La Navidad cuando dejamos de ser niños
Por Charles Dickens
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Navidad: la ocasión para no cerrar las puertas a nadie, ni siquiera a los que se han ido... El más dickensiano de los temas en cinco cuentos inéditos hasta hoy en español.
Breve colección de relatos navideños de Charles Dickens, rescatados de los números navideños de la revista que dirigió, Household Words, que todos los años por esas fechas y desde 1850 sacaba un especial para las fiestas. Algunos son un breve canto a la Navidad vivida como el gran momento de la hospitalidad, la ocasión para no cerrar las puertas a nadie, ni siquiera a los ausentes. Otros son relatos en los que se representa a distintos personajes alrededor del fuego contando historias en Nochebuena.
Grandes relatos, pequeñas joyas, todas ellas del mejor Dickens y su “espíritu navideño”.
Charles Dickens
Charles Dickens (1812-1870) was one of England's greatest writers. Best known for his classic serialized novels, such as Oliver Twist, A Tale of Two Cities, and Great Expectations, Dickens wrote about the London he lived in, the conditions of the poor, and the growing tensions between the classes. He achieved critical and popular international success in his lifetime and was honored with burial in Westminster Abbey.
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La Navidad cuando dejamos de ser niños - Charles Dickens
Índice
Cubierta
La Navidad cuando dejamos de ser niños (1851)
El cuento del pariente pobre (1852)
El cuento del niño (1852)
El cuento del colegial (1853)
El cuento de Nadie (1853)
Notas
Créditos
Alba Editorial
LA NAVIDAD CUANDO DEJAMOS DE SER NIÑOS
Hubo un tiempo en el que, para la mayoría de nosotros, el día de Navidad envolvía nuestro limitado mundo como un anillo mágico y colmaba nuestros deseos y aspiraciones; aunaba diversiones hogareñas, afectos y sueños; reunía todo y a todos al amor de la lumbre; y dotaba de plenitud la pequeña imagen que resplandecía en nuestros brillantes ojos infantiles.
Llegó otro tiempo, tal vez demasiado pronto, en el que nuestros pensamientos rebasaron ese estrecho límite; en el que nos faltaba una persona (muy querida, creíamos entonces, muy hermosa y totalmente perfecta) para que nuestra felicidad fuera completa; en el que también se nos echaba de menos (o eso pensábamos, que viene a ser lo mismo) en el fuego navideño junto al que esa misma persona se calentaba; y en el que entrelazábamos con todas las coronas y guirnaldas de nuestra vida el nombre de ella.
Fue el tiempo de las navidades radiantes e ilusorias que hace tanto nos abandonaron ¡para aparecer débilmente, tras la lluvia del verano, en los bordes más pálidos del arco iris! Fue el tiempo del disfrute beatífico de las cosas que iban a ser, y que nunca fueron; pero ¡eran tan reales en nuestra imaginación que sería difícil decir qué realidades ocurridas desde entonces han sido más incontestables!
¿Cómo? ¿Que nunca llegó de veras esa Navidad en la que, después del más feliz de los enlaces totalmente imposibles, nosotros y la perla de valor inestimable que era nuestra joven elegida éramos recibidos por nuestras dos familias reunidas, que, gracias a nosotros, habían enterrado su enemistad? ¿En la que los cuñados siempre distantes antes de que se formalizara nuestra relación nos mostraban un gran cariño, y en la que nuestros padres nos abrumaban con unas rentas ilimitadas? ¿Que no llegó a celebrarse aquella comida navideña en cuya sobremesa nos poníamos en pie para, generosa y elocuentemente, ensalzar a un antiguo rival, presente entre los invitados, intercambiando con él palabras de amistad y perdón, y estableciendo un vínculo –no superado en las historias de griegos o romanos– que duraría hasta la muerte? ¿Que a ese mismo rival hace mucho que dejó de importarle la perla de valor inestimable, y acabó casándose por dinero y dedicándose a la usura? O, lo que es peor, ¿sabemos ahora que probablemente habríamos sido unos desgraciados de haber ganado y lucido la perla, y que estamos mejor sin ella?
Esa Navidad en que acabábamos de conseguir la fama; en que nos daban un paseo triunfal por haber hecho algo grande y bueno; en que nuestro apellido se veía honrado y ennoblecido, y en casa nos recibían llorando de alegría; ¿es posible que esa Navidad aún no haya llegado?
¿Y está nuestra vida tan asentada, en el mejor de los casos, que, al detenernos en un mojón tan importante del camino como este maravilloso natalicio, recordamos las cosas que nunca fueron con la misma naturalidad y plenitud, con la misma gravedad que las cosas que han sucedido y desaparecieron, o que han sucedido y todavía perduran? De ser así, como parece, ¿debemos llegar a la conclusión de que la vida es poco más que un sueño, de cuán poco importantes son nuestros amores y nuestras luchas?
¡No! ¡El día de Navidad alejemos de nosotros esa mal llamada filosofía, querido lector! ¡Que esté más cerca de nuestro corazón el espíritu navideño, que es el espíritu de la utilidad en el servicio, de la perseverancia, del animoso cumplimiento de nuestro deber, de la amabilidad y de la tolerancia! Son sobre todo las últimas virtudes las que se ven, o deberían verse, fortalecidas por los sueños incumplidos