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A Cristina Oria (Madrid, 1983) la podemos ver en Instagram () cocinando con sus Álvaro, Borja y Jacobo (sus hijos de 8, 5 y 2 años), recolectando hortalizas en su huerto de Morata de Tajuña, compartiendo deliciosas recetas con sus seguidores, organizando concursos a la mejor fotografía en sus espacios, avisando de la llegada de nuevas joyas para la, firmando ejemplares de su libro, inaugurando su último restaurante, preparando uno de sus o recomendando sus lugares favoritos en los destinos a los que viaja. Con la excusa de la reciente apertura de su último y espectacular espacio –700 metros cuadrados en el centro de la capital donostiarra–, recorremos con esta emprendedora incansable la ciudad mientras nos cuenta cómo decidió ampliar su , nos desvela sus rincones preferidos y nos confiesa su debilidad por esta tierra. «San Sebastián es mi infancia, aquí nacieron mis padres y vive gran parte de mi familia. Sólo tengo buenos recuerdos. Además de ser preciosa, es meca gastronómica. A Álvaro, mi marido, le contagié este enamoramiento. Con los niños veníamos como mínimo dos veces al año y en una de esas visitas descubrimos este local. No teníamos previsto abrir otro restaurante, pero resultó inevitable. Sentí un flechazo total. La decisión lógica hubiese sido instalarnos en Barcelona, Valencia o Sevilla, que son urbes más grandes y donde las ventas son mayores, pero, en este caso, ha mandado el corazón». La decoración, al igual que en los tres negocios de Madrid, ha corrido a cargo del estudio de interiorismo Hurlé&Martín (), bajo la atenta mirada de la chef y de su esposo, socio y compañero inseparable, Álvaro Corsini. «Siempre digo que somos sus peores clientes, porque opinamos sobre cualquier detalle. Nos encanta comprar en mercadillos y anticuarios y ellas tienen que encajarlo todo, como los paneles del techo que encontramos en la Provenza y que a muchos, curiosamente, les recuerdan al tiovivo de la plaza del Ayuntamiento. Hacen magia con sus combinaciones». El binomio blanco y negro, seña de identidad de la marca, juega un papel predominante. «La obsesión por estos dos colores viene de mi arraigo por Guipúzcoa y mi admiración hacia Chillida. Al cumplir los 18 organicé una fiesta en la que todos debían llevar un Y con mi primer sueldo –cuando trabajaba en una consultoría financiera–, compré una litografía del artista». Cristina estudió Administración de Empresas en Cunef, pero tras una enfermedad y siguiendo el consejo médico de guardar reposo, le surgió la oportunidad de pasar un año con su reciente marido en París, donde se apuntó a Le Cordon Bleu, la prestigiosa escuela de alta cocina. Allí se desató del todo la pasión que desde niña siente por la gastronomía y que la llevó a convertirse en uno de los referentes del país.