Una guerra sangrienta ocurre a las puertas de la Ciudad de México. Lo que está en riesgo es el pulmón más grande de toda la metrópoli: el Bosque del Ajusco, en la alcaldía Tlalpan, al que en sólo tres años los talamontes le han devorado más de 4 mil hectáreas, de acuerdo con las denuncias de los habitantes del poblado de Topilejo, únicos defensores de toda aquella zona y quienes a sangre y fuego pelean por preservar los árboles.
Proceso ingreso a las entrañas de ese bosque, a donde ni siquiera las autoridades llegan, ahí donde los talamontes dejan amenazas sobre los troncos ya talados y queman las casetas de vigilancia; es aquí donde la Guardia Nacional (GN) o el Ejército brillan por su ausencia. La devastación es evidente. De aquel frondoso lugar repleto de pinos, encinos, robles y otras maderas preciosas ya casi no queda nada. Desde las alturas se aprecia la destrucción.
A condición del anonimato, los comuneros de Topilejo advierten que a ese ritmo en otros cuatro años no quedará nada del bosque, pues cada día se extraen de manera ilegal poco más de 30 toneladas de