MORELIA, Mich.– Entre la muchedumbre congregada en la Plaza Melchor Ocampo de esta ciudad, Rocío García Guerrero pudo ver cómo su hijo Ángel Uriel, de 13 años, gritaba “¡Viva!”, en respuesta a cada uno de los vítores lanzados desde el Palacio de Gobierno, en honor de las figuras históricas que lucharon por la Independencia de México. La mujer se sintió feliz al darse cuenta de que el adolescente disfrutaba a plenitud ese momento de la noche del 15 de septiembre de 2008. También estaban ahí su madre, su pequeña hija de un año en brazos de su hermano José, la esposa de este y una sobrina.
Cuando fue anunciada la quema de los juegos pirotécnicos, Rocío dirigió la mirada hacia arriba esperando observar luces en el cielo, pero en ese instante sintió una onda expansiva, seguida de una opresión en el cuerpo que le impedía respirar hasta que reaccionó y se descubrió tirada en el piso. Sus familiares también habían caído junto con muchas otras personas, como consecuencia del estallido de las dos granadas de fragmentación arrojadas contra la multitud.
Mientras Rocío fue sometida a cirugía de emergencia y estuvo 10 días internada en un hospital, con daños de consideración en un brazo, el abdomen y la garganta, su madre y su hijo Ángel Uriel murieron a causa de las lesiones sufridas. Ellos fueron dos de las ocho personas muertas; más de un