Ay, aquellas tardes noventeras. Las del chándal de felpa. El mío era rosa, como Kimberly, la (primera) Power Ranger fresa. Pink Ranger, sí, pero lo que molaba era pedirte el Power Ranger Rosa, en castellano, cuando jugabas con tus amigos en el recreo o en la plaza (soy pan de pueblo, y no me puede gustar más decirlo).
Nuestra generación ha sido desde hace cuatro días, pero ¿a que hasta que no se categorizaron los grupos de edad decíais cosas como: “Soy de la época de , de , de ?”. También veía la , pero no lo digo tantas veces. Pues eso. Y ya entro en las meriendas. La Merienda. En mi casa había dos equipos: los caprichos de la abuela, con “bolsitas”, como la abuela Soco las llamaba, donde los Triskys, los Rufinos, los Pelotazos y los Boca Bits esperaban tras la puerta de la despensa y, por otro lado, los Bocadillos de mi Madre. También en mayúsculas. No eran rivales, convivían en perfecta sintonía entre el Bien y el Bien Supremo.