¿Poder percibir ingresos por la producción de contenido en redes sociales se convirtió en la nueva meta aspiracional de las generaciones más jóvenes y conectadas? Criados bajo la ilusión de que todo es posible gracias a Internet, y a raíz de la popularización de plataformas y servicios (de Patreon a Substack, pasando por Only Fans, Twitch, Clubhouse, Ca-meo y otros) o sistemas de micro-aportes como Buy me a Coffee o el vernáculo Cafecito, que les permiten a los creadores digitales monetizar sus contenidos y comunidades, la llamada Passion Economy se postulaba como utopía asequible.
Sin embargo, un informe global reciente, el más extenso realizado sobre creadores de contenidos en los EE.UU., muestra el lado B, cuestionando los límites de este modelo económico y creativo de producción, y exponiendo los costos de salud mental de muchos de los creadores de contenidos.
Mientras que la vieja premisa dictaba que se podía vivir de lo que uno quería si tan solo se conseguían “1.000 fans verdaderos” (teoría acuñada por Kevin Kelly, creador de revista Wired) que pagaran por el trabajo, la nueva economía de la pasión venía a subvertir la premisa hablando de que hoy se necesitan menos, pero que paguen más y sostenidamente. Hasta aquí, clara la teoría. ¿Pero qué está