HERIDAS DE UNA SOCIEDAD TECNOLÓGICAMENTE INMADURA
La noche del 26 de abril de 1986 dos explosiones hicieron saltar por los aires uno de los cuatro reactores nucleares de la central nuclear de Chernóbil en Ucrania. La explosión emitió una radiación 100 veces superior a la de las bombas atómicas lanzadas sobre Nagasaki e Hiroshima. Fue el mayor accidente nuclear de la historia. Mató a 31 personas en el acto y otras miles más murieron posteriormente. Un trágico accidente que sirvió, no obstante, para despertar conciencias en torno a un concepto: la cultura de seguridad y salud. Bajo este escenario toma impulso a finales de los años 80 la conceptualización de los riesgos psicosociales en el puesto de trabajo, es decir, aquellos con potencial para causar daños psicológicos o físicos. El mismo año de la explosión en Chernobil, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) daba cobertura a las situaciones en las que se percibía falta de seguridad en el puesto de trabajo, mala utilización de habilidades, así como a posibles conflictos con las autoridades o la desigualdad de salario, entre otras.
Con los rápidos avances tecnológicos –la digitalización, la robótica y la utilización de la nanotecnología– las estructuras laborales han experimentado cambios profundos tan intensos que estos factores de riesgo han quedado obsoletos. “No solo han cambiado las condiciones del trabajo a lo largo del tiempo, también lo ha hecho la naturaleza misma de los riesgos”,
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