Aplena luz del día y con los rayos de sol colándose entre los enormes ventanales que adornan la que fue la residencia de Enrique VIII, el castillo se asemeja a un palacio digno de un cuento de hadas más que al de una historia de fantasmas. Sin embargo, al caer la tarde, los rumores de las apariciones fantasmales y los ruidos inexplicables se hacen más verosímiles, casi tangibles.
Del Palacio de Hampton Court se encaprichó un joven Enrique VIII que consiguió apropiarse de él en el año 1529. Con anterioridad, el majestuoso edificio de ladrillo pertenecía al cardenal Tomas Wolsey, que comenzó a construirlo y modificarlo en 1515. Debido a que éste último nunca pudo llevar a cabo el gran favor que el rey de Inglaterra le encomendó –la nulidad matrimonial de éste con Catalina de Aragón–, Enrique VIII obtuvo como compensación el palacio, hoy conocido, sobre todo, por haber sido el hogar de la dinastía Tudor. De las seis esposas de Enrique VIII que vivieron o visitaron el castillo, se dice que dos no lo abandonaron del todo cuando llegó su final; y regentan ciertas zonas del lugar de una manera asidua, poniendo los pelos de punta a todos aquellos que accidentalmente son testigos de su energía.
EL PERRO ESPECTRAL
Jane Seymour, la cual al parecer fue la única mujer que conquistó el corazón de Enrique VIII y con la que está enterrado en el Castillo de Windsor (aunque su corazón y otros órganos se hallan en algún lugar bajo el suelo del palacio de Hampton Court), falleció poco