En el año 1906, L. C. Bishop, un marinero de la Armada, regresó a Ohio portando una extraña criatura. Había estado en Japón y aseguraba que había adquirido, nada menos, que una auténtica sirena. Sin embargo, la apariencia de aquel ser distaba mucho de la belleza y candidez con que acostumbramos a verlas en las películas de Disney. La «sirena de Ohio», como enseguida fue bautizada, mostraba un aspecto horripilante, con garras en vez de manos y una mueca estremecedora dominando su rostro.
Ahora, la