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De repente, un verano
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De repente, un verano
Libro electrónico405 páginas7 horas

De repente, un verano

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Información de este libro electrónico

A veces, el amor echa raíces en lugares inesperados... si se le deja crecer.Colin Riordan llegó a Virgin River para recuperarse de un espantoso accidente de helicóptero que le había dejado cicatrices por dentro y por fuera. Su familia era un apoyo maravilloso, pero era en la pintura donde hallaba verdadero consuelo para su alma atormentada. Herida en lo profesional y en lo personal por una desastrosa aventura amorosa, la publicista Jillian Matlock había alquilado una vieja casona victoriana en Virgin River. La casa tenía un huerto prometedor y Jillian quería dedicarse a cosechar algo que no fueran simples beneficios.Los dos buscaban simplificar sus vidas, no complicarlas, pero cuando Jillian encontró a Colin pintando en su jardín entre ellos surgió una atracción inmediata. Y, en Virgin River, a veces el amor era el camino más fácil de tomar...
Carr ha acertado de lleno con esta serie cautivadora.
Library Journal
Creo que no ha habido ni un libro de esta serie que me decepcione. Colin es uno de los hermanos Riordan, que ya conocemos de antes y que me encanta aunque no comprendo sus ansias de aventura, pero claro, yo nunca he sido muy aventurera. Jillian me gusta por su manera de ser, por cómo decide lo que quiere y se lanza con todo su ser. Y me encanta que salgan todos los personajes que han hecho que esta sea una de mis series favoritas, casi como mis vecinos. 
El Rincón de la Novela Romántica. 
Me encanta esta autora, para mi ha sido un descubrimiento total su serie Virgin River es genial, desde su primera novela te hace partícipe de esa gran comunidad, sus historias tratan temas de gran actualidad, siempre tratadas de forma magistral, historias con las que te puedes sentir participe, que son cotidianas, entrañables, dulces y a la vez con momentos duros, que hacen que se te salten las lagrimas, para mi una autora buenísima.
El Rincón de la Novela RománticaUna nueva serie televisiva, basada en las novelas de la saga Virgin Riverde Robyn Carr, se emitirá en Netflix.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 sept 2013
ISBN9788468738192
De repente, un verano
Autor

Robyn Carr

Robyn Carr is an award-winning, #1 New York Times bestselling author of more than sixty novels, including highly praised women's fiction such as Four Friends and The View From Alameda Island and the critically acclaimed Virgin River, Thunder Point and Sullivan's Crossing series. Virgin River is now a Netflix Original series. Robyn lives in Las Vegas, Nevada. Visit her website at www.RobynCarr.com.

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    Vista previa del libro

    De repente, un verano - Robyn Carr

    Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2011 Robyn Carr. Todos los derechos reservados.

    DE REPENTE, UN VERANO, Nº 161 - octubre 2013

    Título original: Wild Man Creek

    Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

    Traducido por Victoria Horrillo Ledesma

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

    Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    ™TOP NOVEL es marca registrada por Harlequin Enterprises Ltd.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    I.S.B.N.: 978-84-687-3819-2

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    Para Martha Gould, en los primerísimos puestos de mi lista de mujeres más admiradas, en agradecimiento por su apoyo leal y su afecto inagotable.

    Prólogo

    Jillian Matlock tenía talento natural para los negocios y una gran capacidad para anticiparse a sorpresas y contratiempos. Llevaba muchos años trabajando en el mundo de las comunicaciones y jamás se le había ocurrido que pudieran engañarla. Tenderle una trampa. Dársela con queso.

    Una ajetreada mañana de lunes, Jillian se preguntó fugazmente por qué no había ido Kurt Conroy a trabajar. Kurt trabajaba para ella en el departamento de Comunicación Corporativa, en la empresa de fabricación de software Benedict Software Systems, con sede en San José. Era el director de Relaciones Públicas, y también su novio, aunque eso no lo sabía nadie dentro de la empresa. Jillian había hablado con él la noche anterior, pero Kurt no le había dicho nada de que se encontrara mal o fuera a tomarse un día libre.

    Pero de momento Jillian tenía cosas más urgentes de las que ocuparse, pues acababa de recibir una llamada de su jefe, Harry Benedict, presidente y consejero delegado de la compañía. Como vicepresidenta de Comunicación Corporativa, llamadas como aquella eran casi el pan de cada día en su agenda. Tenía varios encuentros cara a cara con Harry cada semana. Era su jefe, su mentor y su amigo.

    Tocó un par de veces a la puerta por cortesía antes de entrar en su despacho. Su duda acerca de por qué no se había presentado Kurt se despejó al instante: su novio estaba sentado delante de la mesa del presidente.

    —Vaya, buenos días —le dijo—. Me preguntaba dónde estabas. No me habías dicho que pensabas tomarte la mañana libre.

    Tardó unos segundos en darse cuenta de que Kurt no la miraba a los ojos y Harry tenía el ceño severamente fruncido. Se sentó en la otra silla de visitas, sin percatarse todavía de que algo iba mal. Muy mal.

    —Tenemos un problema —dijo Harry, mirando primero a Kurt y luego a ella—. El señor Conroy me ha informado de que piensa presentar una denuncia por acoso sexual, ha contratado los servicios de un abogado y está aquí para proponer los términos de un acuerdo que nos permita a todos evitar un proceso judicial —Harry tragó saliva y frunció aún más el ceño.

    Jillian seguía aún en otro planeta. ¿Alguien estaba acosando sexualmente a su novio?

    —Dios mío —dijo, atónita—. ¿Por qué no me has dicho nada, Kurt? ¿Quién te está haciendo algo así?

    Kurt la miró por fin a los ojos y esbozó una sonrisa desdeñosa.

    —Muy graciosa, Jillian —dijo—. Muy graciosa.

    Ella arrugó el entrecejo sin darse cuenta.

    —¿Qué está pasando aquí? —preguntó, mirándolos a ambos.

    Harry carraspeó, visiblemente incómodo.

    —El señor Conroy afirma que tú eres la responsable, Jillian.

    —¿Qué? —preguntó, levantándose automáticamente—. ¿Qué demonios...? —clavó la mirada en Kurt—. ¿Es que te has vuelto loco?

    —Por favor, Jillian, siéntate —dijo Harry. Volvió a mirar a Kurt y dijo—: Tómate el resto del día libre, Kurt. Luego te llamaré.

    Sin decir una palabra ni mirar atrás, Kurt se levantó, salió del despacho del presidente de la compañía y cerró la puerta sin hacer ruido.

    Jill miró a Harry.

    —¿Es una broma pesada o qué?

    —Ojalá —dijo Harry—. Estoy deseando oír tu versión de esta historia, Jill.

    Ella soltó una risa, incrédula.

    —¿Mi versión? ¡Pensaba que éramos novios! ¡Harry, Kurt y yo llevamos meses saliendo juntos! Ha sido absolutamente de mutuo acuerdo y hace muy poco que... —buscó la palabra adecuada— que llegamos a mayores. ¡Fue él quien me persiguió! Y, créeme, nuestra relación personal no tiene nada que ver con el trabajo. A Kurt lo ascendieron mucho antes de que empezáramos a salir juntos.

    —¿Has estado viéndote con él en secreto? —preguntó Harry.

    —«Discretamente» sería un término más preciso, en mi opinión. Ayudé a Recursos Humanos a crear la política corporativa hace años, cuando la empresa era aún muy joven. No hay problema por salir o casarse con alguien de la empresa, siempre y cuando no sea del mismo departamento. Según esa política, uno de los dos tendría que haber cambiado de departamento. Obviamente tenía que ser Kurt puesto que ocupa un puesto más bajo en el escalafón, pero solo tiene experiencia en relaciones públicas y no podía encontrar hueco en otro departamento. ¡Trabajábamos bien juntos! O eso pensaba yo...

    Harry meneó la cabeza.

    —Tú fuiste decisiva a la hora de poner en marcha esa política, Jillian. De hecho, si no recuerdo mal, fue idea tuya desde el principio.

    Jill se desplazó hasta el borde del asiento.

    —Sí, pero no la desarrollamos por el peligro del acoso sexual. El acoso sexual nunca es de mutuo acuerdo y nunca se confunde con una relación estable. Siempre media una extorsión de alguna clase. A nosotros, y me refiero al equipo de Recursos Humanos, nos preocupaba que hubiera quejas de favoritismo dentro de los departamentos respecto a los ascensos. Por eso era mala idea permitir que hubiera parejas dentro de un mismo departamento. ¡También estipulamos que los empleados no debían llegar tarde, ni vestir inadecuadamente ni aparcar en el sitio del presidente!

    Consiguió arrancar una sonrisa a Harry, pero fue una sonrisa muy tenue.

    —Pensaba que, con el tiempo y la práctica, Kurt podía ser un buen sucesor mío. Y, antes de que lo preguntes, mi opinión no se basaba en que me gustara, sino en que no había nadie mejor cualificado. Sé que detestas buscar fuera de la compañía para ocupar un puesto vacante si cabe la posibilidad de que lo ocupe alguien que ya está en nómina —la gravedad de la situación empezaba a hacerse brutalmente evidente, y Jill se tomó un momento para pasarse la mano por la frente. Luego miró al otro extremo de la habitación.

    —Vaya, qué coincidencia —comentó Harry al pasarle una carpeta—. Kurt también se ve como tu sucesor. Échale un vistazo a esto.

    Le temblaron un poco las manos cuando abrió la carpeta y vio un conjunto de informes, correos electrónicos, mensajes de texto impresos y notas diversas. El primer e-mail que leyó era suyo y decía: ¿Que cómo estoy? ¡Me vendría de perlas un masaje en los hombros!

    —¡Harry, esto no tiene nada que ver con una relación íntima! Después de una reunión agotadora, me mandó un correo preguntándome cómo estaba. De hecho... —miró la fecha detenidamente y sacudió la cabeza—. ¡En aquel momento ni siquiera salíamos juntos! —tendría que revisar meses y meses de correos antiguos. Meses y meses de e-mails borrados. De mensajes triviales e insignificantes.

    Después había una página con diversos mensajes intercambiados y, subrayado en amarillo, uno enviado desde su móvil que decía: ¡Te echo de menos!

    —Pero esto es completamente inocente —dijo, mostrándoselo a Harry—. Tendría que revisar mi agenda, pero creo que estaba de viaje. Y era verdad. ¡Lo echaba de menos!

    En ese instante comprendió lo que había hecho Kurt: le había tendido una trampa.

    —Dios —masculló—. Mensajes juguetones entre dos personas que trabajan en la misma empresa. ¿Cómo no me lo olí? ¿Cómo he podido equivocarme así?

    Al echar una ojeada a las páginas, vio un sinfín de mensajes parecidos, mensajes cariñosos que cualquier mujer podría haber mandado a su pareja. No había modo de saber si se habían enviado en horario laboral o fuera de él. A su modo de ver no eran más que inocentes detalles románticos que no entrañaban ningún peligro. Pero entre ellos no encontró ni uno solo que procediera de Kurt.

    El seductor había sido él, pero era más que probable que todas sus respuestas hubieran sido de viva voz e imposibles de rastrear.

    —Harry, Kurt me decía cosas seductoras, coqueteaba conmigo. La diferencia está en que él no ha dejado rastro por escrito. Nunca me dio miedo enviarle un e-mail o mensajes como estos. Confiaba en él —sacudió la cabeza—. ¿Ves lo delgado que es este dossier, Harry? Lo lógico sería que, dado que llevábamos meses saliendo, hubiera muchos más mensajes, ¿no crees? Pero en la oficina éramos muy profesionales. Tendré que revisar mis archivos de e-mail y mis mensajes de texto, pero no me cabe duda de que encontraré lo necesario para demostrar que él era quien más coqueteaba, quien más insinuaciones hacía, y que yo respondía porque estaba convencida de que éramos pareja.

    —Supongo que no recordarás nada importante ahora —dijo Harry levantando las pobladas y canosas cejas.

    —Bueno, al encargado de una joyería seguramente no le importará declarar que Kurt se mostró muy atento y cariñoso cuando me convenció para que entráramos a mirar anillos una noche después de cenar. Pero eso no está por escrito, ¿no es cierto? —comentó con una risa amarga—. Habíamos acordado ser discretos sobre nuestra relación hasta que uno de los dos encontrara otro departamento al que trasladarse. Yo sería la primera, probablemente, aunque Kurt fuera mi subordinado. Hace ya un año que me estás tentando con el puesto de vicepresidenta de Marketing y le había advertido a Kurt que, si llegabas a ofrecérmelo en firme, tal vez no estuviera preparado para hacerse cargo de Comunicación Corporativa, o tú no estuvieras dispuesto a ofrecerle el cargo. Me contestó que nuestra relación de pareja era mucho más importante para él que su próximo ascenso —bajó la barbilla y se contuvo para no llorar—. No puedo creer que esté pasando esto —levantó los ojos—. ¡Le creí, Harry!

    —También tiene compañeros de oficina que han presenciado... contactos inapropiados. Y ha guardado un registro de los hechos. Un registro muy detallado.

    Al pensar en los meses anteriores, Jillian tuvo que reconocer que Kurt había engatusado a un montón de gente. Todas las mujeres de la oficina lo adoraban: era tan simpático, tan mono, tan servicial... Jillian creía haberse comportado irreprochablemente en la oficina; era muy consciente de lo necesario que era mantener bien alto el listón de la profesionalidad. Pero ¿le había dado alguna vez una palmadita cariñosa en el hombro? ¿Le había tocado la espalda en una rápida caricia cariñosa? ¿Había sonreído mirándolo a los ojos? Kurt era un par de años más joven que ella, guapo, sexy y muy inteligente. Jillian no se había dado cuenta de hasta qué punto. Tramar algo tan complejo exigía grandes dosis de astucia y previsión. ¡Debería haber invertido aquellas capacidades en su trabajo!

    ¡Ah, cómo habría deseado poder prolongar su ignorancia un poco más! Conteniendo las lágrimas, se mordió el labio para impedir que le temblara la barbilla.

    —¿En ese registro dice que tuvo que invitarme a salir una docena de veces para que accediera a tomar una copa con él después del trabajo, algo que es completamente normal entre compañeros de trabajo? ¿O que hace unas cuantas noches, cuando me preparó un baño le...?

    Harry levantó una mano.

    —Basta. No soy idiota y no estoy enfadado contigo. Sé lo que está pasando. Tú has estado conmigo desde el principio, Jill. Me has ayudado a levantar esta empresa. Sé que no harías una cosa así. Pero a menos que tengas pruebas concluyentes en las que apoyarte, tenemos un problema muy serio. Y, por favor, ten presente que, si su objetivo fuera únicamente acusarte de algo así, no habría sido necesario que saliera contigo. Podría haberte convertido en su víctima sin tu cooperación.

    —Pero ¿por qué? —preguntó angustiada.

    —No lo sé —contestó Harry muy serio—. Puede que eso nos lo aclare una investigación.

    Jill tuvo que apretar los dientes para no echarse a llorar. Nunca había llorado delante de Harry. Era su brazo derecho, su pupila, su protegida. Nunca se había puesto a lloriquear, a pesar de haber empezado muy joven con Harry en una empresa recién fundada, y estaba orgullosa de ello. Sus productos entraban dentro de la categoría del software contable: de todo, desde sistemas de contabilidad hechos a medida para empresas a programas de facturación y control de gastos domésticos. Algunos de sus clientes eran grandes compañías que aportaban gran cantidad de dinero a la empresa, además de plantearle numerosos retos. Jillian, sin embargo, era dura y lo afrontaba todo con valentía y franqueza. En el trabajo podían ocurrir cosas horribles: que fallara un programa, por ejemplo, o que un competidor amenazara con quitarles a un cliente importante. En el campo de las relaciones públicas, la labor de Jillian consistía en mostrar lo mejor del producto y mantener contentos a los clientes. Se habían visto en apuros de vez en cuando, hasta el extremo de que el futuro de la empresa había estado en entredicho, pero Jill nunca lloraba. Ella luchaba.

    El hecho de que su jefe afirmara que todavía tenía confianza en ella casi le hizo perder la compostura. Casi la hizo llorar. Estiró la espalda.

    —¿Qué es lo que quiere? —preguntó débilmente.

    —Algún tipo de acuerdo. Y tu dimisión.

    Jill levantó la carpeta.

    —¿Este tipo de cosas son admisibles como pruebas?

    —En derecho civil, muy probablemente. En los periódicos, sin duda.

    —Creía que me quería, Harry. Primero coqueteó conmigo mucho, mucho tiempo. ¿Vamos a dejar que se salga con la suya?

    Harry se inclinó hacia delante y juntó las manos sobre la mesa.

    —Nada me gustaría más que dar la cara y luchar, Jill. Llevamos diez años trabajando juntos y nunca he visto una sola conducta reprobable por tu parte. Siempre has sido una profesional honrada y sincera. Nunca he tenido un empleado que dedicara tantas horas al trabajo, que se esforzara tanto o con el que haya tenido una relación más personal que contigo. Te has convertido en parte de mi familia. Si alguna vez te has aprovechado de tus subordinados, nunca he visto ningún indicio de ello. O soy muy malo juzgando a la gente, o ese malnacido nos ha estafado a todos.

    »Así que nuestra situación es la siguiente: al parecer tiene todos los ases en la manga. Nos hemos enfrentado a cosas parecidas en otras ocasiones y siempre hemos conseguido solucionarlas de puertas para dentro. Nuestro departamento jurídico echará un vistazo a la queja y a las pruebas y se reunirá con él. Si consideran que es un peligro potencial, haré todo lo que esté en mi poder para que esto no llegue a los tribunales, por tu bien y por el de la empresa. Ten en cuenta que tenemos dos mil quinientos empleados que no tienen por qué verse implicados en este asunto. Por más que me enfurezca, tal vez tengamos que dar nuestro brazo a torcer.

    —¿Qué quieres decir? —preguntó Jill.

    —De momento, quiero que te tomes el resto de la semana libre. Quiero que te vayas a casa sabiendo que haré todo lo que esté en mi mano para protegerte a ti y proteger a la empresa. Si tenemos que hacer un sacrificio, no te dejaré en la estacada, Jill. No voy a arrojarte a las fieras. Como mínimo, me aseguraré de que cualquier posible acuerdo incluya una cláusula de confidencialidad para que tus perspectivas de futuro no se vean dañadas por este embrollo. De todos modos, hace cinco años que la mitad de mis competidores andan detrás de ti.

    —Pero yo me decidí hace mucho. Elegí BSS.

    —Lo sé —contestó—. Búscate un abogado, Jill, solo por si fuera necesario. No pases por esto sola y no cuentes conmigo a ciegas, porque tengo toda una empresa que proteger.

    —¿Vas a darle un montón de dinero?

    —No, si puedo evitarlo.

    Jillian se rio de mala gana y se pasó una mano por la nariz.

    —Tú me has hecho rica —dijo—. Le habría convenido más casarse conmigo. Además, no tiene tanto talento para las relaciones públicas. Se defiende, pero tiene mucho que aprender. Vas a salir perdiendo en el trato.

    —Aunque se salga con la suya, no se quedará aquí —afirmó Harry en tono confidencial—. Nosotros no somos más que un escalón en el camino. Apuesto a que se jactará de su cargo, presumirá de méritos que no son suyos y se buscará un cargo más importante en Microsoft o Intel. Donde sin duda caerá con todo el equipo.

    —A menos que encuentre una mujer a la que seducir —repuso Jill en voz baja.

    —Sé que ahora no te lo parece, pero superarás todo esto. Eres lista, eres buena en lo tuyo y saldrás de esto indemne. Intenta tener paciencia mientras lo solucionamos. No pierdas la cabeza.

    «Ni el corazón», pensó ella.

    —Tómate la semana libre por el momento —añadió Harry—. Créeme, si hay un modo de salir de esta, lo encontraremos. Solo quiero que estés preparada para lo peor. Por si acaso. Evidentemente, no puedes hablar de esto con nadie, habiendo una demanda en el aire —se levantó. La reunión había acabado. Le tendió la mano—. Siento que haya ocurrido esto. Ojalá me hubieras contado hace tiempo que salías con él. Salir con un compañero de oficina no es para tanto. Podríamos haberlo arreglado. No habría sido el primer caso, ni será el último. Pero al mantenerlo en secreto por motivos laborales, le has dado la oportunidad que andaba buscando.

    —Creía estar protegiéndote —dijo ella—. No quería ponerte en una situación delicada por culpa de una elección personal.

    Harry retuvo su mano al estrechársela.

    —Esto es muy impropio de ti. Lo que más me preocupaba era que no tuvieras vida privada, que te dedicaras en cuerpo y alma al trabajo. ¿Qué tiene ese hombre, Jill? —preguntó en voz baja—. ¿Cómo consiguió que te arriesgaras tanto por él?

    Ella se rio desganadamente. Kurt tenía defectos evidentes, pero ella los había pasado por alto porque nadie era perfecto. Era mono y parecía considerado, pero no era el tipo más listo del mundo. Si no se hubiera empeñado en perseguirla, quizá ni siquiera se hubiera fijado en él. Sacudió la cabeza patéticamente. ¿Era acaso porque Kurt era el único hombre para el que había tenido tiempo? No era de extrañar que los idilios de oficina fueran tan frecuentes. ¡Resultaban tan prácticos!

    —Puede que no lo creas, Harry, pero tuvo que invertir mucho tiempo para convencerme de que le diera una oportunidad. Y puede que se reduzca todo a eso: a que él no cejó y a que yo estaba sola. Si gana esta batalla, vas a quedarte con un ejecutivo de Comunicación Corporativa lamentable. Apenas puede atarse los zapatos o hacer una llamada telefónica sin que le digan cómo tiene que hacerlo. Vas a tener que despedirlo.

    —Estoy seguro de que eso también lo ha previsto —dijo Harry.

    —Dios mío, lo siento, Harry —repuso Jill—. Lo siento. ¡Me siento tan idiota!

    A pesar de que sabía que no debía hacerlo, intentó contactar con Kurt. Él no respondió a su móvil ni le abrió la puerta y, después de dejarle unos catorce mensajes en el buzón de voz en tono moderado, se dio cuenta de que solo estaba empeorando su situación. ¿Acaso no estaba claro lo que pretendía? Se aprovecharía de su histerismo y ella parecería aún más culpable. Se obligó a parar.

    Se reunió con un abogado que a su vez se puso en contacto con Harry, con el jefe de Recursos Humanos y el Consejo General de BSS. Entregó una copia del disco duro de su ordenador personal, además de su ordenador corporativo, su móvil y el contenido de su mesa. Puesto que no había intentado tender una trampa a nadie, sus pruebas contra Kurt no podían estar allí. Pero al menos su abogado podría mantener la investigación dentro del ámbito de la empresa y no dejar que llegara a la Comisión de Igualdad de Oportunidades para el Empleo o a un tribunal de justicia.

    Pasó una semana, luego otra, y Jill empezó a perder la paciencia. Encerrada en su casa de San José, sin nada que hacer salvo navegar por Internet en su nuevo ordenador portátil, se subía por las paredes.

    Y entonces llamó Harry.

    —Parece que vamos por buen camino —le dijo—. De momento, lo que más puede perjudicarte es el testimonio de dos empleados que creen haber visto señales de acoso. Dos empleados cuyos nombres van a permanecer en el anonimato. Y para ser justos, si Kurt ha sabido manipularlos, sin duda creen que eso fue lo que vieron.

    —Ya —contestó ella con sarcasmo.

    Solo había quince empleados en el departamento de Comunicación Corporativa. Sabía perfectamente quiénes eran aquellos dos empleados, o empleadas, mejor dicho. Ambas unos quince años mayores que ella, solían ponerse como locas cuando Kurt andaba cerca.

    —Quiero que abandones la pelea, Jillian. En lugar de presentar tu dimisión, me gustaría que te tomaras una excedencia. De al menos tres meses. Voy a poner a otra persona en tu puesto. A un asesor externo. Kurt obtendrá lo que le corresponde legalmente y, como era de esperar, ha accedido a la cláusula de confidencialidad.

    —¿Como era de esperar?

    Harry se rio.

    —No quiere que su queja contra su superior lo persiga. Ya te he dicho que piensa marcharse. Y aún no he acabado de hacer averiguaciones sobre su pasado —bajó la voz y añadió—: Nunca le dijiste cuánto ganas, ¿verdad?

    —No sé —contestó con franqueza—. Creo que no. No suelo hablar de eso. ¿Por qué?

    —Porque, si lo hubieras hecho, no se habría conformado tan fácilmente. Va a recibir un paquete de opciones interesante, pero nada comparado con lo que has ganado tú estos diez años. Debería haberse tomado la molestia de leer antiguos informes financieros, o de echar un vistazo a tu cartera de acciones.

    Jillian tenía una asesora financiera muy eficiente. Había contratado sus servicios después de recibir su primera y modesta bonificación. Ya dedicaba todo su tiempo a una sola compañía y era absurdo mantener inmovilizados los valores y las acciones, así que Jillian las movía o las vendía e invertía el dinero en otra parte. Mientras ella ganaba cada vez más dinero en BSS, su asesora financiera multiplicaba sus beneficios en otras inversiones.

    El dinero le había importado siempre menos que el trabajo... o que la confianza y la fe que Harry tenía en ella.

    —¿Qué se supone que voy a hacer esos tres meses? —exclamó.

    —No sé. Date un respiro. Tienes dinero de sobra. Haz un viaje, apúntate a unas clases o algo así. Relájate y deja que esto vaya quedando atrás. Tómate algún tiempo para pensar qué camino quieres seguir. Y no te precipites. Sé que te encanta ser espontánea. Procura aprender a relajarte y a disfrutar de la vida. Recupera tus fuerzas. Estoy seguro de que dentro de un par de meses Kurt se habrá largado de aquí. Y no hay nada en nuestro acuerdo que te impida volver, si te apetece. Tampoco hay nada que te impida cambiar de rumbo. Has recuperado tu vida, Jillian. Piénsalo.

    Ya lo había pensado, y le aterrorizaba. Añoraba los tiempos en que trabajaba hasta las cuatro de la madrugada y se mantenía a base de pizza fría y Red Bull para seguir tirando mientras preparaba una campaña o una reunión ejecutiva de importancia crucial. Le encantaban los plazos de entrega, la emoción de hacer subir los beneficios de la empresa antes del informe trimestral, el temor y la excitación de las auditorías, las reuniones de la plana mayor para preparar el plan de acción corporativa. La gurú de las relaciones públicas era ella; ella quien presentaba las perspectivas de desarrollo de la compañía ante la junta directiva, ante la Comisión del Mercado de Valores, los corredores de bolsa y el público en general. Ella quien se esforzaba denodadamente por hacer realidad las ideas de Harry, por cumplir sus objetivos.

    No estaba segura de cómo echar el freno, ni quería hacerlo.

    A pesar de que Harry le había pedido total discreción respecto a aquel asunto, Jill se lo contó a Kelly, su hermana y mejor amiga. Kelly era la atareada ayudante del chef de un restaurante de cinco tenedores de San Francisco y tenían pocas oportunidades de verse, pero todos los días hablaban por teléfono o se enviaban algún mensaje de texto. Lo que más la consolaba de haber confiado en su hermana era que Kelly quería matar a Kurt. Metafóricamente, al menos.

    —Más le vale no venir a comer a mi restaurante —dijo con odio.

    —Sabe lo que le conviene, seguro que no irá —contestó Jill—. Lo tiene todo previsto.

    —Yo solo digo que sé cómo hacer que parezca un accidente...

    —¡Calla! ¡Puede que me haya pinchado el teléfono! —Jill respiró hondo—. Y ahora que lo pienso, como cabe la posibilidad de que sea así, tienes que dejar que siga viviendo.

    —Qué rabia —contestó Kelly—. Es un cerdo. Nunca me gustó. ¿No te lo había dicho?

    —No, ¡claro que te gustaba! A ti también te engatusó, lo cual nos convierte a las dos en tontas. Ay, Dios, ¿qué me ha pasado? Porque no soy ningún Einstein, pero nunca había sido tan ingenua. ¿Quieres que te diga la verdad? No pensaba que fuera lo bastante listo para hacer algo así.

    —Eres muy impulsiva —dijo Kelly—. Siempre lo has sido. Ves algo que quieres y vas a por ello.

    —En este caso no fue así —contestó Jill—. Estuvo mucho tiempo cortejándome antes de que... En fin, da igual. Harry tiene razón. Aunque luchara y ganara, esto saldría a la luz y su acusación pesaría sobre mí muchísimo tiempo.

    —Lo que yo me pregunto —dijo Kelly— es cómo es posible que haya dado gato por liebre a todo el mundo y sea tan torpe en su trabajo. ¿No es eso en lo que consisten las relaciones públicas? ¿En saber cómo presentar el lado positivo de las cosas, en vender un producto, en convencer a la gente de que quiere lo que ni siquiera sabía que quería?

    —En resumidas cuentas —dijo Jill cansinamente—, que debería haber invertido toda esa energía en su trabajo.

    —Bueno, tú ayudaste a construir ese pequeño imperio que es BSS —comentó Kelly—. Las cosas no han salido como esperabas, pero has ganado un montón de dinero y has conseguido multiplicar tus beneficios. Ha habido un montón de empresas de software e Internet que han quebrado, pero a la tuya le ha ido a las mil maravillas. Deberías poder conseguir lo que quieras. Vamos a pensar un segundo en el futuro. ¿Cuál es tu primera opción?

    —Voy a seguir el consejo de Harry. A tomarme un tiempo libre —dijo—. Y luego me pensaré lo del trabajo...

    —Me sorprendes. Normalmente, mi hermanita no tendría ninguna duda. A pesar de los esfuerzos de Kurt por hundirte, tu reputación sigue siendo impecable. Si alguien llama a Harry pidiéndole referencias, obtendrá las mejores. Puedes ir a donde se te antoje...

    La voz de Jillian sonó tan baja que Kelly apenas la oyó:

    —Pero sigo estando demasiado dolida.

    Su hermana se quedó callada un momento.

    —Ay, nena...

    —¿Sabes que cuando salía con Kurt me sentía culpable? ¡Me preocupaba que él me quisiera más de lo que yo lo quería a él! Y mientras tanto él estaba maquinando cómo hundirme.

    —Es un sinvergüenza.

    —Nunca antes había dudado de mí misma —dijo Jillian con un hilo de voz—. Siempre he sabido instintivamente en quién podía confiar y en quién no. En cuanto conocía a alguien, sabía si podía fiarme de esa persona o no, y rara vez me equivocaba. Pero ahora...

    —Solo necesitas un poco de tiempo —afirmó Kelly.

    —Nunca volveré a fiarme de un hombre. Si lo consigo, será un milagro.

    Se hizo un silencio entre ellas.

    —Voy a irme una temporada, Kell —anunció Jillian—. A tomarme unas vacaciones en un sitio tranquilo, a hacer un paréntesis. Harry tiene razón: tengo que reflexionar, me lo debo a mí misma.

    —¿Adónde vas a ir? —preguntó Kelly—. ¿Quieres que vaya contigo?

    Jillian se rio.

    —Sé que no puedes marcharte del trabajo. No, voy a ir sola. Aún no sé adónde, pero no te preocupes, estaré bien. Solo necesito un poco de tiempo para asimilar todo esto. Un poco de tiempo para recuperarme de mis heridas.

    Kelly lanzó un suspiro. Luego dijo:

    —En serio, más le vale no aparecer por mi restaurante porque me encantaría verlo muerto. ¡Y espero que lo esté grabando!

    Capítulo 1

    Fue un alivio para ella llenar un par de bolsas de viaje, cerrar su casita en San José y salir de viaje en coche. Nada daba más ganas de huir a una mujer que saberse utilizada y traicionada por un hombre.

    Para tranquilizar a Kelly, condujo solo hasta San Francisco, como primera etapa de su viaje hacia lo desconocido. Esa noche cenó en el restaurante de su hermana. Era tan difícil conseguir mesa en el restaurante de cinco tenedores en el que Kelly era ayudante del chef, que los que estaban dispuestos a esperar solían pasarse dos horas en el bar después de consultar al maître, y eso si tenían reserva. El chef era un tal Durant, conocido solo por ese nombre y famoso en toda la región. Jillian, sin embargo, se sentó enseguida y en una mesa excelente, casi un reservado. Después, los mejores camareros le sirvieron todas las especialidades del restaurante. Kelly debía de haber pedido un montón de favores para conseguirlo.

    Después de cenar, Jill se fue en coche al pisito que Kelly tenía en la ciudad, donde pensaba quedarse a pasar la noche. Kelly no llegó a casa hasta pasada la una, de modo que no pudieron hablar hasta al día siguiente, mientras desayunaban, ya tarde.

    —¿Y ahora qué? —preguntó Kelly.

    —Hay múltiples posibilidades —dijo Jill—. Quizás el lago Tahoe. Y nunca he estado en Sun Valley, Idaho. Lo que importa no es tanto el destino, sino el simple hecho de conducir. Ver acumularse los kilómetros por el espejo retrovisor. Dejar todo esto atrás, en sentido figurado y literal. Me alojaré en hoteles grandes, cómodos e impersonales, me relajaré, comeré bien, veré todas las películas que me he perdido estos últimos diez años y visitaré muchas, muchas librerías. Antes de volver a la refriega, voy a ver si consigo recordar lo que es tener una vida propia.

    —Llevas tu móvil, claro.

    Jillian se rio.

    —Sí. Lo mantendré cargado en el coche, pero no pienso contestar a ninguna llamada, salvo a las tuyas y a las de Harry.

    —¿Puedes hacerme un favor? —preguntó Kelly—. ¿Puedes mandarme un mensaje todas las mañanas diciéndome dónde estás? ¿Y podemos hablar antes de que empiece a trabajar en la

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