EL CID FRENTE AL ISLAM
Suele decirse que cada hombre y cada mujer es el producto de su propio tiempo. Es imposible explicar las trayectorias vitales de los protagonistas de la historia sin encuadrarlos en un marco espacial y temporal, en el mundo en el que surgen y evolucionan. Da la impresión de que algunas de esas personalidades históricas tuvieron la fortuna de ver la luz y vivir en un tiempo y un espacio hecho a su medida, en un universo moldeado para extraer de ellos todas sus capacidades, cualidades y virtudes. Tal vez esos actores hubiesen obtenido un rendimiento igual, o aun mayor, si se hubiesen desarrollado en otros contextos espaciotemporales, pero eso es algo que jamás podremos saber. Podría suponer un ejercicio sugestivo de la llamada historia contrafactual, aquella que se formula preguntas del tipo: ¿qué hubiese sucedido si Hitler hubiese ganado la Segunda Guerra Mundial?
UNA VIDA EN RELACIÓN CON AL-ÁNDALUS
¿Rodrigo Díaz el Campeador podría haber alcanzado logros similares en la América del siglo XVI? Es posible, pero es algo que nunca sabremos. Lo que sí podemos saber es que se convirtió en lo que fue gracias a que supo aprovechar hasta el límite de sus capacidades un contexto en el que tuvo la suerte de nacer y vivir, la península ibérica de la segunda mitad del siglo XI. Rodrigo Díaz supo leer con precisión el mundo andalusí valenciano que pretendía gobernar como príncipe. Supo aprender de ese mundo, absorbiendo experiencias, vivencias, conocimientos, anotando en su memoria todo aquello que podía reportarle algún rédito, en su presente más inmediato y en un futuro vislumbrado. No puede comprenderse a Rodrigo Díaz sin su relación con un al-Ándalus fragmentado en taifas y los musulmanes que las habitaban.
Los contactos de Rodrigo Díaz con al-Ándalus comenzaron relativamente pronto. Es muy posible que en el año 1063 acompañase a su señor, Sancho II de Castilla, en la expedición militar contra el también cristiano reino de Aragón. La hueste castellana acudió a ayudar a la taifa de Zaragoza, hostigada por tropas aragonesas en torno a la importante fortaleza de Graus. El acuerdo entre zaragozanos y castellanos era simple: dinero en forma de parias de los primeros a los segundos a cambio de ayuda militar
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