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Lech Walesa, la última esperanza
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Lech Walesa, la última esperanza
Libro electrónico262 páginas8 horas

Lech Walesa, la última esperanza

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En todos los países del mundo y en todas las épocas, los líderes políticos y sociales son blanco de seguidores y contradictores. El sindicalista católico polaco Lech Walesa no es la excepción de esta regla, pese a ser el gestor de la caída del comunismo en su país y a la postre, uno de los artífices de la caída del Muro de Berlín.
La idea de publicar un libro sobre Lech Walesa nació en la redacción del periódico de los astilleros de Gdansk. La idea se esparció y la ciudad entera entró en ebullición incontenible. Todos querían colaborar aportando opiniones, ideas, o recuerdos. El «fenómeno Walesa» no dejó indiferente a nadie. Es un caso palpitante de carisma personal y de liderazgo auténtico.
Ni sus admiradores ni sus enemigos se mordieron la lengua. Este libro es el testimonio de un pueblo que dijo lo que sentía a propósito de un hombre, al que las particularísimas circunstancias de su nación catapultaron como primer personaje de la década de 1980. Las voces polacas se mezclaron en poderosa «vox populi» orquestando un coro que no era panegirista, porque acumularon registros con enorme sinceridad.
Con lenguaje claro y sobrio, en el que no faltan las notas emotivas, se consolidó un testimonio valioso sobre la vida de un obrero sencillo, siempre en el ojo de huracán, y cuya obra y presencia fueron decisivos para la historia grande de Polonia y el fin de la guerra fría entre las dos superpotencias, cuando el mundo gravitaba sobre el riesgo de un impredecible conflicto nuclear, derivado de las ambiciones geopolíticas mutuas de soviéticos y estadounidenses.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2019
ISBN9780463869178
Lech Walesa, la última esperanza
Autor

Boleslaw Fac

Boleslaw Fac, fue un poeta, escritor, e intelectual polaco nacido el 9 de febrero de 1929, Międzychód, Polonia y fallecido el 12 de enero de 2000, en Gdansk, Polonia. Fue autor de los libros: Gedichte, Wie soll man regieren? Gedicht-Zyklus, y coautor con otros intelectuales de su época, de los análisis acerca del fenómeno político que significó para el mundo la vida y la obra del sindicalista católico polaco Lech Walesa, durante la etapa final de la guerra fría soviético-estadounidense.

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    Lech Walesa, la última esperanza - Boleslaw Fac

    Lech Walesa, la última esperanza

    Boleslaw Fac

    Colección Biografías N° 4

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Cel 9082624010

    New York City, USA

    ISBN: 9780463869178

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Lech Walesa la última esperanza

    Nota de la redacción

    En tono a la biografía

    Lech Walesa, el que habló

    Crecimiento

    ¿Un hombre hecho de qué?

    Sobre la diferencia entre el obrero y el representante de la clase obrera

    Sobre los movimientos de masas y sus dirigentes

    Señor Walesa, sea grande.

    Walesa, retrato en movimiento

    Nota de la redacción

    La organización «Love International» galardonó a Walesa con una medalla y con un premio acompañándolos del siguiente comentario: «Por la aportación a la causa de la lucha por los derechos humanos y civiles promovida no con violencia sino mediante el amor, solidaridad y colaboración».

    La frase expresa con exactitud la forma en que Walesa está presente en la conciencia de millones de hombres, como un defensor de los derechos humanos y civiles, como un símbolo de la esperanza y del resurgir social, moral y político. La confianza y la esperanza — que para tanta gente van asociadas al nombre de Walesa— vienen a manifestarse de las formas más diversas.

    Personas desconocidas de todas partes de Polonia le mandan cartas, lo invitan a fiestas familiares, van a Gdansk sólo por verlo, le acompañan en sus viajes al extranjero, atentos a su desarrollo; toman parte en los encuentros que se celebran en las empresas y los estadios, lo escuchan por la radio y televisión.

    Walesa, que en modo alguno desprecia a los medios de comunicación, busca el contacto directo con la gente, se siente en su ambiente cuando puede hablar a las masas para darles aliento y convencerlas con sus argumentos. (Tal vez, un poco al estilo de la campaña electoral americana, pero ¿por qué despreciar unos métodos que han demostrado su eficacia?)

    Probablemente, no fue casual que un antiguo vecino suyo le viera hojear el libro titulado «Psicología de las masas», a lo que alude Edmund Szczesiak en un reportaje que incluimos. La fascinación que Walesa ejerce sobre la gente es lo que lleva a reconocer en él a un tribuno popular, que lucha precisamente «no con violencia sino mediante el amor, la solidaridad y la colaboración».

    Ahora es, sin duda, uno de los polacos más populares, junto con el Papa Juan Pablo II, tanto en su país como en el extranjero. En las encuestas realizadas por varios diarios de Europa Occidental y de América se le reconoció unánimemente como el hombre del año 1980. Obtuvo numerosos galardones y premios (entregando todo el dinero a «Solidaridad»). Se propuso su candidatura para el Premio Nobel de la Paz en 1981. Sobre él se han publicado varios libros.

    No deja de ser el centro de atención de amplias masas de público. No sólo liega al corazón y a la mente de los obreros, sino que también despierta entusiasmo entre los intelectuales deseosos de realizarse a través de las perspectivas de los valores más elementales, tal vez presentidas, pero que sólo ahora parecen estar renaciendo.

    Pesa sobre él una responsabilidad inmensa, que no rehúye. Despierta simpatías, admiración y aplausos, a la vez que odio y repulsión. Tiene muchos simpatizantes y admiradores, pero tampoco le faltan adversarios y polemistas encarnizados. Sin embargo, tanto entre sus amigos como entre sus enemigos, se ha ganado una autoridad enorme, consecuencia lógica de los valores que representa.

    Quizá se podría definir como el rasgo más significativo de su carácter una tenacidad profunda. Porque Walesa es un hombre tenaz y, ya se sabe, sólo los hombres con esa faceta consiguen algo en la vida. Walesa ya ha conseguido mucho, muchísimo. Independientemente de lo que le espera más adelante (y de los métodos con que tratará los problemas de Polonia), el lugar que ocupa en la historia de nuestra posguerra — como dirigente de la gran huelga de agosto del ochenta y dirigente del sindicato «Solidaridad» desde su formación— reviste una importancia indiscutible.

    Los problemas relacionados con la aceptación pública de Walesa nos obligan a hacer un comentario más. Prodigio, mito, fenómeno Walesa, son las definiciones que se encuentran cada vez más a menudo en diversas publicaciones dedicadas a este hombre.

    Los textos publicados en este libro nos plantean la misma problemática. ¿Es necesaria para Walesa la creación del mito? Uno de los autores de nuestra publicación contesta a esta pregunta. Pues no, Walesa no necesita del mito porque —como él mismo no deja de repetir— no quiere juzgar ni claudicar, lo que desea es servir.

    Sin embargo, el mito es preciso para el que manda, no para el que sirve. ¿Tal vez por eso no queremos ver a Walesa envuelto en el aura de un mito, porque la creación de mitos atestigua —citamos las palabras de un científico, Mircea Eliade— «más que nada, un profundo descontento del hombre con su situación actual, con lo que suele llamar la condición humana»?

    Esperemos que un día un sociólogo perspicaz analice el «fenómeno Walesa» dentro de su contexto social y logre así revelar las relaciones existentes entre la biografía y la personalidad de Walesa y la misión social que ha asumido.

    El libro que ponemos en las manos del lector ha sido escrito en un tiempo récord; todos los textos que lo componen han sido redactados en caliente, a vuelapluma, bajo la presión constante de la editorial. Esta urgencia, por lo demás, ha sido la causa de que algunos autores que habrían podido, en nuestra opinión, proporcionarnos un gran acervo de materiales valiosos y hacernos valiosas e interesantes observaciones, se han negado a participar en esta iniciativa editorial, mientras que otros —después de expresar su acuerdo previo— han desistido. Una circunstancia más resulta característica para dar una idea del ambiente en que se preparaba este libro.

    Cuando, a mediados de mayo, salió en la prensa una nota que anunciaba la próxima aparición de un libro dedicado a Walesa, en la redacción de Editorial Marítima se empezaron a recibir llamadas a propósito.

    Una parte de nuestros comunicantes, aunque de verdad interesados por Walesa, expresaban sin embargo sus dudas respecto a si tenía sentido publicar un libro sobre él, cuando en Polonia no existen monografías sobre Józef Pilsudski o el general Wladyslaw Sikorski (personajes ambos más nombrados).

    Pero consideramos que la publicación era necesaria, mirando sobre todo a su valiosa actualidad. Observemos entre paréntesis que, dada la escasez de papel y la crisis de la poligrafía actual, a la hora de decidir sobre un libro y de mandarlo a la imprenta, el editor debe afrontar la duda sobre lo acertado de su decisión.

    También conviene señalar que las monografías sobre Pilsudski y Sikorski (y podríamos alargar la lista), efectivamente necesarias, sólo precisan un trabajo de repaso, mientras que el libro que presentamos aquí no llega a ser siquiera un intento de monografía sobre Walesa.

    El conjunto está formado por el principio del mosaico, pues carece de ejes temáticos marcados. También son distintas las formas que usan los autores (reportajes, entrevistas, artículos publicitarios, materiales sociológicos, visiones generales y otras más pormenorizadas, etc.).

    Un libro así organizado no contiene materiales homogeneizados ni interpretación objetiva alguna. Se podrá advertir ciertas repeticiones al profundizar en los mismos acontecimientos y situaciones (la huelga de agosto del ochenta), pero, claro está, los que los describen no podían evitarlo. Los textos que aquí presentamos llevan la huella de la personalidad de sus autores.

    Para terminar, diremos que el libro tampoco ofrece una imagen exhaustiva y estudiada en diversos aspectos del personaje que el título anuncia. Más que nada es un intento de trazar un retrato de Walesa, en él los autores destacan unos rasgos determinados del modelo, resaltan aquellas características que para ellos son las más significativas, distribuyen —a su gusto— la luz y las sombras, sin atenerse necesariamente a las proporciones reales. Por lo tanto, se pretende trazar un retrato dinámico, en movimiento (como han titulado su entrevista con el propio Walesa, Marzena y Tadeusz Wozniakow).

    Por último, quisiéramos expresar aquí la esperanza de que este trabajo en equipo de unos autores que han tratado de arrojar luz sobre la personalidad de Walesa, encuentre amplia acogida del público.

    En torno a la biografía

    Edmund Szczesiak

    Sólo la señora Kosztbvny lo reconoció en seguida, aunque todos los moradores de la casa estaban mirando. Era domingo y se hallaban merendando. La televisión —como ocurría en todas las fiestas— funcionaba todo el día. A eso de las cinco de la tarde apareció en ella una gran sala llena de gente, una mesa larga, una pared con el águila y un crucifijo.

    —¿Tienes los ojos abiertos y no ves nada? —atacó al marido la señora Kosztovny—. Pero si aquél del centro es nuestro Walesiak.

    Kosztovny estaba también mirando, pero no había caído en la cuenta.

    —Mira a dónde ha llegado ese hombre. Parece imposible que uno de nuestro pueblo haya llegado a un puesto así —justificaba sus dudas.

    Por la noche vuelven a mostrar la misma escena, una mesa, la pared con el crucifijo:

    —Lo miré mejor, de veras era él. Debía fijarme mucho. Con el bigote que tenía. Cualquiera que se deje la barba o tan sólo el bigote, ya parece otro...

    —Tenía en las manos un bolígrafo grande...

    La señora Kosztovny recuerda los detalles: el bolígrafo, el rosario en el cuello. Alrededor de la mesa había mucha gente importante, pero sólo se fijaba en él. Cuando empezó su discurso, los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. No recuerda el discurso. Lo importante para ella era que el que hablaba a toda Polonia, era uno de su pueblo. De su Popowo.

    Por una nota biográfica sabemos que «Lech Walesa nació el 29 de septiembre de 1943 en Popowo, distrito de Lipno.

    ¿Dónde cae Popowo? Si se consulta el mapa de la provincia de Wroclaw, aparece en seguida: un pueblo de este nombre tiene allí su circulito. Un poco más arriba de Wroclawek, en el centro de una línea corta que lo une con Lipno.

    Al salir de Wroclawek enfilo la carretera que va hacia el norte. Tal como me lo han dicho, nada más salir de la ciudad, pasado el puente sobre el Vístula, empieza otro distrito. Es Kujawy, el que se halla a la orilla derecha del río, es la región de Dobrzynsk. Los paisajes se parecen, pero las culturas de ambos distritos son muy distintas.

    —Son países diferentes, la gente es distinta. Los de Kujawy son amables, tranquilos. Los de Dobrzynsk, duros, testarudos, alborotadores —un periodista local me resume el conocimiento que posee de la historia, de los pueblos y de la gente que habita la tierra limitada por la frontera natural del Vístula.

    El camino atraviesa una buena carretera asfaltada, en medio de campos llanos y uniformes. Aquí y allá, sobre la llanura, se ven casas dispersas.

    «La agricultura de esta zona es próspera, los pueblos son limpios y bien construidos, en algunos se yerguen palacios y casas nobles, en casi todos hay huertos, canales, colmenares, plantaciones de lúpulo, molinos de agua o de viento», escribía Wincenty Gawarecki en su Ensayo topográfico-histórico de la Tierra de Dobrzynsk hace un siglo y medio.

    Todavía hoy tienen actualidad ciertos detalles de aquel ensayo. Los pueblos son limpios y bien construidos. Los rótulos en la carretera son polacos a ultranza: Fabianki, Swiatkowizna, Lisek.

    A quince minutos de viaje aparece el rótulo con el nombre de Popowo. Se trata de un pequeño pueblo situado junto a la carretera, sin un centro definido, con unos huertos lejanos. Varias edificaciones se acumulan junto a una desviación; al fondo aparece la casa del alcalde.

    La esposa del alcalde lo confirma:

    —Sí, Walesa nació en nuestro pueblo.

    Le pregunto si en el pueblo vive alguno de sus familiares, de sus parientes. Me dice que no hay nadie. Aclara que Walesa nació en los tiempos de la ocupación. No hace falta explicar lo que entonces ocurría; la gente iba y venía, abandonaba sus tierras huyendo de los alemanes. Por lo visto, sus padres se habían refugiado aquí, en Popowo. Cuando hace poco llegaron las noticias de que aquel Walesa es ahora tan famoso se ha pensado dónde podía haber nacido y en qué casa.

    Los viejos, que recuerdan aquellos tiempos, coinciden en que fue en un edificio que ya no existe, que fue derribado. Era una casa grande; durante la guerra vivían en ella tres familias de forasteros. Los viejos recuerdan que allí nació un niño.

    —Seguro que Walesa era aquel niño. Así lo dijo el párroco desde el pulpito durante la misa. No lo habría dicho si no estuviera seguro.

    La esposa del alcalde elimina cualquier duda aduciendo la autoridad del cura. Me manda a la casa de un vecino del pueblo, Smigielski, que trabaja en la estación de servicio de tractores en Lochochin. Trabajó junto con Walesa, debe saber más sobre él.

    —¿Pero querrá decir algo? Es secretario del partido allí — me dice la alcaldesa con un retintín de duda.

    Vuelvo por la carretera hacia Wloklawek. La estación de servicio de tractores se divisa desde lejos: es una casita tras la cual están los talleres. Un pequeño parking separa de la carretera la puerta de las oficinas. Una hilera de escaparates. Detrás de sus cristales se hallan expuestas las fotos de los mejores trabajadores, consignas viejas y una nueva: «Solidaridad».

    Smigielski, un hombre de mediana edad, aparece en la portería después de que le avisan por teléfono. Me lleva a su puesto de trabajo, a un gran taller lleno de tractores. Entramos en una oficina que le sirve de despacho: es el jefe de diagnósticos y de servicio urgente.

    Me repite las suposiciones que la alcaldesa ya me ha comunicado: Walesa podía haber nacido en Popowo, pero sus padres no eran del pueblo. ¿Y por qué esta seguridad? Vive en Popowo hace casi medio siglo y conoce a todos sus habitantes con su ascendencia incluida.

    Con Walesa se encontró por primera vez aquí, en el taller.

    —Vino aquí cuando terminó el colegio, trabajamos en la misma sección, en el taller viejo que está al otro lado de la carretera. Nos hacían falta electricistas y se le encargó los tractores eléctricos. Aprendía con rapidez. Era un chaval espabilado. Un carácter muy nervioso. Y muy vital. Dos años después lo llamaron a filas. Cuando hizo el servicio militar entró a trabajar en nuestra sucursal de Leny. Se fue allá porque su familia vivía cerca, junto a Chalin, si mal no recuerdo. Puede que por ahí vivan familiares suyos...

    Sigue su biografía: «Cursó estudios primarios en Chalin». Este pueblecito también figura en el mapa, pero se halla situado en la parte oriental de la provincia de Wroclaw, en la frontera misma con la de Ploc. Viniendo desde Popowo por atajos, serán unos veinte kilómetros.

    Pero en Chalin me entero de que Popowo está... muy cerca, a tres kilómetros tan sólo. Simplemente se trata de otro Popowo. Es en éste y no en el otro donde nació Walesa. El distrito de Lipno se extiende hasta aquí e incluye dos pueblos con el mismo nombre. Claro, como aquél es más grande y está en la carretera...

    Entonces empiezo a seguir la «pista de Walesa» desde el principio. En la sacristía de Sobowo compruebo que esta vez voy por el buen camino. La inscripción en un libro antiguo no deja lugar a dudas respecto al sitio donde Walesa nació de verdad.

    En el centro de Chalin, donde se yergue un molino de viento viejo e historiado, empieza un camino de tierra. Lleva al campo abierto. A sus lados crecen sauces bífidos. A lo lejos se divisan unas edificaciones deformes. Más bien una colonia que un pueblo. Me detengo ante una casa que aparentemente es la última. Detrás de ella sólo hay un frondoso bosque y un descampado.

    En el umbral aparece el dueño atraído por los ladridos del perro. Me explica el camino para llegar a la «finca de los Walesa»: atraviese el huerto, detrás de la granja hay una vereda que lleva al estanque, rodéelo y cruce el soto; entonces verá delante la casa que está buscando.

    —Está vacía —me advierte la dueña que también ha salido al umbral. Me invita a entrar. Quedamos en que entraré camino de vuelta.

    Llego al bosquecillo de abedules alfombrado de hierba alta. Detrás hay un claro y una casa baja y solitaria, con una verja también baja. Las paredes están revestidas de hormigón, en cada una de ellas hay una ventana. Alrededor crecen unos cerezos. Las puertas se hallan cerradas.

    Vuelvo a la casa a la que me han invitado. Los Kosztovny — los vecinos más cercanos de los Walesa— están bien informados sobre todo lo relacionado con el pasado de las familias del pueblo.

    —¿Que si recuerdo a Leszek? —la dueña sonríe al repetir la pregunta—. Pues claro que lo recuerdo. Cuando nos casamos, iba al colegio, pasaba justo por nuestro huerto. Era bien educado, siempre me saludaba. Se peleaba con su tío, pero saludarme, saludaba siempre. Era un buen niño, no tenía una vida fácil. No tenía padre, sólo padrastro. Su padre murió nada más acabar la guerra.

    —El último año de la guerra nos llevaron lejos, cerca de Torun, a Mlynec, a cavar trincheras y camuflar Drwecy. Bolek, el padre de Lech, no fue. Vinieron aquí a buscarlo, lo cogieron, por el camino le pegaron una paliza y se lo llevaron a Mlynec. A nosotros después nos llevaron a Golub, a construir un puente, él se quedó.

    En Golub había estufas en las barracas, en Mlynec no. Estábamos en invierno. Tenía que dormir en un catre, con una sola manta. El frío era intenso. El cabello, de helado, se le pegaba a la pared. Como consecuencia de aquella paliza y del frío cayó enfermo.

    Dejó cuatro hijos. La madre de Lech se casó con otro Walesa, hermano de Bolek, Stanislaw, que estaba soltero. Era el más joven de los siete Walesa. Yo conocía a los tíos de Walesa, soy de la quinta del veintiséis, habíamos crecido juntos. Sólo al mayor, a Eduardo, lo conocía por fotografía, porque murió en la primera guerra. También recuerdo a los abuelos, incluso a un bisabuelo. Era un propietario importante, toda la tierra en la colina le pertenecía, ciento cincuenta acres. Venía de Kujaw, creo que allí había sido administrador de un terrateniente. También el abuelo paterno poseía una finca grande, más de cuarenta acres, o sea, más de veinte hectáreas. Todo un personaje político.

    Cuentan que estuvo en la Legión Polaca, que Pilsudski se escondía en su casa. Eso dicen los viejos. No liaba el pitillo antes de leer todo lo que había en el periódico. Porque no compraba cigarrillos, sino un paquete de tabaco a 38 groszy, cogía un trozo de periódico y liaba un pitillo. Le daba pena gastar el periódico, tenía que leerlo todo, mirarlo todo...

    También el abuelo materno, Kaminski, era campesino, pero no un simple patán. Tenía imaginación. Llevaba bigote. Los dos abuelos llevaban bigote. Era un hombre muy leído, recitaba «El Pomerano». Lo sabía todo, entendía de todo. Kaminski era de aquí, todos sus abuelos y tatarabuelos eran de la Tierra de Dobrzynsk...

    —Eran familias fuertes —interrumpe la señora Kosztovny el largo monólogo de su marido—. El abuelo Walesa, ¿cuántos hijos tenía? Veinte, creo, con las dos esposas...

    —Dividían aquellos acres hasta que los redujeron a palmos. Así, el padre de Lech tenía seis acres y de ellos después Stasiek cogió su parte. El padre de Lech se ganaba la vida con la carpintería. Junto con sus hermanos construían granjas, establos. Eran buenos trabajadores, los mejores de esta región.

    —Bolek murió, quedaron muchos niños, cuatro. Y hubo tres más del segundo matrimonio. Así que, si este Leszek proviene de aquí, es hijo del infortunio. Vivían en una chabola construida con arcilla, sólo después el padre se hizo aquella casita de piedra.

    —Se marcharon a América donde vive una hermana de ella.

    El padrastro sigue todavía allí, la madre volvió más tarde, pero en el ataúd. Está enterrada en el cementerio de Sobowo, al lado de su primer marido.

    —Era una mujer muy religiosa. Un alma buena, con un corazón de oro.

    —Los niños se hicieron hombres. Recibieron educación. Edward está en Kutnia de ingeniero, Stanislaw vive en Bydgoszcz. Y Leszek...

    —Cuando estaba de vacaciones, iba a trabajar a la

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