Las relaciones entre México y Estados Unidos se han transformado radicalmente en los últimos tiempos. Nunca han sido relaciones simples, ni tersas, pero ahora se caracterizan por ser más complejas, intensas y, sobre todo, entreveradas de una manera estructural en escala gigantesca. No hay nada comparable en el mapa internacional y, hacia el futuro, cualquiera que sea el destino necesariamente será compartido de forma estrecha.
El planteamiento anterior es difícil reconocerlo en el día a día, aunque se trate del elefante en la sala. De un lado, tenemos actitudes que quisieran un muro fronterizo que separe a ambos países, no solamente por la migración