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Para España, la condición de potencia aliada de Francia determinó la sucesión y suma de una serie de acontecimientos ocurridos entre Trafalgar y el día 2 de mayo de 1808, que hicieron inevitable la guerra. El Príncipe de la Paz viró la política exterior y de alianzas como consecuencia de la destrucción de la Armada Española en Trafalgar, lo que Seco Serrano definió como «recomposición diplomática de Godoy». A lo largo de esos años se agudizó el proceso de debilitamiento de la monarquía española, se tocó fondo ante la decisión de Napoleón de apoyar al príncipe Fernando frente a su padre y Godoy recuperó de nuevo la alianza con Francia. El coste político de todo ello, sin ser evidente en primera instancia, fue muy elevado a medio plazo. La sumisión española al emperador pasó por acceder al despliegue de las más prestigiosas unidades militares españolas fuera de nuestras fronteras como tropas de apoyo a los imperiales. Y esto con la consiguiente desasistencia militar del territorio español, que iba siendo paralela y progresivamente ocupado por las tropas napoleónicas, presuntas aliadas, sin recelos. No solo el marqués de la Romana estaba en la lejana Dinamarca con un contingente militar imprescindible para España, sino que desde octubre de 1807, con la firma del Tratado de Fontainebleau, se aceptó intervenir en Portugal y prestar refuerzo con nuestras tropas. Y lo más grave aún, franqueamos nuestras fronteras al Ejército Imperial sin reticencias ni restricciones.
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DESCONCIERTO Y SOSPECHA
A este desfavorable punto de partida se unieron dos acontecimientos que facilitaron la invasión y precipitaron la guerra: el lamentable proceso de El Escorial, que devaluó hasta límites insospechados el concepto que tenía el pueblo español de la Familia Real, y el motín de Aranjuez, que forzó la exoneración de Godoy, la abdicación de Carlos IV y la subida al trono del nuevo rey, Fernando VII.
Algunos historiadores como Cepeda encuentran más que acreditada la existencia de una trama instigadora en los sucesos de Aranjuez, lo