En los archivos militares y municipales de Madrid existe una lista de 409 personas que perdieron la vida el día dos de mayo de 1808 defendiendo su país, su ciudad, su barrio, contra el imperio de Napoleón. En el número 74 de esa lista figura un nombre: Manuela Malasaña Oñoro, asesinada a los 17 años. Manolita, para sus vecinos.
Amanece el dos de mayo de 1808. Manolita sale del portal número 18 de la calle San Andrés. Su madre, Marcela Oñoro, bordadora, como ella, saldrá más tarde, tiene tarea en casa. Su padre, Jean Malesange, ya salió horas antes para tener a punto el pan. Regenta una tahona en la calle Divino Pastor, a dos calles de su casa. Aún siendo de origen francés, el padre de Manolita no es afrancesado. Nació en Madrid y en el mismo sitio quiere acabar. Él se siente madrileño. Tanto es así, que se hace llamar por su nombre traducido al español: Juan Malasaña.
Manolita recorre el camino que hace todos los días hasta llegar al taller de costurera donde trabaja. Tiene el rostro afable, como imaginó el pintor José Luis Villar Rodríguez en 1943, en su retrato Manuela Malasaña. A cada vecino que se cruza, le saluda amablemente. Es muy querida y popular en el barrio. Continúa calle arriba, sabe que al final de la avenida, como todas las mañanas, habrá un grupo de franceses haciendo guardia. Y como todas las mañanas le harán un repaso con mirada lasciva.
UN PUEBLO DESENGAÑADO
Está harta de los franceses, llevan ya
