Ampliado y liquidado
La Inquisición dejó de ser una particularidad española cuando la Iglesia decidió reaccionar contra el protestantismo, que había logrado un gran seguimiento en Alemania gracias a las predicaciones de Lutero y se había convertido en un movimiento generador de inestabilidad en la política europea, en especial para el emperador Carlos V.
Así que en 1542, el papa Pablo III decidió restaurar una Inquisición dirigida por el pontífice, algo que ya había existido durante la Edad Media, aunque con una estructura todavía más centralizada y que proyectara unos mismos principios sobre toda la Iglesia católica. Se trató de una decisión ideológica similar a la que animó al Sumo Pontífice a convocar el Concilio de Trento. Esta asamblea se pensó como un intento de unificar a los católicos, intentando superar los enfrentamientos con los protestantes surgidos por la aparición del luteranismo en Alemania. En la práctica, la reunión de obispos acabó convirtiéndose en una reacción de la Iglesia que se reafirmó en sus esencias y se replegó sobre sí misma.
Con el nuevo nombre de Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, el tribunal actuó inicialmente sobre el territorio italiano, donde el papado tenía una mayor influencia, así como sobre Malta, Aviñón y otros lugares que caían bajo la jurisdicción papal.
El temido protestantismo
La Inquisición romana, como también es conocida, se dedicó a perseguir sobre todo al protestantismo, pero también muchas otras formas de herejía. Su primer comisario general fue el cardenal Gian Pietro Carafa, poseedor de una fuerte personalidad.
Cuando éste fue elegido papa en 1555 con el nombre de Pablo IV,
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