El de 1812 fue en España un año de hambre y miseria. Mesonero Romanos, que en aquel entonces era un niño de nueve años, recordaba que la falta de alimentos sembraba de cadáveres las calles de Madrid. Un militar del ejército napoleónico, el capitán Marcel, fue testigo de una escena terrible: «Un niño que acababa de morir de inanición fue comido por sus pequeños compañeros, que devoraban ante nuestros ojos sus miembros descarnados».
Para muchos españoles, el hambre y la profunda depresión económica eran un problema más acuciante que la crisis de la monarquía, las disputas políticas entre liberales y conservadores o la lucha contra el invasor francés. La quiebra de España, que había entrado en declive un siglo antes, se agravó con los desastres de la guerra. En 1812, con la familia real española retenida en Francia por orden de Napoleón y con un país sumido en el caos bélico, muchos políticos conservadores y liberales se habían replegado a Cádiz. Allí buscaban organizar la resistencia contra el invasor y redactar una Constitución capaz de solucionar los problemas económicos y políticos que, desde hacía décadas, aceleraban la decadencia del país.
Finalmente, las Cortes Generales proclamaron la Constitución el 19 de marzo de 1812, día de San José, motivo por el que fue popularmente conocida como «la Pepa». Sus promotores se enfrentaban a una tarea titánica: debían asentar los pilares de una moderna monarquía constitucional y solucionar unos problemas económicos que venían de lejos. Tal y como señala el historiador Josep Fontana en su libro, «el hundimiento de la monarquía española como gran potencia ya era una realidad antes de la invasión francesa».