En la película Casablanca (1942), Ilsa y Victor Laszlo escapan de la ciudad marroquí hacia Lisboa, desde donde partirán rumbo a Estados Unidos. El éxito del filme hizo que muchos lisboetas y extranjeros destinados a la ciudad llamaran a Lisboa “Casablanca II”. El motivo es que, durante la Segunda Guerra Mundial, la capital de Portugal parecía un plató de cine donde se estuviera rodando la secuela de la famosa película. Había espías, contrabandistas, oportunistas de todo pelaje, un temible jefe de la policía a lo capitán Renault y miles de refugiados esperando en los cafés para poder obtener pasajes y visados. Para completar el escenario, había hasta una neblina que subía del río por la noche, impregnando las callejuelas de una atmósfera de misterio.
Lisboa, a partir del verano de 1940, se convirtió en la capital europea de los refugiados; en el “cuello de botella de Europa”, como la definió el escritor Arthur Koestler, quien vivió la experiencia de huir en barco desde la ciudad portuaria. La ocupación alemana de Francia, Bélgica y Países Bajos, adonde habían llegado miles de exiliados del nazismo durante los años treinta, empujó a muchos de ellos a buscar rutas de escape alternativas.
La neutral Lisboa fue una de las principales escalas de esas rutas. Desde su puerto en la desembocadura del Tajo zarpaban diariamente barcos rumbo a América, sobre todo a Estados Unidos, el destino preferido de la mayoría de los refugiados. Los más pudientes podían optar por volar en avión utilizando el servicio de , los gigantescos hidroaviones de la aerolínea Pan Am que operaba en la ciudad. Los menos se veían obligados a embarcarse en cargueros, buques de tráfico irregular o cualquier embarcación que los llevase fuera de Europa, y hasta entonces