La única certeza que tenemos es la incertidumbre», afirmaba el sociólogo, filósofo y ensayista Zygmunt Bauman. Y así es. La vida, el devenir diario, están llenos de incertidumbre, de preocupaciones por el futuro, de circunstancias incómodas... Pretender controlar todo lo que nos rodea y nos afecta no puede hacer sino acrecentar el sentimiento, paradójicamente, de falta de control, así como generarnos estrés, ansiedad y otras emociones negativas y paralizantes.
Un ejemplo muy claro y reciente lo hemos vivido con la pandemia generada por la COVID-19 y las crisis de distintas naturalezas que la misma ha provocado. Esta epidemia global, simultánea en todos los rincones del planeta, nos ha demostrado, de forma muy fehaciente, que los imprevistos y las circunstancias inesperadas forman parte de nuestra existencia. Y que, como seres humanos, al anhelar la seguridad porque la identificamos con el confort y con el bienestar, la incertidumbre y la falta de certeza hacia lo que ocurrirá mañana nos genera estrés, ansiedad o impotencia.
Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) desveló que, durante el primer señaló que en los inicios de la pandemia se percibió un aumento significativo de los trastornos depresivos, que pasaron del 36,4 % de prevalencia en verano de 2020 al 41,5 % en febrero de 2021.