En la década de 1920, solo existía una compañía cinematográfica capaz de competir con la poderosa industria de Hollywood: la alemana Universum Film AG, conocida por sus siglas UFA. Creada en 1917 por el alto mando alemán como herramienta propagandística, al finalizar la guerra fue privatizada, convirtiéndose en poco tiempo en la productora de cine más importante de Europa, tanto por sus infraestructuras y volumen de producción como por su capacidad para exportar sus películas. De hecho, los filmes de la UFA fueron prácticamente los únicos títulos europeos que, tras la guerra, pudieron estrenarse en un mercado tan reticente al cine foráneo como el estadounidense.
Ese inusitado vigor industrial y creativo puso en guardia a Hollywood, cuya poderosa maquinaria ya había colonizado mercados nacionales anteriormente tan pujantes como el francés o el italiano. En su doble estrategia de exportar películas e importar talentos, los agentes de los estudios comenzaron lo que el director estrella de la UFA, Fritz Lang, llamó la “caza de trofeos”: la captación de directores, guionistas, actores y técnicos de la industria cinematográfica germana para, por una parte, reforzar sus propias plantillas, y, por otra, debilitar las de sus rivales. Esta maniobra dio lugar a la primera oleada de directores centroeuropeos emigrados a Hollywood.
Seducidos por la meca del cine
Cuando el director Ernst Lubitsch llegó a Hollywood en 1922, contratado por la United Artists, la compañía fundada por los cuatro artistas más importantes del cine de la época –Charles Chaplin, Mary Pickford (estos dos también emigrantes, inglés y canadiense, respectivamente), Douglas Fairbanks y David W. Griffith–, lo primero que le (1923), un romance ambientado en la España romantizada del siglo xix, protagonizado por la propia Pickford. Lubitsch había contado con grandes medios para filmar sus exitosos dramas históricos en Alemania (, , ), pero no eran comparables con las dimensiones de las producciones de Hollywood.