El verano LLEGARÁ
Y de repente todo se para. Las calles quedan desiertas, las oficinas se vacían, los colegios cierran. Un silencio anómalo e irreal se apodera de nuestros días. Estamos confinados en casa, pendientes de noticias, pegados a los móviles. Salimos si es estrictamente necesario. Con guantes y mascarilla, como extras de una película apocalíptica, como personajesse transforman en improvisados respiradores para las UCI, los recintos feriales y los parques se convierten en hospitales de campaña, las pistas de patinaje mutan en morgues temporales. Vivimos en una montaña rusa de emociones. Con el corazón en un puño. Admiramos a los que luchan sin cesar, acompañamos a los que están solos, apoyamos a los que sufren, lloramos desconsoladamente a los que ya no están. Son tiempos difíciles, tristes y extremadamente duros. Y, a la vez, de aprendizaje, de pequeños y grandes gestos de esperanza que nos conmueven, nos sacan una sonrisa y nos dan motivos para sonreír, para confiar, para seguir adelante. En busca de la luz. Son días de lecciones de solidaridad en cascada, de muestras de generosidad silenciosa, de ganas de ayudar sin pedir nada a cambio, de acciones que demuestran que somos una sociedad mejor de lo que creíamos. Días en los que les hacemos la compra a nuestros mayores, quedamos a tomar un aperitivo virtual con las amigas, salimos al balcón a aplaudir al personal sanitario y les explicamos a los niños que no todos los héroes llevan capa. Días suspendidos, lentos, largos para los que nos quedamos en casa, frenéticos y extenuantes para los que combaten en primera línea y se juegan la vida. Días extraordinarios e inolvidables que nos cambiarán para siempre y que nos traen el eco de las palabras de Martin Luther King: «Sólo en la oscuridad puedes ver las estrellas».
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