La viuda de Apablaza
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La viuda de Apablaza - Germán Luco Cruchaga
© Copyright 2016, by Germán Luco Cruchaga
Primera edición: Septiembre 2016
Director: Máximo González Sáez
Colección Puesta en escena
editorial@magoeditores.cl
www.magoeditores.cl
Registro de Propiedad Intelectual Nº 268.011
ISBN: 978-956-317-342-0
Diseño y diagramación: Catalina Silva Reyes.
Lectura y revisión: Editorial MAGO
Transcripción: Ruth Lazo Pastore
Edición electrónica: Sergio Cruz
Ilustración portada: www.flickr.com/photos/103244892@N04/21703318099/sizes/o/
Vincent Van Gogh, Head of a brabant peasant woman with dark cap. (1885)
Derechos Reservados
Esta obra fue estrenada el 29 de agosto de 1928, en el Teatro La Comedia, por la Compañía Ángela Jarques-Evaristo Lillo, luego repuesta en 1956, en el Teatro Antonio Varas, por el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, con el siguiente reparto:
Dirección
Pedro de la Barra
Escenografía e iluminación
Raúl Aliaga
La acción ocurre en un lugar al sur y al interior de Temuco, alrededor de 1925.
Primer Acto
En el otoño
Primer Acto
Patio interior de vieja casona de campo cuyas ventanas se abren al corredor donde se guardan los caballos de madera con las monturas, las riendas, lazos, yugos, arados y aperos campesinos. Lateral izquierda, ancho portalón de bodega. A su lado, un gran montón de paja. Decorando el corredor, maceteros de cardenales y jaulas con pájaros nativos. Remigio, Fidel y Custodio juegan a la rayuela. Derecha, Celinda aviva el fuego del brasero, sentada en un piso junto a la mesilla con los menesteres del mate. Después de jugar, los tres se acercan a la raya y discuten.
Remigio.- ¡Quemaíta! Al puro pelo…
Fidel.- Dos por cinco.
Custodio.- A mano.
Remigio.- ¡Chi! ¡Cómo a mano ey vos perdiste cuatro y yo llevo cinco!
Custodio.- Los cinco deos de la mano p’s, cabro…
Remigio.- Gracioso el niño. Pa jugar hay que tener formaliá… Los recontra a quemás y con maulas…
Celinda.- ¿Y no puee irse a juar a otro lao…? La zalagarda que tienen los peazos de treiles…
Remigio.- No se enoje pus Celindita… Si es puro juguete no más…
Custodio.- Si no apostamos ni cobre…
Celinda.- Así será, pero si los merece rochar mi tía, los encumbra…
Fidel.- Y qué vamos hacer si Ñico no se entriega los aperos.
Celinda.- ¿Cómo? ¿Y Ñico ónde está?
Fidel.- Ratazo que no lo vimos… Antes de terminar la lechaúra salió p’al bajo a buscar la vaquilla Pampa, que estaba pasá e cuenta…
Remigio.- Y hará como una menguante que lo estamos esperando…
Celinda.- ¡Güen dar con el hombre este! Onde diablos se habrá metío… Contimás que mi tía se las tiene sentensiá… ¿Y aónde están los aperos pa entregárselos?
Custodio.- Si ey están los yugos; pero las coyundas las guarda Ñico, con llave, en la caja de las herramientas, porque en la noche vienen a comérselas los perros del indio Curimil…
Remigio.- Pero la viua tiene llave mestra… Píasela usted.
Celinda.- (Se acerca a una de las ventanas.) Oiga, tía… Aquí dicen estos que les empreste la llave mestra p’abrir el cajón de las herramientas; que a Ñico no lo pueen hallar, que salió a buscar la vaquillona Pampa que está pasá e cuenta… Y las coyundas están ey.
La viuda.- (Apareciendo con su gran moño de cohete, blusa de percal de color vivo con las mangas a los codos y con zuecos.) ¿Qué decís Celinda? ¿Que Ñico no ha entregado los aperos y ya con el sol alto? ¡Me cachis con el peazo de mugre este! Tomá las llaves vos, Custodio, y sacá las coyundas. Si una tiene que andar metía en too… Son las nueve y los bueyes d’iociosos… Ves, Fidel, anda p’al bajo