Sabía que algo no iba bien. En 2003, Adam Alderson, un agricultor de 24 años afincado en un pueblecito de North Yorkshire (Reino Unido), comenzó a notar un leve dolor intestinal. “Al principio no me dolía mucho, pero sabía que había un problema”. “Venía a rachas y la mayor parte del tiempo me encontraba bien. Luego comenzó a ser más frecuente”, nos cuenta. Después de varias semanas con esta leve molestia, Adam decidió consultar a su médico de cabecera, que le informó de que probablemente padecía síndrome del intestino irritable (SII). Le recetó un suplemento de fibra y lo mandó a casa. La molestia continuaba, pero ¿qué podía hacer? Adam era un joven activo y en forma. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse que por un episodio ocasional de diarrea.
Cuando, diez años después, le diagnosticaron un tipo de cáncer agresivo llamado ‘pseudomixoma peritoneal’ (PMP), Adam supo que necesitaba ayuda urgentemente. “Los hombres estamos condicionados para no hablar mucho sobre nuestra salud, especialmente si es algo que nos tiene preocupados”, confiesa. “Escondemos la cabeza bajo tierra y esperamos a que la enfermedad desaparezca por arte de magia. Pensamos que será cualquier cosa en vez de ser realistas”.
Sin embargo, esta vez Adam empezó a ver sangre en sus deposiciones. Su dolor intestinal había ido aumentando lentamente a lo largo de los años. Dos veces al día después de las comidas se tomaba diligentemente el laxante que le recetó el médico. También había probado a tomar un medicamento para el síndrome del intestino irritable llamado Buscopan. Aún así, su problema