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Adorar lo cambia todo: Experimente la presencia de Dios en cada momento de su vida
Adorar lo cambia todo: Experimente la presencia de Dios en cada momento de su vida
Adorar lo cambia todo: Experimente la presencia de Dios en cada momento de su vida
Libro electrónico336 páginas5 horas

Adorar lo cambia todo: Experimente la presencia de Dios en cada momento de su vida

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Una invitación a adorar y honrar a Dios en todas las facetas de su vida

¿Quién no tiene un corazón dispuesto a la adoración la mañana del domingo mientras la banda de la iglesia entona su alabanza favorita? El problema se presenta el lunes camino al trabajo y el martes con la pila de ropa que hay que llevar a la lavandería.  ¿Cómo podemos mantener un corazón dispuesto a la adoración durante la rutina diaria?

Darlene Zschech ha dedicado su vida a estudiar la adoración y enseñar sobre ella.  Con una sabiduría y una alegría contagiosa, nos comparte sus pensamientos sobre lo que realmente significa a adorar y sobre cómo la adoración debería invadir todas las facetas de nuestra vida.  Todo lo que hacemos puede convertirse en un acto de adoración al Señor, transformando nuestro trabajo, nuestras amistades, nuestras iglesias y nuestras familias.  Se trata de  vivir en su presencia, de ser conscientes de que el Señor está a nuestro lado y obra en nuestras vidas.
  

 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2016
ISBN9781629988320
Adorar lo cambia todo: Experimente la presencia de Dios en cada momento de su vida

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    Adorar lo cambia todo - Darlene Zschech

    ZSCHECH

    PARTE I

    EL CORAZÓN DE LA ADORACIÓN

    Pero se acerca el tiempo—de hecho, ya ha llegado—cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre busca personas que lo adoren de esa manera. Pues Dios es Espíritu, por eso todos los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.

    JUAN 4:23–24

    NUESTRAS VIDAS SON transformadas para siempre cuando adoramos a Dios. Él es digno de adoración, y lo adoramos con todo nuestro ser.

    ÉL ES DIGNO

    Honren al Señor, oh seres celestiales; honren al Señor por su gloria y fortaleza. Honren al Señor por la gloria de su nombre; adoren al Señor en la magnificencia de su santidad.

    —SALMO 29:1–2

    DURANTE LOS ÚLTIMOS veinte años he volado tanto, que no debe sorprender que esté acostumbradísima a muchas de las experiencias relacionadas con viajar. Por ejemplo, apenas presto atención cuando los asistentes de vuelo dan las instrucciones de seguridad. Y es que las he escuchado tantas veces, que podría tomar el intercomunicador y repetirlas de memoria.

    Recuerdo un vuelo en particular de una de esas rutas internacionales larguísimas, en las que uno debe prepararse para sobrevivir. Serían quince o más horas agotadoras metida en un avión, así que debía cerciorarme de estar preparada: ¿Un libro para leer? Listo. ¿Un segundo libro por si el primero no resultaba interesante? Listo. ¿Una película? Listo. Estaba preparada.

    Detrás de mí, había una familia con un pequeñito como de unos cuatro años. Abrí mi libro para que el tiempo pasara más rápido. Pero a medida que el avión comenzó a moverse en la pista, despegó y se elevó, el niño se emocionó y dijo en voz alta: ¡Guao, Papá! ¡Puedo ver el mundo entero desde aquí arriba!.

    Esto dibujó una sonrisa en mis labios. No fui la única en ese momento que dejó lo que estaba haciendo para mirar nuevamente por la ventana. Su alegría y entusiasmo por lo que era una nueva experiencia para él, nos contagió. ¡Quise ver el mundo entero una vez más!

    Crecí en Sídney, pero en los últimos años he vivido no lejos de allí, en la costa central de Australia. Es un lugar de una belleza un tanto matizada como austera. Puedo observar el mar desde una elevación rocosa y admirar la belleza de las olas y de la costa. De vez en cuando recibo una sonrisa de alguien que ha vivido toda su vida en esta área. Ellos sonríen de agradecimiento por recordarles la increíble belleza de lo que se ha convertido en algo común para ellos.

    Soy como el niño pequeño que iba en el avión, diciendo con emoción para que todos puedan oír: ¡Mira!.

    ¿Es posible que estemos tan cómodamente bendecidos y familiarizados con la grandeza de Dios, con la santidad de su presencia y con la consistencia de su bondad en nuestras vidas, que estamos dando por sentadas todas esas cosas? ¿Será que es hora de dejar lo que estamos haciendo para dar un nuevo vistazo a todo esto?

    ¿Cuándo fue la última vez que miramos a Dios y nos maravillamos de su belleza, benevolencia, bondad y poder, y dijimos: ¡Guao!? ¡Es hora de mirar de nuevo y ver que Él es digno de nuestra adoración!

    El Dios digno de ser adorado

    En inglés, la palabra adoración [worship] viene de la antigua palabra inglesa worth-ship, que significa digno de adoración. ¿No explica esto de una manera clara y sencilla lo que es adorar? Adoramos a Dios porque Él es digno. Le damos lo que Él se merece. Todo el honor y la dignidad le pertenecen a Él.

    Cuando analizo esto, me siento abrumada por la responsabilidad de entregar con honestidad todo lo que soy en respuesta a su grandeza. Pero cuando miro la belleza de Jesús, esa dignidad de recibir adoración se hace real. No se requiere de esfuerzo alguno delante de su maravillosa presencia. Mi corazón simplemente responde a su bondad. Después de todo, Él es Dios.

    Aquel que creó un mundo hermoso para que nosotros habitáramos en él (ver Gn. 1–2), trajo todo a la existencia tan solo con el sonido de su voz. Pues cuando habló, el mundo comenzó a existir; apareció por orden del Señor (Sal. 33:9). Solo miremos a nuestro alrededor, la belleza y maravilla del mundo que Dios creó, desde el rugido del mar y las incontables estrellas que iluminan la bóveda celeste, hasta el más pequeño de los insectos en un campo de flores, o una imponente montaña. ¿Pudo existir todo esto por accidente? ¡No! ¡Ni en un millón ni en mil millones de años!

    Él nos creó con un propósito y un valor eternos. En verdad somos maravillosos en todos los sentidos. ¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo! Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien (Sal. 139:14). No somos producto de la casualidad. Hemos sido creados únicos y especiales, nacidos con un propósito y para un propósito.

    Él no solo es el Creador todopoderoso, sino que es eternamente fiel y bueno con nosotros: ¡[ . . . ] él es bueno! Su fiel amor perdura para siempre (Sal. 136:1).

    Él es generoso y abundante en sus bendiciones para nosotros: "¿Qué puedo ofrecerle al Señor por todo lo que ha hecho a mi favor? (Sal. 116:12).

    Él planeó y dio todo por nuestra salvación, aun cuando fue rechazado y nos rebelamos contra Él.

    Cuando éramos totalmente incapaces de salvarnos, Cristo vino en el momento preciso y murió por nosotros, pecadores. Ahora bien, casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores.

    —ROMANOS 5:6–8

    El perfecto, impecable y precioso Cordero de Dios fue muerto por nuestros pecados (ver Ap. 5:9–12). Cuando no teníamos oración en el mundo, ¡Dios nos dio una oración en su Hijo Jesucristo!

    Él se destaca como el Único, el Dios verdadero, el Rey de reyes. En ningún otro lugar donde busquemos dignidad, grandeza y majestad, jamás podrán cumplir lo que prometen.

    En el momento preciso, Cristo será revelado desde el cielo por el bendito y único Dios todopoderoso, el Rey de todos los reyes y el Señor de todos los señores. Él es el único que nunca muere y vive en medio de una luz tan brillante que ningún ser humano puede acercarse a él. Ningún ojo humano jamás lo ha visto y nunca lo hará. ¡Que a Él sea todo el honor y el poder para siempre! Amén.

    —1 TIMOTEO 6:15–16

    Podemos hablar mucho más de la dignidad de Dios, de cómo es digno de ser alabado, de su sabiduría, de su bondad, de su presencia, de su poder para sanar.

    Pocas cosas duelen más que ser ignorados. Nos gusta que nuestros allegados nos reconozcan y aprecien como respuesta al valor que les damos. Nuestras relaciones sufren cuando somos ignorados o cuando ignoramos a otros. Pero sucede, y nos sentimos absortos, preocupados y distraídos.

    Nuestro llamado es a no ignorar a Dios. Es un llamado a salir de las distracciones y el retraimiento que nos privan de experimentar su majestad y su grandeza a cada momento.

    Adorar como respuesta a la grandeza

    Tom Wells dijo acertadamente:

    La adoración es la respuesta a la grandeza. Un hombre no se convierte en un adorador solo por decir: ‘Ahora voy a ser un adorador’. Eso es imposible. Es algo que no se puede hacer. Un hombre se convierte en adorador cuando ve algo grande que suscita su admiración o adoración. Esa es la única manera en que nacen los adoradores. La adoración responde a la grandeza.¹

    La adoración es la respuesta al reconocimiento de cuán grande es Dios. ¿Reconocemos cuán digno, grande y magnífico es Él? ¿Vemos su gloria y poder, y el esplendor de su santidad? ¿Honramos al Señor con nuestras palabras y nuestro corazón? Los que ya están en el cielo han visto la gloria de Dios con sus propios ojos. Han experimentado la dignidad absoluta de Dios cara a cara. ¿Duda alguien que hay una fuerte y alegre celebración de adoración alrededor del trono celestial?

    Entonces volví a mirar y oí las voces de miles de millones de ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos. Ellos cantaban en un potente coro: ‘Digno es el Cordero que fue sacrificado, de recibir el poder y las riquezas y la sabiduría y la fuerza y el honor y la gloria y la bendición’.

    —APOCALIPSIS 5:11–12

    Pero la adoración no solo ocurre en el cielo. Se acerca el día en el que todo el mundo verá a Jesús por lo que es, en toda su dignidad y en toda su gloria. Sí, el mundo entero, sin excepciones, lo adorará porque finalmente reconocerán su mérito:

    Y entonces oí a toda criatura en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar que cantaban: ‘Bendición y honor y gloria y poder le pertenecen a aquel que está sentado en el trono y al Cordero por siempre y para siempre’.

    —APOCALIPSIS 5:13

    Descubrir el motivo para el que hemos sido creados

    ¿Por qué adoramos entonces? Porque Él es digno. Es digno de ser adorado, y punto. Su dignidad es la única razón que necesitamos.

    En nuestra sociedad hemos sido entrenados para querer saber lo que obtendremos de un acuerdo antes de realizarlo. Curiosamente, hay quienes tratan de aplicar esto a la adoración. Quieren saber si la adoración vale la pena.

    ¿Qué voy a obtener si adoro? ¿Qué beneficio puede ofrecerme adorar? Quiero saber si me gusta lo que recibiré antes de comenzar.

    Dios es digno de ser adorado, y por ello ¿Qué voy a obtener si adoro?, no es una pregunta digna. Pero aquí se pone interesante el asunto. A pesar de que la pregunta no es digna, y aun sabiendo que no debiéramos hacerla, Dios ha proporcionado una respuesta simple, incuestionable y profunda. Así de grande es su amor. Él responde esa pregunta que jamás deberíamos hacer, y nos dice que cuando adoramos obtenemos la única cosa que realmente importa en la eternidad y que cumple el propósito de nuestra existencia: Cuando adoramos, experimentamos aquello para lo cual fuimos creados: ¡Lo experimentamos a Él!

    Fuimos creados para tener una experiencia con Dios. Lo llevamos grabado en nuestro ADN. Este es el único camino a una vida de verdadera paz, propósito y plenitud. La adoración nos permite experimentar al Dios verdadero y, a través de la experiencia, descubrir aquello que estamos destinados a ser.

    En Una vida con propósito, un libro que cambió muchas vidas, el pastor Rick Warren escribió:

    De la misma manera, no puede concluir cuál es el propósito de su vida comenzando con un enfoque en usted. Tiene que empezar con Dios, su Creador. Usted existe solamente porque Dios desea que exista. Usted fue hecho por Dios y para Dios. Y hasta que entienda esto, la vida nunca tendrá sentido. Es solamente en Dios que descubrimos nuestro origen, nuestra identidad, nuestro significado, nuestro propósito, nuestra importancia, y nuestro destino. Cualquier otro camino nos llevará a un callejón sin salida.²

    No tengo palabras para explicar todas las formas en las que nuestra vida puede cambiar. No hay manera de describir las nuevas aventuras que existirán. Solo puedo prometer que descubriremos que nuestro Creador es digno. ¡Nuestra adoración es digna porque Él es digno!

    El personaje de la Biblia a quien considero mi mentor en la fe y la adoración es David. Su vida no fue fácil y su conducta no fue perfecta, pero fue un hombre que conoció el corazón de Dios y en consecuencia moldeó el suyo (ver Hch. 13:22).

    Todos hemos escuchado de su batalla con Goliat, pero Goliat no fue el único gigante que David enfrentó. En 2 Samuel 21:16, leemos que fue atrapado por Isbi-benob: Isbi-benob era un descendiente de los gigantes; la punta de bronce de su lanza pesaba más de tres kilos, y estaba armado con una espada nueva. Había acorralado a David y estaba a punto de matarlo. David fue salvado por su amigo de la infancia Abisai, pero el hombre conforme al corazón de Dios sabía que fue Dios mismo el que lo salvó.

    La historia de Isbi-benob es apenas un cuadro en la película de la vida de David. En cada momento crucial, David acudió a Dios por perdón, salvación y renovación. Sus peticiones de misericordia y de rescate están cargadas de tanto sentimiento, que se nos hacen viscerales. Podemos sentir y experimentar las emociones de David: sus dolores, temores, alegrías y esperanzas al leer sus palabras.

    Pero de todos los cuadros de la vida de David: sus lucha contra gigantes, su danza delante del Señor, la manera en que dirigió sus ejércitos, o la misericordia que mostró con sus enemigos; descubrimos que las emociones y pensamientos más profundos, penetrantes e inspiradores fueron sus experiencias con la majestad de Dios. Todo se trata de Dios. Cuando le decimos a la vida en Cristo, comenzamos a vivir en Él. Cada victoria es suya. Cada tarea y cada palabra son para su gloria. David sabía lo que le debía a Dios, y era todo. Él sabía que sus logros o victorias no le pertenecían. Todo provenía de Dios. La vida y la adoración de David estaban cimentadas sobre la dignidad de Dios. Y esto es algo que está reflejado en todos sus escritos.

    David entonó este cántico al Señor el día que el Señor lo rescató de todos sus enemigos y de Saúl. Cantó así: ‘El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador; mi Dios, mi roca, en quien encuentro protección. Él es mi escudo, el poder que me salva y mi lugar seguro. Él es mi refugio, mi salvador, el que me libra de la violencia. Clamé al Señor, quien es digno de alabanza, y me salvó de mis enemigos.

    —2 SAMUEL 22:1–4

    Clamé al Señor, quien es digno de alabanza, y me salvó de mis enemigos.

    —SALMO 18:3

    ¡Grande es el Señor! ¡Es el más digno de alabanza! A él hay que temer por sobre todos los dioses.

    —SALMO 96:4

    ¡Grande es el Señor, el más digno de alabanza! Nadie puede medir su grandeza.

    —SALMO 145:3

    Estás invitado

    Dios es digno, pero ¿qué podemos decir de nosotros? ¿Qué nos hace dignos de adorarlo? Isaías nos recuerda que no podemos adorar en base a nuestra propia dignidad: Una voz dijo: ‘¡Grita!’. Y yo pregunté: ‘¿Qué debo gritar?’. ‘Grita que los seres humanos son como la hierba. Su belleza se desvanece tan rápido como las flores en un campo’ (Isa. 40:6).

    Juan el Bautista entendía que era indigno ante Jesús: Aunque su servicio viene después del mío, yo ni siquiera soy digno de ser su esclavo, ni de desatar las correas de sus sandalias. (Jn. 1:27). Si alguien tan poderoso y justo como Juan es indigno ante Jesús, ¿qué esperanza hay para nosotros?

    Pablo hizo eco de Juan el Bautista cuando dijo: Pues soy el más insignificante de todos los apóstoles. De hecho, ni siquiera soy digno de ser llamado apóstol después de haber perseguido a la iglesia de Dios, como lo hice (1 Co. 15:9). Nuestras vidas tampoco han sido dignas. Hay cosas en nuestro pasado de las cuales no estamos orgullosos.

    Pero no debemos desanimarnos. Todos hemos sido invitados a adorar. A través de la gloriosa gracia de Jesucristo, Dios nos ve como perfectos.

    Jesús cuenta la historia de un banquete de bodas:

    El Reino del cielo también puede ilustrarse mediante la historia de un rey que preparó una gran fiesta de bodas para su hijo. Cuando el banquete estuvo listo, el rey envió a sus sirvientes para llamar a los invitados. ¡Pero todos se negaron a asistir! Entonces envió a otros sirvientes a decirles: ‘La fiesta está preparada. Se han matado los toros y las reses engordadas, y todo está listo. ¡Vengan al banquete!’. Pero las personas a quienes había invitado no hicieron caso y siguieron su camino: uno se fue a su granja y otro a su negocio. Otros agarraron a los mensajeros, los insultaron y los mataron. El rey se puso furioso, y envió a su ejército para destruir a los asesinos y quemar su ciudad. Y les dijo a los sirvientes: ‘La fiesta de bodas está lista y las personas a las que invité no son dignas de tal honor. Ahora salgan a las esquinas de las calles e inviten a todos los que vean’. Entonces los sirvientes llevaron a todos los que pudieron encontrar, tanto buenos como malos, y la sala del banquete se llenó de invitados.

    —MATEO 22:2–10

    El primer grupo estaba demasiado absorto y distraído para reconocer la fiesta a la cual fueron invitados, ¡una fiesta eterna! Pero tampoco nadie en el segundo grupo se consideró digno de una invitación a la fiesta celestial. La única diferencia fue que el segundo grupo reconoció el mérito del rey y dijo: Sí, iremos.

    Jesús terminó esa historia con las inquietantes palabras: Pues muchos son los llamados, pero pocos los elegidos (v. 14).

    Es así de simple. Usted y yo hemos sido invitados a experimentar a Dios ahora y en la eternidad. La única respuesta requerida de nosotros es decir que sí.

    Efesios 2:20–21 dice que juntos constituimos su casa, la cual está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas. Y la piedra principal es Cristo Jesús mismo. Estamos cuidadosamente unidos en él y vamos formando un templo santo para el Señor.

    Todo se trata de Jesús. Siempre lo ha sido y siempre lo será.

    Soli Deo Gloria

    Mi corazón respondió en adoración cuando apenas tenía quince años. Yo era un desastre. Me sentía mal conmigo misma. Me culpaba de muchas cosas, algunas de las cuales ni siquiera estaban bajo mi control. Estaba triste y confundida. Había cometido errores, pero lo más importante era que mi corazón no estaba bien. No tenía paz. Estaba en el camino equivocado en la vida. Pero ese fue el año en que todo cambió para mí. En medio de la adoración, en un momento cristalino, oí a Dios hablándole a mi corazón. Me dijo lo mucho que realmente me amaba. Yo había sentido su presencia en otras ocasiones, incluso cuando era una niña pequeña, pero este fue el momento decisivo en el que me enamoré de Jesús y sentí su amor por mí. Su luz y su amor inundaron mi vida, y un bálsamo sanador fluyó directamente del cielo. Sabía en lo profundo de mi alma cuán digno era Dios y que le debía dar todo de mí, empezando por mi corazón.

    Ese fue el momento en que fui invitada al banquete y dije: Sí, Señor. Sí, sí, sí, sí.

    Desde esa experiencia, nunca he querido dejar de responderle a Jesús con amor, alabanzas, agradecimientos y fidelidad. Es por eso que cuando pienso en mi vida y en lo que soy como persona, mi definición propia y mi comprensión siempre comienzan con un simple pensamiento: Adoro al que me conoce mejor y me ama más. Adoro a quien me creó y me redimió. La adoración es mi canción, mi oración, mi mensaje, mi alegría, mi enfoque, mi todo, porque es allí donde experimento diariamente la bondad y la grandeza de Dios. La adoración cambió todo para mí y lo sigue haciendo.

    En el fondo soy temerosa de Dios, y el deseo de mi corazón es poder llevar a otros a esta experiencia transformadora. De hecho, quiero retar a todos los que están involucrados en el ministerio de adoración a guiar a otros a tomar un poco de tiempo cada día para agradecer a Dios por todo lo que es y lo que ha hecho. Demos gracias por la autoridad y la unción que ha puesto dentro de nosotros para exaltar su nombre. Agradezcamos por su manifestación milagrosa en nuestra vida diaria, tanto de forma privada como pública. Estamos viviendo días maravillosos de su poder y fuerza. No perdamos el privilegio de adorar y de llevar a las personas a la grandeza incomparable de Dios.

    El año pasado fue un año difícil para mi familia y para mí. Me diagnosticaron cáncer y fui médicamente tratada. Pero puedo asegurar que nuestro Dios es fiel y amoroso y que Él sana. También quiero compartir este descubrimiento con usted: la presencia de Dios es para todos los días y todas las situaciones: nuestros momentos fáciles, los momentos victoriosos y, sí, también los momentos difíciles. Especialmente los momentos difíciles. Incluso en mis días más oscuros, Jesús me sostuvo. Imagino a Dios mismo entonando canciones para mí. Mientras tanto, los guerreros de la oración y los líderes de adoración cantaban y se regocijaban por mí, y todos tomamos la decisión de entender el plan de Dios y su amor en medio del sufrimiento.

    Reconozcamos a Dios y su dignidad. Digámosle sí a la invitación al banquete.

    A lo largo de este libro continuaré con el tema de la presencia de Dios, pues no hay otro punto de partida. Adorar lo cambia todo. No se trata solo de ir a la iglesia o de lo que sucede en una determinada hora o dos a la semana, por muy importante que el entorno de la iglesia puede tener para la adoración. Este libro trata sobre cada momento de la vida y cada paso de nuestro caminar: en el trabajo, en la casa, estando solos o acompañados; porque Dios siempre está presente y ¡Él es verdaderamente digno!

    Al leer este libro, ruego para que su corazón se agite por la gloria Dios y que cada fibra de su ser lo reconozca. No es suficiente saber que Él es grande; debemos dar la expresión de ese pensamiento. Comencemos por ahí.

    Cierro este capítulo donde empecé, con una definición de adoración expresada por Bill Thrasher:

    La forma más sencilla de definir a la adoración es que se trata de atribuir dignidad al carácter revelado de Dios. El mandato ‘honren al Señor por la gloria de su nombre’ del Salmo 29:2 no significa que le añadimos algo a Dios. Simplemente significa que lo reconocemos por ser quien es y de esta manera lo glorificamos y honramos. Esto es precisamente lo que se está haciendo en el cielo [ver Ap. 4:11; 5:12].³

    Soli Deo Gloria. Es la firma que Johann Sebastian Bach y otros han utilizado en sus obras de arte para que el mundo sepa que lo que han creado es solo para la gloria de Dios. Oro para que la misma firma se utilice en todo el tejido de nuestra vida.

    DIGNO ES EL SEÑOR

    Gracias por la cruz, Señor

    Gracias por el precio que pagaste

    Cargando mi pecado y mi culpa

    Viniste en amor

    Y me cubriste con sublime gracia.

    Gracias por tu amor, Señor

    Gracias por tus manos traspasadas

    Tu río de agua viva me limpió

    Y ahora conozco

    Tu perdón y salvación.

    Digno es el Cordero

    Sentado en el trono

    Hoy te coronamos con muchas coronas

    Tú reinas victorioso

    En lo alto del cielo

    Jesús Hijo de Dios

    El amado del cielo crucificado

    Digno es el Cordero

    Digno es el Cordero.

    ÉL ESTÁ PRESENTE

    De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad.

    —HEBREOS 11:6

    ¿ALGUNA VEZ HEMOS deseado poder pasar tiempo con alguien en particular que es difícil de alcanzar? ¿Tal vez alguien que es influyente, famoso y poderoso, pero que sabemos que hay muy pocas posibilidades de que ocurra por las muchas barreras alrededor de esa persona? El mundo de hoy le brinda mucha pleitesía a las celebridades.

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