Oficialmente, la Orden de los Pobres Conmilitones de Cristo y el Templo de Salomón, conocidos como Orden del Temple o simplemente templarios, viajó a Tierra Santa tras la primera Cruzada para defender los caminos y los peregrinos que iban a expiar sus pecados al Santo Sepulcro de Jerusalén. Oficialmente, insisto, ningún historiador les atribuye otro cometido que el de la defensa de la fe por la espada, así que llama poderosamente la atención que diversas corrientes esotéricas hayan vinculado la orden a ritos paganos y conocimientos ocultos que habrían nacido en el mismísimo Egipto.
¿Te resulta familiar la inscripción IHS en las tumbas templarias? La Iglesia que les persiguió y excomulgó en 1314 dirá que se trata de un monograma, es decir, un símbolo formado por letras entrelazadas que se utilizaban como abreviatura de Jesús, pero cierta corriente, relacionada con la masonería templaria, de la que hablaré a continuación, asegura que esconde a tres dioses egipcios: Isis Horus y Seth. El monograma se utilizó durante siglos, en gran parte gracias a la difusión que le dio el durante el siglo XI el verdadero ideólogo de los templarios. Me refiero al reformador de la rama benedictina del Císter, Bernardo de Claraval, y posteriormente San Ignacio de Loyola, que lo adoptó como emblema de la Compañía de Jesús en 1541.
A priori, parece delirante que cistercienses y templarios mezclaran cristianismo y paganismo. San Bernardo, que llena con creces uno de los periodos más brillantes de la cultura y espiritualidad medievales, proclamaba la ortodoxia frente a los herejes y, gracias a su declarada vocación mariana, dedicó a la Virgen todas y cada una de las iglesias de su orden. Bernardo de Claraval tenía un agudizado sentimiento de la naturaleza pecadora del hombre y del mundo; exaltó la pobreza como elemento precursor de la futura religiosidad mendicante y colaboró de forma decisiva en la fundación de los templarios con su De laude nova militiae, un texto donde defiende una primitiva identidad de Europa en contra de la invasión musulmana de la península Ibérica en forma de Guerra Santa.
CULTO A LA MADRE NATURALEZA
Resulta difícil exagerar el decisivo papel desempeñado por san Bernardo en la expansión del Cister, una orden monástica que estuvo detrás de todas las obras que el Temple financiaría gracias a su rápida expansión y, entre las que cabe destacar, la catedral de Santa María de Vézelay, en Francia. Viajemos hasta allí. La primera cosa que llama la atención es su nombre. No es a la Virgen a quien está advocada, sino a María Magdalena, que tantos y tan imaginativos argumentos esotéricos nos ha legado tras la publicación en 2003 de de Dan Brown. No desvelo nada si te digo que, fundamentado en investigaciones reales, el autor atribuyó a la Magdalena la personalización de un culto a la fertilidad, a la Madre Tierra, que se pierde en la noche de los