EL TRIVIAL ES MI TERAPIA
HACE UN PAR DE AÑOS, mi amigo Alex me invitó a la partida de Trivial que organizaban semanalmente en un pub de Manhattan. Me gustó la idea de reunirnos y tener una excusa para tomar unas cervezas en lo que, de otra forma, podría haber sido una aburrida noche de jueves. Pero cuando llegué allí, la situación se volvió tensa enseguida. Un grupo de ejecutivos empezaron a jugar antes de tiempo y se preguntaban las capitales europeas a voz en grito, como si estuvieran comprando acciones. Una pandilla de universitarios comprobaba datos en varias aplicaciones de juegos de preguntas, como si estuvieran repasando a toda prisa antes de un examen. Entonces, Alex cogió el micrófono y comenzó a hacer preguntas sobre temas que todos se tomaban muy en serio: comedias de los 90, la Liga Nacional de Fútbol, películas de mafiosos…
Mi equipo estaba formado por un grupo de amigos, y amigos de amigos –la fórmula con la que los adultos ensanchan su círculo social pasada la veintena–. Éramos novatos y perdimos de forma contundente.
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