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Decisiones responsables: Una ética del discernimiento
Decisiones responsables: Una ética del discernimiento
Decisiones responsables: Una ética del discernimiento
Libro electrónico1124 páginas10 horas

Decisiones responsables: Una ética del discernimiento

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¿Cómo realizar decisiones éticas en una sociedad pluralista? ¿Cómo formar la propia opinión ética de manera responsable y fundada? Este libro propone un método: una ética del discernimiento. Además, muestra en concreto cómo se realiza este proceso mediante su empleo en casi ochenta temas de actualidad. Así, se pretende presentar una teoría y también demostrar su aplicabilidad mediante su uso en una amplia variedad de temas cotidianos. Se adopta el método ignaciano del triple paso: experiencia (hecho) / reflexión (su comprensión e implicaciones éticas) / acción (elementos para el discernimiento): una reflexión sobre la experiencia con miras a una acción consecuente. De esta manera, no se pretende agotar un tema ni tampoco pronunciar una palabra conclusiva. Su propósito es poner de relieve la dimensión ética en la discusión sobre temas que inciden en la vida ciudadana. Por ello, no se pretende pensar éticamente por otros sino estimular a otros para pensar éticamente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2019
ISBN9789568421656
Decisiones responsables: Una ética del discernimiento

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    Decisiones responsables - Tony Mifsud

    Decisiones responsables

    Una ética de discernimiento

    Tony Mifsud s.j.

    Decisiones responsables

    Una ética de discernimiento

    Tony Mifsud s.j.

    Ediciones Universidad Alberto Hurtado

    Alameda 1869– Santiago de Chile

    mgarciam@uahurtado.cl – 56-02-8897726

    www.uahurtado.cl

    ISBN: 978-956-8421-65-6

    eISBN: 978-956-9320-86-6

    Registro de propiedad intelectual Nº 212807

    Dirección Colección Ética

    Elizabeth Lira

    Dirección editorial

    Alejandra Stevenson Valdés

    Editora ejecutiva

    Beatriz García Huidobro

    Diseño de la colección y diagramación interior

    Francisca Toral

    Imagen de portada

    Latin Stock

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

    Decisiones responsables

    Una ética de discernimiento

    Tony Mifsud s.j.

    ÍNDICE

    PRESENTACIÓN

    PRIMERA PARTE MÉTODO

    DISCERNIMIENTO ÉTICO

    ¿Cómo interpretar éticamente la realidad?

    La importancia del método en la ética cristiana

    La polémica entre dos visiones: deontología y teleología

    Un enfoque distinto: el discernimiento

    Hacia una lectura discerniente de la realidad

    Un proceso de discernimiento ético

    SEGUNDA PARTE TEMÁTICA

    A

    Aborto terapéutico

    Abuso sexual

    Anorexia: ¿síntoma o enfermedad?

    Autorretrato nacional

    B

    Bien común: sus raíces cristianas

    Bioética: un desafío antropológico

    Boxeo: ¿un deporte?

    Brecha Digital

    C

    Caída de las Torres, reconstrucción de los pilares

    Caridad en la verdad

    Celebración y Ethos

    Clonación humana

    Cohesión social: inclusión y pertenencia

    Conciencia y autoridad

    [De la]Confrontación al diálogo

    Consentimiento informado

    Corrupción

    D

    Divorcio (ley)

    Documento de Aparecida: una lectura ética

    Documento de Aparecida: una propuesta ética

    Dolor y Ethos

    E

    Educación: responsabilidad compartida

    Elecciones parlamentarias

    Elecciones presidenciales

    Empresa: ¿lucro y/o servicio?

    Envejecimiento: progreso y desafío

    Espiritualidad y Ethos

    Espiritualidad ignaciana: su talante ético

    Ética social: Alberto Hurtado s.j. ¿Una voz en el desierto?

    Ética social: Fernando Vives s.j. Precursor desconocido

    Eutanasia: ¿un grito desesperado?

    F

    Familia

    G

    Globalización: ¿alternativa u oportunidad?

    Globalización con rostro humano

    Guerra ¿justa?

    H

    Homosexualidad: condición humana

    Homosexualidad: propuesta ética

    Huelga de hambre

    Humanae vitae: cuarenta años después

    J

    Jóvenes: su mundo valórico

    Juicio ciudadano: píldora del día después y divorcio

    Juventud y sociedad

    M

    Medio ambiente: habitar un mundo roto

    Mujer: rostro femenino de Chile

    N

    ¿Negligencia Médica? Relación médico-paciente

    Nuevo milenio: ¿kronos o kairós?

    P

    Patria: ¿memoria u olvido?

    Pecado: ¿palabra prohibida?

    Pena de muerte

    Periodismo

    Píldora del día después

    Pueblo mapuche: ¿prehistoria o historia actual?

    Pueblo mapuche: ¿asimilación o reconocimiento?

    R

    Racismo

    Responsabilidad penal del adolescente

    ¿Riesgo o peligro?

    S

    Sentido ético: desarrollo

    Sentido ético: formación

    Servicio militar: ¿voluntario y/u obligatorio?

    Servicio militar: ¿objeción de conciencia?

    Servicio público

    Sexualidad: comprensión cristiana

    Sismo: tragedia y oportunidad

    ¿Solidarios o solitarios?

    Suicidio

    T

    Televisión

    Tortura ¡Nunca olvidar! ¡Jamás repetir!

    Trabajo (mundo del): percepciones

    Trabajo: sueldo ético

    Trabajo: sueldo e ingreso

    Trabajo y equidad

    Trabajo y flexibilidad laboral

    ¿Tolerancia o respeto?

    Trasplantes

    Tribus urbanas

    V

    Violencia social

    Violencia intrafamiliar

    PRESENTACIÓN

    Al terminar los estudios sobre la Teología Moral, mi tutor y amigo, profesor Marciano Vidal, me encomendó aplicar la categoría del discernimiento ignaciano a la reflexión de la ética cristiana. Para un hijo de Ignacio, esta sugerencia se convirtió en un verdadero desafío que me ha acompañado a lo largo de estos años.

    ¿Qué es el discernimiento? ¿Qué es el discernimiento ignaciano? ¿Se puede hablar de un discernimiento ético? ¿Cómo puede contribuir a la reflexión ética? ¿Cómo puede aplicarse concretamente en los temas éticos de la vida cotidiana? ¿Un recurso reservado para algunos puede ser de empleo universal?

    En el fondo, dos son los desafíos: (a) ¿En qué consiste el proceso del discernimiento ético? (b) ¿Cómo formar al sujeto para que lo pueda aplicar en su vida cotidiana? En otras palabras, formular un método y ejemplificar su empleo en una variedad temática que abarca la sexualidad, la bioética y lo social.

    Por consiguiente, desde el año 1999, y con la ayuda indispensable del equipo del Centro de Ética de la Universidad Alberto Hurtado, se han ido trabajando temas de relevancia nacional, se ha aplicado el método del discernimiento ético y se han publicado regularmente en la forma de un cuadernillo llamado Informe Ethos.

    En el año 2002, con el título de Agenda valórica en Chile: sugerencias para el diálogo, se publicaron los primeros veinte números del Informe Ethos. Posteriormente, en el año 2006, se preparó una segunda edición, titulada Ethos cotidiano: un proceso de discernimiento, en la que se recogían los primeros cincuenta números del Informe Ethos.

    Ahora, en este escrito se consideran ochenta y dos números del Informe Ethos ya publicados por separado, introduciendo primero, como en el caso de la publicación de 2006, una muestra del modelo del proceso del discernimiento ético. Así, se pretende presentar una teoría y también demostrar su aplicabilidad mediante su empleo en una amplia variedad de temas cotidianos. Por tanto, la finalidad de este escrito es pedagógico: (a) aprender un método (Primera parte), (b) ejemplificar su aplicación concreta (Segunda parte).

    Por consiguiente, en la Segunda parte se ofrece una lectura ética de temas de interés nacional para ayudar en el discernimiento de un juicio ético responsable con vistas a una acción coherente. Se adopta el método ignaciano del triple paso: experiencia (hecho) –reflexión (su comprensión e implicaciones éticas)– acción (elementos para el discernimiento): una reflexión sobre la experiencia con miras a una acción consecuente. De esta manera, no se pretende agotar un tema, como tampoco pronunciar una palabra conclusiva. Su propósito es poner de relieve la dimensión ética en la discusión sobre temas que inciden en la vida ciudadana. Por ello, no es que se quiera pensar éticamente por otros, sino estimular a otros para pensar éticamente.

    En la presentación de los temas se coloca el año en el cual fue elaborado cada uno al lado del subtítulo El hecho.

    Solo queda terminar con una palabra sincera de agradecimiento. Son muchas las personas consultadas en cada tema, pero no puedo dejar de mencionar a los miembros del equipo del Centro de Ética de la Universidad Alberto Hurtado, sin el cual hubiera sido simplemente imposible la realización de esta tarea de formulación de un método ético y su aplicación concreta. Elizabeth Lira y Verónica Anguita han sido fieles y valiosas compañeras de ruta a lo largo de estos años, como también Andrés Suárez durante estos últimos años. A ellos, mis más sinceros agradecimientos.

    Tony Mifsud s.j.

    Santiago, 1 de diciembre de 2011

    PRIMERA PARTE

    MÉTODO

    DISCERNIMIENTO ÉTICO

    ¿Cómo interpretar éticamente la realidad?

    El interrogante sobre la aproximación ética a la realidad consiste, básicamente, en la pregunta por el cómo formar un juicio ético sobre el comportamiento humano. Es la pregunta por la metodología en la ética cristiana. Este interrogante es decisivo no solo en el campo de la Teología Moral reflexionada, sino tiene particular relevancia en el horizonte de la Pastoral Moral vivida, ya que muchas veces las preocupaciones éticas se expresan mayormente en las situaciones concretas.

    En palabras de Santo Tomás de Aquino, En las cosas prácticas se encuentra mucha incertidumbre, porque el actuar sobre situaciones singulares y contingentes, por su misma variabilidad, resultan inciertas (in rebus autem agendis multa incertitudo invenitur: quia actiones sunt circa singularia contingentia, quae propter sui variabilitatem incerta sunt)¹.

    Por consiguiente, propongo en la presente reflexión una breve introducción acerca del significado y la importancia del método en la Teología moral, para posteriormente presentar en síntesis la polémica surgida entre dos enfoques (el deontológico y el teleológico) y terminar con la sugerencia del discernimiento como posible mediación entre el horizonte axiológico y la realidad humana.

    La importancia del método en la ética cristiana

    Etimológicamente, método deriva de las palabras metá (hacia) y odós (camino) y, por consiguiente, dice relación con el camino por recorrer para conseguir un resultado determinado. En otras palabras, la metodología es una estructura operativa que permite sistematizar, desarrollar y comunicar un conocimiento determinado.

    Así, en el caso de la ética cristiana, la pregunta por la metodología es el interrogante sobre el cómo llegar a un juicio moral razonable acorde a los criterios del Evangelio, transmitidos en la tradición y confirmados por el Magisterio de la Iglesia. El desafío consiste en buscar y encontrar una estructura que pudiera emplearse para distintos contenidos en diferentes contextos.

    Pero, además, la preocupación por el método tiene una relación directa con:

    (a) La comprensión de la finalidad de la ética cristiana. Así, una mentalidad legalista tiende a reducir unilateralmente el seguimiento de Cristo al cumplimiento de leyes, de tal manera que este se entiende exclusivamente en términos de cumplimiento estricto de leyes morales. En este caso, la elaboración del discurso moral privilegia la formulación de normas, precisas y claras, para asegurar el cumplimiento de la ética cristiana.

    (b) La valoración del sujeto ético por parte de aquel que elabora el discurso moral. En la medida que el sujeto es percibido como un infante ético, independiente de su edad y, por tanto, incapaz de ejercer responsable y plenamente su juicio ético, predominará el discurso prescriptivo en términos de normas y leyes, ya que se desconfía de su recto uso de la libertad (condición indispensable para configurar la eticidad de un acto). Por otra parte, es preciso recordar que el trato en una relación condiciona fuertemente al sujeto. Es decir, si el sujeto es tratado como un niño, lo más probable es que a la larga reaccione como tal aunque sea un adulto.

    (c) Un correcto análisis del contexto cultural dentro del cual se encuentra el sujeto ético. Un análisis que llega a la conclusión de que la crisis moral de la época actual se debe, principalmente, al desconocimiento o la confusión frente a la norma, subrayará, en consecuencia, un discurso normativo basado en leyes morales. Sin embargo, si la cultura cuestiona el sentido de la misma norma, tal discurso resulta culturalmente irrelevante, ya que constituye una propuesta que no responde a la pregunta planteada.

    La distinción necesaria entre el método y el contenido resiste, a la vez, cualquier intento de separación, ya que resultan complementarios una vez que uno influye directamente en el otro. Así, la pregunta por lo fundamental y lo fundante del contenido marca el camino, los aciertos y los límites de un método; por otra parte, la opción por un determinado método (el cómo) incidirá directamente en la comprensión del contenido (el qué) y su priorización. A título de ejemplo, un determinado ver la realidad (método) priorizará un contenido sobre otro en el momento del actuar. Pero, también, un esquema del juicio (contenido) dirige el ver en una dirección determinada.

    Por último, la pregunta por la formación del juicio ético tiene una doble dimensión, ya que no se limita al proceso cognitivo (el cómo se llega a emitir un juicio ético), sino también implica una estructura evolutiva de este mismo proceso (el crecimiento en la motivación, como estructura de racionalidad, en la formulación de un juicio). Aún más, generalmente la reflexión ética no se ha hecho cargo de la complementariedad entre la afectividad y la racionalidad en el juicio ético.

    La polémica entre dos visiones: deontología y teleología

    En la Teología Moral actual predominan dos corrientes que ofrecen paradigmas distintos con respecto al método: la deontología y la teleología. En el fondo, ambos enfoques tienen a la ley como referente principal y se distinguen por el lugar que se les otorga en el juicio ético concreto.

    La ley como mediación ética

    En la Teología Moral, el término ley dice relación con la mediación objetiva de la moralidad, y la norma moral es la traducción histórica de un valor ético y, por ende, más particular que el principio. El valor señala el bien ético; el principio dirige las opciones y las actitudes; la norma establece el contenido del comportamiento.

    El discurso ético sobre la norma responde a una necesidad humana en cuanto toda persona tiene una dimensión social, tiende a la perfectibilidad (es limitado y frágil) y, en términos religiosos, situada en su condición de criaturalidad y eclesialidad.

    Es preciso superar los extremos de una moral sin normas como también de una idolatría de la norma. Los creyentes no somos guardianes del sepulcro, sino testigos de la Resurrección². Por tanto, la ley jamás puede sustituir la presencia de un Dios vivo; pero esto no significa desconocer el papel importante de la norma en la vida ética.

    El problema de un legalismo casuista es el de valorar y enjuiciar automáticamente la actitud de la persona particular mediante el juicio moral formulado impersonal y generalmente sobre un comportamiento. Pero esto no significa desconocer la importancia indispensable de la referencia a los casos y las situaciones concretas para elaborar una reflexión moral capaz de formular criterios éticos normativos para la valoración del comportamiento humano.

    El otro extremo de un situacionismo moral subraya la motivación, pero carece de indicaciones éticonormativas, con el peligro de caer en una moral de puras intenciones, subjetiva e intimista (una divinidad que se dirige sin mediaciones al individuo). Si el legalismo casuista llevado al extremo conduce a una moral de actos sin dar la debida importancia a las actitudes, el situacionismo moral se queda en las actitudes sin una debida correspondencia en los actos.

    No está en cuestión la necesidad de las normas morales, también para la vida cristiana, pues es evidente que no se puede ser verdaderamente cristiano si no se obra el bien. En este sentido, las normas morales son necesarias para discernir lo que está bien y lo que está mal también en un contexto cristiano. Sin esta obra de discernimiento, fácilmente se desliza uno hacia el subjetivismo moral³.

    En la Suma Teológica, santo Tomás de Aquino presenta la ley de dos maneras: (a) como regla y medida que induce a la persona a la acción o a la abstención⁴; y (b) como una ordenación de la razón promulgada para el bien común por el que tiene a su cargo el cuidado de la comunidad⁵. Lamentablemente, se queda a veces con un solo aspecto de la segunda definición, recalcando la idea de promulgación (función jurídica) más que el de la razón y del bien (función pedagógica), con el agravante de reducir la imagen divina a la de un legislador impersonal.

    Además, el Aquinate distingue entre la universalidad de los principios (dice relación con la persona humana) y la contextualización de la ley (dice relación con la persona en una situación concreta), porque la naturaleza humana es inmutable, pero tiene una expresión cambiante en la historia. Lo que es justo y bueno se puede considerar bajo un doble aspecto. Bajo el aspecto formal no se dan cambios, porque los principios del derecho presentes en la razón natural no cambian. Bajo el aspecto material, las mismas cosas no son siempre justas y buenas del mismo modo, en todas partes y entre todos. Hay que determinarlas por la ley. Y esto se debe a la índole mudable de la naturaleza humana y a las diversas condiciones de los hombres y de las cosas, según la variedad de los tiempos y lugares (...)⁶.

    Por tanto, desde la perspectiva moral, se entiende por norma⁷: (a) la formulación lógica y obligante del valor moral; (b) esto significa que la norma no es valiosa por ella misma, sino en cuanto expresa el valor moral; (c) lo cual implica una formulación capaz de traducir históricamente el contenido del valor (lógica); (d) y, al ser expresión de la dimensión moral objetiva, tiene la fuerza obligante del mismo valor moral; por tanto, (e) la norma expresa y objetiva la exigencia interna del valor moral.

    Teniendo delante esa noción de norma moral, nadie podrá negar su necesidad en la vida moral. La persona es un ser necesitado de mediaciones; en la vida moral, no alcanza de inmediato los valores; precisa de mediaciones, que en este caso son las normas morales⁸.

    Así, se puede expresar la función de la norma en términos de mediación, pedagogía y sociabilidad.

    (a) La norma es el puente o la mediación entre el valor moral objetivo y el comportamiento concreto en el momento que traduce históricamente el contenido del valor y lo propone como paradigma de comportamiento.

    (b) La norma es pedagógica porque, a través del fracaso que se experimenta en su incumplimiento, señala la fragilidad humana⁹ y la condición de pecador¹⁰.

    (c) La norma responde a la dimensión social del ser humano para indicar los límites que es preciso respetar, ya que no todo conduce a, ni es conveniente para, el bien común de una convivencia humana y humanizante¹¹.

    "La moral, como conjunto de normas y leyes, debería representar para los cristianos un papel bastante más secundario y accidental de lo que ha significado para muchos. La metáfora que utiliza san Pablo conserva todavía una riqueza y expresividad extraordinarias. La ley ha ejercido la función de pedagogo, como un maestro que orienta y facilita la educación de las personas. Así la ley fue vuestra niñera hasta que llegase Cristo¹², por un mecanismo que nos conduce cerca del Salvador"¹³.

    La función de la norma, en particular para el cristiano, es necesaria en cuanto indicativa, pero no puede convertirse en un absoluto en sí misma, ya que la salvación es un don de Dios y jamás un producto de la ley cuya función es la de mediador¹⁴. El fin de la ley es Cristo, afirma san Pablo, para justificación de todo creyente¹⁵, ya que si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano¹⁶. Por ello, insiste san Pablo, que la ley es nuestro pedagogo hasta llegar a Cristo, pero una vez llegada la fe ya no estamos bajo el pedagogo¹⁷.

    Por consiguiente, el papel pedagógico de la norma moral exige que su formulación sea más positiva que negativa, más motivadora que categórica, más explicativa que tautológica, más orientadora que detallada; sabiendo a la vez que en su aplicación habría que asumir la tensión entre lo universal y lo particular, lo objetivo y lo subjetivo, lo imprescindible y lo contingente¹⁸.

    Deontología y Teleología

    En la aplicación concreta de la norma moral existen dos perspectivas: (a) la deontológica, que establece la validez de la norma independientemente de cualquier circunstancia que se pueda presentar, y (b) la teleológica, que atiende a las consecuencias previsibles de una acción en el momento de recurrir a la norma.

    El debate actual entre las dos posturas¹⁹ se sitúa en el contexto de la aceptación de la necesidad de la norma; la diferencia reside en la manera de aplicarla a la situación concreta. Por tanto, son diferencias de acento (no por ello menos importante), ya que entendidos de manera polarizada son éticamente insostenibles.

    La perspectiva deontológica, junto con mantener el intrinsece illicitum, deja lugar para las excepciones o recurre a principios interpretativos que asumen la importancia de las circunstancias concretas (como el principio de doble efecto y la epiqueya) para resolver problemas éticos conflictivos. Así, tradicionalmente la prohibición moral del no matar recibe las excepciones de la legítima defensa, la guerra justa, la muerte del tirano y la pena de muerte.

    La misma encíclica Veritatis Splendor, que defiende la postura deontológica, admite que la ética cristiana, que privilegia la atención al objeto moral, no rechaza considerar la teleología interior del obrar, en cuanto orientado a promover el verdadero bien de la persona, sino que reconoce que este solo se pretende realmente cuando se respetan los elementos esenciales de la naturaleza humana²⁰. Además, junto con establecer que existen actos que son intrínsecamente malos siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa y de las circunstancias, añade que sin negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones²¹.

    Así también, la postura teleológica cae en puro consecuencialismo si desconoce el discurso objetivo de la norma, porque reduce la ética a una apreciación subjetiva a partir de las solas circunstancias, negando la posibilidad de elaborar un discurso coherente capaz de orientar al sujeto en las distintas situaciones²².

    Por lo tanto, en la discusión entre los dos extremos del teleologismo (también denominado consecuencialismo, proporcionalismo, neoutilitarismo) y deontologismo es preciso evitar la polarización típica que extrema una postura para distanciarse de la otra; a la vez, conviene comprender las intuiciones válidas presentes en cada postura sin recurrir a una deformación de la opinión contraria.

    Así, sin negar diversidad de matices en una y otra tendencia, es necesario mantener una postura que asuma dialécticamente las afirmaciones válidas de las dos polaridades, junto con resaltar el polo teleológico de la normatividad moral, ya que este aspecto había sido descuidado en los últimos siglos de la reflexión teológico-moral ²³.

    En otras palabras, una comprensión teleológica de las normas deontológicas capaz de discernir la debida importancia de la circunstancia concreta sin negar la universalidad de la norma; o, en términos tradicionales, capaz de evaluar si las condiciones de la situación concreta cambian el objeto del acto (como en la situación de una guerra justa cuando se suspende el no matar por razón del derecho a la propia defensa que tienen los pueblos).

    Un enfoque distinto: el discernimiento

    Ambas posturas centran su reflexión principalmente en la acción moral (deontología) o en sus consecuencias (teleología), más que en el sujeto moral²⁴. Al fijarse unilateralmente en la acción, se corre el peligro de subrayar excesivamente la norma que, justamente, tipifica la acción. En este caso también se corre el peligro de no dejar en claro la función pedagógica necesaria, pero jamás salvífica.

    Por el contrario, el discernimiento centra la reflexión moral en el sujeto, rescatando, a la vez, la función pedagógica de la ley, sin reemplazar la centralidad de la conciencia. La verdadera dignidad del hombre requiere que él actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido y guiado por una convicción personal e interna, y no por un ciego impulso interior u obligado por mera coacción exterior. Mas el hombre no logra esta dignidad sino cuando, liberado totalmente de la esclavitud de las pasiones, tiende a su fin eligiendo libremente el bien, y se procura, con eficaz y diligente actuación, los medios convenientes. Ordenación hacia Dios que en el hombre, herido por el pecado, no puede tener plena realidad y eficacia sino con el auxilio de la gracia de Dios. Cada uno, pues, deberá dar cuenta de su propia vida ante el tribunal de Dios, según sus buenas o sus malas acciones²⁵.

    Por consiguiente, otra posibilidad de interpretar éticamente la realidad es el recurso al proceso de discernimiento, donde el referente principal es la espiritualidad. No se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto²⁶.

    El pensamiento paulino y la espiritualidad ignaciana que recoge una larga tradición de la cual se nutre san Ignacio de Loyola iluminan el significado y, por ende, la relevancia del discernimiento en la vida ética del creyente.

    El pensamiento paulino

    San Pablo nos recuerda que hemos sido llamados a la libertad²⁷, porque para ser libres nos libertó Cristo²⁸. Ahora bien, ¿esta convocatoria a la libertad constituye un lenguaje figurativo o una pieza oratoria? ¿Qué entiende san Pablo por la libertad cristiana?

    En el pensamiento paulino no se contraponen ley y anarquía (orden versus desorden), sino la esclavitud de la ley y la libertad que nace del Espíritu. San Pablo recuerda: la ley no justifica a nadie ante Dios es cosa evidente, pues el justo vivirá por la fe²⁹. Es decir, san Pablo deja en claro que la función de la ley es pedagógica, no salvífica.

    Este Evangelio de la libertad se opone a la ley en cuanto normativa ética impuesta desde fuera a la persona³⁰. Aquel que vive solo en función de la ley aún no conoce el ámbito de la fe como encuentro y experiencia: "en efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibieron un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibieron un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios"³¹.

    Esto no significa un camino de libertinaje³² ni tampoco una expresión de irresponsabilidad³³. San Pablo no desconoce la condición humana; sin embargo, abre un horizonte nuevo.

    La salvación ofrecida por Dios no es fruto y consecuencia de los méritos personales, obtenidos con nuestra obediencia y sumisión; ni que solo cuando el hombre supera sus culpas e infidelidades con el cumplimiento escrupuloso de la ley podrá sentirse salvado y obtener la amistad divina. En este caso, la salvación será el resultado del esfuerzo individual, y la salvación no será don y gracia. Aquí radicaba el punto decisivo de toda su predicación. Para san Pablo, al contrario que para toda la mentalidad judía, la ley queda despojada por completo de su carácter salvador. Por la fe aceptamos que la justificación es obra exclusiva de la gratuita benevolencia de Dios. Cualquier otro intento de alcanzarla por otro camino desemboca irremisiblemente en una autosuficiencia que nos hace por completo impermeables a su gracia³⁴.

    La experiencia religiosa, en Jesús el Cristo, supera la moral del do ut des (la ley del intercambio: yo doy para que tú des), cuya crisis está expresada en el Libro de Job para inaugurar una nueva conciencia moral nacida de la experiencia de Dios como Misericordia, como Amor primero al que se responde con amor.

    Ya decía san Agustín: ama y haz lo que quieras³⁵, porque "toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo"³⁶. Esta es la originalidad cristiana: si se vive según el Espíritu, no somos esclavos de la ley³⁷ porque Su presencia constituye la fuerza interior que nos conduce por el camino del amor y del servicio.

    En el contexto de esta comprensión paulina de la libertad cristiana, el papel del discernimiento resulta clave porque la seguridad no está depositada en la ley, sino en la apertura a Dios y la búsqueda de su voluntad. A la ley se le reconoce su papel pedagógico, que no deja de ser importante, pero jamás salvífico³⁸.

    Así, el discernimiento en el pensamiento paulino es la búsqueda constante de aquello que agrada a Dios: discernir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto³⁹; examinen qué es lo que agrada al Señor⁴⁰; hacerse grato a Dios⁴¹.

    El discernimiento (el dokimásein) es la expresión con la que san Pablo ha formulado lo que tiene que ser en concreto la conducta del hombre de fe. Se trata, por lo tanto, del concepto clave para entender lo que es –o lo que debería ser– la vida cristiana⁴².

    Así, san Pablo, dirigiéndose a la comunidad cristiana de Filipos, pide en su oración para que su amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, con que pueden aquilatar lo mejor para ser puros y sin tacha para el Día de Cristo, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios⁴³.

    A la hora de explicar la diferencia entre el niño y el adulto en la vida espiritual se recurre a la sensibilidad ética que brota del conocimiento de Dios. Pues debiendo ser ya maestros en razón del tiempo, vuelven a tener necesidad de ser instruidos en los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y se han hecho tales que tienen necesidad de leche en lugar de manjar sólido. Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de la justicia porque es niño. En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por la costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal⁴⁴.

    La espiritualidad ignaciana

    San Ignacio de Loyola (1491-1556)⁴⁵, considerado el último maestro de la discreción de espíritus y el más decisivo para la época siguiente⁴⁶, pensó el discernimiento en relación con la práctica de la vida cristiana⁴⁷. Sus Ejercicios Espirituales siguen siendo una experiencia determinante en la vida de muchas personas.

    La fuente del discernimiento en Ignacio es su propia experiencia⁴⁸. En el libro de la Autobiografía⁴⁹, el lector atento llega a ser testigo del caminar espiritual de Ignacio, porque no es tanto un relato de hechos objetivos cuanto la narración de la acción de Dios en él.

    De hecho, no es casual que su autobiografía tenga el título de El peregrino porque en su vida viajó mucho; pero, más importante aún, su vida interior es el recorrido de la búsqueda constante de la voluntad de Dios (un peregrinar interiormente) y su vida apostólica constituye la respuesta concreta a esta búsqueda en términos de la misión (el ser enviado que da sentido al peregrinar apostólico).

    A lo largo de su Autobiografía, el don del discernimiento se va consolidando en Ignacio. El lector, testigo de su conversión, descubre que la fuente principal del discernimiento en la vida de Ignacio de Loyola es su capacidad de reflexionar –en y desde la fe– sobre su propia experiencia. Él mismo cuenta las lecciones que va aprendiendo porque le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole⁵⁰.

    El esquema ignaciano del discernimiento se encuentra principalmente en el libro de los Ejercicios Espirituales⁵¹. La finalidad de los Ejercicios Espirituales⁵² es para vencer a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse por afección alguna que desordenada sea⁵³. Esta experiencia⁵⁴ consiste en la búsqueda activa de la voluntad de Dios sobre la vida de la persona. ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? Este interrogante dice relación con una decisión particular (escoger un estado de vida) o la dirección de la propia vida.

    • La condición básica e indispensable para entrar en el proceso de discernimiento es la indiferencia, es decir, una disposición activa de generosidad y una libertad que no plantea condiciones⁵⁵ para comprender cuál es la voluntad de Dios sobre la vida de uno y llevarla a cabo⁵⁶. La gracia de la indiferencia es el don de la libertad interior, de apertura al futuro, de aceptación de la novedad. La fe en Dios implica la posibilidad de futuro y nadie puede discernir de verdad si no deja espacio para lo nuevo en su vida.

    • El discernimiento constituye un proceso de confrontación con la vida, la muerte y la resurrección de la Persona de Jesús el Cristo dentro de un contexto de pertenencia a Su Iglesia. La dinámica del conocer, amar y seguir a Jesucristo⁵⁷ para participar en la implementación histórica del reinado⁵⁸ es clave en este proceso.

    • La elección está en el centro de los Ejercicios. La palabra denota la experiencia bíblica de la elección divina en cuanto la persona hace la decisión en el contexto de sentirse elegida por Dios para algo concreto. La elección puede hacerse según tres modalidades, o tiempos en lenguaje de Ignacio. La palabra tiempo también tiene resonancias bíblicas en cuanto kairós (el tiempo de Dios, un momento privilegiado de la gracia)⁵⁹.

    • El proceso de discernimiento no termina con la decisión contenida en la elección, sino que se requiere una etapa de la confirmación en la oración de la decisión tomada⁶⁰.

    • Por último, corresponde la ejecución de la elección realizada.

    La búsqueda del magis (el mayor servicio para gloria de Dios) hace del discernimiento una experiencia diaria (la pausa ignaciana o el examen de conciencia)⁶¹ para conformar el pensamiento, la palabra y la obra a la voluntad de Dios.

    El discernimiento como categoría ética

    Oscar Cullmann sostiene que "la acción del Espíritu Santo se manifiesta en primer lugar en el dokimázein, es decir, en la capacidad de tomar, en toda situación dada, la decisión moral conforme al Evangelio; por lo tanto, este dokimázein es la clave de toda moral novo testamentaria"⁶². El exegeta católico C. Spicq⁶³ corrobora la afirmación sobre el lugar clave del discernimiento en la moral neotestamentaria.

    La mayoría de las decisiones éticas en la vida cotidiana no consisten tanto en optar entre un mal y un bien cuanto en la implementación de un bien o el rechazo de un mal en una situación concreta y compleja. En este terreno existe muchas veces la incertidumbre frente a la decisión práctica. Santo Tomás de Aquino decía que en las cosas prácticas se encuentra mucha incertidumbre, porque el actuar sobre situaciones singulares y contingentes por su misma variabilidad resultan inciertas⁶⁴.

    Además, en el contexto de las sociedades abiertas y plurales, el discernimiento resulta clave porque se vive cada vez con más fuerza lo incierto. La búsqueda de seguridad y de certidumbre puede alimentar el régimen de la ley como lugar salvífico de lo seguro y de lo cierto.

    Ahora bien, por una parte, la ley no puede codificar ni cubrir todas las situaciones posibles. Por otra parte, resulta evidente la necesidad de lo normativo como primera etapa en el crecimiento de toda persona, porque, en términos psico-sociológicos, el principio de realidad pone límites al individuo a favor de la convivencia y contra el simple principio de placer o de capricho.

    Asimismo, no se puede negar el peligro del autoengaño en un subjetivismo que hace coincidir la voluntad de Dios con la propia, buscando en el fondo –y quizás inconscientemente– la satisfacción de los propios intereses. Pero tampoco se puede olvidar el otro peligro opuesto, igual de nefasto, del legalismo que fundamenta en el cumplimiento escrupuloso de la ley la propia seguridad y la autojustificación frente a la salvación gratuita⁶⁵.

    Por consiguiente, el ejercicio del discernimiento tiene una importancia decisiva en la vida ética, pero también resulta indispensable tener una comprensión correcta de él.

    • El objeto y el objetivo del discernimiento ético es la voluntad de Dios⁶⁶, mediante la búsqueda de lo bueno, lo agradable y lo perfecto⁶⁷ para realizar siempre lo mejor⁶⁸.⁶⁹.

    • La finalidad de la ley es pedagógica en cuanto ayuda al discernimiento, pero en ningún momento puede sustituirlo, ya que en este caso no sería una decisión libre ni responsable⁷⁰.

    • El discernimiento forma parte de la estructura ética del sujeto porque dice relación con su responsabilidad, se sitúa en el ámbito de la opción fundamental y constituye el ejercicio de la conciencia.

    • La decisión ética es fruto del proceso del discernimiento.

    • El discurso ético sobre el discernimiento tiene sus raíces históricas en la virtud de la prudencia⁷¹.

    Ahora bien, ¿cuáles son las condiciones básicas para el ejercicio de un discernimiento ético en el contexto de la vida cristiana⁷²?

    • Estar en proceso de conversión: el transfórmense para distinguir cuál es la voluntad de Dios⁷³ implica una renovación que afecta a la totalidad de la persona que incluye una nueva manera de amar, de entender y de enjuiciar; sin conversión no es posible un discernimiento ético cristiano adecuado y consecuente.

    • Adquirir una nueva mentalidad: la renovación de su mente⁷⁴ a fin de acertar con lo mejor⁷⁵ conduce a una nueva sabiduría que nace del amor⁷⁶; despojados, en cuanto a su vida interior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de su mente, y a revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad⁷⁷.

    • Ser contemplativos en la acción: el ir descubriendo en la vida la voluntad de Dios y el ir presentando a Dios los problemas que se encuentran en la vida; el doble movimiento complementario desde Dios hacia la humanidad y desde la humanidad hacia Dios.

    • Mantener una actitud de apertura: en las decisiones humanas, siempre cabe una cuota de incertidumbre en la elección frente a distintas alternativas; por tanto, es preciso estar dispuesto a re-evaluar las decisiones en la medida que surjan elementos nuevos.

    • Tener una recta intención: en todo momento, tener la suficiente distancia frente a los propios intereses y deseos, evitando el autoengaño, mediante una clara opción por la voluntad de Dios, sea cual sea.

    • Estar atento a los frutos del Espíritu: Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales les prevengo, como ya les previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley⁷⁸; el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad⁷⁹; la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía⁸⁰.

    • Por último, la confirmación de la vida diaria: porque por sus frutos los conocerán⁸¹, ya que por el fruto se conoce el árbol⁸²; en definitiva, vivir la vida en términos de servicio y de entrega porque si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud⁸³.

    • Y dentro de la comunidad de creyentes: no se puede discernir en contra de –o al margen de– la Iglesia, sino a partir de –y con– ella.

    El discernimiento constituye un proceso, más que un momento puntual, avalado por un estilo de vida cimentado en una profesión viva de fe en la Persona de Jesús como el Cristo.

    El mismo discernimiento ético en torno a una decisión particular también constituye un proceso en el cual se pueden distinguir –siguiendo la tradición tomista sobre las tres partes de la prudencia (consilium, iudicium, praeceptum)⁸⁴– tres etapas⁸⁵.

    • Deliberación: la comprensión ética de aquello que se propone a la actuación implica la búsqueda del valor o de los valores que están en juego dentro de la situación concreta y con referencia a las personas involucradas. En el fondo, se trata de esclarecer el significado de la situación. En esto ayuda la experiencia personal de situaciones semejantes ya vividas y la experiencia de otros que han sido codificadas en normas.

    • Juicio: la norma es la concreción histórica del valor y constituye una mediación entre el juicio práctico y el valor que se busca implementar. Por tanto, el papel pedagógico de la norma ilumina el juicio, pero no lo sustituye porque este busca la realización del valor en una situación contingente y particular⁸⁶. La universalidad objetiva de la norma no siempre coincide con la responsabilidad personal en la particularidad de la situación.

    • Actuación: en principio no existe una diferencia entre el juicio y la actuación consecuente. Sin embargo, es posible que no sea conveniente pasar inmediatamente a la acción en la espera de condiciones mejores, o que un mismo juicio tenga varias actuaciones concatenadas. En el momento de la actuación entran nuevos elementos: la conveniencia, la eficacia, las consecuencias directas e indirectas, la relación entre el esfuerzo realizado y el resultado obtenido, la relación entre los efectos buenos intencionados y los malos aceptados como consecuencia indirecta, la relación entre el bien personal y el bien comunitario, la relación entre los objetivos y resultados a corto, mediano y largo plazo. Además, está la presencia de la realidad del pecado que también explica las veces cuando el juicio no es llevado a la práctica⁸⁷.

    El discernimiento ético versa sobre los medios que conducen al fin⁸⁸. No se discierne el fin (el horizonte de los valores), sino se pregunta sobre los medios que conducen al fin (la realización histórica del valor) en una situación concreta y determinada. En otras palabras, el discernimiento ético dice relación con el fin situado, la realización del fin en un contexto histórico.

    El discurso ético sobre el discernimiento, como modo de proceder, puede suscitar un interrogante sobre su universalidad en la práctica; es decir, ¿es para algunos o para todos?

    Por de pronto, es preciso evitar dos extremos: no apelar a un sentido de realismo que desconfía sistemáticamente de la edad adulta del creyente, como tampoco caer en una ingenuidad que desconoce su condición humana. Además, conviene preguntarse si se ha confundido la evangelización (el anuncio de la Persona de Jesús el Cristo) con la moralización (la insistencia desmotivada en el cumplimiento de unas leyes), en vez de una evangelización desde la cual brotan las exigencias de una ética cristiana como consecuencia y coherencia.

    El discernimiento ético es el modo de proceder normal del seguidor de Jesucristo en la vivencia de la realidad cotidiana, sin por ello desconocer el papel pedagógico de la ley y las limitaciones que acompañan la condición humana. De todas maneras, conviene recordar y reiterar las palabras de la Carta a los Hebreos: Pues debiendo ser ya maestros en razón del tiempo, vuelven a tener necesidad de ser instruidos en los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y se han hecho tales que tienen necesidad de leche en lugar de manjar sólido. Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de la justicia, porque es niño. En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por la costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal⁸⁹.

    La caridad como estilo de vida y la humildad como actitud delante de Dios son caminos convergentes para consolidarse en el crecimiento del discernimiento como búsqueda constante de la voluntad divina y la consecuente implementación humana.

    El discernimiento como método ético

    La preocupación central de los fariseos por la licitud frente a la ley contrasta con la actitud penetrante de Jesús frente a la necesidad de plenitud humana de la persona concreta. El rol mediador, pero jamás salvífico, de la ley se establece al proclamar a Dios como Señor del sábado y al afirmar que el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado⁹⁰. Así, Jesús exhorta a sus oyentes: No juzguen según la apariencia. Juzguen con juicio recto⁹¹. De otra manera, se corre el peligro de caer a tal extremo que Jesús se ve obligado a preguntar: Yo les pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla⁹².

    En los Evangelios, la figura de Jesús entra en conflicto con la de los escribas. Estos se caracterizan por una moral casuística y posibilista, que intenta acomodar la Ley a las diversas circunstancias de la vida. Jesús, por el contrario, está centrado en el anuncio del reino de Dios y pretende suscitar una actitud muy radical en función de esta realidad y del horizonte que implica⁹³.

    Las respuestas de Jesús frente a los problemas concretos no son de índole casuística, pero tampoco son evasivas, sino replantea el mismo interrogante en la búsqueda de las exigencias más profundas, explicitando la misma intención de la Ley como expresión de la voluntad divina.

    "Uno de la gente le dijo: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. El le respondió: ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y les dijo: Miren y guárdense de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes"⁹⁴. Lo mismo pasa cuando le preguntan a Jesús sobre la licitud de pagar el tributo al César. La respuesta de Jesús, Lo del César, devuélvanselo al César, y lo de Dios, a Dios⁹⁵, apunta simultáneamente a la justicia y a la desdivinización del poder.

    En los Evangelios, Jesús no cambia una ley por otra, sino abre un horizonte nuevo y más radical, como, en el sermón de la montaña⁹⁶. La moral evangélica no es un código inmutable y sus traducciones concretas exigen una tarea continua de discernimiento, a la luz de la razón histórica y del horizonte del reino de Dios⁹⁷.

    El discernimiento constituye una categoría ética no solo en cuanto modo de proceder frente a las decisiones que hay que tomar en la vida, sino también como metodología de la ciencia moral en cuanto reflexión sistemática sobre el comportamiento humano. Ahora bien, el discernimiento tiene como contenido la voluntad de Dios, pero, a la vez, constituye un método que señala el camino que hay que recorrer para hallar y ejecutar esta voluntad divina.

    La formulación del discernimiento como reflexión sistemática de la teología moral tiene un triple referente: el objeto, la perspectiva y el contexto.

    • El objeto del discernimiento es la realidad en cuanto que su reflexión se realiza a partir de y en función de ella. La búsqueda constante de la voluntad de Dios hace referencia a la realidad concreta desde donde comienza la búsqueda y en función de la cual se hace la lectura ética. No se puede discernir al margen de o ignorando la realidad; además, es la implementación del reinado de Dios en medio de la realidad que configura el discurso y el desafío de la ética cristiana.

    La realidad (personal, social, estructural y ecológica) tiene cuotas de ambigüedad, perplejidad y provisionalidad; por consiguiente, no basta una lectura ingenua, sino se necesita un discernimiento.

    • La perspectiva desde Dios, en la Persona de Jesús el Cristo, define lo cristiano en la formulación de la ética cristiana. La vida histórica de Jesús constituye una mediación privilegiada entre la voluntad de Dios y la realidad humana.

    Esta perspectiva discerniente se traduce en tres categorías clave: la condición de hijos (la dignidad de toda y cada persona humana), la actitud de hermandad hacia el otro (el respeto por los derechos humanos y la obligación de los deberes humanos) y la responsabilidad social frente a las relaciones humanas estructuradas y el medio ambiente (el compromiso con la justicia). La opción por los marginados constituye la verificación práctica de las tres categorías, y la solidaridad como estilo de vida es la consecuencia.

    • El discernimiento se realiza dentro del contexto de la comunidad. La propuesta del reinado de Dios no está en función del individuo aislado, sino se ofrece como proyecto de humanidad. Además, la misma dinámica del discernimiento, aún en el caso de ser personal, jamás es individual, porque hace referencia a una memoria comunitaria.

    La Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes y maestra, la comunidad eclesial de base, la familia y los grupos significativos de pertenencia configuran el contexto desde el cual se realiza el discernimiento. Aún más, el diálogo con otras religiones y distintos pensamientos, y con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad, enriquece este contexto, porque no se puede imponer límites a la presencia de Dios y a Su gracia.

    El método discerniente en la elaboración del discurso ético puede formularse en torno al mirar-iluminar-proponer-evaluar⁹⁸.

    Mirar: la comprensión temática de la realidad en todas sus dimensiones. Al no existir una lectura neutra, es preciso una criticidad frente a la misma mirada y la explicitación consciente de los presupuestos inconscientes. Esto implica la interdisciplinariedad y el ecumenismo.

    Iluminar: el recurso a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio para situar la temática desde la óptica de la fe. La oración (como una apertura a la presencia viva de Dios) y la misericordia (como una mirada salvífica) son elementos básicos para fortalecer la iluminación.

    Proponer: el horizonte de los valores, la orientación de los principios y su explicitación en normas históricas se presentan como contexto indispensable para orientar la actuación concreta.

    Al respecto, la tensión entre la radicalidad evangélica (lo deseable) y la operatividad ética (lo posible) constituye un sano desafío para evitar una simple acomodación a la realidad y pertenece a la misma dinámica del discurso ético que busca siempre mayores cotas de humanidad y de humanización. Lo importante es que esta tensión no degenere en un sentimiento de culpabilidad estéril y paralizante, sino en un pronunciado sentido de responsabilidad. Por último, la conversión personal y la evangelización de la cultura convergen en disminuir la tensión entre la radicalidad y la operatividad⁹⁹.

    Evaluar: los cambios culturales, las nuevas configuraciones de la sociedad, las contribuciones de las ciencias, etc., exigen una evaluación constante del discurso ético y la capacidad de discernir entre lo contingente y lo esencial para prestar un servicio relevante a la sociedad de su tiempo.

    El discernimiento es una categoría ética privilegiada porque hace de puente entre la moral pensada y la moral vivida. Al superar el activismo pragmático y la espiritualidad desencarnada, enfrenta el desafío de mediar entre la historia (realidad) y la escatología (realización definitiva del reinado); entre la acción (praxis) y la contemplación (oración); entre la eficacia (resultados) y la gratuidad (gracia)¹⁰⁰.

    Hacia una lectura discerniente de la realidad

    El método pastoral del Movimiento de la Acción Católica (Padre Cardijn) proponía el triple paso de observación de la realidad, reflexionar sobre ella, para proceder con una práctica consecuente. Este método pastoral fue asumido por el Magisterio de la Iglesia en el campo de lo social.

    Juan XXIII, en Mater et Magistra (1961), escribe: Los principios generales de una doctrina social se llevan a la práctica comúnmente mediante tres fases: primera, examen completo del verdadero estado de la situación; segunda, valoración exacta de esta situación a la luz de los principios, y tercera, determinación de lo posible o de lo obligatorio para aplicar los principios de acuerdo con las circunstancias de tiempo y de lugar. Son tres fases de un mismo proceso que suelen expresarse con estos tres verbos: ver, juzgar y actuar (Nº 236).

    Este método fue también asumido por Pablo VI en la encíclica Octogesima Adveniens (1971). Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia tal como han sido elaboradas a lo largo de la historia (Nº 4).

    En el episcopado latinoamericano este método predomina en los Documentos de Medellín (1968) y de Puebla (1979), aunque fue cambiado posteriormente en el Documento de Santo Domingo (1992) por el triple paso de iluminación doctrinal, desafíos pastorales y líneas pastorales.

    La contribución lonerganiana

    La intuición básica del método ver-juzgar-actuar queda enriquecida por la perspectiva de Bernard Lonergan¹⁰¹.

    La finalidad del estudio epistemológico de Lonergan es la explicitación del conocimiento en función de la acción. Lo esencial de su pensamiento es la práctica, en el sentido de la elaboración de una teoría para poner en práctica o, mejor dicho, la formulación de una teoría a partir de la práctica. La teoría consiste en un autoapropiarse de un proceso no consciente. Este proceso de autotrascendencia significa ser auténtico en la acción con la propia identidad.

    Por consiguiente, este proceso implica la búsqueda de una intencionalidad consciente mediante: (a) la atención a los datos de los sentidos y la conciencia; (b) la búsqueda y la comprensión que permiten un entendimiento del mundo hipotético mediatizado por los significados; (c) de esa manera, la reflexión y el juicio alcanzan un absoluto, es decir, lo que es independiente de uno y del propio pensamiento, y (d) mediante la deliberación se conoce y se hace aquello que es verdaderamente bueno/vale la pena y no aquello que simplemente gusta.

    Así, este proceso de autotrascendencia, el buscar ser auténtico en la acción con la propia identidad, consta de cuatro niveles (sucesivos y relacionados, pero cualitativamente distintos): experiencia, comprensión, juicio y decisión¹⁰².

    • La experiencia (momento empírico –percibir, imaginar, sentir, hablar, mover–). Hacer consciente la experiencia del proceso de la propia experiencia, comprensión, juicio y decisión.

    • La comprensión (momento cognitivo –el nivel intelectual que pregunta el qué, el porqué, el cómo, el para qué–). La comprensión y la expresión de la experiencia realizada. Los datos recogidos y los sentimientos aclarados previamente llegan a formar una totalidad inteligible (los datos se transforman en hechos al determinar su significado).

    • El juicio (momento cognitivo –el nivel racional que busca objetividad, es decir, independiente del sujeto–). La formación de los juicios de hechos a partir de la reflexión, la búsqueda de evidencias, la evaluación en términos de verdad/falsedad y certidumbre/probabilidad de las afirmaciones (se afirma la realidad de la experiencia y de la comprensión).

    • La decisión (momento moral –el nivel responsable de vivir conforme a los valores objetivos–). La formación de juicios de valor mediante la autoclarificación sobre los propios objetivos, la deliberación sobre las posibles acciones y la decisión de actuar en consecuencia después de la evaluación de alternativas (se decide actuar conforme al proceso realizado de experiencia, comprensión y juicio).

    Un modo de proceder ético

    La aplicación de la propuesta lonerganiana al proceso de discernimiento ético se puede traducir en cuatro etapas:

    • Instancia empírica: una aclaración y una precisión temática (¿cuál es exactamente el hecho?).

    • Instancia interdisciplinaria: la comprensión de la temática, considerando sus implicaciones y sus consecuencias (¿qué significa el hecho?).

    • Instancia teológico-ética: la búsqueda de los valores implicados en la temática (¿qué valores están en discusión?).

    • Instancia práctica: el establecimiento de la prioridad axiológica en función de la acción concreta (¿qué corresponde hacer?).

    El proceso de discernimiento ético se realiza mediante: (a) la aclaración del hecho/situación puntual; (b) su máxima comprensión en su contexto más amplio; (c) la reflexión sobre los valores implicados, y (d) el procedimiento a una decisión concreta que mejor realiza el valor en la situación concreta.

    Por consiguiente, para enfrentar éticamente los problemas que surgen de una manera reflexiva se puede recurrir a una metodología que consta de cuatro momentos: (a) delimitar el hecho, (b) comprender cabalmente el hecho, (c) descubrir los valores implicados en el hecho y (d) pasar a la decisión ética. Este método se basa en la dinámica ignaciana de experiencia-reflexión-acción. Es decir, se reflexiona sobre la experiencia para proceder a una acción consecuente y coherente.

    1. El hecho. ¿Cuál es exactamente el problema? La vida es compleja y no es tan simple delimitar los contornos del hecho concreto. A veces se tiende a confundir la interpretación del hecho (aspecto subjetivo) con el hecho mismo (aspecto objetivo). Así, por ejemplo, afirmar que el ataque terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York fue un atentado contra la democracia occidental es una interpretación de un hecho. El hecho es el atentado. Por ello, en primer lugar es preciso delimitar y explicitar el hecho, porque a veces se imposibilita el diálogo en la sociedad debido a esa confusión.

    2. La comprensión del hecho. En este segundo momento se pasa de una descripción del hecho a su interpretación. ¿Qué significa lo que ha pasado? Los datos sueltos cobran un sentido en cuanto se le busca una totalidad de significado. Esto requiere un trabajo multidisciplinario para asumir las distintas perspectivas involucradas como también las posibles consecuencias. Por ello, se sitúa el hecho (el texto de la realidad) dentro de un contexto más amplio y explicitando el pretexto (afectivo y racional) desde el cual se enfoca la comprensión.

    3. Las implicaciones éticas. La comprensión del hecho es esencial para detectar los valores que están en conflicto. Si no hubiera conflictividad valórica, el hecho no plantearía un desafío ético con el necesario y correspondiente discernimiento. Por ello, es preciso descubrir cuáles son los valores en conflicto y cuál sería la correcta jerarquización de valores en la situación concreta. ¿Cuál es el valor que no se puede transar en una situación concreta?

    4. La decisión ética. La explicitación de los valores implicados es indispensable para decidir qué acción concreta emprender entre las distintas posibles alternativas. La pregunta por el valor supremo en una situación determinada conlleva el desafío de traducirlo en una acción concreta. ¿Cómo expresar en los hechos este valor?

    Una reformulación entre el discurso ético y la experiencia cristiana

    Una ética en clave de discernimiento requiere una reformulación de su discurso para redescubrir la relación original entre moral y espiritualidad, entre acción y motivación, entre expresión y experiencia.

    El camino de renovación emprendido por la teología moral en términos del seguimiento de Cristo¹⁰³ y la comprensión de la espiritualidad en términos de llamada universal a la santidad (versus huida del mundo, propia de una élite) permiten la construcción de un espacio común entre ambos. Ya no se trata de una moral del mínimo para laicos y una espiritualidad del máximo para la vida religiosa, sino una espiritualidad y una moral que constituyen distintas expresiones de la misma vocación común a todos los cristianos.

    Una primera impresión puede situar en extremos opuestos a la espiritualidad y a la moral, reduciendo la espiritualidad a la vida religiosa (el camino de perfección en torno a los consejos evangélicos) y comprendiendo la moral como el mínimo exigible (el camino de salvación iluminado por los Diez Mandamientos).

    Tampoco sería correcta una reacción contraria que moraliza la espiritualidad (reducir la espiritualidad a la acción ética) o espiritualiza la moral (una fe que no tiene incidencia en la realidad histórica). En este caso se cae en la reducción y la confusión entre dos dimensiones que pertenecen a la misma realidad. La espiritualidad y la moral no son niveles distintos, sino dos caminos diferentes que expresan una misma experiencia. El desafío consiste en vivir al máximo estos dos caminos, sin negar la radicalidad de los consejos evangélicos¹⁰⁴.

    La espiritualidad consiste en una vida guiada por el Espíritu del Hijo y del Padre; la acción ética es un comportamiento inspirado por este mismo Espíritu. En esta vida nueva, la espiritualidad se hace compromiso ético y la moral es motivada por la coherencia con esta experiencia espiritual. La acción ética es justamente un estilo de vida coherente y consecuente con la vida de gracia recibida¹⁰⁵.

    La espiritualidad y la ética cristiana brotan de la misma experiencia de Dios en el camino hacia la santidad, que consiste en una vida de caridad (amar a Dios en el otro y el otro en Dios), según la vocación particular de cada uno.

    Juan Pablo II señala que la vocación de todo creyente es ser discípulo de Cristo (cf. Act 6, 1). Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana: como el pueblo de Israel seguía a Dios, que lo guiaba por el desierto hacia la tierra prometida (cf. Éx 13, 21), así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (cf. Jn 6, 44). No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre¹⁰⁶.

    El seguimiento de Jesús el Cristo significa hacerse conforme a Él, dejarse moldear por Él mediante la obra del Espíritu¹⁰⁷. En palabras paulinas, es dejar que Cristo habite por la fe en vuestros corazones¹⁰⁸, para tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo¹⁰⁹. La experiencia (espiritualidad) se hace compromiso (ética) y el compromiso (ético) es fruto de la experiencia (espiritualidad).

    En esta doble expresión dentro de un nexo intrínseco e indivisible entre fe y moral¹¹⁰ ha existido una tendencia, influenciada por el pensamiento kantiano (el deber ser del imperativo categórico)¹¹¹, de privilegiar el movimiento desde la moral hacia la fe, en el sentido de un cumplimiento para conseguir un premio, o de una obediencia para asegurar la salvación. Este enfoque ha sido frecuentemente generador de un fuerte sentido de culpabilidad (el cumplimiento del deber ser como referente de autoestima religiosa) y de una perspectiva normativo-legalista (el deber ser sin ulterior fundamentación). Además, generalmente se asocia el catolicismo con la dimensión moral del cristianismo. De hecho, la sociedad pluralista suele identificar la Iglesia católica con sus posturas éticas, especialmente en el campo de la sexualidad.

    Sin embargo, el cristianismo no es primariamente una moral, sino fundamentalmente un ámbito de sentido trascendente (la fe) y de celebración (la esperanza) que conducen a un determinado estilo de vida (la caridad). Justamente, la acción ética del cristiano consiste en la mediación de este sentido último vivido en un contexto de profunda confianza en la acción del Espíritu.

    La ética cristiana, vivida y formulada, precisa recuperar su hogar teológico, situándose en el horizonte del sentido para motivar un correspondiente estilo de vida en la historia.

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