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Los Niños y lo Sobrenatural: Relatos verdaderos de niños que han descubierto el poder de Dios a través de visiones, sanidades y m
Los Niños y lo Sobrenatural: Relatos verdaderos de niños que han descubierto el poder de Dios a través de visiones, sanidades y m
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Libro electrónico203 páginas4 horas

Los Niños y lo Sobrenatural: Relatos verdaderos de niños que han descubierto el poder de Dios a través de visiones, sanidades y m

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Los encuentros sobrenaturales son un regalo disponible para todos los que tienen un corazón para Dios y el deseo de ser utilizados por Él.

 Los niños y lo sobrenatural narra los encuentros radicales con Dios que han experimentado niños en todo el mundo. Estas historias verídicas sobre curaciones, milagros, visiones proféticas, evangelismo, intercesión, profecía y mucho más le moverán a buscar a Dios de una manera más profunda y le infundirán una fe para glorificarlo en el mundo que le rodea.


 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 may 2015
ISBN9781616387839
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    Excelente, sublime. Cambió mi vida y la percepción que tenía de Jesús

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Los Niños y lo Sobrenatural - Jennifer Toledo

niño.

PARTE UNO

EL TRASFONDO

Cuando Jesús se dio cuenta, se indignó y les dijo: Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos.

—MARCOS 10:14

1

LOS NIÑOS DE BUNGOMA

DURANTE AÑOS ME he conmovido con solo contar las historias de los niños de Bungoma, porque son santas y preciosas para mí, y he temido que no sean creídas o que alguna persona enfadada e incrédula intente opacar la belleza de lo que sucedió. Desde entonces he llegado a darme cuenta de que no hay nada ni nadie que le reste valor a lo que he presenciado y del asombroso fruto que ha surgido del encuentro que Dios ha tenido con estos niños. El mundo necesita escuchar de sus grandes obras y yo dejaré que Dios sea su propio defensor.

Dios llevó a cabo algo asombroso en, y a través de, los niños de Bungoma, lo cual me cambió para siempre. En mi primer viaje a Kenia en 2001, me sorprendió la falta general de valor que se les daba a los niños. No se les tomaba en cuenta para nada. Las tasas de abuso infantil eran altas. Podía verse a los niños viviendo solos en las calles sin que alguien cuidara de ellos. La educación gratuita no existía, de manera que muchos niños no iban a la escuela. Y tristemente, los niños eran virtualmente invisibles en la mayoría de las iglesias a las que yo asistía.

Los pastores a menudo ahuyentaban a los niños para que les hicieran espacio a los adultos. Cuando les preguntaban cuántas personas asistían a la iglesia, los pastores rara vez contaban a los niños. Más asombroso aún, muchas personas creían que ni siquiera se les debía permitir a los niños ser salvos hasta que fueran adultos, una creencia que más tarde descubrí era común en muchos otros lugares del mundo.

Cuando llegué a Bungoma, me di cuenta que esta mentalidad era muy frecuente en esta comunidad relativamente pequeña de la provincia occidental de Kenia, cerca de la frontera con Uganda. Me enamoré de los niños de Bungoma y sentía una carga en mi corazón por que ellos fueran restaurados al lugar de valor que les pertenecía. La buena noticia es que la justicia del cielo no es como tomar un número negativo y elevarlo a cero. ¡La justicia del cielo es como tomar un número negativo y sumarle hasta que dé más de mil!

Eso es exactamente lo que Dios hizo. Él se mostró a través de los niños de Bungoma. Yo me encontraba en buena compañía, ya que estaba viviendo con una pareja dinámica, los pastores Patrick y Mary Siabuta, quienes estaban tan apasionados por los niños como yo. Patrick fue una pieza importante al comenzar una red de pastores de niños en toda la ciudad (Bungoma Pastors Fellowship Children’s Department), la cual se convertiría en la columna de lo que Dios estaba a punto de hacer. Patrick había estado compartiendo con los demás líderes el mensaje de que Dios podía utilizar a los niños y las cosas comenzaron a cambiar en la ciudad.

Yo comencé a reunirme con un pequeño grupo de alrededor de treinta niños, después de que escuchara al Señor preguntarme si podía enseñarle el evangelio puro a la siguiente generación. Como lo mencioné anteriormente, la mayoría de los niños eran huérfanos o niños de la calle, y el Señor comenzó a encontrarse con ellos en una manera profunda. Los niños lloraban cuando encontraban su amor y su presencia. Fueron liberados del espíritu de orfandad y comenzaron a comprender quiénes eran como hijos e hijas de Dios. Los niños que habían estado viviendo en las calles adictos a inhalar pegamento, fueron liberados de sus adicciones y se enamoraron de Jesús. Rápidamente, estos niños se llenaron tanto de Jesús que era evidente que necesitábamos ayuda para crear maneras en que ellos pudieran compartir lo que Dios estaba poniendo en sus corazones.

CUANDO CANTA EL CORAZÓN DE UN NIÑO

Patrick y yo organizamos a un grupo de doce niños para que fuera al hospital gubernamental local, llamado District Hospital. Es el hospital más grande de la región y está lleno de enfermedad, tristeza y muerte. Al principio fue muy abrumador. No solamente nuestros sentidos estaban sobrecargados a causa de los olores, las escenas, los sonidos, el dolor, el sufrimiento, entre otras cosas; sino que los pacientes no parecían estar emocionados por vernos. Había cuarenta y siete personas por cuarto y los pacientes sufrían desde malaria, fiebre tifoidea, hasta SIDA, entre otras enfermedades.

El ambiente era tan intenso que los niños comenzaron a retroceder, abrumados por la situación. Yo coloqué a los niños a un lado y les recordé con amor que no tenemos que hacer nada en nuestra fuerza. Simplemente necesitamos escuchar las instrucciones del Padre y realizar aquello que Él nos dice que hagamos. Eso pareció aliviarlos un poco y solamente esperamos las instrucciones del cielo. Nos encontrábamos en la primera sala en ese momento y uno de los chicos, Richard, se acercó a mí y dijo nervioso: Tiíta, creo que debo cantar una canción. Ahora, una pausa. Creo que necesita escuchar la historia de Richard para apreciar verdaderamente este momento.

Richard viene del pueblo Turkana, un grupo indígena remoto en el norte de Kenia. Los turkana son pastores nómadas que viven tal como han vivido durante miles de años. La región Turkana fue golpeada severamente por una sequía y una hambruna espantosas, y la familia de Richard había luchado por sobrevivir. Debido a las dificultades, Richard y su hermana gemela habían sido regalados a algunos familiares de edad avanzada poco tiempo después de haber nacido. Los padres de Richard tuvieron dos hijos más y cuando Richard tenía solamente cinco años, el padre golpeó a muerte a su madre, quien estaba embarazada de nuevo.

Su padre huyó de la aldea y se dice que fue asesinado como respuesta a sus acciones. Fue una tragedia horrible y Richard creció al igual que los demás huérfanos de Turkana. Pasó de una persona a la otra hasta que finalmente pudo caminar y recibir algunos animales qué cuidar. Él sobrevivió de pequeño en el desierto abrasador entre los camellos y las cabras que lo rodeaban. Estaba solo y desprotegido, hasta que un hombre llamado Jesús comenzó a visitarlo en el desierto.

Este hombre caminaba con Richard diciéndole que un día lo rescataría de ese lugar y que siempre lo amaría y lo cuidaría. A mediados del año 2000, cuando Richard tenía tan solo siete años, mi amigo Patrick y su obispo fueron a conocer Kachoda, la aldea de Richard, mientras distribuían comida en el desierto asolado por la sequía en el norte. Los dos ministros descubrieron que había siete huérfanos en la aldea que necesitaban ayuda desesperadamente. Meses después, a principios del 2001, un equipo de personas, incluyendo a Patrick y a dos amigos míos, Ralph Bromley y Noel Alexander, hicieron el largo paseo para encontrarlos y regresarlos a su hogar infantil en Bungoma, Kenia.

Cuando los líderes de la aldea escucharon de estos extraños hombres blancos que deseaban llevarse a sus hijos, se pusieron nerviosos y les dijeron a los niños que esos extranjeros probablemente se los comerían y que no debían irse con ellos. Aunque Richard no comprendía mucho de lo que estos hombres blancos decían, él les escuchó decir que conocían a Jesús. De manera que fue con ellos con confianza y les dijo a los demás: Ellos pueden comerme, pero dicen que conocen a Jesús y que me van a enviar a la escuela, y les creo y eso es todo lo que importa. Fue así como el dulce Richard llegó a vivir a Bungoma en el hogar infantil donde yo estaba trabajando en ese momento. Debido a la resistencia, solamente cuatro de los siete huérfanos los siguieron. Richard conoció a Jesús como su Señor y Salvador, y siempre caminó con una sonrisa radiante y un corazón lleno de

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