El ataque a Pearl Harbor dejó muy tocado a Estados Unidos. Su presidente, Franklin Delano Roosevelt, consciente de que el pueblo deseaba venganza, tenía claro que necesitaban un golpe de efecto, una acción que elevase la moral del país y de su ejército y que, de paso, hiciese comprender al enemigo que no podía sentirse seguro en casa. Nada mejor que bombardear Japón desde el aire, le recomendaron sus asesores, como estaban haciendo los ingleses con Alemania. Aunque, claro, existía un inconveniente importante: no tenían ningún aparato con la autonomía necesaria para alcanzar dicho objetivo.
UN PLAN AUDAZ Y PELIGROSO
Así, dándole vueltas a cómo conseguirlo, surgió el plan para la conocida como Operación Doolittle, para muchos una incursión suicida y posiblemente una de las–en apariencia–más descabelladas de toda la Segunda Guerra Mundial, pero que logró los efectos deseados. La idea, planteada por un experto en guerra submarina, el oficial Francis S. Low, pasaba por acercar un portaviones a la costa japonesa y