Cuentos de amor de locura y de muerte
Por Horacio Quiroga
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Cuentos de amor de locura y de muerte - Horacio Quiroga
CUENTOS de amor
de locura
y de muerte
Horacio Quiroga
Cuentos de amor, de locura y muerte
Horacio Quiroga
© 2017 Editorial Maipue
Zufriategui 1153 - Ituzaingó (1714) - Provincia de Buenos Aires
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Contacto: promocion@maipue.com.ar / ventas@maipue.com.ar
www.maipue.com.ar
Facebook: Editorial Maipue
ISBN: 978-987-4490-14-8
Ilustración de tapa e interiores: Rodrigo Folgueira
Diseño y diagramación: Mariana Cravenna
Edición y corrección: Vanesa García
Estudio preliminar y actividades: María Alicia Vaccarini
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.
Libro de edición argentina.
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por otro cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el consentimiento previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.
Índice
Estudio preliminar
El autor
La familia. Primeros años
De literatura, de amor y de muerte
Infuencias literarias en la obra y el estilo de Quiroga
Su personal estilo narrativo
Testimonios
Arribo a la selva misionera de la mano de Lugones
De amor y de muerte otra vez. Primer casamiento
Años en Buenos Aires. Madurez literaria y amigos
Último retorno a la selva
La obra
Cuentos de amor de locura y de muerte
Una estación de amor
La muerte de Isolda
El solitario
Los buques suicidantes
A la deriva
La insolación
El alambre de púa
Los mensú
La gallina degollada
El almohadón de plumas
Yaguaí
Los pescadores de vigas
La miel silvestre
La meningitis y su sombra
Bibliografía
Estudio preliminar
El autor
El autor
La familia. Primeros años
Horacio Silvestre Quiroga es un escritor rioplatense ya que nació en la localidad de Salto, Uruguay, de padres argentinos. En el año 1878, llega al mundo bajo el nombre de Horacio Silvestre Quiroga Forteza. Su padre –Prudencio Quiroga– es el vicecónsul argentino en dicha ciudad uruguaya. Horacio es el menor de cuatro hijos y ya, desde muy pequeño, lo alcanza la fatalidad que estará presente a lo largo de toda su vida. En 1880, su padre muere en circunstancias confusas: oficialmente se habla de un accidente de caza, pero una versión no comprobada sugiere que habría sido asesinado por orden de los propietarios de una empresa de navegación que competía con la de su padre.
Once años después, su madre se casa con Asencio Barcos, muy querido por Horacio, de esta unión, nace María Angélica. Poco después, Barcos sufre una hemiplejia que lo deja afásico e inválido. Horacio lo cuida con gran afecto. La familia se traslada a Montevideo. Agobiado por su estado físico Barcos logra manipular una escopeta y se suicida. El futuro escritor tiene diecisiete años en ese momento.
Quiroga, estudiante por esa época del Colegio Nacional de Montevideo, también se interesa por la carpintería y las maquinarias, lo que anticipa sus condiciones de inventor.
Horacio Quiroga
De literatura, de amor y de muerte
En 1896, Quiroga forma con sus amigos Alberto Brignole, Julio Jaureche y José Hasda, la comunidad de los Tres Mosqueteros, en la que él es D’Artagnan. Ya, para ese entonces, ha escrito poesía y prosa.
El escritor argentino Leopoldo Lugones es conocido por el grupo a través de la lectura de una poesía suya, Oda a la desnudez
, acercada por Brignole. Desde ese momento, la figura de este escritor modernista gravitará fuertemente en la vida y obra de Quiroga y sus amigos. Todos leen fervientemente a poetas modernistas, románticos y posrománticos: decadentistas, parnasianos y simbolistas franceses.
A sus 19 años, en 1898, en una fiesta de carnaval conoce a su primer amor, María Esther, un amor desdichado que recreará años después en Una estación de amor
y Las sacrificadas
. Con Brignole, visitan a Lugones en Buenos Aires. En 1899, funda una revista literaria en Salto.
Al año siguiente, Quiroga viaja a París entre marzo y julio. Viste como un dandy y lleva consigo muchas ilusiones. Se queda sin dinero, pasa hambre, pero logra contactarse con la cultura francesa. Ya en Montevideo, a su regreso, funda con Brignole, Asdrúbal Delgado, Fernández Saldaña, Jaureche y Federico Ferrando el Consistorio del Gay Saber. Se reúnen para escribir poesía con verso libre, exploran aspectos poéticos no trabajados por otros escritores, por ejemplo la escritura automática, anticipándose a las futuras vanguardias europeas de principios del siglo XX.
Quiroga participa de un concurso y gana un segundo premio con el seudónimo de Aquilino Delagoa, en el semanario La Alborada. Su cuento se llamaba Ilusoria, más enferma (Página decadentista)
. Ese mismo semanario publica después un nuevo cuento de Quiroga, de tendencia modernista: Jesucristo
. Leopoldo Lugones lo visita en Montevideo, y lee a Quiroga y a sus amigos su libro Los crepúsculos del jardín. Ese mismo año mueren dos hermanos de Quiroga, Pastora y Prudencio, de fiebre tifoidea. En noviembre, se edita su libro de poesía, Los arrecifes de coral, dedicado a Lugones. Para el crítico, Alberto Zum Felde, es el primer libro de versos simbolistas que apareció en Uruguay y el segundo en el Río de la Plata, después de Prosas Profanas de Rubén Darío.
En 1902, ocurre un hecho trágico que modificará para siempre la vida de Quiroga: la muerte de su gran amigo Federico Ferrando. La estética literaria del Consistorio despertaba ataques frenéticos en los intelectuales más conservadores, que se daban no solo verbalmente sino contra la integridad física de las personas. Ferrando fue injuriado en un artículo y lo respondió. En esa época, se estilaban los duelos. Entonces, Ferrando compra una pistola para batirse con el agresor. Le piden a Quiroga que revise el arma y este, sin saber que está cargada, le dice a su amigo: A esa rata de Papini tenés que matarlo así
, apoya la pistola en la boca de su amigo y dispara. Ferrando muere.
Para Quiroga, es un hecho atroz que marcará un antes y un después en su vida. Federico era una especie de otro yo del escritor, así como lo era el personaje de William Wilson para Edgar Allan Poe, el escritor de cabecera de Quiroga. Viaja a Buenos Aires y no volverá prácticamente a Uruguay, excepto una vez a Salto. Su hermana María y su cuñado lo alojan en su casa y lo ayudan, tanto afectiva como laboralmente. Comienza a dar clases en el Colegio Nacional Central y, en marzo de 1903, lo nombran profesor de Castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires.
Infuencias literarias en la obra y el estilo de Quiroga
Quiroga fue un voraz lector desde su más temprana juventud sus primeros años en Montevideo están marcados por la influencia de los movimientos posrománticos (parnasianismo, simbolismo, decadentismo y modernismo), e incluso las producciones realizadas con sus amigos del Consistorio del Gay Saber se adelantaron a la escritura automática de las escuelas vanguardistas de principios del siglo XX en Europa. La literatura uruguaya lo ubica dentro de un movimiento artístico llamado la Generación del 900, que se generó en dicho país.
Quiroga leyó las obras de Edgar Allan Poe, Rudyar Kipling –autor de El libro de la selva o Libro de las tierras vírgenes–; Guy de Maupassant, Dostoiewsky, Tolstoi y muchos otros con enorme pasión y que han dejado rastros en su obra. Pero, sin duda, la influencia de Edgar Allan Poe es muy notable en Cuentos de amor de locura y de muerte.
En su madurez literaria, fue considerado el creador del cuento moderno en la zona del Río de la Plata.
Su personal estilo narrativo
El estilo de Horacio Quiroga, personal, audaz y preciso, logró mostrar como nadie la violencia y el horror que se esconden detrás de la aparente apacibilidad de la naturaleza. Muchos de sus relatos tienen como escenario la selva de Misiones, del que extrajo situaciones y personajes para sus narraciones. Sus personajes suelen ser víctimas de la hostilidad y la desmesura de un mundo bárbaro e irracional que se muestra en inundaciones, lluvias torrenciales y presencia de animales feroces. Así como para los griegos, la lucha era entre los hombres y el destino, en la narrativa de Quiroga el conflicto es entre la naturaleza y el hombre, y en general, el hombre es vencido por ella si no respeta sus códigos. Para Astudillo Iza (2014):
La morbosa obsesión de Quiroga por el tormento y la muerte es más fácilmente aceptada por los personajes que por el lector: la técnica narrativa del autor presenta personajes que saben que no deben cometer errores porque la selva no perdona. La naturaleza es ciega pero justa, los ataques sufridos por el campesino o por el pescador, un enjambre de abejas enfurecidas, un yacaré, una serpiente, la crecida o lo que fuese, son simplemente lances de un juego en el que el personaje intenta arrancar a la naturaleza unos bienes o recursos (como intentó Quiroga en la vida real), que ella se niega a soltar, una lucha desigual que suele terminar con la derrota humana, la demencia, las muertes o simplemente con la desilusión.
La técnica narrativa de Quiroga parece basarse en un principio de economía y eficacia: la economía en el plano anecdótico, –es decir, en lo que se cuenta: no hay historias complejas, no se relata nada irrelevante, sino aquello que sirve a la historia– y en los personajes; estos están delineados en forma sobria y parecen creados en función a la historia que van a vivir. No hay nada agregado excepto aquello que tenga que ver con la historia. Las descripciones son breves y la caracterización se hace esencialmente a través de la acción. El espacio, el lugar donde ocurrirán los hechos, por lo general, es el elemento más desarrollado, pero las descripciones no son ornamentales: contribuyen a la definición del ambiente, completan o acentúan el simbolismo de una situación o de un personaje, anuncian o prefiguran un acontecimiento dramático.
No abundan muchos personajes en sus cuentos, a veces uno o dos, y algún otro a quien se alude. Esto permite al lector no perder el hilo narrativo, ni las peripecias o vivencias del personaje.
Testimonios
I. María Inés Quiroga
Es su única descendiente actual en línea directa, es hija de Darío Quiroga. Las palabras de María Inés son brillantes, y es educada y gentil. Hay algo en su forma de hablar de su abuelo y su familia que no puede escapar a la sombra de la muerte y la tragedia.
—¿Es verdad que en la escuela primaria te hicieron leer Cuentos de la selva de tu abuelo y vos no sabías qué decir?
—Así es y a mí no me causaba ningún placer, la verdad, trataba de pasar desapercibida en ese momento. Y la maestra insistía en que yo era la nieta, y decía todo el tiempo acá tenemos a la nieta del autor
. Creo que, durante muchos años, fue más un peso que algo gratificante. Esta suerte de familia trágica… Yo quería tener una familia normal, no una familia tan especial, con amigos tan importantes y que cortaban todos los lazos.
—Vos eras muy chica cuando muere tu papá, Darío, ¿cuántos años tenías?
—Tenía alrededor de cinco años y medio. Igual mi papá y mi mamá estaban separados, así que tampoco tengo demasiados recuerdos de mi papá. La que era quiroguiana
era mi mamá. La gente la conocía como Susy Quiroga. Ella se ocupó de seguir un poco la historia. Lo relacionado con la editorial, con los libros, con los derechos de autor y toda esa historia. Le gustaba toda esa parte complicada de la vida de Quiroga.
—¿Y cómo te contaron a vos esa saga familiar? Como vos decís es muy trágica. No debe haber sido fácil.
—Me parece que me la contaron así, tal como fue, sin demasiados subterfugios. No podría afirmarlo rotundamente, pero me parece que el hecho de que mi abuelo haya tomado cianuro porque estaba enfermo de cáncer de próstata, que mi tía se haya matado y que mi papá se haya suicidado, todo eso nos daba cierto roce con la muerte, cierta familiaridad. Ahora, lo de mi papá, nunca terminó de cerrar. De hecho, no sé si tomó pastillas o veneno, y no lo quiero saber. Durante muchos años, esta historia me desagradaba. Ya estaba segmentado. Separado de mí. Pero a partir de un trabajo que se hizo sobre personas y personajes de Argentina, me empezaron a dar ganas de buscar nexos. Y los busqué, se ve, como Penélope, que tejía y destejía. Los buscaba y los mantenía ahí, un tiempo, como guardados. Pero después desaparecían por el propio peso de la vida. La gente se moría, los recuerdos se olvidaban y vuelta a empezar.
—Me dijiste que te hacías trampa a vos misma, por ejemplo, encontrabas un camino, un nexo, para saber algo más de la familia.
—Eso me pasó mucho tiempo con Alejandro Storni, el hijo de Alfonsina, que más allá de la historia, si había idilio o no, Alejandro era muy amigo de mi papá y de mi tía. Cuando eran jóvenes, ellos pasaron mucho tiempo acá, en Vicente López y en Barrio Norte. Y entonces me dije: Bueno, esta es la persona con la cual me gustaría hablar
. Pero pasó el tiempo y nunca me acerqué, nunca es nunca, y en ese momento dudé, y seguí dudando, y finalmente Alejandro falleció. Lo mismo pasó con Ulyses Petit de Murat. Mi papá había hecho un guion cinematográfico con algunas historias de vida de mi abuelo; ambos realizaron juntos la película Prisioneros de la tierra y yo pensé lo tengo que llamar
. Entonces, conseguía los teléfonos, me movilizaba para tenerlos, después había como una… inercia. Con la posibilidad de hablar, ya me alcanzaba. Pero después perdía esa posibilidad.
Ruiz Guiñazú, M. Secretos de familia, Buenos Aires: Sudamericana, 2010.
II. Abelardo Castillo
Quiroga empieza a ser el Quiroga que nosotros conocemos y el Quiroga que es Quiroga para la literatura, en el momento en que pisa Misiones. (…) Quiroga termina en la selva, es como si la selva lo viniera a buscar a él. A veces pienso que el origen de Quiroga estaba en la selva y él lo reencontró, no lo descubrió. Pero, ¿qué encontró en la selva? Nosotros no podemos registrarlo realmente. Él nos permitió ver su literatura; esta pertenece a Quiroga. Afortunadamente en algunos cuentos nos legó algo de eso, de esa magia, de ese enigma tan profundo y atractivo. (…)
Era un hombre capaz de andar ochocientos kilómetros en moto para ir a visitar a una amante rosarina que tenía. Capaz de ir y volver a Misiones remando contra la corriente. De hacer una casa con las manos, convivir con esas víboras que aparecen ocasionalmente sin nombre en sus cuentos, y que sin embargo están muy bien descritas en las cartas. Esa era la manera vital de ser de Quiroga. (…)
Quiroga se estaba muriendo de cáncer, y