que jugaban estalló una pelea. Uno de ellos se llamaba Dabutius y el otro, Merlín. En la discusión, Dabutius le dijo a Merlín:

    —Estúpido, ¿cómo te atreves a contradecirme? ¿Es que crees que tú y yo somos iguales por nuestro nacimiento? Yo desciendo de una estirpe real, tanto por parte de padre como por parte de madre. Y, en cambio, tú ni siquiera sabes quién eres, porque nunca has tenido padre.

    Al oír aquello, los mensajeros observaron con gran interés a Merlín y preguntaron quién era a unas gentes que había allí. Les contaron que no ­sabían nada de su padre, pero que su madre era hija del rey de Dimecia, y que vivía en el monasterio de San Pedro con las otras monjas de la ciudad.

    Los mensajeros fueron entonces en busca del gobernador de la ciudad y le ordenaron, en nombre del rey, que enviase a Merlín y a su madre a la corte. En cuanto el gobernador comprendió la gravedad del asunto, se apresuró a obedecer la orden y envió al muchacho y a la mujer ante Vortigern, tal y como él le había exigido.

    Cuando madre e hijo fueron presentados ante el rey, este recibió a la mujer con mucha consideración, por respeto a su noble linaje. Y empezó a hacerle preguntas sobre el hombre que le había hecho concebir aquel hijo.

    —Mi señor — dijo ella —, por vuestra alma y la mía, no hubo ningún mortal que yaciese conmigo. Lo único que sé es que una vez estaba con mis doncellas en mis aposentos cuando apareció ante mí un joven bellísimo, que me abrazó una y otra vez con pasión y me besó. Tras quedarse un rato conmigo, se desvaneció en el aire ante mis ojos. Después regresó muchas veces a hablar conmigo cuando estaba sola, pero sin llegar a hacerse visible. Largo tiempo estuvo visitándome de aquella manera, hasta que al final yació conmigo en forma de hombre y me hizo concebir a mi hijo. Yo os juro, majestad, que aparte de ese joven no he estado con ningún hombre.

    Vortigern hizo venir entonces a su consejero Maugantius para que le dijese si lo que había contado la mujer era posible. Maugantius escuchó toda la historia y después le dijo al rey:

    —En los libros de nuestros filósofos y en muchas historias se alude a casos como el que acabáis de relatar. Porque, como cuenta Apuleyo⁷ en su libro sobre el demonio de Sócrates, entre la Tierra y la Luna habitan unos espíritus que se llaman íncubos. En parte son de naturaleza mortal y, en parte, ángeles, y siempre que quieren adoptan la forma humana para estar con una mujer. Quizá fue uno de ellos el que se le apareció a esta mujer y le hizo concebir un hijo.

    Mientras los demás hablaban, Merlín permanecía muy atento a todo lo que ocurría. Una vez que Maugantius terminó su explicación, se acercó al rey y le preguntó:

    —¿Por qué nos has hecho venir a mi madre y a mí?

    —Mis magos me han aconsejado que busque a un joven que no tenga padre y que riegue con su sangre los cimientos de mi torre para que se mantenga en pie — le contestó Vortigern.

    —Ordena a tus magos que se presenten ante mí y te demostraré que mienten.

    El rey se sorprendió mucho al oír aquellas palabras, pero hizo lo que el muchacho le decía.

    Los magos acudieron a la llamada de Vortigern y se sentaron ante Merlín, que les habló de esta manera:

    —La culpa de que los cimientos de la torre no avancen es de vuestra ignorancia. Recomendasteis que se vertiera mi sangre para fortalecerlos, como si eso sirviese de algo. Pero, decidme una cosa, ¿qué hay debajo de los cimientos? Porque ahí debajo hay algo que impide que la torre se sostenga.

    Los magos, al oír aquello, no contestaron, pues estaban asustados.

    Entonces dijo Merlín:

    —Majestad, os lo ruego, ordenad a vuestros trabajadores que excaven en el suelo. Encontrarán una charca muy profunda, que hace que los cimientos se hundan.

    Se hizo lo que el muchacho había pedido y enseguida encontraron con una profunda charca bajo el suelo, que era la causa de que la construcción no pudiese progresar.

    Después de aquello, Merlín pidió al rey que volviese a reunir a los magos y, cuando los tuvo ante sí, habló de esta manera:

    —Y ahora, decidme, falsos sicofantes⁸: ¿qué hay debajo de la charca?

    Ellos permanecieron en silencio, y entonces Merlín le dijo al rey:

    —Ordena que drenen la charca y, en el fondo, encontraréis dos rocas huecas. Dentro de cada una hay un dragón dormido.

    El rey se apresuró a seguir su consejo, ya que todo lo que le había dicho hasta entonces había resultado cierto. Así pues, ordenó que se drenara la charca. Y cuando lo hicieron encontraron lo que Merlín había predicho. El rey no podía ocultar la admiración que le producía el muchacho, y no menos asombrados por su sabiduría quedaron aquellos que le habían escuchado. Todos pensaban que le inspiraba el propio Dios.

    Al día siguiente, mientras Vortigern estaba sentado a la orilla de la charca que habían drenado, los dos dragones, que eran uno rojo y otro blanco, salieron de sus escondrijos y, enfrentándose el uno con el otro, comenzaron a luchar ferozmente. Los dos se atacaban con su aliento de fuego, pero el dragón blanco parecía llevar ventaja, y al final obligó al otro a retirarse a un extremo del lago. El vencido parecía muy apesadumbrado por su huida, y poco después asaltó de nuevo al dragón blanco y lo obligó a retirarse.

    El rey envió de inmediato a buscar a Merlín para que le explicase lo que significaba aquel combate. Cuando Merlín oyó lo ocurrido, rompió a llorar. Y su espíritu profético le inspiró estas palabras:

    —Ay del dragón rojo, porque su destierro se precipita. Sus vacíos serán ocupados por el dragón blanco, que representa a los sajones, a los que tú in­vitaste a venir a esta tierra. Pero el rojo re­presenta a la nación de los britanos, que serán oprimidos por el blanco. Por eso sus montañas quedarán arrasadas hasta convertirse en llanuras, y por los ríos de sus valles fluirá sangre. Se destruirá la religión, y las iglesias quedarán abiertas y arruinadas. Pero al final los oprimidos se rebelarán contra la crueldad de los extranjeros. Porque un jabalí de Cornualles les brindará su ayuda y pisoteará sus cuellos con sus patas. Todas las islas del mar quedarán sometidas a su poder y poseerá los bosques de la Galia. Será cantado y celebrado por las gentes del pueblo y sus hazañas alimentarán a los que sean capaces de relatarlas. Seis de sus descendientes llevarán cetro, pero tras ellos se alzará el peligro germano. La religión volverá a ser abolida. Lloverá sangre del cielo y una hambruna terrible afligirá a los hombres. Cuando estas cosas pasen, el dragón rojo sufrirá; pero cuando se sobreponga a su fatiga, volverá a ser fuerte. Entonces los infortunios se abatirán uno tras otro sobre el dragón blanco y sus construcciones rodeadas de jardines serán derribadas. Siete reyes coronados caerán y uno de ellos se convertirá en santo. Los vientres de las madres perderán su fruto y los más terribles castigos caerán sobre los hombres, hasta devolver el poder a los habitantes nativos de esta tierra. La semilla del dragón blanco será arrancada de nuestros jardines y sus huestes serán diezmadas.

    Todos los que habían acudido a oír la profecía quedaron admirados. Pero el que más asombro expresó fue Vortigern, pues nunca había escuchado a nadie hablar con tanta sabiduría como la que había demostrado el muchacho.

    Entonces le asaltó al rey una gran curiosidad sobre su propio destino y pidió a Merlín que le revelase todo lo que supiese sobre lo que le aguardaba. Merlín contestó:

    —Huye del fuego de los hijos de Constantino, si es que eres capaz. Ya están preparando sus barcos, ya están dejando las costas armoricanas⁹, ya están desplegando sus velas al viento. Llegarán a Britania, invadirán la nación sajona y someterán a ese pueblo malvado. Pero antes te encerrarán en tu torre y te quemarán vivo. Tú traicionaste a su padre para tu propia ruina e invitaste a los sajo- nes a venir a tu tierra. Los invitaste para que te protegieran, pero fuiste castigado. Dos muertes te amenazan, y no es fácil determinar cuál de las dos podrás evitar. Por un lado, los sajones han asolado tu país y se disponen a matarte; por otro lado, están a punto de llegar dos hermanos, Aurelio Ambrosio y Uther Pendragón, que quieren destruirte para vengar a su padre. Busca refugio, si puedes. Mañana estarán en la costa de Totness. Los rostros de los sajones se llenarán de sangre, su rey Hengist será asesinado y Aurelio Ambrosio será coronado. Él devolverá la paz a esta nación y restaurará las iglesias, pero morirá envenenado. Le sucederá su hermano Uther Pendragón, cuyos días también terminarán a causa del veneno. Y el jabalí de Cornualles¹⁰ todo lo devorará.

    Al día siguiente, tal y como había predicho Merlín, llegaron Aurelio Ambrosio y su hermano al país con diez mil hombres. En cuanto la noticia se divulgó, los britanos, que habían quedado dispersos después de tantas calamidades como habían sufrido, acudieron de todas partes para unirse y los sacerdotes ungieron a Aurelio y lo proclamaron rey.

    Todos los guerreros le rindieron homenaje como era costumbre. Pero, cuando le rogaron que marcharan contra los sajones, él los disuadió, porque antes quería castigar a Vortigern. La traición que este había cometido contra su padre le había afectado tanto que no quería emprender nada sin haber vengado antes su muerte.

    Para cumplir su objetivo, marchó con su ejército sobre Cambria y llegó a la ciudad de Genroreu, donde Vortigern había buscado refugio. La ciudad estaba en las tierras de Hergin, junto al río Gania, en las montañas de Cloarius. En cuanto Ambrosio llegó allí fue a reunirse con Eldol, el duque de Gloucester, al que quería convertir en su aliado.

    —Noble duque, pensad si las murallas de esta ciudad podrán proteger a Vortigern del filo de mi espada. Merece morir y vos no podéis ignorarlo. Primero traicionó a mi padre Constantino, que lo había librado de la amenaza de los pictos. Después a mi hermano Constancio, a quien hizo rey a propósito para destruirlo. Luego usurpó la Corona e introdujo a los paganos en estas tierras para que lo protegieran, pero Dios quiso que él mismo cayera en la trampa que había tendido a sus fieles súbditos, porque los sajones se volvieron contra él. Por su culpa el pueblo ha sufrido la devastación de la tierra y la destrucción de las iglesias. Por eso debemos vengarnos en primer lugar del que ha causado tantos desastres y liberar al país de su tiranía.

    Alentados por aquellas palabras, el duque y sus hombres prepararon las máquinas de guerra para abatir las murallas. Pero estas eran tan resistentes que no cayeron, a pesar de todos los ataques.

    Al final, impaciente, Aurelio Ambrosio ordenó recurrir al fuego. Tan bien lo alimentaron que las llamas furiosas devoraron toda la ciudad y la torre de Vortigern con él dentro.

    El engaño de Uther

    Cuando el rey Aurelio Ambrosio de Britania fue envenenado, su hermano Uther se dirigía con su ejército hacia Cambria. Aquella misma noche apareció en el cielo una estrella de asombroso fulgor de la que salía un rayo al final del cual brillaba un globo de fuego en forma de dragón.

    Todos se aterrorizaron al ver aquel prodigio, incluso el hermano del rey. Sospechando que se trataba de una señal, Uther envió a buscar a Merlín, que formaba parte de su expedición para aconsejarle en la guerra.

    En cuanto Merlín oyó la pregunta de Uther, sus ojos se llenaron de lágrimas, y con voz aguda exclamó:

    —¡Qué desgracia para el pueblo de Britania! ¡Nuestro ilustre soberano ha muerto! Y su muerte puede acarrearnos la ruina a todos si Dios no nos ayuda. Por eso, noble Uther, debes apresurarte. Enfréntate a tus enemigos, los culpables de la muerte de tu hermano. La victoria será tuya y te convertirás en el rey de toda Britania.

    Aunque Uther dudaba de las palabras de Merlín, se dirigió de inmediato hacia Menevia, donde se encontraban los sajones junto con su aliado Pascentius, el hijo de Vortigern. Allí se enfrentaron los dos ejércitos desde el alba hasta el atardecer, cuando se vio que la ventaja era de Uther, y sus adversarios se retiraron en desbandada hacia sus barcos.

    Uther no había tenido tiempo aún de limpiarse el sudor y la sangre de la batalla, cuando un mensajero se presentó ante él y le informó de la muerte de su hermano. Uther comprendió que la profecía de Merlín se había cumplido y se puso en marcha hacia Winchester, donde todo el clero del país iba a reunirse para celebrar el entierro de Aurelio Ambrosio.

    Las exequias del rey difunto se celebraron con toda magnificencia. Cuando terminaron, delante del pueblo y los nobles de la región Uther fue coronado rey.

    En recuerdo de la prodigiosa estrella en forma de dragón que había anunciado su ascenso al trono, el nuevo monarca hizo venir a los mejores orfebres del reino y les ordenó que labraran dos dragones de oro. Uno lo entregó como presente a la catedral de Winchester, y el otro se lo quedó él mismo, para llevarlo como estandarte en todas sus guerras. Fue entonces cuando empezaron a llamarle Uther Pendragón, que en la antigua lengua significa «Cabeza de Dragón».

    Desde el primer día, Uther se comportó como un rey valiente en la batalla. Los sajones lo temían y sus guerreros lo estimaban. Aunque era un hombre acostumbrado al mando, decidió ganarse a los nobles más poderosos del reino para obtener su consejo y apoyo siempre que los necesitara. A

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