Maneras de ser periodista: Consejos de escritura para el estudiante o el veterano redactor
Por Julio Camba
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Sabía que la columna de periódico es la medida de todas las cosas, y que todo lo que sucede en el mundo es susceptible de «acabar reducido a una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados». Y a eso se dedicó el autodidacta Camba durante toda su vida, desde las páginas del anarquista Tierra y Libertad al regio y conservador ABC. Por el camino, a base de luminosidad, ironía y mucha tijera, fue perfilando la «fórmula mágica» que le convirtió en el periodista más leído de su tiempo.
Grafómano involuntario (tenemos razones para sospechar que, en más de una ocasión, hubiese «preferido no hacerlo»), Camba no pasó por alto en sus columnas las penurias y rutinas y vicios del oficio de periodista. Este volumen recoge esos artículos —muchos de los cuales no se habían publicado hasta ahora en libro—, que pueden leerse como una suerte de antimanual desmitificador. Estas Maneras de ser periodista son, a su manera, una declaración estética y vital, y, por encima de todo, un ajuste de cuentas contra «el miserable que inventó la imprenta».
CRÍTICAS
- "Camba es un escritor sin ningún vestigio de retórica. Sus artículos no tienen precedentes en la literatura castellana. O al menos, yo no los conozco. Ni por su estilo ni por su temario, ni por su forma de desplegarlo, no se pueden citar precedentes de Camba." - Josep Pla
- "Un librito delicioso que vale mucho más de lo que cuesta, puesto que se encuentra repleto de reflexiones malintencionadas, de perversas intenciones, de recovecos inteligentes y de metáforas sangrantes. Un master de periodismo que cabe en el bolsillo de los vaqueros" - Javier Pérez de Albéniz, Vanity Fair
- "Combinación de conocimiento del oficio, ingenio y mala leche" - Letras Libres
EL AUTOR
Resumiendo y sin aceptar ningún debate al respecto, proclamamos que Julio Camba (Vilanova de Arousa, Pontevedra 1884–Habitación 383 del Hotel Palace, Madrid, 1962) es el mejor articulista (o columnista o gacetillero, o como prefieran llamarle) español de la historia. Irónico, esencial y escueto. Aparentemente ligero (no se fíen, esos son los más peligrosos). Sin estridencias ni moralinas. Pertenece a esa extraña clase de periodistas que sabe que lo más importante es rellenar una cuartilla digna antes de la hora de cierre.
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Maneras de ser periodista - Julio Camba
MANERAS DE SER PERIODISTA
CaricaturaJulio Camba
Edición y prólogo de Francisco Fuster García
primera edición: septiembre de 2013
Copyright: © Herederos de Julio Camba, 2013
© Libros del K.O., S.L.L., 2013
C/ Príncipe de Vergara 261
28016 Madrid
hola@librosdelko.com
www.librosdelko.com
isbn: 978-84-941245-9-4
depósito legal: M-21984-2013
código bic: dnj
ilustración de cubierta: Marcos Morán
diseño de colección: Carlos Úbeda
caricatura de julio camba: Luis Bagaría
corrección: Rafael Lupiani
Libros del K.O. ha intentado contactar, infructuosamente,
con los herederos de Julio Camba. Desde aquí les invitamos
a contactar con Libros del K.O.
YO, PERIODISTA
Francisco Fuster García
En su conversación misma, Julio Camba, que había escrito invenciones admirables, páginas de observación verdaderamente prodigiosas, en las que ni su permanente actitud de humorista oficial deformaba un costumbrismo de la mejor genealogía, era una criatura decididamente aliteraria. Ni hablaba nunca de literatura ni se expresaba como un profesional de ella, tal vez porque, en realidad, pensando que profesión viene de fe, no era un profesional.
—Prefiero morirme de hambre a escribir —me dijo en una ocasión.
Y añadió:
—¿Sabe usted mi único odio auténtico? Al miserable que inventó la imprenta.
César González-Ruano
«El solitario del Palace» (ABC, 2-III-1962)
En la «Advertencia leal contra los libros de viajes» que sirve de prólogo a Aventuras de una peseta (1923) se compadecía Julio Camba de su incapacidad para ver más allá del siguiente artículo; para cualquier persona con la mente limpia, explicaba el periodista, el desierto es el desierto y el bosque es el bosque, con todos sus rasgos y matices. Para él, en cambio, el mundo no era más que un cúmulo de realidades dispares cuya grandiosidad o insignificancia no les evitaba terminar igual: reducidas a «una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados».
Ya lo había dicho el cronista gallego en un texto titulado «Cómo escribo mis artículos», cuando admitía su tendencia irreprimible a hacer del artículo la medida de todas las cosas, por una deformación profesional —convertida con el tiempo en pura obsesión— que le hacía pensar la vida en términos de columnas y crónicas. Esa obligación de la entrega diaria que pesa sobre el escritor de periódicos como una espada de Damocles había dejado de ser una disciplina más o menos asumible (aunque fuese de mala gana y por la pura necesidad económica de la supervivencia), para convertirse en una onerosa carga, incompatible con la existencia ociosa a la que un bon vivant como él debía aspirar. Esa vida de diletante que Camba lamentaba no poder permitirse, pues la necesidad de escribir pro pane lucrando le había transformado en una especie de «fábrica de artículos»:
Yo lo mismo hago un artículo con una noticia de tres líneas que leo en el Daily Telegraph, que con las obras completas de Voltaire. Yo me voy al mar, por ejemplo. No cabe duda de que el mar es una cosa grande y hermosa. Pues para mí como si fuese un sombrero de paja. Toda su hermosura y toda su grandeza yo la reduzco rápidamente a una columna escasa de periódico; mando las cuartillas a su destino, y ya se han acabado para mí los encantos del mar, y, como los encantos del mar, las mujeres bonitas, y como las mujeres bonitas las obras maestras, y como las obras maestras las catedrales góticas, y los buques de guerra, y los campos sonrientes, y la primavera, y las fiestas movibles y todo. El articulista no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar. Esos enfermos son fábricas de azúcar, y nosotros somos fábricas de artículos.
Quienes conozcan un poco la biografía de Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884—Madrid, 1962) sabrán que, más allá de la ironía y la provocación, en estas reflexiones de tono personal que el periodista incluía de vez en cuando en sus crónicas también hay una parte de verdad que tiene mucho que ver con su oficio y con esa necesidad que siempre sintió Camba de rentabilizar cualquier experiencia vital como material de trabajo. Y es que, a diferencia de lo que le sucede al novelista o al poeta, que se permiten el lujo de alternar trabajo con descanso, temporadas de mayor creatividad intelectual con rachas de sequía en las que la pluma no se desliza con soltura, al columnista no le está permitido depender de la inspiración. Al contrario, no solamente se le pide puntualidad en las entregas (de lo contrario se arriesga a fallar a su cita diaria con el lector amigo y a que este se busque una compañía más fiel en otro lado), sino que, además, se le exige un imposible: que la calidad de las colaboraciones sea siempre la misma, sin altibajos. A pesar de esta verdad indiscutible, pensaba Camba, quien escribe a diario no está obligado a ser siempre genial; y menos todavía quien, como él, tenía la mala suerte de dedicarse a un género en el que uno se somete cada día a un riguroso examen: «Yo soy un escritor de artículos cortos, cosa terrible, porque los artículos cortos se leen. Estoy aislado en el espacio, y sólo me puedo ocultar en