Perfectamente diferentes: Aprende a hacer de la iglesia un lugar seguro para niños y niñas con necesidades especiales
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Pero ¿cómo nuestros niños con condiciones especiales podrán disfrutar, conocer y saborear la felicidad de vivir confiados en Dios si no les enseñamos en las formas en las que ellos pueden aprender?
La falta de conocimiento ha hecho que la iglesia prive a ese sector de la niñez que tiene necesidades singulares, de la experiencia de saborear a Dios. La doctora Nohemí C. Pagán, con una vasta experiencia enseñando a niños de diferentes culturas y formas de aprendizaje, presenta este manual de enseñanza que nos capacita para trabajar con esta población olvidada.
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Perfectamente diferentes - Dra. Nohemí C. Pagán
CAPÍTULO 1
Lo que toda persona en el ministerio de educación cristiana debe saber
¿Qué es educación?
El origen de la palabra educar viene de la palabra latina educãre, que significa literalmente dirigir o encaminar. Por lo tanto, educación es acción; es la acción de educar. Y desde el punto de vista del cristianismo, y del ministerio de la educación cristiana, no se puede concebir la acción de educar separada de Dios y de las Sagradas Escrituras. La educación cristiana en las congregaciones está íntimamente ligada a la Biblia, y a las enseñanzas y los valores que se desprenden de su lectura.
En relación a este importante tema, algunos estudiosos indican que, desde el punto de vista del cristianismo, la educación buena incentiva el compañerismo y fortalece la comunidad. La educación informa y refuerza todas las actividades con las que la iglesia logra sus propósitos misioneros. Es por esta razón de importancia que los creyentes debemos valorar el rol socializador de la educación, tanto en la iglesia como en la sociedad. La educación verdadera y transformadora consiste en la socialización metódica que presentamos de manera continua a las nuevas generaciones.
Tomando en cuenta el papel de la religión en la educación y en su rol socializador, se puede afirmar que el quehacer educativo es un proceso dinámico y activo. Educar, afirman varios especialistas del tema, es conducir de un estado emocional o intelectual a otro; además, es modificar y mover a los estudiantes en una cierta dirección ética y moral, lo que es susceptible en la educación. El proceso educativo no tiene final en los seres humanos. Está en acción y presente durante toda la vida, tanto en los maestros como en los estudiantes.
La educación cristiana está relacionada con el mensaje y el fundamento ético y teológico del cristianismo. Esta base fundamental, a su vez, guarda relación estrecha con las predicaciones, los mensajes y las lecciones del Maestro por excelencia, Jesús de Nazaret. Por lo tanto, la educación cristiana debe transmitir los valores, las actitudes, las formas y los estilos de vida a los creyentes en Jesús, el Cristo. Esta nueva vida en el Señor, transmitida en los procesos educativos transformadores, producen cambios significativos en los individuos y en los grupos que abrazan la fe. La educación cristiana, por lo tanto, debe lograr una serie de cambios en las personas con distintas características, virtudes y valores, que formen y transmitan lo que es la naturaleza misma de lo que constituye la vida cristiana.
La metodología de enseñanza debe ser como la que utilizó Jesús: íntima, desafiante, grata, personalizada y de forma directa. Siempre procuró llevar al pueblo que educaba hacia la verdad que les haría libres: «Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8.31-32).
¿A quiénes enseñamos?
Como educadores y representantes de la iglesia del Señor, nuestra labor es múltiple: Ayudar a las personas a que participen de los programas de educación para desarrollar la fe en el Señor; promover el conocimiento y la vida a la altura de los valores cristianos; y motivar a que afirmen, como parte de su estilo de vida, el amor por los demás. Enseñamos el mensaje bíblico a la población de adultos, jóvenes, niños, de modo que sean capaces de alcanzar su potencial para ser mejores personas y que logren ser de ayuda a otros que desean ser parte de la familia de creyentes. Cuando nos enfocamos con pasión y dedicación a la niñez, a los hombres, a las mujeres y a la juventud que se entusiasman por participar en los programas de educación cristiana que ofrecemos como pueblo de Dios, logramos contribuir de manera significativa al mundo, al promover valores que desarrollan ciudadanos plenos, emocionalmente balanceados y con buena salud mental y espiritual.
No educamos a una población de manera impersonal, para que se hagan realidad nuestros propios sueños y logremos alcanzar nuestros intereses, sin preocuparnos por el camino que toman aquellos a quienes enseñamos. Eso sería lograr un equilibrio de nuestras deficiencias e impedir el propósito de Dios con los seres humanos. Ser un educador cristiano es un privilegio que nos concede el Señor para lograr ayudar a las personas de todas las edades, de todas las lenguas, géneros, razas, a entender el propósito de Dios con cada uno de ellos. El plan divino está escrito: «Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza» (Jer 29.11, NVI).
Todos debemos conocer o tratar de conocer la razón para la cual hemos nacido. La descubrió el apóstol Pablo cuando expresó: «Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia. Y, cuando él tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo predicara entre los gentiles, no consulté con nadie» (Gá 1.15-16, NVI). Cuando ayudamos a descubrir el propósito de Dios para la vida de nuestros estudiantes, nada los va a detener a responder al llamado de Dios y la vida cobrará sentido para los que respondan sin reclamos.
La niñez siempre fue prioridad en el ministerio de Jesús, pues para el Maestro ese sector social tenía un potencial extraordinario. Dos de sus mensajes más importantes y desafiantes a los discípulos, afirman la prioridad educativa que debía tener este sector de la sociedad: «El que recibe en mi nombre a este niño…» (Lc 9.48, NVI); y, «Dejen que los niños vengan a mí…» (Mt 19.14, NVI).
La educación que se imparte a la niñez, en efecto, es para toda la vida. Además, los niños tienen la capacidad apasionada de incorporar al resto de sus familias en el proceso educativo y en los programas congregacionales. Las actitudes y las decisiones de los niños, tienen gran poder de persuasión y capacidad multiplicadora.
La educación cristiana es uno de los ministerios esenciales de la iglesia por el que preparamos a la gente para recibir el evangelio de Cristo en la conversión y la entera consagración. También deseamos inspirarlos y dirigirlos a una experiencia de crecimiento espiritual, personal, profesional y familiar. Y en ese singular proceso educativo de crecimiento integral, es importante afirmar que toda la niñez debe estar incluida. Los niños con necesidades especiales tienen el derecho a una educación inclusiva, de calidad, en igualdad de condiciones que el resto de la niñez y la congregación. Este sector de las iglesias y la sociedad no es un apéndice que podemos ignorar o subestimar. La verdad es que forman parte de las comunidades de fe, y requiere respeto y reconocimiento de su dignidad.
¿A quiénes enseñamos? Enseñamos a una población de creyentes y no creyentes que el Señor ha puesto sobre nuestras manos. Todos desean crecer, madurar y desarrollarse, de acuerdo con el propósito de Dios. Cada una representa diferentes situaciones, necesidades y desafíos, que nuestro Creador desea que cada líder atienda de manera responsable, comprometida, apasionada y fiel. Hay mucho que enseñar, y una población incontable que desea