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Oficios de la Antigua Iberia
Oficios de la Antigua Iberia
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Libro electrónico259 páginas3 horas

Oficios de la Antigua Iberia

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La historia de España comienza en la antigua Iberia, pero no deberíamos remontarnos tanto en el tiempo para recordar aquellos oficios que fueron el medio de vida y de subsistencia de aquellas generaciones que nos precedieron. Es más que posible, que todos recordemos aquellos oficios tan tradicionales, ¿quién no recuerda al buhonero, a la mantequillera, al albarquero, la lechera, el guardagujas, el trillador?, y tantos otros oficios perdidos, y muchos de ellos olvidados en el tiempo. 
Oficios todos ellos, que de alguna forma están incluidos en nuestros recuerdos y forman parte de nuestra historia, de nuestro acervo popular, y porque no decirlo, de nuestras vidas. Esos oficios y esas ocupaciones que daban de comer a familias enteras en tiempos difíciles en la mayoría de las ocasiones. En este libro su autor hace un extenso relato de todos los oficios que formaron y forman parte de nuestros recuerdos. 
Oficios de la Antigua Iberia, es un diccionario ilustrado con mucha historia, que a buen seguro que, todos nos harán recordar tiempos pretéritos y con ellos recordáremos aquellas historias que se rememoraban a la luz de la chimenea, y que nos contaban nuestros mayores....., Seguramente que todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas hemos recordado algunas de aquellas ocupaciones de antaño y que ahora en pleno siglo XXI, nos resultan tan duras y a veces tan extrañas. En esta Enciclopedia Ilustrada de los Oficios Perdidos en el Tiempo, vienen relatados más de 400 oficios antiguos.
 

IdiomaEspañol
EditorialJorge Lucendo
Fecha de lanzamiento1 jun 2019
ISBN9781393800903
Oficios de la Antigua Iberia

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    Oficios de la Antigua Iberia - Jorge Lucendo

    ÍNDICE

    CRÓNICA DE LOS ANTIGUOS OFICIOS

    DICCIONARIO DE LOS ANTIGUOS OFICIOS

    A – Z

    A-B-C-D-E-F-G-H-I-J -L-M-N-O-P-Q-R-S-T-U-V -Y-Z

    CRÓNICA DE LOS ANTIGUOS OFICIOS

    CON EL PASO DEL TIEMPO, las costumbres van cambiando, y cada día la nueva tecnología inunda nuestro día a día, relegando al olvido profesiones y oficios que antaño fueron esenciales. Algunos, solamente han cambiado de nombre, como fueron los antiguos bañeros, que ahora todo el mundo se refiere a ellos como socorristas; Otros, perdieron su puesto en la sociedad sustituidos por una máquina, o a causa de un sistema económico que les hizo imposible competir en precios para ganarse el sustento.

    Intentáremos recordar algunos de esos oficios perdidos o en desuso, para mantener en el recuerdo los que alguna vez fueron imprescindibles. Existen otros muchos oficios que no pudieron ser listados, tales como molinero, lechero, carbonero, mielero, aceitunero o trillero, pero quizá algún día amplíe esta entrada con todos ellos.

    El cambio en las formas de vida y los avances del nivel tecnológico han originado que tipos costumbristas y oficios de antaño, como el barquillero, el sereno o los vendedores ambulantes hayan desaparecido. Todos somos hijos de nuestro tiempo, y a su vez, de tiempos pasados, pero actualmente una gran parte de la población más vieja ha sido testigo de formas de vida que los cambios, adelantos y la estructuración actual de la sociedad han hecho desaparecer.

    Algunos de esos oficios nos recuerdan «Los españoles pintados por sí mismo», con tipos como el carbonero, el avisador de los mareantes o el bañero, que ya no existen. Los bañeros, como lo fue Martín, el famoso nadador de alguna playa del Cantábrico, y todas aquellas secuencias pertenecen a la historiografía costumbrista de la época. Ahora ese cometido de salvar vidas en las playas lo hace la Cruz Roja y voluntariamente el 'Cioli', hombre que ha frecuentado estos lugares, sobre todo la de La Magdalena, más que las gaviotas.

    Si ustedes han sentido en algún momento curiosidad por conocer los bandos de antaño, lean el bando del alcalde constitucional de aquel pueblo asentado al pie de la montaña, en 1844 y sonreirán ante las normas aplicadas a los bañistas. Lo primero que llama la atención es que los hombres y mujeres se bañaban en lugares diferentes. Ellas tenían destinado el espacio desde las escaleras que, desde la calle Alta bajaban al mar, donde hoy está el Paredón, hasta la Peña del Cuervo y también desde más arriba del Castillo de San Martín en dirección al sitio de la playa de La Magdalena.

    Y de aparecer hombres en el área de las mujeres, eran multados severamente por la autoridad. Los más pobres sin trajes de baño, en el caso de los hombres utilizaban en los pueblos un saco atado a la cintura con los agujeros por donde sacaban las piernas y las mujeres lo tapaban todo. No era precisamente una visión muy erótica que digamos.

    Ya puestos a prohibiciones hubo que condenar para evitar costumbres abusivas en esos años peredianos, bajo multa de 20 reales, la colocación de los cadáveres en los portales, a la entrada de las casas o expuestos en las calles, según bando en 1838 del alcalde primero constitucional de la ciudad. Al salir uno por la mañana y encontrarse con el vecino difunto en el portal no era precisamente una buena forma de comenzar bien la mañana y más si era supersticioso. El avisador para ir a la mar de madrugada, cuyo grito se oía en los barrios de pescadores de Puerto Chico, según contaba Gutiérrez Solana, ha pasado también a la historia.

    Otro tanto ocurrió con el auténtico «raquero» que desapareció a partir de la Guerra Civil. En la Cuesta de Canalejas, en la proximidad del Colegio de los Padres Escolapios. En aquel entonces, había grupos que registraban y quitaban la merienda o dinero a los estudiantes. Era un raquero diferente al descrito por el que ejercía de cronista, y el cual se llamaba, Salvador Pereida.

    Después el término se ha aplicado a las personas con mala traza, mal habladas o que cometen «raquerías», incluidas aquellas personas informales dedicadas a los negocios. En el caso de la mujer, llamarla raquera era y es un insulto grave. Así se decía, por ejemplo, de la muy mal hablada y grosera, pero Pereda no incluyó nunca en este tipo costumbrista a las mujeres.

    Hoy la Real Academia de la Lengua estará asombrada de la riqueza de matices del lenguaje de la gente joven de ambos sexos. El raquero que se tiraba a coger monedas es muy posterior y aparece durante el Franquismo. Según las cogían las iban metiendo en la boca. La venta ambulante fue un oficio tanto de hombres como de mujeres, en este último caso, anunciaban con sus pregones la venta de sardinas, amayuela o de arena de fregar. Las areneras fueron muy populares. Pregunten a las mujeres de más edad cómo limpiaban con estropajos de esparto y arena la cacharrería doméstica.

    Las lecheras transportaban en burras con ollas el producto para venderlo después en el mercado. Los años con cofia, pendientes y uniformes han pasado a mejor vida y sólo las conocieron aquellos de la clase burguesa que se podían permitir el lujo de alquilar esa compañía para sus hijos, dedicación que existió hasta el primer tercio del siglo XX.

    Oficios ambulantes de hombre fueron el aceitunero y el mielero que anunciaba su producto de la Alcarria por la calle. Otro oficio conocido, fue el del maletero, que era en aquellos años de hambre y de personas sin trabajo otra de las ocupaciones dedicadas a llevar, hasta donde viviera el solicitante, aquellas pesadas maletas, algunas de madera, de los estudiantes repletas de libros, que pesaban como un pecado. A la salida de las estaciones se ofrecían de portadores para llevarlas al hombro o en carretillas. En la mujer, la portadora de bultos en carretas hasta el puerto fue una de las imágenes impresionantes, que ha quedado en la fotografía como una condena de nuestra sociedad.

    Aquellas pobres mujeres, igual que las cargadoras y descargadoras del puerto, constituían una ofensa a la mujer pobre que no tenía otro oficio mejor. ¿Y las lavanderas? hasta que se inventó la lavadora, su trabajo fuera de casa era un oficio penoso y con mucho peligro cuando la ropa procedía de hospitales o de enfermos infecciosos. Aparte del trabajo en la propia casa, muchas tuvieron que trabajar de costureras a mano y a máquina, de planchadoras, trabajadoras en fábricas de salazón y conservas y las criadas de servicio, entre otras tantas profesiones femeninas de aquellas épocas.

    A los que sí han conocido, son aquellos que ya peinan canas, es a los serenos, que atendían abriendo la puerta de la calle a los que venían a altas horas de la noche o de madrugada de un viaje o llegaban de jarana, bien «cargados», y no encontraban la llave. El fotógrafo de los jardines, el barquillero y pirulero fueron personajes de mi niñez, más bien ejemplares del costumbrismo que se ganaban la vida por poco dinero. Por ejemplo, a la entrada del Colegio de los Escolapios estaba el «pirulero» que vendía, además, regaliz, chufas, pipas, orejones y caramelos, este personaje, fue un hombre popular y de extrema bondad, que no tenía un seguro contra los robos de la chiquillería.

    A la entrada de los cines había igualmente mujeres que vendían golosinas y pitillos sueltos de tabaco rubio, estas mujeres, ofrecían también unas manzanas pequeñas recubiertas de caramelo pinchadas en un palo, y cuando se comía uno el caramelo aparecía una manzana verde y dura poco apetecible. También en las playas fue popular el vendedor, con alto sombrero blanco de cocinero, de una clase de obleas o barquillos que anunciaba como parisienses.

    Otro tipo especial fue el charlatán, que ofrecía productos dentífricos o cuchillas de afeitar con mucha gracia y verborrea, y había que hablar con mucho desparpajo para que la gente comprara aquellas cuchillas que te destrozaban la cara o los polvos para limpiar los dientes. En el caso de los niños utilizados en espectáculos públicos, cantando o bailando, hubo que reglamentar el trabajo ante los abusos cometidos con los menores de ambos sexos. Se trata de un curioso informe sobre el empleo de los niños y niñas en casetas de feria y teatrillos con trabajos peligrosos o muy cansados e impropios de su edad.

    El que quiera saber más y recordar los vestidos, oficios y las prácticas primitivas de higiene de antaño, cuando en la mayoría de las casas de la ciudad no había cuartos de baño, que pregunten a sus abuelos y abuelas que les contarán con más detalles muchos pormenores de las formas de vida difíciles y austeras de aquellos años, no tan lejanos, que, gracias a Dios, han desaparecido.

    Diccionario

    de los

    Antiguos Oficios

    A

    abaniquero

    Se dedicaba a la fabricación y venta de abanicos.

    abarquero

    Fabricaba abarcas (calzado de madera, cuero o caucho que cubría solo la planta de los pies y se ataba sobre el empeine y el tobillo).

    aceñero

    AL QUE TAMBIÉN SE LE conoce con el nombre de molinero. Era el encargado de trabajar o desempeñar en el manejo de la aceña o molino harinero de agua situado dentro del cauce de un río. Y también el maquilero que era la persona encargada de cobrar o medir la maquila, es decir la ración de grano o la misma porción de simiente.

    acerador

    Aplicaba a los metales diferentes tratamientos para endurecerlos y tratar de conseguir las propiedades del acero.

    acomodador

    Este iba provisto de su linterna, era la persona encargada de acompañar a los espectadores el camino a la ubicación de la localidad que se indicaba en la entrada, tique o boleto adquirido en la taquilla, cuando los espectadores accedían en plena función. los acomodadores iban provistos de su linterna y era la persona encargada de acompañar y mostrar a los espectadores el camino y la ubicación de la localidad que se indica en la entrada.

    adelantado

    ERA UN ALTO DIGNATARIO español que llevaba a cabo o adelante una empresa pública por mandato de servicio, cuenta y bajo designio real. En las Siete Partidas, el rey Alfonso X lo definió como homólogo de las funciones Præses Provinciæ (gobernador romano) y en otra como Præfectus Legionis (prefecto romano). El adelantado es la reunión unipersonal de ambos cargos para dos tiempos, paz y guerra, que entre otras especialidades lo caracterizan. su rango de dignidad era análogo al del almirante antiguo, por encima únicamente el virrey (cuando lo hubiera) y si no el rey o el reino. El adelantado tenía asignada y apoderada una jurisdicción territorial denominada adelantamiento. Tuvo dos formas principales históricas, el «adelantado mayor» (apoderado por rey o reina) y el «adelantado mayor de cortes» (apoderado por estas). A partir de la conquista de América y tras la evolución de las leyes de indias que desembocaron en las leyes nuevas del emperador Carlos V, la antigua figura del adelantado mayor, con raíces en la alta nobleza, fue frecuentemente asumida por la baja nobleza o las oficialidades basadas en la experiencia de carrera militar. Quedó subrogada y enteramente regulada por estas «nuevas leyes» desde 1542.

    administrador de rentas

    Eran los empleados de hacienda, que dependientes de la Dirección General de Rentas, residente en la corte y bajo la inspección de los intendentes de las provincias, cuidaban de la cabal y exacta recaudación de los productos de las contribuciones y derechos, con puntual arreglo a lo que prevenían las ordenanzas y los reglamentos. Aunque, según se colige de lo referido, las cualidades de un administrador se reducían a la honradez, la más asidua laboriosidad y al conocimiento de las órdenes que gobiernen en el manejo del ramo de que se hallare encargado, no debía desentenderse de los miramientos que se merece el contribuyente. Debía ser tan decidido protector del trabajo y tan cuidadoso del bienestar de los pueblos como enérgico con los que resistieran o difirieran sin justa causa el pago de los tributos: con el defraudador y con el concusunario. Las instrucciones que se publicaron por los años de 1578 y 1597, inculcan con gran sabiduría estos deberes a los administradores, cuando les previenen que hagan entender a los pueblos la conveniencia que se les sigue de encabezarse, representándoles los rigores de la administración, valiéndose de personas de autoridad, yendo a los ayuntamientos y escribiendo papeles a las justicias para que se persuadan.

    adobero

    El adobero, también llamado sazonador, era la persona que no podía faltar en ninguna matanza del cerdo y preparaba el adobo para sazonar y conservar alimentos, especialmente la carne de cerdo.

    afilador

    TAMBIÉN LLAMADO AMOLADOR. Se dedicaba afilar cuchillos, tijeras y otros instrumentos de corte. El afilador era aquel que deambulaba entre ciudades y pueblos con su bicicleta o motocicleta para afilar instrumentos con filo, tal como cuchillos o tijeras. También eran los encargados de arreglar paraguas y de afilar lapiceros. A mediados del siglo XX, los afiladores se empezaron a asentar en locales de grandes ciudades, siendo cada vez menos los que viajaban de pueblo en pueblo. Con la llegada del sistema capitalista basado en el consumo a España, el oficio se fue perdiendo en beneficio de una cultura de usar y tirar en la que no tenía cabida el afilar los instrumentos de corte. Aún hoy en día, sigue siendo una profesión común en algunos países en los que la sociedad del consumismo no está del todo instaurada.

    afinador de órganos

    Era el encargado de preparar y afinar

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