ERNST LUBITSCH
El toque maestro
En 1920, Ernst Lubitsch (1892-1947) era el director más importante de Alemania. Sus películas protagonizadas por Pola Negri y Emil Jannings, dos de las estrellas más populares del país, le habían proporcionado un gran prestigio en la incipiente industria cinematográfica nacional. Una reputación que no tardaría en llegar a oídos de los poderosos productores de Hollywood.
Hijo de un sastre berlinés de origen ruso, Lubitsch parecía destinado a trabajar en el negocio familiar. Sin embargo, a los diecinueve años cambió las telas por los telones del teatro. Al igual que sus contemporáneos Charles Chaplin o Buster Keaton, Lubitsch llegaría al cine tras for- marse como actor en los espectáculos de variedades. En 1913 creó un personaje cómico, un torpe empleado de almacenes, con el que debutó en la pantalla. Ernst podría haberse convertido en una suerte de Charlot judeoalemán, pero prefirió no encasillarse. Como no le ofrecían papeles que no fueran de caricaturas de judío, decidió probar suerte como director.
No tardó en destacar como realizador, aunque no de comedias, sino de grandes dramas históricos. Madame DuBarry (1919) o Ana Bolena (1920) se estrenaron con éxito en Estados Unidos, llamando la atención de la actriz más famosa de Hollywood: Mary Pickford. A través de su productora, la United Artists, Pickford contrató a Lubitsch para que dirigiera su nuevo filme. Rosita, la cantante callejera (1923) –“la peor película que he hecho nunca”, escribió la actriz en su autobiografía– fue muy aplaudida, y le permitió al director instalarse en Los Ángeles.
A pesar de ser conocido por sus dramas de época, la carrera americana de Lubitsch pronto fue deslizándose hacia el humor: comedias elegantes y sofisticadas, caracterizadas por un refinado uso de la elipsis, la ironía y los sobrentendidos. Es lo que se conocería como “toque Lubitsch”, un estilo de humor sutil y lleno de ingenio que el director fue perfeccionando con la llegada del sonido, a través de los diálogos. (1932), (1939) o (1940) son algunos ejemplos de ese toque, que culminaría en la brillante sátira del nazismo (1942), su obra más personal y reconocida, donde trabajaron varios exiliados del Tercer Reich.
