LEPANTO CHOQUE DE CIVILIZACIONES
Cuando, por primera vez en la historia, tropas turcas pusieron su pie en España para apoyar la revuelta de los moriscos del reino de Granada, hacía ya mucho que el temor a un asalto otomano contra España e Italia no era solo una elucubración fantasiosa. La cosa iba en serio. Hasta la década de los cincuenta del siglo XVI, aunque las operaciones contra las costas de Europa Occidental eran muy rentables por la obtención de cautivos y botín, a los dirigentes de Constantinopla no les gustaba aventurarse demasiado hacia el oeste inmovilizando sus flotas demasiado tiempo, pero a partir de entonces las cosas comenzaron a cambiar.
EL MÁS PELIGROSO DE LOS ENEMIGOS
En 1551 los caballeros de la Orden de Malta perdían su último puesto en la costa africana, al caer Trípoli, y en 1552 y 1553 las flotas de Sinane y Dragut lanzaron una serie de devastadoras incursiones en Sicilia y el sur de Italia, pero no se dejaron ver más allá. En los mares occidentales, la punta de lanza del islam seguían siendo los corsarios de Berbería, ya que los cristianos se aferraban todavía a ciertos puntos clave en África que bloqueaban la expansión turca.
Pero la situación cambió con rapidez. En 1555 cayó el Peñón de Vélez de la Gomera y Salah Rais, bajá de Argel, se apoderó de Bugía tras catorce jornadas de ataques día y noche. Felipe II, el nuevo rey de España, envuelto en la guerra con Francia, no pudo atender a su flanco mediterráneo hasta la firma del Tratado de Cateau-Cambrésis el 3 de abril de 1559, que ponía fin a las guerras de Italia. A partir de ese momento dedicó su atención al frente sur, pero la ofensiva inicial contra los berberiscos fracasó. En el verano de 1559, la flota del virrey de Nápoles, con el apoyo de varias galeras de la Orden de Malta, atacó Djerba, pero, sorprendidos por Pialí Bajá, sufrieron una espantosa derrota. Se perdieron treinta bajeles y más de un millar y medio de hombres. Al recuperar Djerba, los turcos capturaron a miles de prisioneros más, incluyendo los capitanes generales de las galeras de Nápoles y Sicilia. A partir de entonces, la amenaza combinada del corso berberisco y los turcos se convirtió para España e Italia en una pesadilla.
Día tras día sus costas eran atacadas, sus naves comerciales asaltadas y se temía, con razón, una ofensiva general contra Occidente.
Por el contrario, en el lado otomano se vivían días de triunfo y gloria. A comienzos de la década de los sesenta, los más agresivos de entre los líderes turcos sabían que era factible sostener una ofensiva continuada contra las naciones europeas; tras
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