SUPER FURY ANIMALS
Llega un momento en la vida de todo hombre en la que hay que hablar con uno mismo. “Basta”, dice el monólogo interior. “Hasta ahora te has salido con la tuya. Tienes las manos sudorosas y si salieras del coche ahora mismo parecerías un enfermo desaliñado. Alguien apuntaría inmediatamente a tu frente con la pistola de temperatura de covid”. Ese momento no acabó llegando. Pero mientras pensaba todo eso, eché un vistazo al velocímetro del 911 Turbo y e iba por 225 km/h. Aun así, ya me había llevado La Charla.
Porque aferrarse al 911 Turbo en asfalto seco bajo un sol reluciente era una agradable brisa de verano en comparación con conducir el McLaren 765LT en el día en el que las carpas volaron. Fue tan vengativo como el clima. El circuito estaba cubierto por hojas y agua, y lo único que podía oír era el sonido de las primeras resquebrajándose hasta que los neumáticos traseros empezaron a chillar. Era difícil saber qué lo ponía más difícil, si los vientos huracanados o el aquaplaning
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