Si un pescador de esponjas emerge del agua diciendo que acaba de ver en el fondo del mar unas galletas con orejas, es razonable pensar que no le ha estado llegando bien el oxígeno. Por fortuna, el joven Mehmet Çakir fue escuchado por oídos expertos en arqueología submarina. Transcurría el verano de 1982, y Çemal Pulak, miembro del Instituto de Arqueología Náutica (INA), fundado por George Bass, uno de los padres de esta especialidad científica, reconoció de inmediato que el buceador turco se refería a lingotes “de piel de toro”. Se llama así a la típica forma rectangular muy puntiaguda en los extremos, parecida al cuero de un bóvido abierto en canal, en que se fundía el cobre para transportarlo y comercializarlo durante la Edad del Bronce.
Un equipo de inspección no tardó en acudir a las coordenadas indicadas por el pescador. Los arqueólogos no habían nadado